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Parábolas del Reino y el rey
“Pues bien, dile a mi siervo David que así dice el Señor Todopoderoso:
Yo te saqué del redil para que, en vez de cuidar ovejas,
gobernaras a mi pueblo Israel.
Yo he estado contigo por dondequiera que has ido,
y por ti he aniquilado a todos tus enemigos.
Y ahora voy a hacerte tan famoso como los más grandes de la tierra.
También voy a designar un lugar para mi pueblo Israel,
y allí los plantaré para que puedan vivir sin sobresaltos.
Sus malvados enemigos no volverán a humillarlos
como lo han hecho desde el principio,
desde el día en que nombré gobernantes sobre mi pueblo Israel.
Y a ti te daré descanso de todos tus enemigos.
…
Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí;
tu trono quedará establecido para siempre”.
2 Samuel 7.6-8, 16
El tema del Reino
En las parábolas encontramos el corazón del mensaje de Jesús, y en esas narraciones se ponen claramente de manifiesto los temas teológicos prioritarios, los asuntos misioneros fundamentales y los elementos educativos primordiales. Desde la perspectiva histórica es incuestionable que el tema recurrente y más importante de Jesús de Nazaret era el Reino de Dios o de los cielos; y desde la dimensión teológica, ocupa el sitial prioritario.
En ese mundo docente y teológico, las parábolas del Reino articulan una comprensión de Dios, y de sus intervenciones redentoras en medio de la historia, que rebasa los entendimientos tradicionales en el Oriente Medio de las divinidades antiguas y sus acciones. El Dios del Reino, en las parábolas de Jesús, y en la importante tradición relacionada con Moisés (Éx 3), ve los dolores, escucha los clamores y desciende para responder con autoridad a esos cautiverios, aflicciones y necesidades del pueblo.
El Reino, para Jesús de Nazaret, era la manifestación extraordinaria y concreta de la soberanía divina en medio de la historia. Y esa revelación del Dios soberano no solo tenía importancia en la vida y las acciones del joven rabino galileo, y también en la comudidad que le rodeaba, sino llegaba al futuro, a las dimensiones escatológicas. Esa acción divina, que no se ajustaba a los patrones teológicos de la época, manifestaba su compromiso prioritariamente a la gente en necesidad y las comunidades en dolor. Esa irrupción especial del Señor de la vida, tiene la capacidad de orientar a la gente cautiva y moverla al mañana, al porvenir y a la vida abundante que propicia sanidad espiritual, mental, social, económica y política.
El reino, reinado, gobierno, imperio y dominio. La idea básica que transmite la palabra es poder y dominio; el concepto incluye también las esferas semánticas de la autoridad y la potestad. En los Evangelios canónicos se utiliza la expresión como en un centenar de ocasiones. La gran mayoría de las veces el término alude al Reino de Dios, aunque en Mateo ese concepto se presenta como el Reino de los cielos, para evitar la posibilidad de usar el nombre de Dios en vano, en una muy fuerte tradición judía de abstenerse de pronunciar el nombre divino. En ocasiones, inclusive, basileia puede ser usado como el reino del mundo o del diablo (p. ej., Mt 4.8; 12.25-26; 24.7; Mr 3.24; 13.8; Lc 4.5; 11.17-18; 21.10), y también al reino de Herodes (Mr 6.26).
Este singular tema del Reino en las enseñanzas de Jesús, por alguna razón, no aparece con frecuencia en el resto del Nuevo Testamento ni se explora con intensidad en los escritos de las primeras comunidades cristiana. En las Cartas de Pablo, el Reino se expone solo de forma esporádica (1Ts 2.12; Gá 5.21; 1Co 4.20; 6.9-10; 15.24,50. En el Apocalipsis de Juan solo hay tres pasajes que utilizan directamente la expresión (Ap 1.9; 11.15; 12.10). Y en el Libro de los Hechos la frase que predomina es “heredar el Reino de Dios”, que es una referencia a la vida eterna, aunque el tema del Reino se usa en la predicación en varias ocasiones (véase Hch 8.12; 19.8; 20.25; 28.23,31).
