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Prólogo
ОглавлениеRosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837-Padrón, 1885) publicó Flavio en 1861, cuando apenas contaba con veinticuatro años de edad. Supuso su segunda obra en prosa tras la publicación de La hija del mar en 1859. Son apenas dos años los que transcurren entre la publicación de las dos novelas, y, sin embargo, existe una evolución hacia la madurez en la prosa de la poeta gallega.
Efectivamente, en esta segunda producción literaria, la autora ya no recurre a las citas literarias al inicio de cada capítulo tal y como hace en La hija del mar; presenta personajes mucho más elaborados en cuanto a su descripción psicológica, indaga en los diálogos como recurso de interacción entre los personajes principales y hace uso de los soliloquios como técnica narrativa de presentación de los pensamientos y sentimientos de estos.
Estamos, pues, ante un trabajo literario que evoluciona hacia la novela moderna en la que se ofrece una descripción psicológica de los personajes mucho más trabajada, que permite a la persona lectora adentrarse en la visión y vivencia de los personajes en relación con temas siempre controvertidos como la pasión, el amor desgraciado, los celos o la vanidad.
Conformada en un total de treinta y tres capítulos, Rosalía de Castro desarrolla la novela siguiendo una estructura narrativa firmemente asentada en pares contrarios: hombre-mujer, amor sincero-amor ficticio, pasión-mesura, campo-ciudad, todo ello mediatizado por una trama en la que los vaivenes del amor apasionado y contradictorio entre Flavio y Mara marcan el desarrollo de la trama.
Flavio, joven criado en el campo, que vive su primer amor desde la pasión más irracional y los celos más viscerales, frente a Mara, una joven de ciudad, racional y fuertemente adaptada a las normas sociales de su entorno.
De hecho, el entorno social y natural cuentan con un considerable peso en esta obra en la que la autora gallega subraya una visión sencilla y bondadosa de la vida en el campo, frente a la hipocresía de las normas sociales que rigen la convivencia en la ciudad. «Voy viendo que las ciudades son un infierno, en donde es necesario educar hasta el corazón, y si esto es así, renuncio a civilizarme y prefiero vivir salvaje…», le dice Flavio a Mara en uno de los diálogos. A ello le suma amplias descripciones del campo y de la naturaleza, con la exaltación de lo salvaje y natural, elementos propios del género romántico.
En este contexto, el elemento de unión de mujeres y hombres, entre los géneros, se establece a través de las relaciones sentimentales. De esta forma, Rosalía de Castro describe cómo el enamoramiento desestabiliza a los protagonistas provocando dolor y sufrimiento, para poner de manifiesto que, al final, la pasión, personificada en Flavio, es incapaz de ser educada por la razón, cuya cualidad ostenta Mara.
Sin embargo, en mi opinión, lo que resulta de mayor trascendencia es el trabajo de profunda caracterización psicológica de los personajes, especialmente en sus personajes centrales, Flavio y Mara, que representan dos formas contrarias de entender y vivir el amor presente y plantearse el futuro de su relación como amantes.
En el caso de Flavio, se trata de un primer amor, arrebatado y apasionado, que le desconcierta y descoloca. El joven criado en el campo que, tras el fallecimiento de sus padres, busca conocer mundo —«la vida del hombre sin libertad no es vida»—, vive la exaltación de la libertad gritando «el mundo es mío», para, de repente, ver truncado su sueño de libertad al caer atrapado por los lazos de un amor apasionado.
Desde los primeros párrafos, las mujeres se perciben a través de los ojos de los personajes masculinos como perversas tentaciones que alejan al protagonista de su anhelado deseo de libertad. «Pero las mujeres, las hermosas mujeres, estaban otra vez allí; es decir, los demonios tentadores, que vagaban sin cesar en torno suyo». Es más, hay un desprecio explícito de la mujer por parte de los personajes masculinos de la obra, que definen a las mujeres como «el juguete que Dios ha puesto en medio de nuestro camino para amenizar nuestros momentos de ocio y hastío».
