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Hada nº 4 Europaë, la Gran Dama Blanca, o la sabiduría

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Mi rostro alberga los surcos que los ríos dejan en su discurrir por la amada tierra. Las arrugas son sinónimo de un alma que ha macerado sus experiencias al amor de la lumbre de las diversas vidas humanas. Mis ojos, de color violeta con matices dorados, profundos y eternos, reflejan la sabiduría del universo. Mi mirada es serena, distante y cercana a la vez.

Yo, Europaë, soy un hada sin edad, y albergo todas las edades, pues todas son necesarias para dar nacimiento a la sabiduría. Mi rostro recuerda al de una anciana, siendo además eternamente joven, radiante y exultante. Visto ropajes elegantes y sencillos de color blanco como la nieve. Mi atuendo es una especie de abrigo de principios del siglo XX, y me toco con un elegante sombrero de época —de ala ancha, de cuyo interior surge una especie de chal que rodea su cuello y se anuda detrás—. Mi piel desprende aroma de canela, rosas y jazmines. Mis cabellos son blancos, brillantes, con reflejos dorados y rosados que sólo se muestran cuando me quito el sombrero para sentir el viento.

Se puede imaginar que con semejante atuendo y aspecto, para poder llevar a cabo mi misión tuve que darme de alta en hacienda como cocinera. Vivo en el campo y tengo un hotel rural, muy coqueto y bonito, apto para retiros espirituales y los descansos del guerrero interior.

Cuando las personas llegan a mi hotel —lo abrazan un lago y un bosque mágicos—, las recibo en la entrada para alumbrarles su llegada, ya que en mi mano izquierda llevo siempre el bastón de la sabiduría —a veces espada de conocimiento, a veces hilo de luz que alumbra la verdad en toda situación.

Nací con la Tierra para albergar la verdad de los conocimientos, la autenticidad de la palabra y su fuerza. Nada existe sin el alma, y no hay más conocimiento que el que brota de ella, pues en ninguna escuela puede aprenderse la Verdad salvo en la escuela divina que escribe su destino en cada existencia humana.

Mi apariencia es la de una mujer vieja pero radiante de vida, de alegre mirada y serena sonrisa. Me aparezco en los sueños de los humanos para recordarles que sólo es cierto aquello que se aprende al calor del alma. Les cuento historias de seres sencillos de corazón que descubrieron la verdad de su alma aprendiendo a mirar hacia dentro y alejándose de las tentaciones materiales. Es por ello que la gente se siente impulsada a venir a mi hotel rural a encontrarse con sus sueños y su destino interior.

Recuerdo el caso de una joven ejecutiva cuyos dolores de espalda le estaban amargando la existencia, y no le permitían trabajar. Como estaba de baja y alguien le había hablado de mi hotel, decidió venirse unos días a probar la medicina de los sueños.

Esta mujer, inteligente y decidida, tenía amargado y amordazado su corazón por decreto de su guerrero interior. Se jactaba de que sus amigos eran todos gente bien situada, con carrera y mucha posición. Ella misma lo era. Pero su vida era una lucha por demostrar lo que valía, lo mucho que ella controlaba su destino y lo exitosa que era en lo material. Ahora bien, cuando dedicamos tantos esfuerzos a consolidar el poder exterior en detrimento de alimentar nuestro interior, dejando toda la basura psíquica (sueños rotos, odios no ventilados, frustraciones no resueltas, amores despreciados, emociones desterradas, genialidad rechazada...) por limpiar y reciclar, el cuerpo acaba por protestar y la vida entera nos exige poner orden en nuestro corazón. Y así fue como aquella mujer maravillosa tuvo que enfrentarse a la verdad de sí misma, pues había mantenido impoluta la fachada de su vida mientras el interior de la casa se derrumbaba y enmohecía.

¿Cómo se puede saber esto? ¿'Cuáles son las evidencias? En el caso de esta mujer teníamos la enfermedad física, por un lado, y la insatisfacción vital y las relaciones amorosas dependientes, por otro.

La enfermedad física se basaba en el dolor. Un dolor que le corroía el cuerpo y que no era sino el reflejo de la flagelación a que tenía sometida a su alma al no dejar a su corazón expresarse, sin permitir que la gente viese lo amable, cariñosa, tierna y dulce que era. Cuando llegó al hotel su semblante era un rictus de amargura y de cabreo vital. Sus ojos lanzaban chispas en forma de virutas de acero congelado a altísimas temperaturas. Mientras, en su interior un volcán pugnaba por salir y como no le era permitido expresarse lanzaba mensajes dolorosos para ver si su dueña se dignaba de una vez por todas a prestar atención.

