Читать книгу Pensar y sentir la naturaleza - Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo - Страница 15

Virtudes bióticas y disposiciones ético-afectivas

Оглавление

Identificar capacidades y necesidades en los animales no humanos, plantas y ecosistemas exige al menos atenderlas por medio de virtudes concretas. Pensar las virtudes en función del encuentro con los animales y la naturaleza representa un problema para la tradición filosófica. Esta plantea una restricción al ejercicio de las virtudes, debido a la consideración de una racionalidad dirigida al cultivo de los hábitos y del carácter en función de la comunidad ético-política. De igual manera, hay una despreocupación por el papel de los sentimientos morales, aunque Sandler intenta recuperar la perspectiva de las virtudes para aplicarla a los problemas de una ética incluyente de todos los miembros de la comunidad biótica. Con todo, resulta escasa la referencia a las dinámicas afectivas y a las disposiciones empáticas para articularlas con las virtudes a desplegar en el encuentro con el mundo natural. Para el caso de Sandler, la amistad, la lealtad, la gratitud y la benevolencia con la naturaleza pueden defenderse como virtudes ecológicas atendiendo algunas precisiones.

Por ejemplo, la amistad con la tierra resulta incomprensible si se entiende como una extensión de la amistad interpersonal, entre iguales y en términos de reciprocidad; pero cobra sentido cuando se comprende en términos de una relación afectiva de mutuo beneficio, con ciertos individuos no humanos con altas capacidades psicológicas (Sandler, 2008, pp. 11-12). Igualmente, el cultivo de virtudes se basa en una variedad de capacidades de respuesta para atender diversas demandas, según el tipo de entidades con las cuales se establece una relación, ya sea organismos individuales, ecosistemas o paisajes naturales (Sandler, 2008, p. 41).

Bajo este esquema, la generosidad y la gratitud se constituyen como virtudes del carácter ligadas a disposiciones y afecciones del agente, no como dependientes de una obligatoriedad exigida por la racionalidad en función de la retribución. Aquí, la relación y la distinción entre virtudes y sentimientos resultan confusas. Sandler se refiere a la compasión como una virtud (2008, p. 41) sin precisar la diferencia cuando se la entiende también como sentimiento. El carácter compasivo es una virtud entendida como práctica y hábito de atender el dolor y sufrimiento de otros seres, se supone que en este debe estar presente el sentimiento de la compasión, una disposición del ánimo para colocarse y sentir en el lugar de otro, junto con un interés afectivo por aliviar su dolor. La gratitud hacia la naturaleza como virtud del carácter se entiende como la expresión de hábitos y prácticas orientadas hacia la retribución por el bienestar que dispensa, manteniendo su integridad y salud. Por su parte, el sentimiento de gratitud envuelve un estado emocional de complacencia por los frutos de la tierra y la vida que permiten, este es consecuente cuando está ligado a la práctica del cuidado y a los hábitos de vida favorecedores del equilibrio de la naturaleza. Esta idea de la gratitud también se hace patente en la perspectiva de una agroética, pues al menos “deberíamos agradecer siempre el exceso de generosidad de las plantas verdes, esa nutritiva gratuidad gracias a la cual vivimos todos los seres heterótrofos que poblamos el planeta” (Riechmann, 2004, p. 199).

La gratitud puede reflejarse por medio de actitudes y virtudes del cuidado tanto negativas como positivas. El cuidado hacia organismos no humanos se expresa de forma negativa en disposiciones de no matar, no impedir su funcionamiento biológico o no socavar las condiciones necesarias para su florecimiento (Sandler, 2008, p. 73). Estas disposiciones son negativas cuando están orientadas a dejar de impedir u obstaculizar el potencial o fines de cada organismo. El enfoque de los sentimientos morales opera principalmente con el cuidado en sentido positivo. Este se manifiesta atendiendo las condiciones necesarias para el despliegue de las fuerzas vitales de cada organismo. El cuidado positivo vela por la situación específica de cada organismo según su especie y hábitat, por ende se apoya en un interés orientado hacia el sostenimiento de la vida. En el cuidado positivo operan disposiciones empáticas asociadas a actitudes comprometidas con la atención y el ocuparse de otros seres sin esperar con ello retribución o reciprocidad.

Sandler clasifica las virtudes ambientales en seis grupos, donde cada uno involucra virtudes específicas del carácter. Están las Virtudes de la Tierra (amor, consideración, armonización, sensibilidad ecológica y gratitud), las Virtudes de la Sustentabilidad (temperancia, frugalidad, previsión, armonización y humildad), las Virtudes de Comunión con la Naturaleza (asombro, apertura, sensibilidad estética, atención y amor), las Virtudes de Respeto por la Naturaleza (cuidado, compasión, justicia restitutiva, no maleficencia y sensibilidad ecológica), las Virtudes del Activismo Ambiental (cooperatividad, perseverancia, compromiso, optimismo y creatividad) y las Virtudes de la Custodia Ambiental (benevolencia, lealtad, justicia, honestidad y diligencia) (Sandler, 2008, p. 82).

