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LAS DEPORTACIONES

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Los judíos que llegaron al exilio en Babilonia fueron objeto de presiones y humillaciones de parte de sus captores (véase Sal 137). Sin embargo, aunque no eran libres, se les permitió vivir en comunidad, dedicarse a la agricultura, administrar negocios, construir casas y ganarse la vida de diversas formas (véase Jer 29). El rey Joaquín, quien fue llevado al exilio en el año 598 a.C., fue mantenido por el gobierno babilónico y, además, era tratado con cierta consideración. Con el paso del tiempo, muchos exiliados llegaron a ocupar posiciones de liderato político, económico y social en Babilonia (p.ej.: Esdras y Nehemías).

El imperio babilónico durante este período experimentó una serie de cambios significativos que afectaron sustancialmente su administración y permanencia. A Nabucodonosor lo sucedió Amel-Marduc, que fue asesinado al poco tiempo de comenzar su gestión (562-560 a.C.). Le sucedió Neriglisar, quien no pudo mantener el poder por mucho tiempo (560-556 a.C.). El usurpador Nabónido, aunque gobernó por algún tiempo, no pudo superar la crisis producida por sus reformas religiosas. Entre esas decisiones se puede identificar el cambio del culto a Marduc por el culto a Sin, decisión que causó el descontento general entre los importantes sacerdotes de Marduc. Además, y posiblemente por razones de seguridad relacionadas con la reforma religiosa, tuvo que mudarse a Teima por siete años, dejando como regente de Babilonia a su hijo Baltasar.

Ciro, mientras imperaba el desorden y la inseguridad en Babilonia, aumentó sistemáticamente su poder político mediante conquistas militares en todo el Medio Oriente. Y aunque comenzó su carrera política como servidor de los medos, con el tiempo conquistó su capital, Ecbatana, en el 553 a.C., con la ayuda de Nabónido. Posteriormente, Ciro marchó contra Lidia, conquistó Sardis y se apoderó de la mayor parte de Asia Menor. Finalmente, en la famosa batalla de Opis, conquistó definitivamente Babilonia.

La segunda sección del Libro de Isaías (Is 40—55) se relaciona con este singular período de la histona bíblica: particularmente con los años anteriores al triunfo definitivo de Ciro y su entrada triunfal en Babilonia. Los mensajes proféticos que responden a este período toman en consideración el odio y los deseos de venganza de los judíos. Sin embargo, junto a la nostalgia de la tierra prometida, tenían firmes deseos de liberación y de retorno. Los mensajes proféticos están impregnados de dolor y esperanza. Y el lema fundamental es la consolación.

En el exilio, una de las mayores preocupaciones de los deportados era imaginar y proyectar la futura restauración de Israel. La esperanza de un retorno a las tierras que sus antepasados entendían que habían recibido de Dios nunca murió. La comunidad exílica se negó a aceptar la realidad del exilio como definitiva. ¡El exilio era una experiencia transitoria! En ese sentido, la contribución de los profetas del exilio fue muy importante. Esos líderes del pueblo se dieron a la tarea de afirmar el valor de la esperanza en momentos de crisis, desarraigo y angustia.

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