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Introducción

Si tropiezas con un rasgo especial de maldad o estupidez, […] no permitas que te enfade o te perturbe; velo como una adición a tu conocimiento, un dato nuevo a tomar en cuenta en el estudio del carácter de la humanidad. Tu actitud será la del mineralogista que tropieza con un muy peculiar espécimen de un mineral.

—ARTHUR SCHOPENHAUER

A lo largo de nuestra vida, tenemos que tratar inevitablemente con individuos que nos causan problemas y vuelven difícil y desagradable nuestra existencia. Algunos de ellos son nuestros líderes o jefes; otros son colegas y otros más, amigos. Pueden ser agresivos o pasivo-agresivos, pero por lo común son expertos en explotar nuestras emociones. A menudo parecen simpáticos y seguros de sí mismos, rebosantes de ideas y entusiasmo, y caemos bajo su hechizo. Demasiado tarde descubrimos que su seguridad es irracional y sus ideas desatinadas. Entre colegas, ellos pueden ser quienes sabotean nuestro trabajo o profesión en virtud de una envidia secreta, con la ilusión de hacernos caer. O podrían ser colegas o subordinados que, para nuestra consternación, revelan ver sólo por sí mismos y utilizarnos como un trampolín.

Ineludiblemente, esas situaciones nos toman por sorpresa, ya que no esperamos dicha conducta. Es usual que ese tipo de personas nos asesten pretextos muy elaborados para justificar sus acciones o culpar a útiles chivos expiatorios. Saben confundirnos y arrastrarnos al drama que ellos controlan. Nosotros podríamos protestar o enojarnos, pero al final nos sentiremos indefensos; el daño está hecho. Más tarde, otro sujeto de esa misma clase aparece en nuestra vida y la historia se repite.

Con frecuencia percibimos una sensación similar de confusión e impotencia cuando se trata de nosotros y nuestra conducta. Por ejemplo, de pronto decimos algo que ofende a nuestro jefe o a un colega o amigo; ignoramos de dónde salió, pero nos acongoja descubrir que cierta molestia o tensión interna escapó de nosotros en una forma que lamentamos. O quizá ponemos todo nuestro empeño en un plan o proyecto, sólo para percatarnos de que fue una insensatez y una espantosa pérdida de tiempo. O nos enamoramos justo de la persona equivocada y lo sabemos, pero no podemos evitarlo. ¿Qué nos pasa?, nos preguntamos.

En estas situaciones, nos sorprendemos en medio de patrones de conducta autodestructivos que al parecer no podemos controlar. Es como si lleváramos dentro un extraño, un pequeño demonio que opera con independencia de nuestra voluntad y nos empuja a hacer las cosas equivocadas. Y ese extraño dentro de nosotros es raro, o al menos más de lo que creíamos.

Lo que puede decirse de esas dos cosas —las acciones ofensivas de la gente y nuestra conducta en ocasiones sorpresiva— es que con frecuencia no tenemos idea de qué las causa. Podríamos aferrarnos a algunas explicaciones sencillas: “Ese individuo es perverso, un sociópata”, o “Algo me ocurrió, no era yo mismo”, pero estas descripciones fáciles no nos conducen a comprenderlas ni impiden que esos patrones se repitan. La verdad es que los seres humanos vivimos en la superficie y reaccionamos emocionalmente a lo que la gente dice y hace. Nos formamos opiniones simplistas de los demás y de nosotros. Nos contentamos con el argumento más cómodo y fácil.

Pero ¿qué pasaría si pudiéramos sumergirnos bajo la superficie y ver el profundo interior, acercarnos a las raíces verdaderas de la conducta humana? ¿Qué pasaría si comprendiéramos por qué algunas personas nos envidian e intentan sabotear nuestro trabajo o por qué su injustificada seguridad las hace creerse divinas e infalibles? ¿Qué sucedería si desentrañáramos la razón por la cual la gente se comporta de súbito de forma irracional y revela un lado muy oscuro de su carácter, o por qué siempre está lista para ofrecer una racionalización de su conducta, o por qué recurrimos continuamente a líderes que apelan a lo peor de nosotros? ¿Qué pasaría si examináramos con seriedad nuestro interior y pudiéramos juzgar el carácter de las personas, para evitar así malas contrataciones y relaciones personales que tanto daño emocional nos causan?