Flavio, joven impetuoso y fluctuante, al verse rechazado por Mara, llega incluso a plantear la violencia física. De hecho, no son pocas las referencias a la violencia ejercida hacia la mujer que Rosalía de Castro expone en Flavio, desde el férreo control ejercido a través de las normas sociales hasta el abuso sexual de la mujer al no contar con medios propios para subsistir, pasando por la violencia psicológica e incluso por el asesinato.
Frente a la pasión irracional de Flavio, Rosalía de Castro presenta a Mara que, tras sufrir un desamor, duda del sentimiento y plantea la liviandad y el carácter pasajero del mismo. Además, se muestra desconfiada hacia el futuro de la relación con Flavio: «… espantada ante su espantoso porvenir, temblaba a que llegase la hora de unir su suerte a la del viajero, y por lo mismo hallaba siempre ingeniosos medios para dilatar el casamiento con que Flavio soñaba eternamente».
Se describe a Mara como una joven «sensible y orgullosa como ninguna, prefería engañar a ser engañada, y soportaba mejor el nombre de coqueta que el de desgraciada y aborrecida». A través de la figura de Mara, la autora gallega, uno de los máximos exponentes del rexurdimento, realiza una crítica a las normas sociales y los prejuicios morales de la época, en la que la mujer debía de acatar lo que se esperaba de ella si no quería sufrir el escarnio social, algo contra lo que se revela Mara, que aspira a una relación de amor entre iguales basada en el respeto mutuo. Ello hace que su entorno, incluida su propia madre, la califique como soberbia y fría. La chica, que además es huérfana de padre (una vez más, la condición de orfandad paterna de la autora se pone de manifiesto en sus obras) se tiene que defender a sí misma.
Así pues, el personaje femenino protagonista manifiesta su deseo de ruptura con las normas sociales imperantes en su época. Mara es consciente de las consecuencias que tienen sus comportamientos y actitudes, unas consecuencias que Rosalía de Castro expone de manera antagónica en los personajes masculinos cuando se comportan de la misma forma. Una muestra de ello es el siguiente párrafo: «La falsedad de la mujer, si es verdad que existe, no nace en su corazón, más tierno y más amante que el de los hombres; ni anida en su alma, que naturalmente es inclinada a amar a aquel de quien es amada. Esa falsedad, que sin pudor alguno nos echáis en cara, es vuestra hija, puesto que, exasperando nuestra susceptibilidad, sin consideración alguna, nos provocáis en nuestra impotencia y nos obligáis a poder vengarnos de un modo más noble: a engañaros, como nos habéis engañado; a poner en práctica lo que nos enseñasteis un día, vosotros los reyes del universo, que en un solo momento, con una sola palabra destruís nuestra honra y nuestra felicidad, sin que hayáis establecido en favor nuestro ningún medio de reparación, ni noble ni digna. ¿Y os atrevéis a criticar después un instante siquiera lo que llamáis nuestros perjurios y nuestras coqueterías, tan solo porque hieren vuestro orgullo humillado? ¡Infamia…!».
Muy consciente de las normas sociales vigentes, nuestra protagonista sabe perfectamente los perjuicios que le supondría no asumir el papel socialmente establecido para ella y anhela que la considerasen algo más que un objeto «para amenizar los momentos de ocio y hastío del hombre».
Ante la condición fijada por la sociedad de la época, Rosalía de Castro nos muestra a una joven capaz de pensar y de decidir por sí misma, una joven consciente de que la supuesta inferioridad de la mujer es impuesta socialmente y no corresponde a la propia naturaleza y a la valía real de la mujer: «… con gusto me presentaré siempre ante ellos con la aguja en la mano, la cabeza inclinada sobre mi labor y fijo, al parecer, mi pensamiento en escuchar sus frases huecas y vacías… No hay ningún tirano que no guste de ser adulado, y solo por medio de la adulación llega hacérsele arrastrar hasta los pies de su esclavo. Venzamos, pues, al más fuerte como él pretende ser vencido. Yo no envidio la supremacía del hombre, y estoy satisfecha de haber nacido mujer. Los más altos estarán los más bajos… Los primeros serán los últimos…, y lo son ya».