Una lectura inicial de las narraciones evangélicas en torno al Reino descubre que su existencia y manifestación histórica no depende de esfuerzos o programas humanos, sino de la voluntad y las iniciativas divinas. Las personas no pueden crear, levantar, adelantar, construir o extender el Reino, que ciertamente es patrimonio divino; solo lo reciben, aprecian, comparten y celebran. La manifestación real e histórica del Reino depende directamente de la soberanía de Dios. Y esa soberanía, que lo ha movido a intervenir de forma especial en medio de la historia y la naturaleza, se revela una vez más en medio del pueblo, pero en esta ocasión como monarca universal para establecer un Reino, sin fronteras geográficas, diferencias étnicas, escalafones sociales ni niveles económicos.
Esa dimensión profética en el mensaje de Jesús fue, posiblemente, uno de los componentes más importantes que propiciaron su éxito ministerial. Luego de un tipo de silencio profético en el pueblo por años, y posiblemente siglos, el Señor retoma esa vocación antigua, que ya Juan el Bautista en su época había comenzado, y le brinda su peculiar estilo pedagógico al utilizar las parábolas como su más importante vehículo de comunicación.
Ese retomar de las antiguas tradiciones proféticas debe haber conmocionado al pueblo, que estaba necesitado de escuchar la revelación divina independientemente de las estructuras religiosas del Templo. En Jesús de Nazaret, las antiguas comunidades judías de las regiones de Galilea y Judea escucharon nuevamente una voz profética que traía la voluntad divina a las esferas humanas.
El estilo pedagógico efectivo de Jesús, unido a la autoridad profética con su presentación de los temas desafientes del Reino, junto a sus extraordinarias capacidades de comunicación prepararon el ambiente para su ministerio transformador y exitoso. Esas virtudes educativas, teológicas y oratorias, tomaron fuerza, de acuerdo con las narraciones evangélicas, con el poder del Espíritu e hicieron que las contribuciones del joven maestro de Nazaret rompieran los parámetros del tiempo y el espacio, para llegar a otras latitudes con diferentes idiomas en diversas épocas.
En el Reino, Dios es rey
Para tener una comprensión amplia de las parábolas de Jesús, debe entenderse que en el Reino anunciado, Dios es el monarca. Y esa importante afirmación teológica está anclada muy fuertemente en las tradiciones bíblicas. El Señor que se revela en la Biblia hebrea es creador de los cielos, la tierra y la humanidad; es libertador del pueblo de Israel que estaba cautivo en Egipto; es revelador de la Ley a Moisés, que brindaba al pueblo las normas y ordenanzas para propiciar la fidelidad y fomentar las relaciones sociales saludables y justas; es conocido como el Señor Todopoderoso y de los Ejércitos, pues salía a las batallas con su pueblo para darle la victoria contra sus enemigos; es el Señor de la poesía hebrea, pues se identifica en el Salterio como Pastor, Roca, Altísimo, Omnipotente y Rey; y es el Dios que promete y tiene la capacidad, y el compromiso de cumplir sus promesas.
A través de la historia, y a la medida que Israel obedece y es fiel al Pacto, el Reino se hace realidad en medio de las vivencias del pueblo. Sin embargo, como los israelitas de forma reiterada desobedecían la revelación divina, hay elementos del Reino que se van manifestando de forma paulatina en la historia hasta llegar al porvenir. Ese componente futuro del Reino se revelará plenamente en los tiempos finales, en la era escatológica. En la presentación de sus parábolas, Jesús revela esa doble perspectiva del Reino, tanto las manifiestaciones históricas en el presente como sus dimensiones escatológicas en el futuro.
