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PREFACIO

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Sin nuestros animales domésticos y sin nuestras plantas, la civilización humana tal como la conocemos no existiría. Aún viviríamos simplemente subsistiendo como cazadores-recolectores. Fue el inusitado excedente de calorías resultante de la domesticación lo que daría pie a la denominada Revolución neolítica, que creó las condiciones necesarias no solo para una economía agrícola, sino también para la vida urbana y, en último extremo, la serie de innovaciones que identificamos como cultura moderna. No es mera coincidencia que, en el nacimiento de la civilización, aparecieran también el centeno, el trigo, las ovejas, las cabras, los cerdos, las reses y los gatos, en una incipiente pero decisiva asociación con los humanos.

Se calcula que cuando arrancó la Revolución neolítica vivían en la Tierra unos diez millones de seres humanos; ahora somos más de siete mil millones. El auge repentino de la población humana tuvo efectos negativos para la mayoría de los seres vivos, pero no para los que tuvieron la suerte de ser aptos para la domesticación, que han prosperado casi tanto como nosotros. Desde el Neolítico, se han registrado unos índices de extinción de cien a mil veces superiores a los de los sesenta millones de años anteriores. Entre las especies desaparecidas se cuentan los ancestros de algunas domesticadas, como el tarpán (caballo) o el uro euroasiático (res), pero ninguna especie domesticada se ha llegado a extinguir. Los ancestros salvajes de perros, gatos, ovejas y cabras han quedado prácticamente olvidados, pero sus descendientes domesticados se cuentan entre los grandes mamíferos con mayor presencia en la Tierra. Desde el punto de vista evolutivo, la domesticación sale a cuenta.

El éxito de la domesticación, no obstante, se cobra un precio en forma de una sumisión evolutiva cada vez mayor. Los humanos hemos conseguido en gran medida liberarnos del control de la naturaleza y del destino evolutivo, lo que a su vez hace que las criaturas domesticadas se conviertan en un elemento informativo de primer orden para quien pretenda comprender el proceso evolutivo. Porque, efectivamente, los animales domesticados son uno de los ejemplos más patentes de la evolución en el mundo de hoy. Incluso los creacionistas reconocen en cierto modo que la transición de lobo a perro es un proceso evolutivo. Ese es el motivo por el que la selección «artificial» de determinados rasgos en las especies de animales domésticos —de los perros a las palomas— ocupaba un lugar tan destacado en la argumentación que hacía Darwin del proceso análogo que él denominaba selección «natural».

El hecho de que los lobos —que competían con los humanos del Paleolítico e incluso los cazaban en ocasiones— fueran los primeros animales domesticados es una prueba del poder de los humanos como fuerza evolutiva, tanto consciente como inconscientemente. Y, a lo largo de la mayor parte del proceso de domesticación de perros y otros mamíferos, el papel de los humanos como fuerza evolutiva inconsciente ha sido primordial. Por ese motivo, la distinción entre selección natural y selección artificial resulta algo confusa. Tal como veremos, en muchos casos el proceso de domesticación solían iniciarlo los propios animales domesticados, al buscar la proximidad del ser humano por diversos motivos. Este proceso de autodomesticación se producía sobre todo a través de una simple selección natural. Esa selección consciente que llamamos «selección artificial» se producía mucho más tarde, en el proceso de domesticación. Hay una gran zona gris de transición entre la selección natural y la selección artificial, en la que los humanos iban adquiriendo un papel cada vez más importante aunque solo fueran conscientes en parte del régimen de selección.

La combinación de la selección natural y artificial ha demostrado tener una gran fuerza. El rango de tamaños de los perros domésticos —de los chihuahuas a los alanos— excede con mucho no solo el de los lobos salvajes, sino también el de toda la familia de los cánidos (lobos, coyotes, chacales, zorros, etc.), tanto vivos como extintos, que nació en el Oligoceno, hace casi cuarenta millones de años. En solo 15.000-30.000 años, la selección impuesta a los perros durante su asociación con los humanos ha causado alteraciones evolutivas que la familia de los cánidos no experimentó en ningún momento a lo largo de los cuarenta millones de años anteriores.