Estas virtudes también pueden diferenciarse por su propósito. Por ejemplo, las virtudes ambientales de la compasión y el cuidado tienen un objetivo productivo al encaminarse hacia la protección y atención de las demandas de los organismos; las virtudes de la gratitud, la apreciación y el maravillarse poseen un propósito expresivo o experiencial al orientarse hacia la valoración positiva en la contemplación de realidades ajenas a la propia condición o la alteridad (Sandler, 2008, p. 106). La justificación de estas virtudes puede variar ya que dependen de una consideración particular de la naturaleza (si esta posee un valor inherente, o si es importante como recurso, o si atiende a las capacidades de las especies para sentir, florecer o relacionarse con los humanos). Estas consideraciones cobran significado moral cuando su adopción tiene como propósito superar el antropocentrismo radical.

Pensar las virtudes desde una racionalidad preservacionista implica el desarrollo de un carácter moral orientado a atender necesidades e intereses de múltiples organismos y ecosistemas por el valor de sus capacidades y fines. Si bien asociar la protección de organismos y ecosistemas a las condiciones de bienestar y sostenibilidad de la especie humana logra motivar el desarrollo de virtudes ecológicas, cabe reconocer con Schopenhauer la índole del carácter moral en función de la superación de las inclinaciones egoístas por medio de un móvil afectivo auténticamente interesado en la situación de un otro por su condición misma.

Si la naturaleza debe cuidarse por cuanto ello garantiza el florecimiento de los agentes morales autónomos y racionales, se asume de nuevo la noción de los deberes indirectos. La mediación de las virtudes entra a contravenir capacidades empáticas de compasión y benevolencia disociadas de la persecución de un fin estratégico. Las virtudes ambientalistas son plurales y se orientan al desarrollo de un carácter moral atento al florecimiento, salud e integridad de humanos, de organismos no humanos y de ecosistemas. El cultivo de tales virtudes se encuadra en el ecologismo moderado frente a uno radical, con el que se desfigura la agencia moral de la humanidad al concebirse en el mismo nivel de especies no humanas. Se centra, por ello, en la confianza de una humanidad dispuesta a indignarse y a tomar acción frente a la explotación indiscriminada de la naturaleza y la desconsideración hacia el bienestar de organismos y especies no humanos. Las relaciones entre la acción ética y la motivación afectiva pueden expresarse en los siguientes términos:

Lo que mueve al ser humano son los sentimientos, más que las razones, aunque ciertamente la ética fundada en razonamientos es indispensable para contener y atemperar los desbordamientos de las emociones. La razón hace más humana la emoción, pero no la suplanta como móvil de la acción. La ética parte del sentimiento para convertirse en razón. […] El ser ético se piensa, pero sobre todo se siente. La ética ambiental debe pues llegar a transformar en sentimientos profundos sus principios y valores. Los comportamientos deben estar dictados desde la pulsión y la repulsión, más que por una lógica y la razón. (Leff, 2002, pp. 307-308)

La responsabilidad ética se desprende precisamente de la consideración del florecimiento y de la vulnerabilidad, en vez de requerir la sustentación de un estatus moral metafísico. Se vincula con la actitud y la habilidad para sentir o verse emocionalmente afectado y para atender necesidades y fragilidades específicas por medio del cultivo de virtudes. Las dinámicas de los sentimientos suelen relacionarse a la facultad afectiva, independiente de la racionalidad. El sentimiento puede interpretarse como principio autónomo y fuente de las emociones, asociado “con el reconocimiento de la subjetividad humana como algo irreducible a un conjunto de elementos objetivos u objetivables, o modificaciones pasivas producidas por tales elementos” (Abbagnano, 1996, pp. 1041-1042). El desarrollo del análisis de la categoría sentimiento se vincula al surgimiento de la modernidad. En particular, la experiencia subjetiva del sentimiento moral se matiza en la tradición moderna, diferenciándolo de un variado elenco de vivencias anímicas, atendiendo sus características y causas: pulsiones, pasiones, inclinaciones, deseos y emociones.

En la expresión de juicios morales juega un papel relevante el encuentro de la razón con la emoción. El agente moral se interpreta a partir de esta confluencia reconociendo la complementariedad de las perspectivas humeana y kantiana. El sentimiento moral viene a mediar entre el ejercicio de la razón y lo intuitivo-emocional, ambos necesarios para la toma de decisiones desde juicios morales. Así, el juicio moral deja de descansar solamente en disposiciones inconscientes o predeterminadas por emociones evolutivamente logradas, también deja de restringirse al ejercicio calculador de una racionalidad con pretensión de motivar el comportamiento a partir de principios normativos culturalmente logrados30. En efecto, se trata de asumir una comprensión del planeta desde la empatía, una actitud en la cual, sin desconocer la individualidad del agente moral, se extiende el sentido de lo contextual. Por ejemplo, en un contexto de cambio climático urge pensar como un planeta (Hirsch & Norton, 2012) para poder abrazar las montañas, los ríos y bosques, con un compromiso por cultivar virtudes locales para afrontar crisis ecológicas a gran escala.

Pensar y sentir la naturaleza

Подняться наверх