Posiblemente uno de los entornos iniciales del concepto del Reino se relaciona con los encuentros del rey David y el profeta Natán (2Sa 7.12-16). El mensaje del profeta al famoso monarca israelita es el fundamento de una promesa divina excepcional. Y esa singular promesa, rompió los linderos del tiempo y la historia para incursionar con fuerza en el mundo de lo escatológico, y llegar con autoridad a los tiempos finales. Esta profecía está muy cerca de los inicios del concepto del Reino de Dios y del Señor como monarca soberano.
La promesa del profeta al rey es la siguiente: Dios levantará un monarca especial de la casa de David que reinará para siempre sobre el pueblo de Israel. Con los años, como respuesta a esa esperanza profética y como resultado de las continuas dificultades históricas, problemas éticos y conflictos morales de los monarcas israelitas, ese Reino, o reinado de Dios, se mueve de los niveles terrenales a las esferas celestiales. El tiempo y las realidades de la vida en el mundo israelita transformó la teología del Reino de un espacio geográfico específico y un entorno político concreto, a una comprensión amplia del señorío y la soberanía de Dios en el mundo y el cosmos en la figura de un Mesías venidero.
Informado por esa singular tradición profética y mesiánica, llega a la historia Jesús de Nazaret con el mensaje que afirmaba que el Reino prometido se hacía realidad en su vida, ministerio y mensajes. Y esas enseñanzas en torno al Reino, tenían implicaciones personales, componentes nacionales, expresiones en la naturaleza y repercusiones en el cosmos. En el joven rabino galileo el tema del Reino deja de ser auncio profético ideal para un futuro indeterminado, para convertirse en la actualización histórica de la voluntad de Dios y en vivencias concretas del Señor soberano en medio de las realidades de su pueblo.
La prioridad e importancia del tema del Reino se pone de relieve, entre otras formas, en una serie de preguntas introductorias que hace Jesús antes de comenzar la narración de alguna de esas parábolas. Eran formas imaginativas de iniciar los diálogos e incentivar la reflexión, pues motivaban el análisis y fomentaban la reflexión crítica: ¿A qué es semejante el Reino de Dios? (Lc 13.18). ¿A qué compararé el Reino de Dios? (Lc 13.20).
Ese singular estilo retórico nos permite identificar sin mucha dificultad la importancia del tema, sin embargo, no indica que el significado del concepto y las implicaciones de las enseñanzas en los discursos de Jesús sean tareas sencillas o fáciles. El Reino es un tema determinante en la teología de Jesús, pero el contenido ético, moral y espiritual de la expresión es denso, complejo, profundo, elusivo y polivalente. En sus presentaciones, Jesús incentivaba la creatividad y fomentaba la imaginación, y presuponía que había comunicación efectiva.
De singular importancia al explorar el tema es notar que, cuando Jesús afirma que “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado” (Mr 1.14,15), no está interesado en presentar una definición precisa y detallada del concepto. El Señor presupone que sus audiencias judías entienden bien su mensaje. Para esas comunidades el término Reino de Dios les era familiar, pues se incluye con cierta frecuencia en la Biblia hebrea. Inclusive, las narraciones bíblicas afirman de forma directa y sin inhibiciones que el Dios del pueblo de Israel es Rey (Sal 103.19; Is 43.15). Además, en la teología de los profetas se incluye la idea de un futuro glorioso en el cual Dios va a gobernar, mediante las intervenciones extraordinarias de un tipo de rey ideal.
Referente a las parábolas y el Reino, Jesús hizo un comentario interesante que no debemos subestimar ni ignorar. En medio de uno de sus discursos sobre el tema, el Señor alude a que estaba predicho en las Escrituras que el Mesías le hablaría al pueblo en parábolas (Mt 13.34-35). De esa forma aludía a los Salmos y se apropiaba de una importante afirmación teológica para el futuro indeterminado (Sal 78.2). Era una manera exegética de afirmar que su estilo pedagógico estaba anunciado, como una especie de confirmación de su teología. Inclusive, ese antiguo mensaje poético y profético incluye el tema del contenido de las parábolas, pues hace referencia a “cosas que estaban escondidas desde la creación”. Jesús de Nazaret está en esa tradición poética y profética, pues presenta su mensaje del Reino como la revelación divina que, desde la perspectiva teológica, se fundamenta en los comienzos mismos de la historia.
