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Las diferentes doctrinas religiosas
Pensamientos de la época clásica sobre la reencarnación

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Son mucho más numerosos de lo que puede pensarse. De hecho, buena parte de ellos se debe a la pluma de notables escritores y filósofos griegos. Veamos algunos de ellos.

Los egipcios fueron los primeros en decir que el alma del hombre es inmortal. Sin detenerse, de un vivo que muere pasa a otro que nace; cuando ha recorrido todo el mundo terrestre, acuático y aéreo, vuelve a introducirse en un cuerpo humano. Este viaje circular dura tres mil años. (Herodoto, Historias, II, 123).

Estoy convencido de que podemos renacer realmente y que los seres que están vivos provienen de los muertos (Platón, Fedón).

Los glotones y los borrachos renacerán, quizá bajo la forma de un asno, los hombres violentos e injustos bajo la de lobos y halcones, y los que siguen ciegamente las convenciones sociales bajo la forma de abejas y hormigas (Platón, Fedro).

Cuando el tiempo ha terminado por fin de borrar todas las manchas de las almas y ellas han recobrado la pureza de su origen celestial y la simplicidad de su esencia divina, al cabo de mil años las conduce a las orillas del río Leteo[11], con el fin de llevarlas de nuevo a la vida y unirlas, siguiendo sus deseos, a nuevos cuerpos (Virgilio, Eneida).

Es una creencia admitida universalmente que el alma comete faltas, las expía, sufre castigos en los infiernos y pasa a nuevos cuerpos (Plotino, Enéadas, I, 1-12).

Cuando era piedra, morí y me convertí en planta. Cuando era planta, morí y conseguí el rango de animal. Cuando era animal, morí y alcancé el estado de hombre. ¿Por qué debería tener miedo? ¿Cuándo perdí algo al morir? (Djalâl Al-Dîn Al-Rûmî).

Si se echa una ojeada a la tradición celta se aprecia que los druidas creían en la inmortalidad del alma, cualidad que hizo decir a Diodoro Sículo:

Entre ellos prevalece la opinión de Pitágoras según la cual las almas de los hombres son inmortales y, tras un número indeterminado de años, vuelven a vivir penetrando en otro cuerpo.

Esta tradición, transmitida por Pitágoras pero muy anterior a él, se vuelve a encontrar hoy en un viejo proverbio bretón: Kement beo a zo maro, kement maro o vero beo! («¡Todo lo vivo estuvo muerto, todo lo muerto estará vivo!»).

Nadie puede explicar exactamente de dónde proviene la doctrina reencarnacionista. Su origen se remonta a la noche de los tiempos.

Se enseñaba como misterio esotérico en las iniciaciones egipcias, tres mil años antes de Cristo.

Veamos unos cuantos ejemplares, bastante esclarecedores, de esta tradición:

Antes de nacer, el niño vivió y la muerte no acaba con nada. La vida es un devenir, khèpraou, pasa del mismo modo que el día solar que va a empezar.

El hombre está compuesto por inteligencia, khou, y materia, khat.

La inteligencia es luminosa y se reviste para vivir en el cuerpo con una sustancia que es el alma, ba.

Los animales tienen alma, pero un ba privado de inteligencia, del khou.

La vida es un soplo, niwou.

Justo en el momento en el que el soplo se retira en ba, el hombre muere.

Esta primera muerte se manifiesta de forma material por la coagulación de líquidos, el vacío de las arterias, la disolución de las materias que componen el cuerpo. Estos se conservan con el embalsamiento, incluida la sangre, que ba volverá a dar vida después del juicio de Osiris.

El soplo está al servicio del alma.

11

En la mitología griega, Leteo es uno de los ríos de los infiernos cuyas aguas proporcionan el olvido a las almas de los muertos.

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