En cuanto a su vida amorosa, era de estilo «sádico»: tan pronto era la dominadora, castigadora, flageladora del otro, como se convertía en una víctima dependiente y desvalida que no conseguía dejar la relación por mal que la tratase el otro, por más vejaciones —en todos los sentidos— a las que su pareja la sometiese. Ella se jactaba de que hubo una época en la que era muy dura y tenía a los hombres que quería.

Pero ahora que había bajado la guardia, eran ellos los que le propinaban tortazos a su corazón.

Por suerte, el Universo suele ocuparse de nosotros constantemente, y a esta mujer su ángel la vino a visitar en forma de enfermedad extremadamente dolorosa.

Hay un tiempo para sembrar, otro para reposar y otro para cosechar. Cuando no nos detenemos a reflexionar, la Vida nos detendrá tarde o temprano, pues sembrar sin cuidar de la tierra no es posible. Esto equivale a vivir nuestra vida sin ton ni son, a tontas y a locas, simplemente siguiendo el curso de la corriente y el ritmo que marca la sociedad. Esto es lo que le había sucedido a aquella mujer de hermosa alma. Sus éxitos profesionales no hicieron sino poner más de manifiesto su no tiempo de reflexión. Muchas personas consideran que un tiempo dedicado al retiro espiritual, al descanso, a la introspección psicológica o simplemente al ocio del dolce fare nientees una pérdida de tiempo. Uno va almacenando en el área de sombra de la Psïquae todas las frustraciones, desesperanzas y decepciones con la esperanza de que lo tapado equivalga a olvidado y desactivado. Craso error. Se manda a la zona oscura del inconsciente, se coloca debajo de una losa a prueba de bombas, pero sigue activo, sigue doliendo.

No podemos pasar a la etapa siguiente en nuestras vidas si no nos detenemos a reflexionar, a pensar qué queremos hacer, qué tenemos que limpiar, de qué nos tenemos que desprender, hacia dónde queremos ir. Sólo una copa vacía puede volver a llenarse.

Los miedos nos llenan de telarañas el alma, nos aprisionan el aliento y crean defensas infranqueables en nuestra mirada.

Los años de destierro del alma suben a la superficie para ser sentidos en su llanto, y el corazón ha de ser bañado en bálsamo de esperanza y fe para reconfortarse al abrigo del destino imperecedero. Todo se transforma, nada queda y todo pasa. La muerte no es sino el final de una etapa que abre las puertas a otra incierta, por desconocida, pero repleta de promesas por amanecer.

Todas las etapas son necesarias para alcanzar la sabiduría, que solamente la experimentación directa de las cosas proporciona.

Volviendo a aquella mujer ejecutiva, le contaré qué pasó unos cuantos días en el hotel, descansando su alma y reparando su corazón. ¿Cómo lo hicimos? Muy sencillo: respetamos a su guerrero interior —es decir, no se la criticó ni tratamos de cambiarla—. Tan sólo se le permitió seguir siendo como era, ya que la solución no pasaba por cambiar al guerrero sino por añadirle corazón. Al fin y al cabo, el guerrero representa el coraje en nosotros. La fortaleza, sin compasión ni humor; es violencia, por lo que un guerrero sin corazón se convierte en un ajusticiador. Asimismo, un «amante» (el corazón, los sentimientos y emociones), sin coraje ni humor es tan sólo debilidad y dependencia, y el humor sin coraje ni compasión es sarcasmo.

Por consiguiente, dejamos tranquilo al guerrero y fuimos en busca de su olvidado corazón, para fortalecerlo y restituirle su reino. Esto se logra mediante la gran pregunta inicial: «¿Cómo me siento y cómo me quiero sentir?» Seguida de: «¿Qué es lo más importante para mí? ¿Qué anhela mi corazón? Si no existiesen los condicionamientos sociales, ¿qué haría? ¿Qué no haría? ¿Qué diría y no diría? ¿Con quién iría y no iría?»

Sólo un ser que haya unido mente y corazón y, asimismo, haya experimentado la bajada a los infiernos y el regreso al paraíso, puede alcanzar la sabiduría. Una sabiduría que nos permite saber que no tenemos por qué pelearnos con el tiempo ni acumular riquezas materiales a costa de la felicidad de nuestras vidas, ni pretender plantar una semilla y hacerla brotar en dos minutos. No obstante, recuerde que el proceso puede haberse extendido a lo largo de varias vidas, con lo que en la actual puede parecer que la planta brota sin aparente esfuerzo alguno.

