Читать книгу Volarás a través del corazón - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 9

CAPÍTULO 4

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Suena el despertador y lo apago de un manotazo.

Los brazos que rodean mi cuerpo me hacen recordar una realidad. Él está aquí, conmigo. Por fin juntos.

Realmente, no he podido dormir nada. Mi cuerpo no ha sido capaz de serenarse, aún está activo y más al ser consciente de que Carlos me rodea. Noto como mi espalda arde al estar en contacto con su pecho. Sin más remedio le despertaré, despacio. Trato de retirar con pena su abrazo. Se remueve y vuelve a agarrarme con contundencia, apretando más su cuerpo contra el mío, como si le fuese la vida en ello. Percibo y siento toda su erección y mi cuerpo se altera ante semejante tentación. Pero no, no puedo caer en ella, tengo que ir a trabajar. Necesito una ducha tonificante y un buen desayuno. Estoy muerta de hambre y necesito recuperarme. La noche ha sido muy productiva en cuanto a orgasmos, con lo que… el apetito…

¡Caramba! ¡Ja, ja, ja! ¡Quién me ha visto y quién me ve…!

No son pensamientos impropios, son muy propios. Toda una realidad. Impresionante sentirle y sentir todo lo que su voluntad proponía, un descarado “yo juego y tú eres mi baza y hago lo quiero contigo”. Está claro que estaba dispuesto a dominar la situación y a controlar mis ganas y mi deseo.

Ya no puedo demorarme más, tengo que levantarme.

En cuanto noto que afloja la presión que ejerce alrededor de mi cuerpo, aprovecho para zafarme con sumo cuidado de entre sus brazos.

Cuando estoy de pie y totalmente desnuda junto a la cama, giro la cabeza para mirarle. Verle tranquilo, con la serenidad que siempre le caracteriza después de una larga noche… resulta gratificante. Verle por fin y tenerle junto a mí me resulta increíble. Casi no me lo creo. No puedo dejar de contemplarle. ¡Dios! Todavía noto latir en mi cuerpo sus besos y sus caricias.

No me queda otra. Una buena ducha y al trabajo. Hoy me espera una jornada larga y, no sé por qué, me temo que complicada.

Cojo algo de ropa interior de la cómoda y me dirijo al baño. Vuelvo de nuevo a mirar hacia la cama. Sigue quieto e inalterable entre las sábanas impregnadas de dulce deseo.

Me miro al espejo. Contemplo mi cuerpo en él mientras me viene a la mente...

Un suspiro casi ahogado se escapa de mi garganta al recordar. Se me altera el pulso y me pongo nerviosa. Él ha visto mi cuerpo y lo ha tocado. Ha sentido el tacto de mi piel. A cambio, yo he sentido sus labios, su lengua, sus manos que navegaban y abrasaban mi piel a su paso, encendiendo el lado oculto y prohibido del deseo. “¡Qué fuerte!”, pienso.

Hoy hay una reunión importante en la empresa y tengo que asistir a Alan. “No sé qué voy a hacer, no sé cómo voy a reaccionar. Después de lo sucedido entre nosotros y la llegada de Carlos… ¡Uf!”, cavilo mientras me dirijo a la ducha.

Comienza a entrarme una zozobra por el cuerpo. Abro el grifo de la ducha y me preparo para entrar en ella. Dejo que resbale el agua por mi cuerpo, entregándome a su delicado encanto, sin dejar de pensar que voy a tener que enfrentarme a él, que le voy a tener delante, y ahora… Carlos está aquí.

La angustia me invade solo de pensar que… “¡¡Dios!! ¡¡¡Deja de pensar, Marian!!!”, me regaño a mí misma agarrándome la cabeza con fuerza entre ambas manos.

Es inútil… Sé lo que sentí cuando Alan me tuvo entre sus brazos y besé sus labios. Vi el oscuro brillo de su mirada cuando trataba de hacerme suya. Mi cuerpo todavía arde al recordar aquel momento, al rememorar el rico sabor de lo prohibido y mi necesidad de rendirme ante la esencia clandestina de esa sensación nueva y diferente. Aún no sé cómo pude sacar la fuerza necesaria para detener lo que parecía inevitable, detenerle cuando estaba a punto de hacerme suya… Si se hubiese consumado el acto con Alan, dudo que anoche hubiese reaccionado con Carlos de igual manera.