Las modificaciones realizadas a los perros por parte de los seres humanos se extienden también a muchos otros rasgos, entre ellos el color del manto o algunas modificaciones del esqueleto. La forma craneal de los perros domésticos no solo presenta una mayor variedad que la de todos los demás cánidos juntos, sino también que la del conjunto de los demás carnívoros (grupo taxonómico de familias que incluye a los cánidos, los felinos, los osos, las comadrejas, los mapaches, las hienas, las ginetas, las focas y los leones marinos).

Tanto o más impresionantes son los efectos de la selección humana en la conducta de los perros. Lo más destacable es cómo han evolucionado los perros domésticos para desarrollar esa capacidad de «leer» las intenciones de los seres humanos. Por ejemplo, pueden interpretar nuestros gestos, como el señalar, para localizar alimentos distantes. Eso los lobos salvajes no pueden hacerlo. De hecho, leer las intenciones de los humanos es algo que se les da mucho mejor a los perros que a nuestros parientes más próximos, los chimpancés y los gorilas: la cognición social de los perros queda más cerca de la nuestra que la de los grandes primates.

La influencia del ser humano en la evolución de otros animales domésticos no es menos impresionante. La plácida vaca holstein, con sus enormes ubres, no se parece mucho a su ancestro salvaje, el noble y fiero uro euroasiático; tampoco la oveja merina se parece al muflón, su ancestro salvaje, aunque en ambos casos las formas domésticas y salvajes comparten un ancestro común en un rango de tiempo de apenas diez mil años. Eso supone una gran evolución en un periodo de tiempo muy corto.

Dado que la domesticación es una forma de evolución acelerada, es un terreno ideal para fomentar las intuiciones y para que el público sin conocimientos de biología comprenda cómo funciona la evolución. La evolución es un proceso histórico, pero en gran parte se mueve en una escala temporal tan grande que resulta difícil de asimilar —y mucho menos de intuir— para los no iniciados, dadas las limitaciones de la mente humana. La domesticación, no obstante, se produce en un rango de tiempo mucho más comprensible. Razas de perro como el bulldog inglés, por ejemplo, han evolucionado mucho en apenas cien años. Así pues, es posible relacionar la historia humana, la Prehistoria (30000-5000 AP) y la historia evolutiva de un modo más o menos continuo. Esto es algo que en ocasiones se denomina «historia a gran escala», aunque a mí me gusta más el término «historia profunda». Esta dimensión «grande» o «profunda» de la historia es la que nos da el trasfondo necesario para los grandes temas que afrontaré en esta obra.

La historia de la predomesticación —la parte más «profunda» de la historia profunda— se sitúa en el terreno de la biología evolutiva, concretamente, en la rama que trata la reconstrucción de las relaciones genealógicas en el árbol de la vida, lo que se llama «filogenética». Gran parte de lo que sabemos sobre el periodo que relaciona la historia de la predomesticación y la historia escrita procede del campo de la zooarqueología, ahora en plena expansión, que combina los conocimientos sobre antiguas culturas humanas con la biología animal y la historia natural. La historia más reciente de la domesticación, de la que tenemos registros escritos, se corresponde con la fase en la que los seres humanos adquirimos un control más consciente. Esta fase, que aún prosigue, es —para bien y para mal— una época de cambios sin precedentes.

Este trasfondo histórico es —espero— interesante en sí y por sí mismo, pero a la vez es esencial si queremos comprender cómo funciona la evolución, porque los animales domesticados nos resultan familiares a todos, lo cual hace que sus transformaciones resulten más fáciles de percibir y de apreciar, requisito indispensable para mi objetivo principal en este libro: examinar determinados desarrollos en el campo de la biología evolutiva a través de la lente de la domesticación.