Aunque esa teología real se vio frustrada por las acciones de reyes históricos, que no vivieron a la altura de los valores éticos que se desprenden de la Ley de Moisés y de los reclamos espirituales y morales que se incluyen en los libros proféticos, la esperanza mesiánica nunca murió, por el contrario, fue creciendo y desarrollándose con el tiempo, especialmente en el período postexílico. Esa esperanza mesiánica se nutrió considerablemente de la literatura que se encuentra, por ejemplo, en los libros de Ezequiel y Daniel. Y en la época de Jesús, las realidades políticas, sociales y espirituales del pueblo estaban listas para la materialización histórica de esa esperanza escatológica.
El pueblo, y sus líderes espirituales, no pusieron sus esperanzas en alguna figura real que llegara a la historia para transformar sus expectativas ideales en un proyecto histórico vivible en el judaísmo. Por el contrario, el judaísmo en los tiempos de Jesús desarrolló una singular teología de la esperanza que afirmaba que sería Dios mismo quien iba a traer el juicio sobre los enemigos del pueblo y propiciaría un nuevo orden político, social y espiritual, que estaba fundamentado en la paz y la justicia.
El Reino en la historia y la escatología
En medio del contexto de las intervenciones políticas y militares del imperio romano, a la luz de las acciones teológicas de las instituciones rabínicas y como resultado de las decisiones religiosas de las autoridades en el Templo de Jerusalén, Jesús articuló el tema del reinado de Dios y afirmó la inminencia del Reino en medio de la historia nacional.
Para Jesús, el Reino significaba la victoria definitiva de Dios contra los poderes espirituales, políticos, religiosos e históricos que se oponían, de forma directa o indirecta, a la revelación e implantación de la voluntad divina en medio de la sociedad. Frente a un imperio inmisericorde y una administración judía violenta, Jesús anuncia el Reino como una alternativa eficaz a los modelos que proyectaban las autoridades judías y romanas. Ante la injusticia humana, Jesús “anunciaba el año agradable del Señor” (Lc 4.18-19), que representaba la buena noticia de salvación a los pobres, la libertad de los presos, la recuperación de la vista a los ciegos, la liberación de los oprimidos, y la llegada del año de la gracia divina y la paz.
Desde las perspectivas teológicas y pedagógicas, el Reino era el triunfo definitivo de Dios contra todas las fuerzas satánicas que atentaban contra la revelación de la paz y la justicia en medio del pueblo y de la historia. ¡Era el rechazo público a la desesperanza, a la desolación, a las lágrimas, al cautiverio espiritual, al dolor del alma y al discrimen social! ¡Era la manifestación plena del amor, la misericordia, el perdón y la dignidad!
El Reino era un tipo de transformación extraordinaria que tenía implicaciones históricas, personales, nacionales y cósmicas. Era la irrupción de lo eterno en el tiempo, la revelación de la integridad en medio de las injusticias y los cautiverios de la vida, la manifestación de la paz en una sociedad de violencia y angustias, y la afirmación de la esperanza en un mundo sin sentido de dirección y sin dignidad.
El Señor del Reino llega y se manifiesta, de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, en medio de la humanidad, no para repetir las teologías que provienen de los caminos trillados de la religión tradicional, sino para descubrir nuevos senderos espirituales y articular noveles posturas éticas en torno a Dios y referente a sus reclamos a los individuos, las comunidades, los líderes y las naciones.
El Reino es un tipo de encuentro transformador con el Dios creador, redentor y libertador, que se ha manifestado de manera extraordinaria en las realidades de la historia y en el corazón de las vivencias humanas. El Reino, en las enseñanzas de Jesús de Nazaret, no era un tema teológico más, sino el centro espiritual de sus enseñanzas, el corazón de los valores éticos que promulgaba y el fundamento de su prioridad teológica.
