Читать книгу Volarás a través del corazón - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 5
PRÓLOGO
ОглавлениеUn remolino de gente comienza a agolparse a mi alrededor al comprobar que los viajeros salen por la puerta de llegadas internacionales. Todos están impacientes y nerviosos por ver a sus seres queridos. Los familiares se amontonan, según van apareciendo, al final de la cinta que marca el pasillo por donde caminan los viajeros con sus equipajes.
El corazón me va a mil por hora. Andrea y Carlos caminan juntos. Les he visto durante un instante, antes de que el tumulto de gente y los demás viajeros que iban más deprisa que ellos me impidieran seguir viéndoles. “¡Dios mío! ¡Qué voy a hacer cuando los tenga delante! ¡Me muero por verles y por abrazarles!”, pienso mientras intento hacerme hueco entre la gente inútilmente para ver por dónde van. Empiezo a desesperarme, cada vez hay más gente entorpeciéndome la visión.
Me da miedo la reacción que podamos tener los dos al vernos después de tanto tiempo. Me tiembla hasta el espíritu. Me atormenta pensar en Alan y en el momento en el que… casi me hace suya. Es extraño como en poco tiempo puede cambiar la vida, como los sentimientos te pueden sorprender sin pretenderlo, sin realmente quererlo. Alan está en mis pensamientos y casi en la necesidad de… Sujeto fuertemente entre los dedos mi medio mundo, ese donde me espera Carlos y desde el que viaja para que podamos estar juntos como tanto deseamos. Por más que intento acercarme a la cinta que nos separa de los viajeros, cada vez lo tengo peor. Necesito ver por dónde van. La ansiedad, los nervios y las ganas que tengo de verles me tienen acelerada al máximo. Entre los empujones que me dan y los que yo doy consigo acercarme un poco más.
¡Al fin! Me quedo petrificada cuando consigo verles. Andrea no deja de reír y de hablar con Carlos, que camina con la cabeza gacha y el gesto serio. Ella está preciosa con un minivestido estampado que enseña más que tapa. Él lleva unos vaqueros desgastados, una camiseta blanca con tres botones en el cuello desabrochados y unas deportivas New Balance de color gris oscuro. Estoy observándole cuando levanta la mirada al frente y veo la intensidad de esta y, a la vez, la preocupación que asoma en ella. En cambio, Andrea es toda felicidad. Sin dejar de reírse y de hablar, le da un codazo a Carlos y él, con una tímida sonrisa, asiente sin quejarse a lo que le dice mi amiga.
¡Madre mía! ¡Mi chico está para comérselo!, pero tan tenso y preocupado como lo estoy yo. Estoy segura de que a él también le inquieta nuestra primera reacción cuando nos tengamos el uno frente al otro.
Por fin, dos personas que tengo delante se apartan y dejan un hueco grande por el que puedo ver a Carlos y a Andrea sin ningún problema. Ellos me descubren enseguida. Les saludo efusivamente con la mano mientras mi alegría se desborda por completo y mis lágrimas de felicidad también lo hacen. Observar por un breve instante cómo la mirada de Carlos cambia al verme… no tiene precio.
Les indico con la mano que les espero al final del pasillo y ellos asienten con un ligero movimiento de cabeza, después de que Andrea casi chilla de júbilo al verme.
Lo más rápido que puedo, me introduzco en la corriente humana que se dirige al mismo sitio que yo. Es una locura. Son varios vuelos a la vez los que desembarcan por la misma puerta, así que el trasiego de personas es arrollador. Es imposible volver a verles.
Si me adentro en el gentío, mal, y si me desmarco de la gente y me retiro un poco, peor. ¡Joder! Estoy tan ansiosa por verles que ya no sé qué hacer ni dónde ponerme. Finalmente, decido alejarme un poco de la muchedumbre y esperar a que se desvanezca la nube humana que me imposibilita verles de nuevo. Saco un pañuelo de mi bolsito y me seco inútilmente las lágrimas. “Menuda llorona me estoy volviendo. Seré paciente y esperaré”, me digo resignada. Introduzco el clínex en el pequeño bolsito y al alzar la mirada veo como se han detenido delante de mí dos de las personas que más quiero en este mundo. No sé qué hacer, si seguir llorando o si tirarme al suelo de la emoción… Lo cierto es que las piernas ya casi ni me sostienen. No soy capaz de moverme y ante mi impotencia bajo la cabeza y me llevo la mano a la boca para tratar de contener por completo ese nudo que tengo en mi garganta. Finalmente, son ellos los que comienzan a caminar.
Yo ya no puedo más y me abalanzo sobre mi amiga Andrea. Ella suelta de golpe todo lo que lleva en las manos: bolso, maleta, revistas… y nos abrazamos olvidándonos de todo lo que nos rodea durante largos minutos, para luego besarnos y con cómplices miradas contarnos lo mucho que nos hemos echado de menos.
