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«YO SOY» ME ENVIÓ A VOSOTROS

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El propósito de este libro es exponer y analizar las ideas que en torno a Dios se presentan en el Antiguo Testamento.9 El objetivo fundamental es evaluar los pasajes bíblicos que nos permitan acercarnos a ese particular e indispensable personaje que se revela de forma extraordinaria, continua y progresiva en las Sagradas Escrituras, y que, mediante su intervención en la vida e historia del pueblo de Israel, hace notoria y pública su voluntad hacia la humanidad.

La finalidad indiscutible de esta obra sobre Dios en la Biblia hebrea es identificar, estudiar y exponer los textos bíblicos, revisar las ideas religiosas y analizar los temas teológicos que puedan arrojar luz en nuestra búsqueda de comprensión del Ser Supremo. Nos interesa estudiar las narraciones que presentan al Dios que se reveló inicialmente a Moisés, para liberar a los hijos e hijas de Israel de Egipto, y que posteriormente se manifestó en la vida y obra de Jesús de Nazaret y también en la iglesia cristiana.

Este estudio, en efecto, nos relaciona con una divinidad que se especializa en intervenciones históricas y manifestaciones reales en medio de las vivencias diarias de su pueblo. Y ese Dios que se revela en la literatura bíblica, no es lejano, inaccesible, remoto e impersonal. El Señor tiene la extraordinaria capacidad y el buen deseo de comunicarse directamente con las personas y los pueblos a través de la naturaleza y la historia y también mediante profetas, profetisas, sacerdotes y poetas, entre otras personas.

Un relato bíblico que pone en justa perspectiva esta comprensión de la divinidad que se presenta en las narraciones bíblicas, se encuentra en el Libro de Éxodo. Según la narración bíblica, cuando los hijos e hijas de Israel experimentaban la opresión y vivían en cautiverio en Egipto, Dios se reveló de forma novel y espectacular a Moisés. En esa teofanía o revelación divina, el Señor le llama y comisiona a organizar y poner en efecto una empresa liberadora y un proyecto de transformación para el pueblo de Israel. En medio de una zarza ardiente, que estaba ubicada, de acuerdo con el relato bíblico, en «tierra santa», Dios claramente le dijo a Moisés:

Pero el SEÑOR siguió diciendo:

—Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto.

Los he escuchado quejarse de sus capataces,

y conozco bien sus penurias.

Así que he descendido para librarlos

del poder de los egipcios y sacarlos de ese país,

para llevarlos a una tierra buena y espaciosa,

tierra donde abundan la leche y la miel…

Éxodo 3:7-8a

El relato revela varios aspectos fundamentales y características importantes de la naturaleza divina que, posteriormente, a través de la Escritura y en la historia del pueblo, se expanden y explican aún mejor. Esa percepción de Dios sirvió de base para la identidad nacional y para la comprensión, explicación y recuento de las intervenciones divinas en medio de la humanidad. El relato de la revelación divina a Moisés está en el centro mismo de la teología bíblica.

Dios «ve» el sufrimiento de su pueblo. Se revela de esta forma una divinidad que tiene capacidad visual, es decir, que posee el don de la vista, no solo para mirar de forma distante y despreocupada lo que sucede en el mundo, sino también para, al percatarse de lo que sucede y evaluar críticamente la realidad humana, intervenir dramáticamente en la historia con un propósito redentor y liberador. El «ver» divino es una forma de comprender y solidarizarse con los israelitas, que estaban en medio de las penurias y el cautiverio a manos del faraón egipcio.

Ese «ver» divino, unido a su «oír», significa comprensión, simpatía y participación. Revela su deseo de intervención liberadora y manifiesta su anhelo de responder a las necesidades humanas más profundas e importantes. El Dios bíblico «libera» porque «ve» y «escucha», que es una manera de decir que el Señor redime porque está interesado en ponderar y atender la condición humana y tiene la capacidad y el deseo de «descender» a liberar y redimir a la humanidad de sus congojas, cautiverios y opresiones. El «ver» y el «oír» de Dios conducen a su «descender» con virtud redentora y poder liberador.

El pueblo de Israel, tanto en el recuento de la historia nacional como en la articulación de sus cánticos y cultos, continuamente afirma esa convicción. El Dios que se reveló a Moisés «conoce» las angustias de los israelitas, afirma su poder salvador y manifiesta su claro compromiso con la gente en cautiverio, orfandad y necesidad. En las narraciones históricas, en la redacción de leyes, en los mensajes proféticos y en las expresiones poéticas y religiosas del pueblo se articula clara y continuamente la misma seguridad y se revela con gran fuerza dramática la siguiente convicción:

El SEÑOR es mi roca, mi amparo, mi libertador;

es mi Dios, el peñasco en que me refugio.

Es mi escudo, el poder que me salva,

¡mi más alto escondite!

Salmos 18:2

Esa afirmación básica, de que Dios es el fundamento de la esperanza del pueblo, es el hilo conductor primario del pensamiento teológico del Antiguo Testamento. Esa seguridad le dio cohesión y sentido de dirección a la teología bíblica, y sentó las bases necesarias para el desarrollo pedagógico, moral, filosófico, teológico y ético del Nuevo Testamento.

¿Quién es Dios en el Antiguo Testamento?

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