Читать книгу Pensar y sentir la naturaleza - Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo - Страница 14
Encuentro con la naturaleza y dinámica de los sentimientos
ОглавлениеCallicott retoma el papel de los sentimientos morales en relación con la ética ambiental, no obstante, pretende un holismo ecológico diferente al concebido por Leopold, de ahí sus dificultades para articular ambas perspectivas. En este sentido, Callicott tampoco es coherente con su concepción del valor intrínseco y no antropocéntrico al reconocer la prioridad de los deberes familiares y sociales, propios de la condición moral humana, y al aceptar distintos niveles de obligación en la atención a los intereses de individuos, grupos y especies no humanos. Este no es el caso de la ética de la tierra en tanto la cuestión del valor intrínseco es matizada en otros términos.
Leopold piensa básicamente en función de valores inherentes en los organismos, esto es, valores vitales propios de su condición biológica. Estos están vinculados con la autoconservación, el florecimiento y el despliegue de funciones en un hábitat. Lo relevante para el pensamiento ecologista se da en el logro de una perspectiva integracionista en esta concepción: todos los organismos humanos y no humanos configuran una simbiosis, una red de dependencias dentro de un flujo de asimilación y liberación de energía, posibilitador del equilibrio de ecosistemas y de la tierra. Esta comprensión dota a la ética de la tierra de un contenido moral emocional.
Los sentimientos de respeto, admiración y benevolencia hacia la naturaleza se dirigen concretamente a las interconexiones entre organismos y especies, son ineludibles con el desarrollo de conciencia ecológica. Las virtudes bióticas o ecológicas son, entonces, las virtudes del cuidado y la conservación pensando en términos del bienestar humano y de organismos no humanos. Luchar por evitar la intervención humana con fines recreativos, científicos o industriales en amplias zonas de naturaleza virgen (aún existentes en la época de Leopold) para proteger, por ejemplo, al oso negro, constituye un compromiso moral no solo en función de la supervivencia de una subespecie, sino a favor del bienestar de múltiples seres afectados directa o indirectamente con su extinción. Se trata de una consideración moral multidimensional, enmarcada en la pirámide de la vida, pero centrada en atender organismos en situaciones específicas de necesidad o dependencia.
La articulación de disposiciones ético-afectivas con el pensamiento y activismo ecologista se ve generalmente obstaculizado por la forma en que estas son concebidas. Hargrove lo evidencia cuando tacha de metafísico el intento de retomar la concepción de los sentimientos morales de Hume para aplicarla a la ética ambiental sirviéndose del evolucionismo de Darwin. El enfoque de las virtudes le resulta una concepción más plausible para evitar cuestiones metafísicas y para explicar, a su vez, una ética ambiental a partir de sentimientos naturales y sociales íntimamente ligados al comportamiento ético (Hargrove, 2002, pp. 141-144). Fisher, por su parte, aboga por recuperar el móvil de la simpatía sin referenciarla a una concepción filosófica en particular. Simplemente es deseable desenvolverla internamente a partir de un conocimiento serio de los animales silvestres y de la naturaleza, conocimiento provisto principalmente por la etología y la biología (Fisher, 1987). De esta manera, la comprensión empática de la vida de los animales y de las interacciones entre organismos y especies resulta consecuente con la apertura hacia la ética de la tierra, sin necesidad de remitirla a una perspectiva moral específica de los sentimientos.
La ausencia de referentes conceptuales de índole moral, definidos en torno a una perspectiva de los sentimientos aplicada a la ética ambiental, impide concebir el despliegue de disposiciones afectivas según un horizonte normativo. Tal horizonte está ligado al cultivo de virtudes del carácter en función de atender la vulnerabilidad y las necesidades de individuos humanos y no humanos en el contexto de la vida social o de una comunidad ecológica. La cuestión se expresa ahora en determinar si es favorable partir de una concepción moderna de los sentimientos morales o, por el contrario, asumir otros referentes de partida acordes con la investigación contemporánea en las ciencias sociales y de la naturaleza.
Para Partridge, el enfoque de los sentimientos morales heredado de Hume y centrado en la simpatía y la benevolencia es inapropiado para una ética ambiental por cuanto este se circunscribe a la comunidad moral, esto es, a la interacción humana (Partridge, 2002, p. 23). Así, el enfoque de los sentimientos puede aplicarse a la ética ambiental pero desde una interpretación distinta.
