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Realidad conjetural Julio M. Virrueta

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Me dieron la noticia por teléfono. El accidente ocurrió cuando volvía de la playa a la ciudad. Un camión de carga había arrollado su auto compacto, reduciéndolo a un montón de metal retorcido. Suzanne murió al instante y me llamaron a la morgue para reconocer el cuerpo. Ella vivía conmigo, pensábamos casarnos dentro de unos meses, su familia no vivía en la ciudad, así que sólo yo podía realizar la tarea de identificar entre un amasijo de carne a la mujer que amaba.

Aun cuando el cuerpo sobre la plancha de metal estaba evidentemente muerto, aun cuando el rostro no se había desfigurado demasiado y en él podía reconocer a Suzanne, me resistía a creer que había muerto, tan sólo unas horas antes me dijo que iría a la playa con unas amigas, que volvería para que asistiéramos al concierto del domingo por la noche.

No lo acepté ni siquiera mientras llenaba un montón de formularios, ni mientras un hombre vestido de negro me daba unos suaves golpes en la espalda y me decía que la casa funeraria se encargaría de todo, que saliera de inmediato, que el cuerpo sería lavado, que era necesario quitar la sangre coagulada y cerrar los múltiples cortes para que pareciera de nuevo que estaba viva, y todo eso lo decía sin mencionar su nombre, para él no era otra cosa que el cuerpo, incluso peor, un cuerpo, uno más entre muchos, ya no una persona sino una cosa. Sin embargo para mí seguía siendo Suzanne...

En el velorio todos se empecinaban en levantarme el ánimo, me daban sus condolencias y me ofrecían apoyo. Para mí no tenía sentido, en mi mente seguía viva, no había por qué realizar tantos rezos, tantos descanse en paz y el Señor se apiade de su alma, no era necesario llenarlo todo de humo aromático como si se temiera que su cadáver comenzara a oler mal. No eran necesarias tantas personas para levantar el ataúd, cuando Suzanne podía caminar, tenía que poder, porque mientras íbamos a paso lento hacia el cementerio, yo conservaba la esperanza de que se levantara, de que dijeran que todo había sido un error o un milagro y correría hacía mí, pidiendo disculpas por haberme asustado.

Pero eso no ocurrió. El ataúd fue colocado en la fosa y la tierra comenzó a cubrirlo hasta formar un túmulo que yo veía con insistencia, como si con la sola fuerza de mi voluntad pudiera revivirla. Aunque obviamente fracasé y ella se quedó ahí, en medio de tantos muertos, y no pude evitar pensar: como ella.

Me llevó varios meses comprender que los muertos se quedan así por siempre, que sus cuerpos se ponen duros y fríos, hasta que finalmente se descomponen y se reducen a nada. Todo eso me lo habían explicado mil veces pero yo me resistía a no verla nunca más, pasaba todo el tiempo en casa, encerrado en mi cuarto, pensando en Ella, pese a que me habían dicho que no lo hiciera, que debería comenzar a olvidar, a aceptarlo, pero no podía evitar imaginarme situaciones en las que seguía estando viva. Recordaba los momentos que pasamos juntos con tanto detalle como si los estuviera viviendo en ese mismo instante y era una delicia revivir cada uno de ellos, un placer tan intenso como la desilusión que venía después, cuando tenía que abrir los ojos a la realidad.

Ha pasado casi un año y sigo sin hacer otra cosa más que conjeturar, pensar qué ocurriría si todavía estuviese viva, si de pronto llamase a la puerta y al ver que no acudía la abriera ella misma. Casi puedo escuchar sus pasos en el corredor. Como muchas otras veces, entraría a mi cuarto y, sentada en una silla, me miraría con esos ojos que tanto amo.

¿Qué haces? me preguntaría mientras pone una cara de niña curiosa. Pues, pienso, diría yo con la mirada clavada en el suelo. ¿En qué piensas? En nada concreto, en ti, le respondería con un encogimiento de hombros. ¿Acaso yo no soy algo concreto?, la cara de indignación que pondría al decir eso se dibuja en mi mente con más claridad que si la estuviera viendo. Claro que lo eres, sólo que estás… ¿Que estoy qué? Nada, es sólo que no debería estar pensando en ti, no me hace bien. ¿Por qué? ¿Acaso ya no me quieres? Claro que te quiero, pero ya no es posible, tú estás…

Pero justo antes de decir la palabra «muerta», ella tomaría mi mano, que casi toca el suelo, y la levantaría con suavidad, con una suavidad que casi puedo sentir como real.

Te has vuelto a quedar con los ojos fijos en el techo, me diría, ¿ahora en qué piensas? En nada. Otra vez con lo mismo, en algo debes estar pensando. Era tan agradable hablar con Suzanne que decidí seguir haciéndolo, olvidar por un momento que estaba muerta, pero ella seguía insistiendo en saber qué pensaba, no debía dejar que lo supiera porque eso acabaría con la ilusión, debía engañarla. La verdad es que lo he olvidado, mentiría, se ha desvanecido sin dejar recuerdos. Tú siempre hablando de esa forma tan rara, mi forma de hablar era algo que me reprochaba constantemente, la verdad que muchas veces no puedo entenderte. No es nada, olvídalo.

