Читать книгу En busca del destino - Roberto Omar Cirimello - Страница 6
Buscando su destino
ОглавлениеNo existen las coincidencias.
Caminamos cada día, sin darnos cuenta, hacia los lugares y las personas que nos esperan desde siempre.
Alejandra Baldrich
Llegó a Santa Fe en 1959, en uno de esos días en que la siesta es como una antesala del infierno. A decir de mi abuela ni los perros se animaban a salir a la hora de la siesta y las figuras de refracción en el asfalto nos recordaban a esas películas del desierto que, a favor de estas, por lo menos tenían, al final del camino, el premio del oasis. Adentro de un auto estacionado al sol, a la dos de la tarde, una vez medí cincuenta y cuatro grados de temperatura. Nunca lo hice a pesar que probé muchas cosas, pero esa no, la de hacer un huevo frito sobre el asfalto. Un poco por eso de no tirar la comida y otro por respeto al huevo.
Carlos “el Tucu” Baldomero era un tucumano que vino a estudiar Ingeniería Química en una de las dos facultades del país que mayor prestigio tenían en esa época: la de la Universidad Nacional del Litoral. La otra era la de Bahía Blanca, la de la Universidad Nacional del Sur. Por muchas razones se había convertido en un lugar que reunía a muchos estudiantes que venían de distintas provincias del centro, cuyo y norte del país. También vale decir que eran muy pocas las mujeres que, en esa época, estudiaban una carrera técnica. Ya había muchas que apuntaban a la química y la bioquímica, pero una Ingeniería, aunque fuera en química, no era muy elegida por ellas. Esto viene a cuento porque tres chicas en una monada de cincuenta monos en los comienzos de la década de los sesenta eran como una mosca blanca en el harén de Alibaba y los cuarenta ladrones.
Una de ellas, Gabriele Dufau, era de origen francés, no muy agraciada, pero simpática y alegre, sociable y divertida. El Tucu no fue el único que le puso el ojo de entrada, pero fue, como veremos, el único que perseveró en su propósito a pesar de los desaires que Gabriele le hizo en cada uno de los que se le acercaba con fines no académicos. El Tucu era inteligente y después de un par de años de carrera se hizo la fama de buen alumno y consiguió un cargo de Ayudante de Trabajos Prácticos en Química Inorgánica. Esa fama y su disposición, aparentemente desinteresada, hicieron que Gabriele, que no era precisamente rápida para el estudio, los acercó como compañeros de estudio. El Tucu la ayudó en parciales de varias materias lo que permitió que ella, que había empezado un año antes, avanzara en la carrera casi a la par de él.
Algo que no pasaba desapercibido para el Tucu y las compañeras de la residencia donde vivía Gabriele era que cada tres meses, a veces cada seis, desaparecía por una semana. Nadie sabía adónde iba y nunca dejó saber qué hacía en esa semana. Sobre su vida privada sabían que era hija de un matrimonio francés que había emigrado a la Argentina y que al tiempo de estar aquí habían fallecido en un accidente automovilístico. O sea, Gabriele era huérfana y mantuvo en forma muy reservada quien pagaba sus estudios ya que no trabajaba.
En esa época había dos agrupaciones políticas que se disputaban los consejeros para el Consejo Directivo de la Facultad: El Centro de Estudiantes, reformista y el Ateneo, amparado por la Iglesia Católica. Ambas agrupaciones tenían casas donde vivían los alumnos que adherían a cada una de esas agrupaciones. Había para mujeres y para varones. Gabriela vivía en una del Ateneo y el Tucu en una del Centro de Estudiantes. Eso no los separaba porque en realidad Gabriele estaba allí por conveniencia, por la misma razón que fomentaba la amistad con el Tucu.
Todos se encontraban diariamente en el Comedor Universitario que brindaba un excelente servicio de almuerzo y cena a cargo de la Universidad. También lo hacían los de las otras facultades. El Tucu esperaba el momento en que Gabriele llegaba para hacer la cola y se ponía junto a ella. Comían luego en la misma mesa. Poco a poco Gabriele se dio cuenta que no podía seguir beneficiándose de las atenciones y ayudas académicas del Tucu si no cedía a sus deseos. Es apuesto, inteligente y cordial. ¿Por qué no? Pensó Gabriele. Así fue como se formó esta pareja por conveniencia ¿Mutua? Un par de años antes que terminaran la carrera.