Cuando nuestro llanto y nuestros abrazos dejan de ser tan efusivos, Carlos nos rodea con sus cálidos brazos haciéndose partícipe del encuentro entre las dos. Nos deleita con besos en el pelo y en las mejillas. Un emocionante encuentro entre amigos en el que al final nos abrazamos las dos a él.
Pero soy consciente y él también de que aún nos queda un asunto pendiente por saldar.
—¿Estás bien? —me pregunta Andrea.
—Sí —afirmo entre lágrimas.
Andrea coge mi rostro entre sus manos y secándome las lágrimas con sus dedos me dice:
—Os dejo solos, ¿ok?
Asiento con un movimiento de cabeza.
Instintivamente, Carlos nos suelta a las dos y ella coge las maletas y el bolso que están en el suelo junto a las revistas y se aparta unos cuantos metros mientras nosotros buscamos, con timidez y con cierto miedo, un contacto íntimo con nuestras miradas, conscientes del momento que nos toca vivir. Noto como el dolor aparece espontáneamente en mi rostro sin darme un segundo de tregua. A Carlos le sucede lo mismo algo después, tal vez sobrecogido al verme así. No he sido capaz de imaginar, por mucho que lo he pensado en todo este tiempo, qué reacción iba a tener al verle. Tras unos angustiosos y eternos segundos, me abraza con todo el amor y a la vez con todo el dolor de su corazón. Sé que es así. Le conozco muy bien.
Me sumerjo en su abrazo y me agarro a él como si en ello me fuese la vida. En ese momento, le oigo murmullar:
—Tengo el alma partida en dos, Volvoreta. Necesito tu perdón, saber que me perteneces, volar a tu lado. Dime qué he de hacer para merecerlo y haré lo que me pidas. Iré al infierno si es necesario y volveré para estar de nuevo contigo. Volvoreta, duele ver el dolor que sientes, duele esa mirada tuya, duele… —me dice mientras casi se le quiebra la voz.
Yo también me rompo literalmente en dos.
A pesar del gran bullicio que nos rodea, estoy segura de que los dos sentimos el mismo frío y reparamos en el penetrante y extraño silencio que nos envuelve.
Pese a su intenso y efusivo abrazo, estoy totalmente destemplada. La sensación que recorre todo mi cuerpo es como si no tuviera ni una gota de sangre, como si el corazón se me hubiese parado y me faltara la respiración. No puedo hablar. Estoy ida, trastornada.
—Sé que me escuchas, pequeña. Sé que entiendes lo que te digo. Necesito que me hables para poder seguir respirando, Marian. Tu silencio…
Sigo abrazada, aferrada a él como si fuese la única manera de salvarme de esta acuciante sensación de dolor que me invade. Veo pasar el mundo ante mí sin pestañear, sin reaccionar. Necesito fortaleza para volverle a mirar a los ojos sin poner en ellos, de nuevo, el dolor que siento. Necesito que desaparezca este sentimiento de culpabilidad o me voy a morir de pena. Trato de aflojar su abrazo con suaves y lentos movimientos hasta que me libero un poco y consigo lentamente levantar la cabeza y mirarle. Paseo sin prisa mis ojos por su cuello y me detengo al ver el colgante con su medio mundo. A continuación, alzo la cabeza y contemplo su mentón… y al final me detengo en su boca. Esa boca por la que tantas veces he muerto y he resucitado al besarla. Nos miramos con la misma intensidad que un animal mira a su presa más valiosa antes de devorarla. Al final, nuestros ojos se encuentran de nuevo y se hablan de manera diferente. Ya no existe el dolor. Los sentimientos más profundos se manifiestan traspasando todo aquello que nos duele y que nos ha hecho daño. En nuestras miradas aparece lo que en el fondo de nuestros corazones sentimos el uno por el otro. Es el efecto puro, limpio y cristalino de nuestras almas.
Por fin nos vamos encontrando y recomponiendo pedacito a pedacito.
Nuestras miradas se vuelven algo más serenas, pero sin perder ni un ápice de emotividad; conscientes de que necesitamos desahogarnos y aclarar nuestra situación.
La línea de sus largas y negras pestañas retiene la excesiva humedad que sus ojos guardan. Las lágrimas están a punto de derramarse. Ver sus vidriosos ojos me hace sentir… frágil ante su debilidad.
Hago acopio de las pocas fuerzas que tengo y decido hablar. Intento tomar aire llenando mis pulmones. Necesito oxigenarme para poder decir… Necesito unos instantes más. La barbilla me tiembla y no hago carrera de ella.
—Has venido —digo finalmente en un susurro apenas audible.