Si conociéramos en verdad las raíces de la conducta humana, sería más difícil que los individuos destructivos se salieran con la suya sin cesar. No seríamos tan fáciles de persuadir y engañar. Podríamos adelantarnos a sus repulsivas manipulaciones y entrever sus excusas. No permitiríamos que nos arrastraran a sus dramas, pues sabríamos de antemano que su control depende de nuestro interés. Los despojaríamos finalmente de su poder mediante nuestra aptitud para indagar en las honduras de su carácter.

En cuanto a nosotros, ¿qué pasaría si, de igual manera, pudiéramos ver nuestro interior y distinguir la fuente de nuestras emociones más preocupantes y el motivo de que determinen nuestro comportamiento, a menudo contra nuestros deseos? ¿Qué pasaría si entendiéramos por qué nos sentimos tan inclinados a desear lo que otros tienen, o a identificarnos tanto con un grupo que terminamos por subestimar a quienes no pertenecen a él? ¿Qué pasaría si descubriéramos la causa de que mintamos sobre lo que somos o de que apartemos inadvertidamente a los demás?

Ser capaces de entender mejor a ese extraño dentro de nosotros nos ayudaría a darnos cuenta de que no es un desconocido, sino una parte esencial de nosotros, y de que somos mucho más misteriosos, complejos e interesantes de lo que imaginamos. Y con esa información conseguiríamos abandonar nuestros patrones negativos, dejaríamos de ponernos pretextos y tendríamos más control sobre lo que hacemos y lo que nos sucede.

Esa claridad respecto a nosotros y los demás podría cambiar en muchos sentidos el curso de nuestra vida, pero primero debemos desmentir un error muy común: tendemos a concebir nuestra conducta como voluntaria y deliberada. Imaginar que no siempre controlamos lo que hacemos es una idea inquietante pero cierta. Estamos sujetos a fuerzas en el fondo de nuestro ser que motivan nuestra conducta y operan bajo el nivel de la conciencia. Vemos los resultados —pensamientos, estados de ánimo y acciones—, pero tenemos poco acceso consciente a lo que mueve nuestras emociones y nos empuja a comportarnos de cierto modo.

Piensa en el enojo, por ejemplo. Por lo general identificamos a un individuo o grupo como causa de esta emoción. Pero si fuéramos sinceros y caváramos hondo, veríamos que lo que suele provocarnos cólera o frustración tiene raíces más profundas. Podría ser un suceso de nuestra niñez o una serie particular de circunstancias. Si lo examináramos, discerniríamos patrones distintivos: nos enojamos cuando ocurre tal o cual cosa. Sin embargo, en el momento en que nos enfadamos no somos reflexivos ni racionales; nos dejamos llevar por la emoción y apuntamos con un dedo acusador. Algo similar podría decirse de muchas otras emociones que experimentamos; clases específicas de hechos desencadenan repentinamente confianza, inseguridad, ansiedad, atracción por una persona particular o necesidad de atención.

Llamemos naturaleza humana al conjunto de esas fuerzas que tiran de nosotros desde lo más profundo de nuestro ser. La naturaleza humana surge de la programación específica del cerebro, la configuración del sistema nervioso y la forma en que los seres humanos procesamos las emociones, todo lo cual se desarrolló y emergió en el curso de los cinco millones de años de nuestra evolución como especie. Podemos atribuir muchos detalles de nuestra naturaleza al modo peculiar en que evolucionamos como un animal social para garantizar nuestra supervivencia, gracias a lo cual aprendimos a cooperar con otros, coordinamos nuestras acciones con el grupo en un alto nivel y creamos novedosas formas de comunicación y modos de mantener la disciplina grupal. Este desarrollo temprano subsiste aún y continúa determinando nuestro comportamiento, incluso en el moderno y sofisticado mundo en que vivimos.