Hay que tener en cuenta que la condición social femenina en el siglo XIX está mediatizada por la concepción de la mujer como ángel del hogar, una concepción del ámbito de lo moral apoyada por la literatura religiosa y los manuales de conducta. A la mujer se la concebía como un ser sufrido y abnegado, esposa fiel y devota, educadora de sus hijos, dispuesta siempre al sacrificio y a quedarse en segundo, tercer o cuarto plano.
Esa es una concepción de la que no escapa Rosalía de Castro en esta obra, donde hace continuas alusiones a la doble condición con la que se concibe socialmente a la mujer, musa o bruja, ángel o diablo, virtuosa o prostituta, a través de la descripción de los personajes femeninos secundarios como la madre de Rosa, quien, al enviudar y con una hija que alimentar, cede a los abusos sexuales de su casero como única vía para poder subsistir, o a través de las prostitutas que les muestran a Flavio el placer del sexo, conocimiento que le lleva a modificar su visión de la mujer y que le hace trasmutar de considerarla como un ángel a convertirla en un demonio perverso.
Como indican Sandra Gilbert y Susan Gubar en su mítico ensayo La loca del desván, en la novela del siglo XIX, «las mujeres solo existen para que actúen sobre ellas los hombres, tanto como objetos literarios cuanto como objetos sensuales». 2
La literatura, sin duda, es fiel reflejo de la cultura imperante en cualquier grupo humano y social, y, por tanto, está repleta de juicios y símbolos sexistas. El autor o autora vive en una época cuyas formas de vida y pensamiento asoman en sus escritos y en su proceso como persona creadora, reproduciendo los cánones sociales imperantes.
En Flavio también encontramos los estereotipos de los personajes femeninos: la mujer-madre, la mujer-musa, el adulterio (que solo cometen las mujeres), la prostituta o la rebelde que es tildada de soberbia cuando no sigue las normas sociales establecidas.
Escribir supone incluirse en el discurso, estar presentes, como Mara quiere estarlo cuando escribe y reflexiona sobre la creación poética (y Rosalía de Castro a través de ella): «Si mi pluma traza desiguales renglones…, que nadie sepa que aquellos renglones son versos… Los que creen que el universo ha creado tan solo para ellos sus bellezas, dicen que suenan mal en boca de una mujer los consonantes armoniosos; que la pluma en su mano no sienta mejor que una rueca en los brazos de un atleta…, y tal vez no les falte razón… Aunque difícil de convencer, soy débil para las grandes luchas, y solo hubiera levantado mi voz cuando hubiese alguno que dijera que para ser poeta se necesitaba, además del talento, mucha bilis, mucha sensibilidad nerviosa, propensión a la melancolía y un deseo innato hacia lo que no puede poseerse… Entonces…, ¿quién más que las mujeres tendrían condiciones de verdaderos poetas?».
La escritura es una forma de posicionarse en el mundo, de oponerse a la alienación; es una forma de resistencia ante la sociedad y ante la desaparición. Hablar, escribir, obtener voz pública a través de la palabra escrita constituye un ejercicio de poder a cuyo margen la sociedad patriarcal ha mantenido a la mujer hasta tal punto que, como indica Mary Beard, «no es fácil encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina, por tanto, lo que hay que cambiar no es a la mujer, sino la estructura».3
Afirmaba la escritora, historiadora e intelectual, Iris M. Zavala, que «el enfoque de nuestra mirada le pregunta a un texto no solo qué significa, sino qué formas de vida proyecta, qué epistemologías o conocimientos construye, y cómo y cuándo y quién los proyecta o reproduce».4
Siguiendo a la poeta puertorriqueña, en esta obra he interpelado a la autora gallega sobre qué nos quiere contar con Flavio y, en mi opinión, lo que busca Rosalía de Castro es dejar patente su reflexión personal en torno a la falsedad que encierra el denominado amor romántico. Y lo hace utilizando el marco de una obra literaria que sigue los cánones de la tragedia clásica, en la que los sentimientos humanos más profundos —como la pasión, los celos, el rencor o el deseo de venganza— movilizan a sus personajes para, tras otorgarles un punto de giro dramático, hacerles aprender de lo vivido.
En Flavio, la enseñanza final es la muerte de cualquier atisbo de amor idealizado. El fin del amor romántico.
Josefa Molina