Cine, playa, bailes en las casas de estudiantes, y horas de estudio juntos los mantenía en una convivencia “pacífica” si se quiere calificar la pareja de Gabriele y el Tucu. Una vez, en la pieza de él después de hacer el amor, el Tucu se animó a preguntarle adónde iba cada tres meses. El rostro de Gabriele enrojeció pero el Negro no lo pudo ver porque estaban en la oscuridad. Rápida como era le dijo:
—Podes pensar que tengo un novio marino con el que me encuentro cada tres meses cuando viene con su barco a Buenos Aires o, para no ser tan masoquista, que voy a visitar a mi tía Chloé a Paris que tiene cáncer y es quien paga mis estudios desde que murieron mis padres. Tiene una Panadería en Montmartre.
El Tucu pensó en aceptar la primera hipótesis y decirle -¿Y yo qué? pero no valía la pena. Se quedó con la segunda opción que era más amigable para ambos.
Los dos últimos años de Facultad pasaron rápido y, como tenía previsto, Gabriele empezó a preparar su éxodo a Francia, origen de su familia. El Tucu no se enteró casi hasta una semana antes de la partida de esa decisión. Quedó desbastado, pero como era perseverante y estaba enamorado de Gabriele rápidamente empezó a hacer contactos para irse el también.
La partida de Gabriele fue casi una huida ya que no esperaba que el Negro la siguiera. Le dijo que haría un posgrado en la Sorbona y se alojaría en la Residencia del Campus France para estudiantes de Paris. El Tucu sin decirle nada aceleró sus planes de viaje y pensó que le daría la sorpresa al encontrarse en París. En unas semanas tendría todo arreglado para viajar. Esa demostración de su amor superaría su frialdad.
Y así fue, en tres semanas el Tucu llegó a Paris, sin ningún contacto seguro de trabajo ni planes de estudio, solo reencontrarse con Gabriele. Fue directo a una de las Residencias de Campus France, la de Montparnasse. -Aquí no hay ninguna Gabriele Dufau, Messieu. Le dijo el argelino que atendía la recepción. -Puede ser que este en la de Rollin.
Allí fue el Tucu para recibir la misma respuesta, esta vez de un colombiano que, al ver al Tucu tan consternado, le dijo que podía intentar quedarse allí hasta que obtuviera el permiso para iniciar su posgrado si esa era su intención.
—Hay un permiso provisorio por dos semanas para extranjeros que podemos tramitar ya.
El Tucu no lo dudó y aceptó la sugerencia aunque no tenía la menor intención de seguir estudiando. Esas dos semanas le permitirían buscar a Gabriele en otras Residencias privadas para estudiantes, si es que realmente ella estaba alojada en alguna de ellas y ver las posibilidades de trabajo en algo que le interesara. El colombiano era un tipo simpático y amistoso, podría ser un buen contacto en un lugar que no conocía.
Después de intentar infructuosamente de encontrar a Gabriele se dio cuenta que probablemente lo había abandonado ¿Sin miramientos? ¿Y lo que habían vivido? ¿Y si no estaba en Paris? Eso escapaba a sus posibilidades de búsqueda. Podía estar en Lyon o Aviñón, eso sí, debajo del puente.
Conversando con el colombiano que era estudiante de Ingeniería Nuclear le comentó que trabajaba como pasante en el CEA, Commissariat à l’énergie atomique, y que estaban buscando un Ingeniero Químico para el sector de procesamiento de Uranio. Claro, no allí en Paris, pero en su situación no debería tener pretensiones. Era para una planta que está cerca de Aviñón. El Tucu Baldomero no dudó. Al otro día se presentó en las oficinas del CEA en la Rue Leblanc, cerca de Porte de Saint Cloud. Empezó por la recepción explicando en un francés olvidable que venía por un puesto de Ingeniero Químico. La recepcionista simpatizó con él y logró ubicar a través de Recursos Humanos quien buscaba alguien de esa profesión.
Su certificado analítico mostraba un excelente promedio en la Facultad y le tomaron un examen técnico. A la semana lo entrevistaron un psicólogo y alguien de la planta de Tricastin. Todo fue bien. El único problema le dijeron era su francés. Como les interesaba mucho tomarlo le propusieron que haría un curso de inmersión de tres meses para estudiar el idioma en un lugar cercano a Paris y luego empezaría su trabajo en la planta.
—Trés bien, dijo el Tucu, je suis d’accord.
Esta respuesta fue auspiciosa porque fue lo único que había dicho en correcto francés en toda la entrevista.