Oye, he estado pensando en los detalles de la boda, creo que deberíamos reducir el número de invitados. ¿De qué estás hablando? Pese a que no podía olvidar a Suzanne, la boda se había hundido pronto en mi memoria y me costó trabajo recordarla. Claro Ella no sabía que no hubo boda, para Ella no había pasado un día después del accidente, no hubo accidente. Pues no tenemos demasiado dinero y creo que sería mejor abonar un poco más a la hipoteca en vez de hacer una gran fiesta, siguió diciendo sin darse cuenta de mi confusión.

Cuando vio que volvía a divagar oprimió mi mano con más fuerza y pude ver un par de lágrimas en sus ojos. ¿Ya no te quieres casar conmigo? Su inseguridad era un tema constante de nuestras discusiones, aun días después de que le pedí que nos casáramos me preguntaba si en realidad me gustaba, a mí me exasperaba. Poco a poco iba recuperando los pequeños detalles de su personalidad, de nuestra relación, que había olvidado, absorbido por la idea de no perderla, y si quería continuar con ese juego debía hacerlo más rápido o Ella se daría cuenta de que nada de eso estaba pasando en realidad. Por supuesto que me quiero casar contigo, le dije apresuradamente, sólo que... ¡Qué! Nada. Siempre dices eso, nada, ¿qué me ocultas?

No tengo el valor para revelarle que no es real, y en verdad la extraño tanto que no quiero que lo sepa justo ahora que actúa tan como Ella, tanto que me cuesta razonar con claridad. Quizá Ella sí es real y yo sólo tuve un mal sueño, la peor de las pesadillas de la que ahora despierto. Pero su cuerpo destrozado en la morgue y el velorio y el montículo de tierra sobre el ataúd fueron reales. Debería despertar y dejar de soñar de una buena vez…

Cuando el sueño está por terminar, Ella toma mi rostro entre sus manos y me obliga a mirarla. Está ahí, frente a mí, más nítida y real que nunca, ese rostro que yo conozco tan bien. ¿Te pasa algo? Estás muy pálido, sus ojos están preocupados y su voz es cariñosa, perdón por tocar el tema de la boda así, tan de repente, es sólo que… ya sabes, nunca estoy segura de que esto sea verdad, de que al fin vayamos a casarnos, hay veces en que todo me parece que son imaginaciones mías. Yo no pude decirle nada, la acerco hacia mí y la abrazo con fuerza, puedo escucharla suspirar. Por sobre mi hombro ve los boletos que tengo en mi escritorio. Las entradas para el concierto al que nunca fuimos, el concierto al que ella no llegó. Claro, Ella no sabía eso.

¡El concierto! Grita al tiempo que se aparta de mí, lo había olvidado. Mira su reloj y se levanta de la silla, alisándose las arrugas de la blusa. Si nos damos prisa podemos llegar a tiempo.

Las cosas habían llegado demasiado lejos, debía decírselo, dejar que se desvaneciera, que se perdiera de nuevo en mis recuerdos… pero su imagen era tan real que sería como perderla una vez más y no podía quitar la felicidad a sus ojos, estaba tan emocionada, tan contenta, quería ir al concierto, yo nunca había podido negarle nada y en ese momento me pareció que lo único que de verdad quería era existir...

¡Vamos! Levántate de una buena vez, no tenemos mucho tiempo. Suzanne, yo… tengo algo que decirte, le hablo sin convicción, no muy seguro de lo que estoy haciendo. Me lo dirás en el camino, ahora lo único que debes hacer es levantarte y cambiarte de camisa, ésa es demasiado fúnebre. Vuelve a tomarme de la mano y esta vez tira de mí con fuerza. Si llegamos tarde no te lo voy a perdonar, ponte de pie, ¿qué te pasa? ¿Por qué actúas tan raro? ¡Vayámonos, por favor! Sé bueno ¿sí? Suzanne, la verdad es que tú… tú, mientras volvías de la playa con tus amigas, el auto, un camión… Un beso detuvo las atropelladas palabras que salían de mi boca, sus labios cálidos eran tal como los recordaba, su aliento, eso no podía ser una ilusión, sin lugar a dudas lo otro era un sueño, no esto, esto debía de estar ocurriendo de verdad, ese beso no era una imaginación mía y ella tampoco. La decisión estaba tomada, cualquier otra posible realidad, sin ella, tenía por fuerza que ser una ficción imposible.

Me puse de pie, tomé una camisa clara del clóset y me cambié rápidamente, Suzanne me esperaba con ansias en la sala. Al salir cerré la puerta con llave. Ella me llevaba a paso rápido por las poco iluminadas calles mientras yo la mantenía firmemente asida por la cintura, con la certeza de que no se desvanecería en el aire…

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La Jirafa

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