Para poner un ejemplo, considera la evolución de la emoción humana. La supervivencia de nuestros más remotos antepasados dependió de su capacidad para comunicarse entre sí mucho antes de que se inventara el lenguaje. Ellos hicieron evolucionar nuevas y complejas emociones: júbilo, vergüenza, gratitud, celos, rencor, etcétera. Los signos de estas emociones se advertían de inmediato en su rostro; ellos comunicaban su estado de ánimo rápida y efectivamente. Se volvieron muy sensibles a las emociones ajenas como una forma de unir más al grupo —de sentir alegría o dolor en común— o de permanecer juntos de cara al peligro.

Hasta la fecha, los seres humanos somos muy susceptibles a los humores y emociones de quienes nos rodean, lo que nos induce a adoptar toda suerte de conductas: imitar inconscientemente a los otros, desear lo que tienen, dejarnos llevar por virulentas sensaciones de cólera o indignación. Creemos actuar movidos por voluntad propia, sin saber que nuestra susceptibilidad a las emociones de los demás miembros del grupo influye en alto grado en lo que hacemos y en el modo en que reaccionamos.

Podemos señalar otras fuerzas que emergieron también de ese pasado distante y moldean de forma similar nuestra conducta diaria; por ejemplo, la necesidad de compararnos en todo momento y medir la autoestima con base en la categoría propia es un rasgo notable en todas las culturas de cazadores-recolectores, e incluso entre los chimpancés, como lo son asimismo nuestros instintos tribales, por efecto de los cuales dividimos a la gente en propios o extraños. A esas cualidades primitivas podría añadirse la necesidad de usar máscaras para disfrazar toda conducta mal vista por la tribu, lo que conduce a la formación de una personalidad sombra con todos los deseos oscuros que reprimimos. Nuestros antepasados conocían esa sombra y su peligrosidad e imaginaron su origen en espíritus y demonios que debían ser exorcizados. Nosotros nos apoyamos en un mito distinto: “No sé qué me pasó”.

Una vez que esa corriente o fuerza primaria en nosotros llega al nivel de la conciencia, tenemos que reaccionar a ella, y lo hacemos dependiendo de nuestro espíritu y circunstancias individuales, aunque usualmente la justificamos sin entenderla en verdad. Dada la manera en que evolucionamos, existe un número limitado de esas fuerzas de la naturaleza humana, y ellas conducen al comportamiento ya mencionado: envidia, presunción, irracionalidad, cortedad de miras, conformidad y agresividad activa y pasiva, por nombrar unas cuantas. Conducen por igual a la empatía y otras formas positivas de la conducta humana.

Durante miles de años nuestro destino consistió sobre todo en avanzar a tientas en nuestra comprensión y la de nuestra naturaleza. Erramos respecto al animal humano, pues imaginamos que descendíamos mágicamente de una fuente divina, de ángeles en lugar de primates. Todo indicio de nuestra naturaleza primitiva y raíces animales nos resultaba muy perturbador, algo que negar y reprimir. Encubrimos nuestros oscuros impulsos bajo toda clase de excusas y racionalizaciones, con lo que facilitamos que algunos adoptaran conductas desagradables. Pero por fin estamos en un punto en el que podemos vencer nuestra resistencia a la verdad de lo que somos, con el enorme peso de los conocimientos ya acumulados sobre nuestra naturaleza.

Podemos aprovechar la vasta bibliografía psicológica reunida en los últimos cien años, la cual incluye detallados estudios de la infancia y el impacto de nuestro desarrollo temprano (Melanie Klein, John Bowlby, Donald Winnicott), así como obras sobre las raíces del narcisismo (Heinz Kohut), los lados sombríos de nuestra personalidad (Carl Jung), las raíces de nuestra empatía (Simon Baron-Cohen) y la configuración de nuestras emociones (Paul Ekman). Podemos recoger los numerosos avances en las ciencias que nos ayudan a conocernos mejor: estudios del cerebro (Antonio Damasio, Joseph E. LeDoux), nuestra singular composición biológica (Edward O. Wilson), la relación entre el cuerpo y la mente (V. S. Ramachandran), los primates (Frans de Waal) y los cazadores-recolectores (Jared Diamond), nuestro comportamiento económico (Daniel Kahneman) y cómo operamos en grupos (Wilfred Bion, Elliot Aronson).