En todas las tribus de la Tierra, los ancianos han sido considerados los sabios, puesto que habían tenido tiempo suficiente para reconsiderar sus posturas y creencias vitales. Del mismo modo, habían experimentado y errado lo suficiente como para saber que no hay nada más valioso que el tesoro del corazón, y que la calidad de un ser humano no se mide por la cantidad de posesiones materiales sino por la grandeza de su alma. Por consiguiente, yo, Europa, soy la vieja mujer chamán, sabia, experimentada, libre y sencilla, que os recuerdo que debemos acercarnos a la gente y a las experiencias vitales desde la sencillez del corazón y la sabiduría del alma. Nadie vive nuestra vida por nosotros. Por ello los sabios de corazón han de invitar a la Gran Dama Blanca a presidir sus elecciones vitales.

Permítame a mi, la Gran Dama Blanca, que le cobije bajo mi manto de sabiduría, y así se librará de las cadenas de la esclavitud material.

MENSAJE CLAVE

«Sabiduría es saber que hay un tiempo para preparar, otro para sembrar, otro para reposar, otro para recoger y otro para disfrutar, sabiendo que el esfuerzo y el sacrificio serán el mejor abono para nuestros cultivos vitales.»

ENSEÑANZA

La sabiduría de la Gran Dama Blanca, la señora de la gran luz, borda sentido común, paz, ciencia —paciencia—, y saber de conciencia en nuestro corazón.

La gente inteligente sabe que el conocimiento del alma no se adquiere en universidad terrestre alguna, sino que procede de las experiencias humanas maceradas al abrigo del corazón y a la lumbre de la fórmula «ensayo-error-recapacitar», lo cual nos permite evolucionar y llegar un buen día a saber separar (discriminar) lo realmente importante de lo superfluo, creando así una verdad propia que le libere a uno del yugo del statu quo.

La sabiduría, fuente de verdades liberadoras del alma y alimentadoras del espíritu, anida en seres de puerta abierta a las enseñanzas ancestrales del universo. Sólo aquellos de amplia sonrisa, abierta mente y dispuestos a la aventura del ser humano son los que alcanzarán la fuente primordial y beberán de sus aguas, lo cual equivale a ostentar la espada de la discriminación, pues saber discriminar es lo mejor que le puede acontecer a un ser en su experiencia humana. Libres de las falsas apariencias y de la necesidad de aparentar lo que no somos, sabiendo distinguir lo superfluo de lo esencial, somos libres para decidir nuestro destino, cómo y con quién queremos hacer nido.

Sabiduría para poder ir más allá de lo que enseñan en las escuelas, para poder arrancarle a la vida su secreto. Sabiduría es saber algo esencial sin haber ido a ninguna escuela a aprenderlo. Sabiduría es mostrarle a la gente la esencia de las cosas, pues sólo el sabio es un alquimista de la vida que destila alquimia en cada experiencia, cada latido, cada palabra y cada mirada. Para ser un alquimista no hay que estudiar, tan sólo ser un alma que ha aprendido a distinguir el látido verdadero de las cosas a lo largo de sus muchas existencias. Asimismo, un sabio ha aprendido a no enredarse en las apariencias y a no ser presa de ellas, lo cual desarrolló y potenció su capacidad de hacer alquimia con las cosas... y las personas. Distinguir los comportamientos de la identidad, saber reconocer la integridad, el alma que habita detrás de los títulos, las posesiones materiales y el dinero, es propio de los sabios.

Sólo un necio cree que el dinero da la felicidad o que una persona de mucho dinero es «de buena familia», y hace gala del dicho «dime cuánto tienes y te diré lo que vales». Sólo el necio de alma se acerca a otro por lo exterior obviando el interior. Sólo al necio le preocupa más lo que piensan los otros que cómo se siente su alma.

Sabiduría para ir al núcleo de las cosas, para saber que todos somos iguales, que nuestra esencia es la misma. Sabiduría para llegar al conocimiento que ningún master ni doctorado alguno nos podrá proporcionar jamás.

Sabiduría para no sentirse inferior ni superior a nadie.

Sabiduría para usar el sentido común de forma común, a menudo y ante todo.

Sabiduría para saber que las cosas a veces no son lo que aparentan.

Sabiduría para escuchar lo que la gente nos quiere decir más allá de lo que nos dice.

Sabiduría para saber cuándo hay que callar, y lo que se puede o no se puede decir.

Sabiduría para consultar al corazón y hacer caso omiso de los dictados sociales y de los mass media.

Sabiduría para saber que nadie «da duros a cuatro pesetas».

Sabiduría para reconocer que quien algo quiere, algo le cuesta.

Sabiduría para no dejarnos embaucar por falsos profetas o gurús que nos exigen devoción y nos piden pegarle una patada a nuestro sentido común.

Sabiduría para recordar que Dios es el mismo para todos.

Sabiduría para recordar que el rico de hoy puede ser el pobre de mañana.

Escuche la voz de su sabiduría y haga oídos sordos a los cantos de la insensatez.

Siga, sólo, al sabio que mora en su corazón.

Cuentos de hadas para aprender a vivir

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