Podemos plantearnos cada caso de domesticación como una especie de experimento natural sobre evolución. Al decir «experimento natural» me refiero a un caso que resulte ideal para el estudio de la evolución, pero que no haya sido planeado como tal. También tenemos experimentos naturales en domesticación inversa, o «salvajización». Uno de ellos es el del dingo: hace unos cinco mil años, los protopolinesios transportaron estos animales domésticos a Australia y los convirtieron en el mayor depredador del outback. Al mismo tiempo, evolucionaron, adoptando unos rasgos más propios de un lobo; de hecho, los dingos ofrecen interesantes elementos de comparación tanto con los lobos como con los perros domésticos.

Además de estos experimentos naturales sobre casos de domesticación y salvajización en el pasado, actualmente contamos con experimentos científicos en curso sobre domesticación; es decir, intentos de replicación experimental del proceso de domesticación con el único objetivo de comprender mejor los procesos evolutivos implicados.

Aunque cada caso de domesticación tiene sus peculiaridades, interesantes y únicas, se nos plantean cuestiones comunes igualmente apasionantes y significativas para el pensamiento evolutivo. Entre las más interesantes y reveladoras está la de que la domesticación tiene consecuencias no buscadas. Parece ser que, al seleccionar un rasgo en particular, es inevitable que el ser humano altere otros que aparentemente no tienen nada que ver. Y resulta que esos efectos secundarios son un rasgo evolutivo creado por la selección natural. Pueden actuar como freno en la evolución de un rasgo seleccionado y/o crear nuevas oportunidades evolutivas.

Otra cuestión es que la dimensión del cambio en el fenotipo (el conjunto de rasgos de comportamiento, fisiológicos y morfológicos) no presenta una correlación directa con los cambios en el genoma (la composición genética). Así pues, en los animales domésticos, muchas veces se registran enormes cambios fenotípicos con una cantidad sorprendentemente reducida de alteraciones genéticas. La distancia genética entre perros y lobos es minúscula en comparación con su distancia fenotípica. Lo mismo ocurre con cerdos, pollos o caballos, lo cual nos lleva a la tercera cuestión: el entorno humano ejerce unos efectos evolutivos muy consistentes sobre los animales que encontramos en el enorme rango genómico (y, por tanto, evolutivo) que hay entre caballos y perros.

Sin embargo, el tema más destacado de este libro es la tendencia conservadora del proceso evolutivo, incluso cuando se produce de la manera más rápida, como con la domesticación. En las explicaciones más populares de la evolución, lo que más nos llama la atención es su aspecto creativo, que es parte integral del programa adaptacionista, cuyo objetivo es demostrar las diferentes –y aparentemente infinitasrespuestas de adaptación que tienen los organismos ante los desafíos medioambientales que se les presentan. Pero los cambios adaptativos distan mucho de ser ilimitados; en realidad, quedan bastante restringidos, limitados por la historia evolutiva previa de un organismo. De hecho, el cambio adaptativo queda reducido a variaciones dentro de los márgenes de la evolución previa. El pequinés es un lobo con variaciones, no un producto completamente rediseñado a partir de sus ancestros lobos.

Hay dos avances recientes en la biología evolutiva, en particular, que han puesto de actualidad el aspecto conservador de la evolución: la genómica y la biología evolutiva del desarrollo (evo-devo). Ambas ocuparán un lugar destacado en este libro.

LA ESTRUCTURA DEL LIBRO

Cada capítulo se centrará en la domesticación de una especie (p. ej. perros, gatos, cerdos) o de dos o más especies relacionadas (p. ej. ovejas y cabras), empezando por la historia de su domesticación y su peso cultural, para pasar después a un breve repaso a la historia evolutiva de la especie y de la familia de la que deriva —incluida su posición en el árbol de la vida—, para dar algo de contexto en el que situar los cambios evolutivos propiciados por los humanos. El grueso de cada capítulo trata de lo que revelan estas alteraciones inducidas por los seres humanos sobre el proceso evolutivo, tanto en su aspecto creativo como conservativo.

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