Podemos incluir por igual las obras de ciertos filósofos (Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, José Ortega y Gasset) que han iluminado tantos aspectos de la naturaleza humana, lo mismo que los discernimientos de muchos novelistas (George Eliot, Henry James, Ralph Ellison), quienes suelen ser los más perceptivos de las partes invisibles de nuestro comportamiento. Y por último, podemos incluir la creciente biblioteca de biografías, que revela la naturaleza humana en profundidad y en acción.

Este libro es un intento de reunir esa inmensa mina de conocimientos e ideas de distintas ramas (véase la bibliografía para las fuentes clave), de componer una guía certera e instructiva de la naturaleza humana basada en evidencias, no en puntos de vista particulares ni en juicios morales. Es una evaluación brutalmente realista de nuestra especie, que disecciona lo que somos para que podamos operar con más conciencia.

Considera Las leyes de la naturaleza humana como una suerte de código para descifrar el comportamiento de la gente: ordinario, extraño, destructivo, la gama entera. Cada capítulo trata un aspecto o ley particular de nuestra naturaleza. Es factible llamarlas leyes en el sentido de que, bajo la influencia de esas fuerzas elementales, los seres humanos tendemos a reaccionar de forma relativamente predecible. Cada capítulo contiene la historia de un individuo o individuos icónicos que ilustran (negativa o positivamente) la ley en cuestión, junto con ideas y estrategias sobre cómo lidiar contigo y los demás bajo el influjo de esa ley. Cada capítulo termina con una sección acerca de cómo transformar tal fuerza humana básica en algo más positivo y productivo, para que dejemos de ser esclavos pasivos de la naturaleza humana y la transformemos activamente.

Quizá te sientas tentado a imaginar que estos conocimientos son algo anticuados. Después de todo, podrías razonar, somos ya muy sofisticados y estamos muy avanzados en términos tecnológicos; somos muy progresistas e ilustrados; hemos llegado más allá de nuestras raíces primitivas; estamos en proceso de reescribir la naturaleza humana. Pero lo cierto es lo contrario: nunca antes habíamos estado tan esclavizados a nuestra naturaleza y su potencial destructivo. Y si ignoramos este hecho, jugamos con fuego.

Mira cómo la permeabilidad de nuestras emociones se ha agudizado con las redes sociales, donde los efectos virales arrasan con nosotros una y otra vez, y donde los líderes más manipuladores son capaces de explotarnos y controlarnos. Ve la agresividad que se exhibe abiertamente en el mundo virtual, en el que resulta muy fácil poner en juego nuestros lados sombríos sin repercusión alguna. Nota cómo la propensión a compararnos con los demás, a sentir envidia y buscar prestigio mediante la atención se ha intensificado con la capacidad para comunicarnos tan rápido con tantas personas. Y por último, considera nuestras tendencias tribales y cómo han hallado el medio perfecto donde operar; podemos encontrar un grupo con el cual identificarnos, afianzar nuestras opiniones tribales en una cámara virtual de resonancia y satanizar a los ajenos, lo que conduce a la intimidación colectiva. El potencial de caos que se deriva del lado primitivo de nuestra naturaleza no ha hecho más que aumentar.

Esto tiene una explicación muy simple: la naturaleza humana es más fuerte que cualquier individuo, institución o invento tecnológico. Al final determina lo que creamos, con objeto de reflejarse en ello junto con sus raíces primitivas. Nos mueve a su antojo como peones.

Ignora esas leyes bajo tu cuenta y riesgo. Si te niegas a aceptar tu naturaleza, te condenarás a patrones fuera de tu control y a sensaciones de confusión e impotencia.

Las leyes de la naturaleza humana fueron concebidas para que te sumerjas en todos los aspectos de la conducta humana e ilumines sus causas últimas. Si permites que este libro te guíe, alterará radicalmente el modo en que percibes a la gente y tu enfoque entero para tratar con ella. También modificará radicalmente cómo te ves a ti mismo. Logrará estos cambios de perspectiva de las siguientes maneras:

Primero, estas leyes tendrán el efecto de transformarte en un observador más sereno y estratégico de las personas y contribuirán a librarte del drama emocional que innecesariamente te agota.

