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Capítulo dos.Lo evidente invisible

«Ordena tu habitación», «por favor, ese pupitre está hecho un desastre», «¿cómo puedes tener así la mesa?, no entiendo cómo encuentras las cosas». Llevo oyendo estas frases y parecidas desde que tengo uso de razón. Y de verdad que me esforzaba en ser ordenado y me sentía mal cuando no lo conseguía. Hasta el día que descubrí que no podía serlo. Fue un alivio, la verdad. Así que dejé de intentar ser ordenado y por fin pude hacerme cargo de mi desorden. Más adelante os cuento como, ahora el objetivo es tomar consciencia de la trampa del «cambio».

Desde que naces te piden que cambies. Cualquier aspecto de tu forma de ser que la sociedad en la que vives no considere «normal», serás invitado (en el mejor de los casos), instigado, presionado... a que lo cambies. Y si no lo haces serás reprendido, castigado, juzgado...

Pero es tu forma de ser; así que no puedes cambiar, y de algún modo sufrirás por ello.

Supongamos que Enrique puntúa 90 en extroversión. Esto quiere decir que el 90% de la población es menos extrovertida que él:


Figura 3. Extroversión de Enrique


Es un hombre muy extrovertido que lleva toda la vida oyendo: «Quique, para ya», «Enrique, no hay quien te aguante», «¿quieres estarte quieto por favor?» Pero Enrique no ha parado quieto nunca, aunque se ha esforzado mucho; incluso le han castigado por ello.

Marta, en cambio, puntúa 20 en la escala extroversión, lo que significa que el 80% de la población es más extrovertida que ella:



Figura 4. Extroversión de Marta

Marta es introvertida desde niña y lleva toda la vida oyendo: «Marta, anímate», «Marta deja de leer tanto y sal a jugar», «Marta tienes que relacionarte más», «¿ya te vas? ¡Si estamos en lo mejor de la fiesta!» Y Marta se esfuerza mucho y aguanta como puede intentando seguir a los demás, pero no lo pasa bien.

Entonces Enrique y Marta oirán que tienen que esforzarse más; que si quieren, pueden. Pero es una trampa: la fuerza de voluntad también tiene una base biológica; forma parte de nuestra naturaleza tener más o menos fuerza de voluntad y a lo mejor no es el motor que dirige nuestras acciones.

Si no estás entre el 25 y el 75 de la escala (donde está la mayoría de la población), la sociedad te pedirá que cambies y entres en ese rango.


Figura 5. Curva normal

El grupo intenta que los individuos cambiemos para adaptarnos a los demás, a la zona media.

Pero la mitad de la población puntúa entre 0 y 25 y entre 75 y 100 en los componentes de la personalidad. Está fuera de la zona media. Son personas que, en algún aspecto de su forma de ser, no encajan, son diferentes. En los próximos capítulos veremos por qué ocurre esto y por qué paradójicamente está instaurado en nuestra cultura que sí podemos cambiar si nos esforzamos lo suficiente.

Nuestra sociedad actúa intentando llevar a las personas a la media de comportamiento. Aristóteles decía: «En el término medio está la virtud»2, una idea todavía muy presente en cualquier ámbito de nuestra cultura. Todo comportamiento que se desvíe, en uno u otro sentido, es sancionado de algún modo.

Este intento de cambiar a las personas se da en todos los ámbitos.

Los profesores experimentan la frustración de intentar cambiar a sus alumnos. Empiezan ilusionados y cargados de herramientas destinadas a implantar los comportamientos y valores «adecuados». Pero ven como pasan los cursos y que hay alumnos que no terminan de adaptarse. Quizás conocer a esos estudiantes y adaptar las herramientas a ellos y no tratar de adaptarlos a ellos a las herramientas, sería más útil. Luisa, orientadora en un colegio, dice: «Es como intentar que encajen cuadrados en círculos; siempre te sobra o te falta algo, nunca acaba de funcionar». Posiblemente el mejor profesor que recuerdas era aquel que no te juzgaba, que no te pedía que cambiaras. Era el profesor que te «vio», más allá de lo que tú mismo eras capaz de verte, y sacó lo mejor de ti sin pedirte lo que no podías dar.

En las empresas se dan por «perdidos» a los empleados que, a pesar de haber sido formados y ascendidos –y culpabilizados al final–, no acaban de dar lo que se esperaba de ellos. Porque nadie se ocupó de averiguar qué era lo que les iba mejor. Sus carencias para ejercer un determinado puesto fueron suplidas con una formación que no dio los resultados esperados.

