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Preludio

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Elegía con música de mayores

Suena I Wanna Be Your Lover en la radio de la cocina

y, durante un momento, tu madre no es tu madre;

al igual que cuando, si el falsete le sale bien, un hombre negro

vestido con calzoncillos negros no es un maricón, sino un príncipe,

un prodigio; y la mujer que posee tu lugar de nacimiento entre las caderas

bailotea mientras se quema sobre la encimera la orden de desahucio

y mueve el cuerpo como si nunca te hubiera dado a luz.

La voz de la radio suplica: «Quiero ser el único que te haga venir corriendo».

Hay canciones que llevan a las mujeres a sitios a los que los hombres

no las pueden seguir. Dando vueltas, te mira, pero no te ve;

dando vueltas, canta la letra demasiado rápido como para que la sigas;

dando vueltas, no tiene tiempo para preguntas como:

Qué canción es esta, tan desagradable, y dónde ha aprendido mi madre

a bailar así y por qué, y quién es ese desgraciado

con esa voz tan aguda que canta como una mujer

y convierte a tu madre en algo que no es tu madre, sino una mujer,

ni siquiera una mujer, sino una niña negra con el pelo trenzado,

una chica fácil, una piba, una de las Vanity 6, y lo lejos que está de ti

estando aquí mismo, en el mismo salón, bailando con el estribillo

de la canción en la garganta. Y odias la voz que sale de la radio

porque otro mariquita te ha arrebatado los sueños

y ha huido con ellos, y porque eres joven

y no sabes la diferencia entre abandonado y solo,

al igual que el corazón de tu madre no sabrá la diferencia entre

latido y ataque. Dentro de una década habrá muerto, y quizás tú ya sepas

lo que estás perdiendo sin saber cómo, pero por ahora solo eres un niño,

y tu madre es solo una mujer, solo una niña, moviendo el cuerpo,

chasqueando los dedos y con serpientes en la sangre.

Cómo luchamos por nuestras vidas

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