Rodearnos de gente despierta nuestras ansiedades e inseguridades sobre cómo nos perciben los demás. Una vez que sentimos esas emociones, resulta muy difícil observar a los individuos, porque ellas nos hunden en nuestras sensaciones y hacen que evaluemos en términos personales lo que los demás dicen y hacen: “¿Les agrado o desagrado?”. Estas leyes te impedirán caer en esa trampa, ya que te revelarán que la gente suele enfrentar emociones y problemas que tienen raíces profundas; ellos están experimentando deseos y decepciones anteriores a ti en años y décadas. Cruzas su camino en un momento particular y te conviertes en el cómodo blanco de su ira o frustración. Proyectan en ti ciertos atributos que quieren ver. En la mayoría de los casos, esto no se relaciona contigo como individuo.

Tal cosa no debería trastornarte sino liberarte. Este libro te enseñará a dejar de tomar personalmente los comentarios provocadores, muestras de frialdad o momentos de irritación de los otros. Entre más entiendas esto, más fácil te será reaccionar no con tus emociones, sino con el deseo de comprender de dónde procede esa conducta. Te sentirás mientras tanto mucho más tranquilo. Y conforme esto arraigue en ti, serás menos proclive a moralizar y juzgar a las personas; en cambio, las aceptarás, y aceptarás sus defectos como parte de la naturaleza humana. La gente te apreciará mucho más cuando perciba esta actitud tolerante.

Segundo, estas leyes harán de ti un experto en la interpretación de las señales que la gente emite sin cesar, lo que te dará más capacidad para juzgar su carácter.

Normalmente, si prestamos atención al comportamiento de las personas, nos apresuramos a clasificar sus actos y a sacar conclusiones, así que nos contentamos con el juicio que mejor se acomoda a nuestras ideas preconcebidas. O bien, aceptamos sus explicaciones interesadas. Estas leyes te librarán de ese hábito, pues dejarán claro lo fácil que es malinterpretar a la gente y lo engañosa que puede ser la primera impresión. Tomarás las cosas con calma, desconfiarás de tu juicio inicial y aprenderás a analizar lo que ves.

Pensarás en términos de los opuestos: cuando la gente exhibe abiertamente cierto rasgo, como seguridad o hipermasculinidad, suele ocultar la realidad contraria. Te darás cuenta de que actúa continuamente para un público, que hace alarde de santidad y progresismo con el único fin de disfrazar mejor su lado oscuro. Verás emerger los signos de esa sombra en la vida diaria. Si la gente procede de forma desacostumbrada, toma nota: lo que parece ajeno a su carácter es propio de su verdadero carácter. Si es en esencia insensata o perezosa, dejará señales de eso en detalles que captarás antes de que su comportamiento te perjudique. La capacidad para precisar el verdadero valor de las personas, su grado de lealtad y esmero, es una de las habilidades más importantes que puedes poseer, pues te evitará malas contrataciones, así como asociaciones y relaciones que volverían miserable tu vida.

Tercero, estas leyes te potenciarán para que enfrentes y venzas con inteligencia a los tipos tóxicos que inevitablemente se cruzarán en tu camino y que tenderán a causarte daño emocional a largo plazo.

Las personas agresivas, envidiosas y manipuladoras no suelen anunciarse como tales. Han aprendido a parecer simpáticas en un encuentro inicial, a servirse del halago y otros medios para desarmarnos. Cuando nos asombran con una conducta desagradable, nos sentimos traicionados, molestos e indefensos. Crean presión constante, a sabiendas de que así nos agobian con su presencia, lo que vuelve doblemente difícil que pensemos con claridad o ideemos una estrategia.

Estas leyes te enseñarán a identificar con anticipación a esos individuos, lo cual es tu principal defensa contra ellos, sea que los evites o que, en previsión de sus manipulaciones, cubras tus flancos vulnerables para mantener tu equilibrio emocional. Aprenderás a reducirlos en tu mente a su verdadera dimensión y a concentrarte en las flagrantes debilidades e inseguridades detrás de su fanfarronería. No te tragarás su cuento y esto neutralizará la intimidación de la que dependen. Te reirás de sus pretextos y elaboradas explicaciones de su conducta egoísta. Tu aptitud para guardar la calma los enfurecerá y los empujará a excederse o cometer un error.

