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PRESENTACIÓN

En muchos países de la órbita hispano hablante existe la expresión «los pájaros tirándoles a las escopetas» con la que se quiere indicar la absurda inversión de los papeles que a veces tiene lugar en medio de situaciones desconcertantes que rozan ya con lo descabellado. Pues bien, esa es la sensación que me invade al hacer la presentación a uno de los libros del doctor Samuel Pagán. Me siento como «los pájaros tirándoles a las escopetas».

En realidad, hubiera declinado este privilegio dejándoselo a alguien más capacitado, si no fuera porque me sentía en deuda con mi amigo, el doctor Pagán, quien había accedido a redactar el prólogo a mi último libro, Creer y razonar. Así que, he tenido que asumir esta honra, pero aclarando que lo hago desde la perspectiva de un lector agradecido hacia el autor que lo ha nutrido con sus constructivos escritos, contribuyendo a afianzar y consolidar mi fe de una manera mucho más ilustrada y documentada.

De hecho, el doctor Pagán no necesita presentación. Es un pastor, escritor, conferencista, teólogo y biblista muy prolífico, ampliamente conocido y reconocido en el medio eclesiástico, no solo de habla hispana, sino también en otros contextos culturales diferentes en los que también es muy respetado. Su don de gentes, su sencillez, calidez y cercanía cuando se le llega a conocer personalmente, está muy lejos del estereotipo distante del erudito sumergido en la academia, el nuevo claustro desde el que los eruditos observan, examinan e interpretan el mundo desde el resguardo de su torre de marfil.

El doctor Pagán, sin dejar de ser un erudito, es antes que nada un pastor y maestro que disfruta del contacto con sus hermanos en la fe en la iglesia y que no busca impresionar ni descrestar a sus oyentes en el diálogo cotidiano con su sapiencia y conocimiento. Me atrevería a sugerir que él evita conscientemente cualquier despliegue exhibicionista y ostentoso de erudición que no sea estrictamente necesario en sus tratos interpersonales, procurando descender de forma muy empática al nivel de conocimiento de su interlocutor para conducirlo desde allí, con sutileza, amenidad y de forma casi inadvertida, a niveles superiores de aprendizaje. La erudición explícita prefiere dejarla para sus libros.

Tanto así que todos sus libros —sin que este sea la excepción— son en mayor o menor grado, escritos académicos, como lo demuestra la profusión de notas de pie de página, con abundancia de referencias bibliográficas especializadas y observaciones profundas y muy bien documentadas que estimulan al estudioso y lo orienta de forma muy lúcida en el propósito de adentrarse más a fondo y de manera segura en los temas considerados. Pero, incluso en sus libros, como podrá comprobarlo el lector en este excelente botón de muestra, logra mantener un nivel muy divulgativo, asequible al lector promedio no iniciado en estos temas, de tal modo que, si así se desea, se pueden omitir sin problema todas las notas de pie de página sin que por ello se pierda el hilo o se generen vacíos en el seguimiento a sus ideas, que se da de manera muy natural y fácil, como llevados de la mano, sin especiales dificultades para obtener una comprensión satisfactoria y bien fundamentada de los tópicos abordados.

En relación con el tema de este libro, su contenido es muy oportuno y necesario para una iglesia que amenaza con caer todo el tiempo en nuevas formas de marcionismo, herejía de los primeros siglos del cristianismo que debe su nombre a Marción, quien hablaba de dos dioses diferentes: el dios presuntamente inferior del Antiguo Testamento: caprichoso, vengativo, cruel y excesivamente severo; y el Dios verdadero del Nuevo Testamento: el Dios bondadoso y de amor, Padre de nuestro Señor Jesucristo. De hecho, la Biblia de Marción no tenía Antiguo Testamento —lo había eliminado de un solo tijeretazo— y el Nuevo Testamento era mucho más reducido que el nuestro, pues únicamente contenía el Evangelio de Lucas y las epístolas de Pablo. Una herejía que no se limita al pasado, pues hoy por hoy es posible encontrar a muchos cristianos que se deleitan en la lectura del Nuevo Testamento, pero más bien poco en la del Antiguo. Y no propiamente debido a su mayor antigüedad, extensión o dificultad, sino que, al igual que Marción, están llenos de prejuicios que no les permiten apreciar la revelación de Dios en el Antiguo Testamento en toda su amplitud, riqueza y profundidad.

Por lo anterior y aun sin proponérselo expresamente, este libro puede tener utilidad apologética a la hora de defender la fe cristiana de quienes, como los llamados «nuevos ateos» con el mediático Richard Dawkins a la cabeza, la atacan enfocando sus baterías justamente contra el Dios del Antiguo Testamento, como lo admite sin ambages el propio Dawkins al lanzar contra Él la siguiente diatriba, producto, precisamente, de su ignorancia acerca de la revelación del carácter de Dios que se da en el Antiguo Testamento, en lo que podría muy bien ser una versión secular del marcionismo: «El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida. Genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo». ¿De qué manera responderemos los cristianos ante esta ofensiva y blasfema andanada?

En este libro veremos, entonces, que el Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios del Nuevo Testamento que se manifiesta en Jesucristo y que, lejos de ser un Dios tribal restringido al pueblo de Israel, su carácter universal, único, vivo y verdadero se despliega y revela desde el principio ante los ojos desprejuiciados de quienes se adentran en la lectura del Antiguo Testamento sin prevenciones, de tal modo que todos los tratos de Dios con su pueblo y con la humanidad en la época veterotestamentaria encajan muy bien en su carácter invariable por el que Él es el mismo ayer, y hoy y por los siglos, sin que experimente la más mínima mudanza ni sombra de variación y sin que tenga que ofrecer disculpas por sus intervenciones en la historia registradas de manera inspirada en el Antiguo Testamento.

Así, pues, si bien es cierto que los cristianos debemos interpretar el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo y no lo contrario, como sucede con las iglesias que suscriben una visión legalista de Dios, estacionada en el tiempo y atascada en el pentateuco, al mejor estilo de los saduceos; también lo es que no es posible entender la revelación de Dios en Jesucristo recogida en el Nuevo Testamento, sin hacerlo contra el trasfondo provisto por la revelación de Dios en el Antiguo Testamento. He ahí, entonces, la pertinencia y actualidad de este nuevo y calificado libro del doctor Pagán.

Prof. Arturo Iván Rojas Ruiz

Pastor y apologista

Bogotá, Colombia

3 de junio del 2020

¿Quién es Dios en el Antiguo Testamento?

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