Las manifestaciones del Reino se hacían realidad en la sanidad de los enfermos y en la liberación de los endemoniados; también en las predicaciones en los montes, los llanos, frente al lago y en Jerusalén. El Reino, según las enseñanzas de Jesús, se encarnaba en las respuestas que daba el Señor a las mujeres, los leprosos, los niños y las personas llamadas “pecadoras” de la comunidad. Era un Reino con ramificaciones históricas e inmediatas, escatológicas y eternas. Rechazaba, ese singular Reino, las cadenas y los cautiverios, los prejuicios y los rechazos sociales, las cárceles y los esfuerzos por detener el paso firme y decidido de la voluntad divina en medio de las esferas humanas.
En el entorno religioso de Jesús, la teología ocupaba un sitial de honor entre los fariseos, seduseos y los publicanos. Y en ese singular mundo judío, la teología apocalíptica tenía gran influencia en el pensamiento de los líderes religiosos y en el pueblo. Esa realidad social y religiosa se manifiesta claramente en las parábolas. Esos grupos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría al final de los tiempos en medio de catástrofes y juicios divinos. Pensaban que la escatología se asociaba principalmente con la manifestación de los juicios finales de Dios en la historia.
Jesús entiende y atiende esas preocupaciones escatológicas, pero destaca la intervención inmediata del Reino en la historia, que representa la buena noticia de paz, bienestar y sanidad, aunque ciertamente tiene implicaciones futuras y eternas. El énfasis del Señor en la teología del Reino estaba en sus repercusiones directas y contextuales, y en la afirmación y aceptación de sus valores, pero no ignoró ni rechazó las dimensiones apocalípticas y escatológicas del tema.
De singular importancia en la teología del Reino es afirmar que el tema incluye dos componentes importante del tiempo. El Reino ya se manifiesta en la historia; y a la vez, todavía no se revela de forma plena. Esos dos componentes del “ya” y del “todavía no”, son indispensables para la comprensión y afirmación adecuada del mensaje de Jesús. Revelan una dinámica en tensión que es fundamental para la comunicación adecuada del tema y para su presentación efectiva y prudente.
Destacar solo un aspecto de ese dualismo teológico no hace justicia a las enseñanzas amplias de Jesús ni facilita la afirmación del tema. El énfasis desmedido en el “ya” del Reino, puede desilucionar a los oyentes al perder los componentes eternos del mensaje y sus dimensiones en el porvenir. La subestimación de sus aspectos escatológicos cautiva la enseñanza del Reino en la historia inmediata, con sus desafíos y dificultades. Y eliminar la dimensión eterna del evangelio no hace justicia a la amplitud del mensaje de Jesús y puede generar rechazo en los oyentes, al cautivar la efectividad del tema del Reino al presente histórico sin implicaciones al porvenir.
Por otro lado, anunciar y destacar solo el “todavía no” del Reino, puede causar una actitud triunfalista y enajenante, que choca adversamente con las realidades sociales que se viven en las comunidades y que experimentan continuamente los creyentes. Si posponemos las bendiciones del Reino para “el más allá”, eliminamos el disfrute de la vida cristiana saludable en la historia. Y posiblemente uno de los secretos de la enseñanza efectiva de Jesús en las parábolas fue mantener un balance efectivo entre las dimensiones históricas del Reino, junto a sus virtudes escatológicas. Ese equilibrio teológico es posiblemente responsable de gran parte del éxito de Jesús de Nazaret.
La prioridad del Reino, de acuerdo con la teología del joven rabino de la Galilea, era la manifestación plena e histórica de los valores que distinguen al Mesías desde las profecías veterotestamentarias, y que se ponen de manifiesto en sus nombres: Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz (Is 9.5). Esa percepción teológica incorpora el elemento de la intervención extraordinaria de Dios en la historia y las vivencias del pueblo, pues otro de los nombres mesiánicos es Emanuel, que presenta el núcleo de la revelación divina: “Dios con nosotros” (Is 7.14).