En lugar de sentirte oprimido por esos encuentros, terminarás por apreciarlos como una oportunidad para pulir tus habilidades de autodominio y fortalecerte. Superar en astucia a uno solo de esos sujetos te hará sentir seguro de que puedes manejar lo peor de la naturaleza humana.

Cuarto, estas leyes te mostrarán las auténticas palancas para motivar a la gente e influir en ella, lo que volverá mucho más fácil tu camino en la vida.

Normalmente, cuando encontramos oposición a nuestros planes o ideas intentamos cambiar directamente la opinión de la gente y discutir con ella, sermonearla o engatusarla, todo lo cual la conduce a afianzarse en su postura defensiva. Estas leyes te enseñarán que la gente es por naturaleza obstinada y resistente a la influencia. Debes empezar por disminuir su oposición y no alimentar sin querer sus tendencias defensivas. Te enseñarás a discernir sus inseguridades en vez de excitarlas. Pensarás en términos de su interés propio y la opinión de sí mismo que debe validar.

Tras comprender la permeabilidad de las emociones, aprenderás que el medio más efectivo para influir en quienes te rodean es alterar tu estado de ánimo y actitud. Las personas reaccionan a tu energía y disposición antes que a tus palabras. Te desharás de toda actitud defensiva propia. Sentirte relajado e interesado de verdad en los otros tendrá un efecto positivo e hipnótico. Aprenderás que, como líder, tu mejor recurso para mover a la gente en tu dirección consiste en fijar el tono correcto a través de tu actitud, empatía y ética de trabajo.

Quinto, estas leyes harán que te percates de la hondura con que operan en ti las fuerzas de la naturaleza humana, lo que te dará poder para cambiar tus patrones negativos.

Nuestra respuesta normal cuando leemos u oímos hablar de las oscuras cualidades de la naturaleza humana es excluirnos. Siempre es otro el narcisista, irracional, envidioso, presuntuoso, agresivo o agresivo-pasivo. En casi todo momento creemos tener las mejores intenciones. Si nos desviamos es por culpa de las circunstancias o de quienes nos obligaron a reaccionar de forma negativa. Estas leyes te permitirán abandonar de una vez y para siempre ese proceso de autoengaño. Todos estamos cortados con la misma tijera y compartimos tendencias iguales. Cuanto más pronto te des cuenta de esto, más capaz serás de vencer en ti esos rasgos negativos potenciales. Examinarás tus razones, considerarás tu sombra y tomarás conciencia de tus tendencias agresivas-pasivas. Esto te facilitará detectar esos rasgos en los demás.

También serás más humilde, pues repararás en que no eres superior a otros, como imaginabas. Tu conciencia de ti mismo no te hará sentir culpable ni abrumado, sino al contrario. Te aceptarás como un individuo completo que abraza lo bueno y lo malo y que desecha su falso concepto de sí como santo. Te sentirás descargado de hipocresías y en libertad de ser tú mismo. Esta cualidad atraerá a la gente.

Sexto, estas leyes te transformarán en un individuo más empático, lo que producirá vínculos más estrechos y satisfactorios con quienes te rodean.

Los seres humanos nacemos con un gran potencial para comprender a los demás en un nivel no meramente intelectual. Éste es un poder que nuestros más remotos antepasados desarrollaron y que nos enseña a intuir los estados de ánimo y sentimientos de otras personas mediante el hecho de verlos desde su perspectiva.

Estas leyes te instruirán para que saques a relucir ese poder latente en el mayor grado posible. Aprenderás a desprenderte poco a poco de tu incesante monólogo interior y a escuchar con atención. Te educarás para asumir el punto de vista ajeno tanto como sea posible. Usarás tu imaginación y experiencias para sentir lo que sienten los demás. Si describen algo doloroso, tienes tus propios momentos dolorosos a los que recurrir como analogía. No sólo serás intuitivo; la información que obtengas por ese medio empático será objeto de análisis, lo que te brindará un mayor discernimiento. Oscilarás sin cesar entre la empatía y el análisis y esto te permitirá poner al corriente tu capacidad de observación y aumentar la de ver el mundo a través de otros ojos. Notarás que de esta práctica habrá de emerger una sensación física de vinculación con la gente.