Tengo tantas cosas que poner en orden en mi cabeza… He de hablar con Carlos y contarle los rumores infundados, he de hacerlo antes de que se entere por casualidad y eso le haga daño.

Me sobresalto al sentir unas manos en mi cintura. Por supuesto…, Carlos. Quiero darme la vuelta, pero me lo impide.

—Volvoreta —susurra a mi oído apretándose contra mi cuerpo.

—Buenos días, Carlos.

—¿Conseguiste dormir? —ronronea.

—¿Acaso… podía? —le digo con una bobalicona sonrisa en los labios.

—¿Acaso… no te he dejado?

—¿Acaso diste tregua?

—Un par de horas no son suficientes…

Sus brazos me rodean hábilmente entregándose por completo a la incesante lluvia de agua que cae sobre nosotros. Sus labios comienzan a besar mi nuca, pasando por el cuello y llegando por el mentón a mi boca. Nuestras bocas se fusionan obligándome a girar el cuerpo para quedar frente a él. Candentes besos vuelven a encender la hoguera de la pasión. Su boca succiona mi lengua con hambre, con necesidad…

Me lleva contra la pared de la ducha. Allí encuentra el dosificador de jabón. Llena su mano con el envolvente producto. Comienza a esparcirlo por mi cuello, por mis hombros y seguidamente por mis brazos…, masajeando a la vez que se deleita con mi predisposición a ser pulcramente lavada por sus manos. La espuma comienza a ser generosa. Sigue cogiendo más jabón y cubre con él mis pechos, bajando por mi vientre lentamente hasta llegar a…

Sin palabras…

Me hace dar la vuelta para seguir enjabonándome a placer. Sigue caldeando mi cuerpo, mi voluntad. Vuelve a avivar los rescoldos de la pasada noche. Comienzo a ambicionar tenerle de nuevo dentro de mí, sentir su fogosidad latiendo a fuego lento en mis entrañas. Noto que sus manos abandonan mi cuerpo para coger más jabón. Me doy cuenta de que ese jabón ya no es para mí, sino para él. Me doy la vuelta y veo como se enjabona el cuerpo mientras me hace un guiño.

—Yo que tú terminaría de ducharme o llegarás tarde al trabajo.

De mi garganta se escapa un jadeo de decepción.

—¡¡¿Me vas a dejar así?!!

—Dolorida, te refieres… Sí.

—No me lo puedo creer.

—Termina con la ducha tranquilamente. Mientras, voy a preparar el desayuno —dice tras terminar de quitarse la espuma bajo el agua. Cuando acaba, se enrolla una toalla a la cintura y desaparece del baño.

Me quedo como una boba mirando hacia la puerta. “¡Joder, no me lo puedo creer! Está decidido a no ponérmelo fácil. Quiere seguir con el castigo…”, me digo.

Con la frustración recorriéndome el cuerpo, me coloco bajo el agua de la ducha para terminar de quitarme el jabón. “¿Cómo puede hacerme esto? ¿Y quiere que sellemos la paz? ¿Así? ¡Joder, está jugando conmigo!”, pienso.

Ya vestida y con el maletín en la mano, me dirijo a la cocina.

Es curioso verle desenvolverse con soltura en ella. Hace que recuerde aquella mañana en su casa. La noche anterior intentábamos arreglar la pelea que tuvimos por mi decisión de venir a trabajar aquí. Pretendía quedarme sola en su cama, pero terminé en el sofá con él. A la mañana siguiente, me preparó un desayuno… memorable.

Casualmente, parece repetirse aquella situación, pero sin discusión de por medio.

¡Guau! Solo de recordarlo se me eriza la piel.

—Vaya desayuno me estás preparando.

Sus sagaces ojos negros se detienen en mí.

—Quiero que te alimentes bien. La noche ha sido intensa y has dormido poco. Te vendrá bien reponer fuerzas —dice mientras me da un vaso de zumo.