El Reino y Dios
El Reino se relaciona, además, con el descubrimiento siempre nuevo de quién es Dios, cómo se revela a la humanidad y qué requiere de las personas y los pueblos. Es percatarse que lo más importante en la vida es vivir de acuerdo con una serie de postulados nobles y altos que identifican y delatan a la gente distinguida y buena, a las personas responsables y gratas, a los hombres restaurados y redimidos, a las mujeres transformadas y renovadas, a los individuos íntegros y decididos, a los pueblos liberados y reformados. El encuentro íntimo y pleno con la naturaleza y revelación de Dios reclama cambios radicales en el pensamiento y comportamiento de las personas y los pueblos.
El descubrimiento y aprecio de los postulados del Reino también es percatarse de las implicaciones teológicas y pedagógicas en torno a cómo es Dios. Es explorar y comprender las imágenes que se utilizan para describir sus acciones y sentimientos. El Señor actúa como padre y madre, médico y maestro, vecino y amigo, juez y abogado, hermano y hermana, señor y siervo… Dios es como el samaritano que ayuda, el sembrador que labora, la mujer que busca lo perdido, el pastor que no permite que una oveja se pierda… En efecto, Dios es como la persona sabia, que construye su casa sobre la piedra, como la que evalúa sus recursos antes de comenzar algún proyecto de construcción, como la que deja todas sus posesiones para seguir al Maestro, y como el rey que analiza cuidadosamente sus recursos antes de ir a la guerra.
Descubrir el Reino hace desaparecer los temores, superar las ansiedades, olvidar los fracasos… Permite descubrir virtudes, vencer adversidades, revivir sueños… Ayuda a enfrentar la existencia humana con seguridad, fortaleza, valor… Hace que se pueda vivir con dignidad, misericordia, integridad… Motiva a comunicarnos con valor, respeto y humildad con personas de todas las religiones, razas, credos, teologías, culturas, ideologías, posiciones sociales... Incentiva el perdón, la misericordia y la solidaridad… Propicia el ayudar a las personas caídas, apoyar a la gente menesterosa, consolar a los hombres y las mujeres que lloran… Permite vivir de pie ante los grandes desafíos de la vida, ante los retos de la naturaleza, ante lo inconmensurable del cosmos… Y fomenta las manifestaciones plenas de amor ante las inmisericordias humanas, los prejuicios personales y los cautiverios espirituales.
Además, Jesús anuncia la llegada de un singular monarca que irrumpe en la historia de forma novel y definitiva. Esa intervención extraordinaria de Dios se produce en medio de las realidades religiosas, espirituales, sociales y políticas del pueblo. Esas dinámicas que, servían de contexto literario e histórico a Jesús, propician la transformación de las estructuras religiosas y políticas palestinas que generan el cautiverio, la desolación, el dolor, la desesperanza, el llanto y la opresión.
El lenguaje que utiliza Jesús de Nazaret para la predicación del Reino es uno poético de resistencia y rechazo a las políticas, estructuras y vivencias judías y romanas que incentivaban el dolor y el cautiverio de la comunidad. También esa palabra del Reino es de esperanza y futuro, de porvenir grato y liberación próxima, de mañana y vida abundante.
El Reino y las parábolas
Y como el Reino es así, amplio, inclusivo, desafiante, grato y pertinente, para estudiar las parábolas que articulan ese tema, vamos a utilizar de fundamento metodológico los valores y las enseñanzas que esas narraciones presentan, los asuntos que discuten y las teologías que articulan. La base fundamental de nuestro estudio es permitir que las parábolas nos hablen, pues deseamos escuchar la voz del joven rabino galileo que decidió invertir toda su vida en la presentación de un Reino que llegó a la historia para transformar y redimir personas, comunidades, culturas y estructuras.