Imaginad una pareja que adopta dos niños cuando son bebés (y que no son hermanos biológicos entre sí). Si la personalidad es lo que mejor define nuestra forma de ser, ¿cuánto se parecerán las personalidades de esos dos hermanos cuando sean adultos? ¿Y cuánto se parecen las personalidades de dos gemelos idénticos (mismo ADN) criados por separado?

Cuando preguntamos en algún foro, los porcentajes varían mucho, aunque en los dos casos rondan el 50%.

Los padres de esos niños lo saben muy bien (aunque posiblemente responderían de forma errónea, tal es el poder de la cultura). Cualquiera que tenga hijos lo sabe y lo vive, sobre todo si tienes más de uno; ves que su comportamiento tiene un mismo estilo desde que nacen. El bebé tranquilo lo suele seguir siendo después, el niño introvertido lo seguirá siendo más adelante…

Veamos qué dicen los estudios sobre el tema:

 La correlación entre personalidades en el ejemplo de los niños adoptados es... cero. Sí, cero.3 Es decir, ambos niños no se parecerán entre sí a pesar de haber vivido en la misma familia

 La correlación entre personalidades de los gemelos idénticos criados por separado ronda el... 90%.4 Es decir, ambos niños se parecerán enormemente entre sí a pesar de haber vivido en familias distintas

 La correlación entre gemelos idénticos criados juntos, sin embargo, es algo menor, del 80%. Esto se atribuye a que estos niños se esfuerzan en diferenciarse el uno del otro5

 La correlación de personalidades entre hermanos (que no sean gemelos idénticos) ronda el 50%6

En definitiva, estos estudios demuestran que al final nos parecemos a nuestros padres en nuestra estructura de personalidad lo mismo que en nuestro aspecto físico. La personalidad se hereda igual que el físico.

Nos damos un aire a nuestro padre en los ojos y la frente y en cambio nuestra nariz y nuestra boca son más de nuestra madre... cada uno de una manera diferente. Recibimos un 50% de genes de nuestro padre y un 50% de nuestra madre (y no el mismo 50% para cada hermano), a lo que hay que añadir las mutaciones que pueda haber. Además, el resultado de esa combinación da lugar a diferentes posibilidades.

La idea de que las personas no cambiamos tan fácilmente también está presente en la sabiduría popular. Refranes como: «De tal palo, tal astilla» o «de tal simiente, tal gente», hablan de la heredabilidad de los rasgos. Otros refranes hablan de que las personas no cambian: «La cabra tira al monte», «genio y figura hasta la sepultura», «muda el lobo los dientes, mas no las mientes», «prescinde de lo natural, y al instante volverá».

Con mi mejor voluntad puedo ofrecerle una fiesta grandísima a mi hijo. Una fiesta donde él sea el protagonista, con disfraces, bailes y payasos que le saquen en sus números. Y mi hijo, que es muy introvertido, la vivirá como un infierno. Es su personalidad la que modula el impacto de la experiencia, no es la experiencia la que modula la personalidad de mi hijo. El razonamiento del padre es lógico desde nuestra cultura, que asume la posibilidad de cambiar (y desde el intento de ayudar a su hijo: «puesto que mi hijo es introvertido y le cuesta relacionarse, le proporcionaré experiencias que le ayuden a cambiar y él empezará a encontrarse a gusto en ambientes más estimulantes»). Lo que ocurre en realidad es que el niño genera todavía más rechazo, puesto que su biología le pide calma, y vive con mucha tensión la excesiva estimulación. ¡No intentes que tu hijo no sea introvertido!; dótale mejor de estrategias para manejarse en situaciones sociales y nunca esperes que le gusten mucho.

En definitiva, toda la investigación sobre el comportamiento humano, en la que se estudian gemelos idénticos, hermanos biológicos y hermanos adoptados en diferentes contextos (criados separados o juntos) para ir aislando las influencias de cada factor, proporcionan las mismas conclusiones7:

Un 50% de nuestra forma de ser depende de los genes, un 0% depende de la experiencia compartida (es decir, y aunque suene sorprendente, no influye en tu forma de ser que te críes en una u otra familia), y un 50% depende de la experiencia privada.