Necesitarás cierto grado de humildad en este proceso. Es imposible saber con exactitud qué piensan los demás, así que cometerás errores fácilmente, pero no te precipites a juzgar; mantente abierto al aprendizaje. Las personas son más complejas de lo que imaginas. Tu meta es percibir mejor su punto de vista. Este proceso será como el del músculo que se fortalece más cuanto más lo ejercitas.

Cultivar dicha empatía tendrá innumerables beneficios. Todos nos ensimismamos, nos encerramos en un mundo propio. Sentir que salimos de nosotros hacia un mundo ajeno es una experiencia terapéutica y liberadora. Esto es lo que nos atrae del cine y cualquier otra forma de ficción: entrar en la mente y puntos de vista de personas muy distintas a nosotros. Esta práctica cambiará tu manera de pensar. Te enseñará a prescindir de ideas preconcebidas, estar alerta en cada momento y adaptar una y otra vez tus ideas sobre la gente. Descubrirás una gran fluidez en tu forma de abordar los problemas en general; contemplarás otras posibilidades, adoptarás perspectivas alternas. Ésta es la esencia del pensamiento creativo.

Por último, estas leyes cambiarán tu visión de tu potencial, pues te harán consciente de la existencia de un elevado yo ideal en tu interior que querrás sacar a relucir.

Podría afirmarse que los seres humanos tenemos dos lados opuestos dentro de nosotros: uno inferior y otro superior. El inferior tiende a ser más fuerte. Sus impulsos nos orillan a reacciones emocionales y posturas defensivas, lo cual nos hace sentir mojigatos y mejores que los demás. Esto nos induce a sumarnos a placeres y distracciones inmediatos, siguiendo siempre el camino de menor resistencia, lo que a su vez nos lleva a adoptar lo que piensan los demás y perdernos en el grupo.

Sentimos los impulsos del lado superior cuando salimos de nosotros con el deseo de unirnos más a los demás, abstraernos en el trabajo, pensar en lugar de reaccionar, seguir nuestro camino en la vida y descubrir lo que nos hace únicos. El inferior es el lado animal y reactivo de nuestra naturaleza, en el que caemos con facilidad. El superior es nuestro lado verdaderamente humano, el que nos vuelve conscientes y considerados. Y como el impulso superior es más débil, ponernos en contacto con él requiere esfuerzo y discernimiento.

Sacar a relucir ese lado ideal en nosotros es lo que todos realmente queremos, porque sólo si desarrollamos esa vertiente los seres humanos nos sentimos realizados. Este libro te ayudará a lograr eso, ya que te dará a conocer los elementos potencialmente positivos y negativos que cada ley contiene.

El conocimiento de nuestra propensión a la irracionalidad te enseñará que tus emociones tiñen tu pensamiento (capítulo 1), lo que te dará capacidad para ignorarlas y ser racional de verdad. El conocimiento de que nuestra actitud en la vida genera lo que nos ocurre y de que nuestra mente tiende por naturaleza a cerrarse por temor (capítulo 8) te enseñará a forjar una actitud optimista y arrojada. El conocimiento de que sueles compararte con los demás (capítulo 10) te dará un incentivo para destacar en la sociedad con tu trabajo superior, admirar a quienes tienen grandes logros y desear emularlos. Obrarás esta magia en cada una de las cualidades primordiales; usarás tu rico conocimiento de nuestra naturaleza para resistir la influencia degradante de tu lado inferior.

Concibe este libro de esta manera: estás a punto de convertirte en un aprendiz de la naturaleza humana. Desarrollarás algunas habilidades: las de observar y medir el carácter de tus semejantes y sumergirte en tus propias honduras. Te empeñarás en sacar a relucir tu lado superior. Y con la práctica emergerás como un maestro de este arte, capaz de frustrar lo peor que te hagan los demás y de convertirte en un individuo más racional, consciente y productivo.

Un hombre será mejor solamente cuando le hagas ver cómo es en realidad.

—ANTÓN CHÉJOV

Las leyes de la naturaleza humana

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