El Reino de Dios en el mensaje de Jesús, aunque presentaba la extraordinaria oportunidad divina de redención histórica y escatológica, recibió la oposición pública de algunos sectores de la comunidad judía. Para los líderes religiosos, y también para los sectores que ostentaban el poder político y económico, Jesús representaba una amenaza a la hegemonía de autoridad y poder que tenían. El estilo abierto, imaginativo y dialogal del Señor estaba en clara oposición a las estructuras rígidas y tradicionales de los sectores religiosos y militares del Templo de Jerusalén. Y esos grupos de poder religioso judío estaban de acuerdo con las autoridades políticas y militares del imperio romano, que era la potencia real que gobernaba en la región. La finalidad era mantener un tipo de orden social que fuera conveniente a sus intereses.
Lo que comenzó con una serie de desafíos teóricos, discusiones hermenéuticas y conflictos teológicos, de parte de los grupos fariseos y publicanos, prosiguió con una serie continua de amenazas privadas y públicas, que continuamente aumentaban de tono e intensidad. Ese ambiente de tensión religiosa y sospechas políticas se complicó, y se convirtió en el cuadro ideal para organizar el complot para asesinarlo, que llevaron a efecto la semana de celebración de la Pascua judía por el año 30 d.C.
El rechazo directo al mensaje del Reino que anunciaba Jesús, fue el contexto amplio de su ejecución. Ante los desafíos que representaba un profeta galileo itinerante al gobierno de los Herodes, a las autoridades del Templo y al imperio romano y sus representantes en Jerusalén y Galilea, se unieron esos sectores de poder y decidieron eliminarlo. El objetivo era callar la voz del profeta que atentaba contra el status quo. La finalidad era eliminar las enseñanzas de un joven maestro galileo e itinerante que tenía gran éxito con sus palabras elocuentes y su doctrina alterna. No ejecutaron al Señor por alguna falta religiosa, por dificultades teológicas o por alguna incomprensión interpersonal: lo crucificaron porque amenazaba la autoridad y hegemonía política de Roma en Palestina.
Mientras las autoridades oficiales del Templo y del imperio rechazaban abiertamente el mensaje del Reino anunciado por Jesús en sus parábolas, la “buena noticia” del evangelio era muy bien recibida por los sectores más necesitados y dolidos de la sociedad. Para la gente enferma, rechazada, desposeída, cautiva y oprimida; esas predicaciones de Jesús significaban esperanza, sanidad, salvación y futuro. Las enseñanzas del Reino le devolvían los deseos de vivir a quienes ya no tenían fuerzas, energías ni apoyo ¡para llegar a las aguas del estanque de Betesda y ser sanados! (Jn 5).
Sin embargo, para los sectores que se aprovechaban de esas injustas estructuras sociales, económicas, religiosas y políticas, las “buenas noticias” del evangelio del Reino no eran tan “buenas”. La predicación de Jesús significaba la terminación de los privilegios que mantenía a un pequeño sector de la sociedad en control de la vida del pueblo. La teología del Reino rechazaba las políticas públicas que traían la desesperanza y el dolor a individuos y comunidades. Las enseñanzas del Señor en sus parábolas no estaban acordes con la política oficial del judaísmo de la época, pues desafiaban las interpretaciones de la Ley que propiciaban o permitían que el pueblo anduviera “como ovejas que no tenían pastor”.
Las enseñanzas del Señor presentaban una alternativa teológica y ética que brindaba esperanza y futuro, no solo a las personas heridas y marginadas del pueblo, sino para la humanidad entera, independientemente de las realidades geográficas, históricas, étnicas, sociales, religiosas, políticas y espirituales. El mensaje de Jesús proclamaba un Reino que era capaz de transformar las estructuras de poder, para implantar sistemas que permitieran a las personas explotar todo el potencial espiritual e intelectual y vivir en ambientes de seguridad, prosperidad y esperanza. El Reino era el ambiente necesario para vivir una espiritualidad feliz, sana, responsable y fructífera. Las parábolas de Jesús anuciaban ese Reino que era capaz de devolverle la paz, la salud y la felicidad al pueblo, que ciertamente es la voluntad divina para la humanidad.