Partridge propone recuperar una psicología no-moral capaz de dar cuenta de sentimientos naturales de asombro, tranquilidad y deleite en el encuentro con la naturaleza, propios de una dotación biológica neuronal y cognitiva (Partridge, 2002, pp. 28-30). Se centra en los sentimientos naturales en tanto le permiten explicar la motivación ética para el cuidado del medio ambiente a partir de la propia constitución física y neuronal humana, esta vincula a la especie Homo sapiens con el entorno natural del cual ha dependido por miles de años, un entorno con el que ha interactuado en un largo desarrollo evolutivo (Partridge, 2002). Partridge coincide de este modo con Hargrove cuando privilegia el pensar en términos de sentimientos naturales. Sin embargo, mientras Partridge evita la cuestión de los sentimientos morales por tener una carga valorativa asociada al encuentro entre seres humanos, Hargrove reconoce el papel de los sentimientos sociales al posibilitar la madurez de estados emocionales de consideración moral aplicables a una ética del encuentro con los animales y con la naturaleza en general. Una perspectiva de los sentimientos morales aplicable a la ética ecológica no desplaza ni pretende negar el papel de los sentimientos naturales según los entiende Partridge; por el contrario, tal mirada es coherente con la interpretación evolutiva de los sentimientos presentada por De Waal (2007): los sentimientos morales son estados emocionales ligados a juicios y a procesos de abstracción cuyo origen evolutivo se encuentra en las relaciones empáticas de cooperación y reciprocidad observadas entre los mamíferos sociales.
Barkdull es otro de los críticos del intento de asociar la tradición de los sentimientos morales con la ética ecológica, cuestiona la ética ambiental de Callicott al preguntar si los sentimientos morales, entendidos como primeras percepciones sobre lo correcto y lo incorrecto, incluyen aversión al daño de la integridad, estabilidad y belleza de la tierra, incluso sirviendo este daño a los fines del desarrollo económico (Barkdull, 2002, p. 43). Para responder a este interrogante, interpreta el ejercicio de la simpatía en dos direcciones: además de implicar buenas motivaciones, requiere de aplicación activa en el logro de resultados consecuentes con la motivación simpática. En este sentido, concluye, el promedio de las personas tendría dificultades para trasladar por analogía los sentimientos morales generados desde la interacción social hacia la comunidad biótica, en tanto las pasiones morales se suscitan especialmente a partir de la interacción y la reciprocidad. Barkdull soporta su postura tomando un referente conceptual clásico: la filosofía de los sentimientos morales de Smith, dice, es inapropiada para desarrollar incluso una moral de la compasión en tanto esta se reduce realmente al encuentro con amigos y parientes y, en casos extremos, se acepta dirigirla hacia los extranjeros en una situación calamitosa. De hecho, afirma, sus deberes de benevolencia no estaban pensados desde la concepción de una comunidad universal del género humano (Barkdull, 2002, pp. 47-48).
La dificultad para extender la simpatía natural y social de Smith hacia desconocidos y extranjeros conduce, para Barkdull, a replantear cualquier intento de justificar su manifestación respecto a la condición de animales silvestres y ecosistemas. La expresión de sentimientos morales orientados por juicios analógicos en el encuentro con animales y ecosistemas solo puede ser producto de un desarrollo histórico de disposiciones individuales y colectivas aportado por la educación, el conocimiento científico y los cambios culturales sensibles al mundo natural (Barkdull, 2002, pp. 50-51).
Barkdull y Partridge no precisan en sus análisis el criterio para catalogar un sentimiento como moral. La compasión es un sentimiento moral cuando se interpreta como disposición a participar del dolor de otro ser y a contribuir con su mitigación. Es irrelevante si el objeto de la compasión es un animal humano o no humano por cuanto el detonante central es una condición de sufrimiento reconocida en cualquier ser sentiente. La compasión también se puede dirigir hacia especies o grupos de animales no humanos cuando se identifica vulnerabilidad o un riesgo colectivo en perjuicio de su integridad y bienestar. La benevolencia, a su vez, es un sentimiento moral cuando se asocia a un juicio de consideración hacia cualidades dignas de estima. La benevolencia busca favorecer o beneficiar a cualquier organismo con un cuidado amoroso basado en la gratuidad. Lo anterior significa que el despliegue de sentimientos morales de compasión y benevolencia no depende de relaciones de simetría y reciprocidad, sino que está ligado al cultivo de virtudes del carácter en el contexto de una comunidad ético-política atravesada por una conciencia individual y social ecológica.