Esta «experiencia privada» son nuestros genes en interacción con lo que nos pasa (por ejemplo, un niño introvertido que rechaza la fiesta o un niño extrovertido que se aburre en el colegio en la hora de estudio. O una experiencia traumática, que será vivida de forma diferente según la personalidad que tenga cada uno). Este concepto de experiencia privada es muy importante. La sociedad atribuye a la experiencia compartida el moldeamiento de la personalidad (por ejemplo, dos hermanos que comparten el mismo ambiente familiar, el mismo colegio, etc.) La evidencia que viven los padres es que un hermano se adapta mejor que otro a los diferentes ambientes y que sus hijos, de hecho, son diferentes. Pero lo importante es la experiencia privada de cada hermano en cada situación. Su personalidad interactuando con el ambiente. Mi hermano y yo podemos haber ido al mismo colegio y, sin embargo, yo puedo tener un maravilloso recuerdo de mi paso por él y mi hermano aborrecer esa etapa de su vida. Toda experiencia está mediatizada por nuestra personalidad. Es la personalidad la que manda, la que le da un sentido u otro a la experiencia vivida. Soy «yo niño», con mis genes, mi personalidad, el que modulo lo que el ambiente me ofrece, el que elijo unas experiencias sí y otras no, el que vivo de forma agradable o desagradable una situación.

Y hay otra noticia, padres del mundo: la conformación de la personalidad de vuestros hijos, en la parte que no depende de la genética, parece que depende más del grupo de iguales (compañeros y amigos), sobre todo en la adolescencia, que del ambiente familiar8.

Tener en cuenta los resultados de estas y otras investigaciones significaría que «los padres realistas serían unos padres menos angustiados: podrían disfrutar del tiempo que pasan con sus hijos, en vez de estar siempre intentando estimularlos, socializarlos y mejorar su carácter. Podrían leerles cuentos por el simple placer de hacerlo, y no porque sea bueno para sus neuronas»9. Y, siguiendo con el mismo autor, «asumiendo que nuestros hijos son personas, no trozos de plastilina moldeables».

Cualquiera que de lo expuesto concluya que los padres no son importantes no ha entendido mucho. Los padres son muy importantes y harán que sus hijos aprendan y disfruten de su infancia y adolescencia. Y la experiencia privada de sus hijos en gran medida se generará en el ambiente familiar. Pero el cambio de perspectiva sobre lo que puedo y no puedo cambiar en mis hijos facilitará el buen trato y las buenas interacciones con ellos. Disfruta la relación con ellos. Enséñales a gestionar sus emociones, pero no se las niegues. No les digas: «no tengas miedo» (no pueden no tenerlo); en vez de eso enséñales cómo gestionar las consecuencias de ese miedo. Y ten en cuenta como es cada uno; cada perfil requiere una aproximación diferente. Fíate de tu intuición. Todo es más fácil si tu objetivo no es que cambien.

Una mujer muy mayor y muy sabia, preguntándome por mi profesión cuando ejercía la psicología clínica, me decía: «El problema es que la gente vive la vida como debería ser en vez de como es»10. Doy fe de que su vida no había sido nada fácil y que, no obstante, ella siempre estaba contenta, intentando ayudar a los demás. Traslademos esto a personalidad:

El problema es que las personas viven como deberían ser en vez de como son.

Y es que en realidad no sabemos cómo somos, por lo que no sabemos quiénes somos. Nos vemos como seres modificables, empleando nuestra energía en una tarea contranatura. Y no nos disfrutamos. Nos perdemos a nosotros mismos. La vida no pasa en balde. Por eso oímos a muchas personas muy mayores y sabias decir que ya se conocen y que no se van a pedir cosas que no pueden dar.

Es evidente –aunque invisible–, que las personas no podemos cambiar tanto como pensábamos. La experiencia de cada uno está impregnada de vivencias que así lo muestran. Y la ciencia lo demuestra una y otra vez. Las ideas que tenemos interiorizadas sobre la posibilidad de cambio hacen que estas vivencias pasen desapercibidas.

Veamos por qué estas ideas tienen tanta fuerza.

2 Ayllón, 1998.

3 Lohelin, 1992, 1997; Plomin y Daniels, 1987; Plomin, Chipauer y Neiderheiser, 1994; Plomin, Fulkes, Corles, y DeFries et al., 1997; Plomin et al., 2001. Citados en De Juan Espinosa y García Rodriguez, 2004.

4 Bouchard, 1994, 1998; Damasio, 2000; Lykken et al., 1992; Plomin, 1994; Thompson et al. 2001; Tramo et al., 1995; Wright, 1995. Citados en Pinker, 2002) (Bouchard et al., 1988; Carducci, 2009.

5 Bouchard et al., 1988.

6 Carducci, 2009.

7 Bouchard et al., 1988; De Juan Espinosa y García Rodríguez, 2004.

8 Harris, 2002.

9 Pinker, 2002.

10 Barrio, M.

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