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Exhibición, expresión y seguridad de sí mismo

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La exhibición de sí mismo se da cuando ponemos a nuestra persona en el centro de atención. Intentamos por todos los medios que nuestro público nos considere interesante y nos aprecie. Para lograr esta meta, tenemos que satisfacer los intereses del público. Los medios nos ofrecen cada día ejemplos monstruosos de aquello que son capaces y están dispuestas a hacer las personas para obtener fama y reconocimiento.

También reconocemos a los que se exhiben a sí mismo por el hecho de que carecen de contenidos verdaderos y auténticos. Solamente intentan ponerse en escena a costa de los demás. Existen muchos músicos que ensayan durante años, no porque amen la música, sino para poder lucirse en cualquier ámbito de su vida. Intentan dominar la música de la mejor manera posible por un sentimiento de inferioridad. Algunos músicos no cesan de ensayar únicamente para ser mejores que otros. Quieren lucir su nombre y ganar mucho dinero, sin que la música les interese realmente de corazón. No son artistas verdaderos, ya que abusan del arte para ponerse a sí mismo en escena. No les interesa el arte, sino solo exhibirse a sí mismos egoístamente.

La expresión de sí mismo, por lo contrario, es una articulación y manifestación honesta del alma propia. Un verdadero artista en el campo de la música, interpreta la misma pieza de igual manera que el músico falso. Sin embargo, hace su trabajo de corazón y se fusiona con su instrumento. El músico que se exhibe a sí mismo solamente se ocupa de la parte técnica de la pieza musical, mientras que el músico verdadero se dedica intensamente al contenido espiritual de la música para poder transmitirlo de la mejor manera. Al verdadero músico le interesa la verdad que se expresa a través de la música. Por este motivo, siempre se interesa por el contenido de la música y se pregunta qué deseaba transmitir el compositor de la misma.

Este ejemplo también puede verse claramente en las películas de cine. Casi todos los actores son intérpretes. Actúan como si fueran alguien importante. La actuación es para ellos una profesión como cualquiera otra. Solamente trabajan para ganar dinero. Pero un verdadero actor no considera su trabajo como profesión, sino como vocación. Se fusiona con su papel y no solo lo interpreta, ¡sino que también es su papel!

Para un verdadero artista el arte es un instrumento para conmover desde su alma hacia el alma del público e incitarlas al bien.

Si extendemos lo anterior a todos los ámbitos de nuestra vida, tenemos que aceptar que casi siempre somos unos intérpretes. Hacemos cosas que no concuerdan con nosotros y que no queremos en absoluto.

¿Pero por qué lo hacemos? Porque queremos causar una buena impresión. Queremos manipular y determinar los sentimientos e ideas que los demás tienen sobre nosotros. Por esta razón seguimos el camino engañoso y nos convertimos en intérpretes, quedando oculto y cayendo cada vez más en el olvido nuestro ser verdadero, el niño interior. Si bien tales personas son exitosas exteriormente y según las normas sociales, interiormente son cada vez más infelices, ya que renunciaron y vendieron la auténtica felicidad interior en favor del éxito exterior. Las consecuencias de ello son, con frecuencia, la adicción al consumo de drogas y alcohol, tabletas e incluso el suicidio.

La verdad siempre es sencilla. En consecuencia, también la solución es siempre sencilla.

En este punto, cada cual tiene que decidir únicamente si quiere hacer de sí un comediante y de su vida un circo para otros, o si quiere expresar su ser verdadero. Podemos elegir libremente. Podemos sembrar lo que deseamos. Pero los frutos de nuestros actos tenemos que cosecharlos y comerlos solos. ¿No sería maravilloso que, cada vez más, hiciéramos, dijéramos, sintiéramos, quisiéramos y deseáramos el bien? Tendríamos un mundo lleno de belleza que podríamos compartir mutuamente.

En su corazón, toda persona es un ser maravilloso, perfecto y hermoso. Tendremos un mundo bello solamente si cada uno de nosotros se desprende más y más de sus intenciones egoístas y realiza de corazón su ser verdadero en toda su grandeza y esplendor.

Solo a través de la realización del ser divino en nosotros alcanzamos un mundo bello, armónico y justo.

El triunfo del amor sobre el ego

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