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Una medicina tradicional para los tiempos modernos

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En un momento en que la fitoterapia está sujeta a las constricciones de la cultura moderna —estandarización, legalización, certificación y otros retos burocráticos—, quiero recordar al lector que el ser humano viene utilizado las plantas como alimento y medicina desde hace cientos de miles de años, desde los albores del tiempo. Hemos evolucionado gracias a su generosidad, y nuestra vida depende de ellas: nos proporcionan oxígeno, alimento, medicina, abrigo y una dimensión espiritual. Si aceptamos la expresión «somos lo que comemos», también deberíamos reconocer que nuestro cuerpo está íntimamente conectado con las plantas. La vida vegetal ha conformado la base de nuestra alimentación durante milenios. Antes de dar los primeros pasos en postura erguida, tambalearnos y percatarnos de que podíamos correr, cazar y matar, éramos recolectores, y nuestra única fuente de nutrientes procedía de las plantas, la biomasa verde que crece desde el corazón de la tierra. Ellas fueron nuestra primera medicina y la más efectiva. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más del 80 por ciento de la población aún utiliza plantas medicinales como principal método de curación. En la era de la medicina moderna y sus milagros, mucha gente cree que la fitoterapia no se basa más que en mitos y leyendas. Si las plantas medicinales no son eficaces, ¿cómo es posible que una especie tan inteligente como la nuestra, capaz de llegar a la Luna, no haya renegado hace tiempo de la fitoterapia? De hecho, las propiedades de las plantas son tan efectivas que, a pesar de sufrir pestes y plagas, enfermedades, hambre y guerras, el ser humano no solo ha sobrevivido, sino que se ha multiplicado más allá de lo esperable.


La terminología de la fitoterapia evoluciona con el tiempo; el clima y las características de cada región determinan distintos métodos y prácticas; y el uso o desuso de una planta depende de su popularidad; no obstante, una cosa es cierta e inmutable: la fitoterapia es un sistema eficaz, natural y asequible, al alcance de todos. Así lo demuestran miles de años de experiencia.

A través de meticulosos estudios, la ciencia moderna a menudo constata lo que nuestros antepasados ya sabían de manera instintiva. Las investigaciones pueden abrir una nueva ventana al mundo de las plantas medicinales. A veces, sin embargo, la información que aporta la ciencia da lugar a confusión, puesto que, a menudo, esta basa su estudio en un único constituyente aislado o en dosis superconcentradas que no podrían ingerirse mediante la toma de plantas en estado natural. Aunque resulte interesante especular sobre cómo actúan las plantas en el organismo, hoy no estamos mucho más cerca de entenderlo que hace unos siglos. Cada planta medicinal posee incontables constituyentes que explican apenas parcialmente su compleja acción sobre el cuerpo humano. Lo desalentador de este enfoque resulta evidente al considerar la infinidad de plantas que existen, cada una con su composición química concreta. La ciencia no puede demostrar fácilmente algo corroborado de forma empírica durante siglos. A las plantas, estos dilemas modernos les traen sin cuidado. Ellas, que se encuentran entre los seres vivos más antiguos del planeta, siguen proliferando y ofreciéndonos sustancias vitales: alimento, cobijo, medicina, oxígeno y belleza.

Existen incontables mentes y almas maravillosas que, con sus palabras, acciones y escritos, han contribuido al amplio conocimiento que nos ha sido legado sobre las propiedades de las plantas medicinales. La mayoría de los fitoterapeutas que han desempeñado una función esencial en la creación de este registro colectivo de sanación nunca recibirán el reconocimiento que merecen; sin embargo, cada vez que utilizamos las plantas como medicina llevamos con nosotros la semilla de su conocimiento. Por este motivo, cuando alguien me pregunta si una receta o fórmula es mía, no puedo evitar sonreír. Lo que sé sobre las plantas lo he aprendido de otros; ya sean personas a quienes he conocido directamente, o personas que vivieron siglos antes que yo. Es nuestro tesoro colectivo, nuestro derecho de nacimiento y hemos de compartirlo libremente.

Plantas medicinales para toda la familia

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