Nuestros ojos siguen contemplándose inquietos e inseguros. Las emociones están a flor de piel y muestran la necesidad por romper el hielo que mi miedo interpone entre los dos.
—Eres la razón por la que estoy aquí, Marian, la razón de mi vida, casi de mi… existencia. Lamento tanto haberte hecho daño…
Cierro por un instante los ojos, consternada e impotente al no ser capaz de responder, al no poder contestarle con palabras que le alienten y que alivien su dolor. No puedo recompensar ni gratificar con un certero sentimiento su dolido corazón. No asimilo. Me cuesta mostrarle mis sentimientos, aunque sé que lo necesita. Sé que tengo que subsanar esta situación dejando caer las barreras de defensa que he levantado. La desazón y la ansiedad siguen apoderándose de mi voluntad.
Quiero despejar mi mente de una puñetera vez y dejarme llevar por los verdaderos sentimientos que se ocultan tras mi miedo. “¿Acaso temo estar con él?”, medito durante unos instantes. “Sí”, me digo súbitamente. Siento temor de enfrentarme a la realidad de su presencia y a lo que ello va a conllevar durante unos días. No puedo olvidar, no puedo eludir ciertos temas que, sin poder evitarlo, aparecen sigilosamente en mi mente recordándome que tengo que dar más de una explicación a este hombre que muere por amor y que me entrega lo más valioso de su alma: su humildad. Soy yo la que debe pedir perdón por no contar con él cuando debí hacerlo, por no explicarle la primera cena en casa de Alex con sus amigos, por desear y pensar en otro hombre, por permitir que me besara, por dejar que otras manos y otros labios recorrieran mi cuerpo y por no haber sido sincera con él.
Le miro una y otra vez. Estoy fascinada, embelesada porque me doy cuenta de que tengo delante de mí al hombre perfecto, al hombre que toda mujer desearía. Y yo muda.
Consigo esbozar una sonrisa alentada por la suya.
—Te he echado tanto de menos… —consigo decir.
—Ya estoy aquí, Volvoreta. Eso es lo único que ahora importa —me dice apartando con delicadeza un mechón de pelo que cae sobre mi rostro.
Nos miramos durante un momento más antes de seguir hablando.
—Estás preciosa —dice pasando su mano por mi cabello mientras enreda por unos instantes sus dedos en él para seguir jugando a continuación con su mirada, esa mirada tan especial que consigue ponerme el vello de punta, cuando tumbadas mis defensas comienza a sacar sus armas de seducción—. Deja que te mire.
Se aparta lo suficiente para poder observarme con detenimiento sin soltarme. Yo aprovecho y hago lo mismo.
—Te sienta de maravilla este vestido —dice con una pícara sonrisa.
—Me alegra que te guste —me atrevo a coquetear con un ligero contoneo de mis caderas.
—No sabes lo dulce y sensual que te hace este vestido.
“¡Ay madre…! ¡Ya le he puesto! Mejor será cambiar de tercio o se va a envalentonar…”, me digo.
—Temía no reconocer tu voz, ni tus gestos, ni tus palabras —le digo mirando atentamente a sus ojos—. Temía no reconocerte al verte, no sentirte mío, que no fueras el Carlos que conocí y que… abandoné sin ni siquiera decir… —los ojos se me vuelven a llenar de lágrimas— te amo. Te amo pese a todo —repito con rotundidad.
Veo como se conmueve notablemente al escuchar mis sinceras palabras. Su mano abandona mi cabello para acariciar con dulzura mi mejilla.
—Nada puede hacer que cambie, ni siquiera la distancia. Nada ni nadie me quitará de la cabeza a mi Volvoreta. No pienso perder fácilmente lo que tanto me ha costado conseguir.
—Lo sé, pero las dudas son las dudas y es inevitable sentir desconfianza.
La distancia entre los dos se va acortando sin darnos cuenta. Los pensamientos positivos dejan paso a las caricias y a las confesiones. Eso hace que sea más fácil acercarme al hombre de mi vida y favorece que tenga la necesidad de sentirle más cerca de mí. Quiero besarle, quiero acariciarle y quiero hacerle mío.
Carlos me conoce muy bien. Sabe lo que quiero y me lo confirma con una de sus seductoras miradas.
Necesito tomar un poquito de oxígeno ante lo inevitable.
Él comienza con su particular seducción poniéndome especialmente nerviosa. Deja de abrazarme para coger mi rostro entre sus manos. Pongo las mías sobre las suyas cuando el roce de sus labios, su primer tanteo o tonteo…, acaba en un dulce, entregado y apasionado beso. Me tiembla todo el cuerpo y más cuando percibo su sabor, ese sabor que mi paladar casi había olvidado. ¡Riquísimo!