—Está delicioso.

—Siéntate… Ya lo tengo todo listo.

—Has hecho tortitas…

—Sí. Aprendí a hacerlas antes de venir. Está todo controlado. Y los huevos revueltos, también.

—¡No me lo puedo creer! —le digo mientras me río—. Muchas gracias, pero yo… Sabes que no desayuno todo esto.

—Tú prueba y después me dices si no es lo que necesitas después de una noche como la de ayer —dice con una sonrisa picarona.

—Ya. Está bien, probaré —le digo con una mueca.

—Así me gusta. Después de una noche intensa el cuerpo necesita reponerse.

Me siento en un taburete mientras él me sirve el generoso desayuno.

Tras probar el primer bocado, me doy cuenta de que estoy hambrienta y de que sí lo necesitaba.

Carlos se sienta a mi lado para desayunar también.

—Está delicioso, Carlos. Tenías razón, es lo que necesito.

—Claro que la tengo —me dice pasando sus dedos por mi mejilla. Sus negros ojos me miran con una expresión tan dulce… que me estremezco—. Deseo lo mejor para ti, Marian. —Su mirada se detiene en mis ojos—. No puedo creer que estemos de nuevo juntos, que hayamos pasado una noche… —Intenta llenar sus pulmones de aire, inspira casi con ansia ante el aturdido pensamiento que le recorre la mente—. Necesitaba sentirte, Marian. Necesitaba saber que me echas de menos, que me necesitas.

—Es evidente que te necesito, Carlos. Hay momentos que me vuelvo loca con todo esto… —le digo sin poder evitar que se me salten las lágrimas.

—Tenemos que aclarar todo lo pasado, nuestra situación. Pero no te preocupes, Marian, habrá tiempo suficiente para hablar —dice mientras detiene con la yema de su dedo pulgar una de mis lágrimas—. Estás preciosa y se te va a estropear el maquillaje. No llores.

Con especial ternura se acerca a mi mejilla para depositar en ella un tierno beso seguido de pequeños roces de sus labios hasta llegar a mi boca, donde se detiene a disfrutar con su lengua del sabor de mis labios.

—Me encanta el sabor del café en tus labios. Tu boca le da un toque tan especial… —dice sin apartarse de ella, acariciando con sus labios los míos a cada palabra.

¡Uf! Que me caliento de nuevo…

—No sigas…

“No sigas” no está dentro de su vocabulario.

El beso se vuelve tan prolongado y denso que no soy capaz de renunciar a él.

En cuanto me deja recobrar el aliento, le comento que tengo reserva para esta noche en un restaurante de moda de la ciudad y que, si después les apetece tanto a él como a Andrea, podríamos ir a una fiesta que Allison me ha sugerido y para la que me ha proporcionado entradas. Estoy segura de que a Andrea le apetecerá darle un poco de movimiento al cuerpo. Noche de viernes a tope.

—Lo que tú quieras, Marian. Ya sabes que Andrea está impaciente por conocer la ciudad y, sobre todo, la noche.

—Síííí. Ya lo sé. Por eso no he querido perder el tiempo y me he dejado aconsejar.

—Perfecto. Ahora termina el desayuno o llegarás tarde.

—Tienes razón.

—En cuanto Andrea sea persona y esté preparada iremos a patear la ciudad.

—Muy bien. En cuanto pueda os llamaré para saber que tal estáis. Si tenéis algún problema no dudéis en llamarme, ¿vale?

—No te preocupes. Todo estará bien.

—Perfecto. He reservado mesa para las nueve. Espero que hoy no se alargue la jornada.

—Tranquila, lo primero es el trabajo.

—Sí, pero ya estoy ansiosa por volver y eso que aún no me he ido ¯digo poniendo cara de fastidio—. Estoy deseando estar con vosotros. Os añoro tanto…

—Vamos anda…, no lo pienses. Hazte a la idea de que aún no estamos aquí.

—Después de lo de anoche creo que eso va a ser imposible.

Ante el gesto que pongo y la expresión de Carlos, los dos echamos a reír.

Volarás a través del corazón

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