El lugar donde debía realizar el curso de francés era muy tranquilo, con un entorno de mucha vegetación y los que participaban del curso, doce de distintas nacionalidades, parecían amistosos y cordiales. Además le daban el alojamiento y la comida gratis y un estipendio, inferior al sueldo que tendría en la planta, pero suficiente para su mantenimiento. Si bien esto lo animó para seguir adelante con su aventura europea no podía olvidar el motivo que lo había traído a Francia y a Gabriele. Le costaba aceptar que lo había usado como un osito de peluche y no perdía la esperanza de encontrarla. Usaba los fines de semana para buscar en el centro de Paris, en las Residencias de Estudiantes, si aparecía una Mademoiselle Dufau. Al mes se cansó y le pareció que era tiempo de olvidarse de Gabriele y enfocarse en lo que por ella había encontrado. Las empanadas tucumanas podían pasar a segundo plano lo mismo que el asado y el dulce de leche, junto al recuerdo de Gabriele.
A casi dos meses de haber iniciado el curso hicieron una evaluación y él junto a un Danés llamado Aren Pedersen, su mejor amigo del curso, resultaron con las calificaciones más altas. El Tucu mantenía sus reflejos intactos que lo habían llevado a ser uno de los mejores alumnos de su camada en la Facultad de Química en Santa Fe. Los alumnos del curso pertenecían a distintas organizaciones y entre ellos había una italiana llamada Nina Galuso. La había enviado la Montecatini para hacer una especialización en la Sorbona en bioingeniería. Era muy inteligente y divertida y se había ganado la simpatía de la mayoría de sus compañeros. El Tucu con su experiencia aun no digerida le escapó de entrada pero no así Aren, su amigo, quien no solo se acercó a Nina sino que finalmente la conquistó. Los tres se hicieron amigos y el Tucu le conto su fracaso sentimental con Gabriele. Nina le sugirió que tratara de recordar si Gabriele le había dado alguna pista sobre sus parientes en Francia. ¿Por qué debía pensar que Gabriele lo había usado? ¿Y si en realidad no encontró lugar en las Residencias y se alojó en la casa de algún pariente? Lo que para el Tucu estaba sepultado renació como un zombi y lo persiguió varios días.
Una de esas noches que no podía dormir recordó la vez que Gabriele le había contado que una alternativa de su desaparición trimestral era para visitar a la tía Chloé que vivía en Paris, que tenía una panadería en Montmartre. Al día siguiente, sábado, fue a recorrer las calles de Montmartre para ver si encontraba esa panadería. Después de una hora de caminata se sorprendió al ver en la calle de enfrente por donde caminaba un negocio que decía: Boulangerie Chloé. No dudó en cruzar la calle y entrar. Preguntó por la dueña.
—Madame Chloé murió hace dos años, señor. Su hija es ahora la dueña.
—¿Podría hablar con ella?
—Sí señor, ¿Quién es Ud.?
—Mi nombre es Carlos Baldomero, he sido compañero de estudios de Gabriele Dufau, prima de la actual dueña ¿creo? Por casualidad ¿No vive aquí?
—Ah, sí, Gabriele. Ella vino hace unas semanas, estuvo parando aquí hasta que su novio, el marino alemán, la vino a buscar y se fueron a vivir a Alemania. Espere que llame a Annette, su prima.
—No, por favor no hace falta, dígale que estuvo un amigo de Gabriele solamente, no la moleste. Le estoy muy agradecido por su amabilidad. —Le extendió la mano como se estila en Francia y se fue.
Salió a la calle y siguió caminando en subida, hacia la basílica del Sacré Cœur. Iba como un autómata y se perdió los pintorescos negocios de souvenirs que había en ese recorrido. Llegó al funicular que lo llevaba hasta la parte superior de la colina. Una vez allí se paró en la escalinata de la basílica y se quedó pensativo, casi perplejo, mirando hacia el Paris que estaba a sus pies.
Como una película le pasó en su mente todo lo vivido con Gabriele en Santa Fe, su partida, su propio viaje y las circunstancias que lo colocaban ahora al borde de iniciar una vida en un país que hacía tres meses ni idea había pensado para vivir. Tenía ante sí lo que le esperaba en la planta de Tricastin, en el valle del Ródano, era joven y podía forjarse un porvenir allí. Pensó que el destino era algo a lo que no se podía escapar, eso sí ni loco se enamoraría otra vez de una francesa, elegiría una africana que a decir de sus compañeros de francés son fieles, honestas y leales.