También cobra sentido pensar en términos de emociones y virtudes ecológicas desprendidas de la apreciación estética de la naturaleza y del respeto que ello infunde. De hecho, Smith establece cierta relación entre el juicio ético y el estético, lo que abre la vía para el cultivo de sentimientos y emociones atentas a los intereses y necesidades de animales próximos a la vida social humana. Ciertamente, la teoría de los sentimientos morales de Smith se enmarca en un escenario de convivencia y de regulación recíproca de actitudes y comportamientos. Pero Barkdull se apresura al concluir sobre la inoperancia de tales sentimientos, al menos en la relación con los animales, desconociendo la habitual interacción social con muchas especies domésticas. Algo similar ocurre en la perspectiva de Hume (2005) cuando por medio del juicio analógico identifica cualidades dignas de estima incluso en animales silvestres. Hume reconoce una estrecha semejanza entre los procesos cognitivos de humanos y animales, por ello interpreta el comportamiento de algunos animales en términos de virtudes análogas a las expresadas por el ser humano. La simpatía humeana es una inclinación natural reguladora del comportamiento social, pero con potencial para operar en el encuentro con los animales, deviene en un sentimiento normativo exigente de respeto y consideración en función de la admiración y sensibilidad hacia seres muy similares a los humanos.
Extender la consideración hacia seres no humanos con base en sentimientos morales también parte de comprender los nexos vinculantes entre todos los organismos habitantes del planeta. En la comunidad ecológica de Leopold la ampliación de la responsabilidad ética es resultado de la evolución biológica y social de la razón y los sentimientos. La cuestión de la reciprocidad y del valor intrínseco es irrelevante al momento de tejer una comunidad entendida desde relaciones asimétricas. En esta, seres y especies no humanas son incluidos en el universo de la consideración moral con la mediación de sentimientos básicos susceptibles de ser desplegados y cultivados para acoger variadas manifestaciones de vida. Callicott así lo entendió cuando concibe los sentimientos morales como un producto natural de la interacción social, pero dirigibles hacia seres no humanos al suscitar algún interés. Infortunadamente, Callicott se aleja de la mirada de Leopold introduciendo la cuestión del valor intrínseco en términos holistas, de ahí su dificultad para articular su concepción de los sentimientos morales con su ética ecosistémica.
La simpatía moral está lejos de basarse en un holismo o en contenidos de valor establecidos a priori, parte del encuentro con los organismos y se liga a juicios de valor formulados atendiendo a un contexto y a condiciones de existencia específicas. La posibilidad de una ética de la tierra, ligada a la simpatía y a una teoría general de los sentimientos morales, implica considerar la dificultad para adaptar una concepción empírica del desarrollo de tales sentimientos con una concepción ética ecológica con pretensión de ser objetiva y normativa. También reta a estimar el desenvolvimiento de la conciencia subjetiva de una ética de la tierra, pues resulta un logro por alcanzar en la mayoría de las personas y sociedades. El conocimiento ecológico y la educación ético-ambiental juegan por ello un rol importante.
Con la apelación a los sentimientos naturales, Partridge pretende separar el tejido social de los sentimientos morales de su potencial para constituir vínculos de atención y cuidado presentes en la noción de comunidad ecológica. Esta representación niega la permeabilidad entre ambos escenarios y asume la ética ecológica desde un determinismo naturalista. No obstante, las inclinaciones naturales encargadas de favorecer la evolución de los animales humanos y no humanos y su adaptación a distintos ambientes son, por sí mismas, insuficientes para dar cuenta de la consideración en sentido moral.
La ética de la tierra plantea un sentido de la protección y el cuidado hacia plantas, ríos, suelos, mares y ecosistemas por ser la base para el desarrollo y bienestar de organismos y especies asociados por sus dependencias en términos de intercambios de energía. La representación de un individuo o grupo de organismos, en función de su dependencia hacia otros y de su vulnerabilidad, plantea exigencias de índole moral no resueltas con la mera apelación a sentimientos naturales de empatía y cuidado.
En el contexto de una ética de la tierra, los dilemas morales del conservacionismo exigen conocimiento y sensibilidad junto a un profundo sentido de la responsabilidad respecto a la incidencia de unos organismos y especies en otros, en un hábitat específico alterado por el accionar humano. Los sentimientos morales vinculados al juicio ético, al cultivo de virtudes ecológicas y a la comprensión del funcionamiento de los ecosistemas y de las necesidades del animal humano y no humano contribuyen a constituir, por ende, una perspectiva ecológico-humanista de la responsabilidad y la acción prudencial. Esta es una postura contrapuesta a la idea de disolver la moralidad de las acciones bajo el criterio del naturalismo pretendido por Partridge. Este humanismo se despliega a partir de una ética afectiva y por ello postula un escenario de encuentro cordial con los animales y la naturaleza, igualmente dialoga con concepciones animalistas y con perspectivas ecofeministas, asume una reflexión sobre los sentimientos morales vinculando enfoques de análisis sin desconocer el pluralismo y el antagonismo de algunas filosofías ecológicas y, por último, valora en general el universo ético-emocional de múltiples narrativas del encuentro con la naturaleza pero tomando una distancia prudente frente a ecologismos radicales.