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PRÓLOGO
ОглавлениеCon su acostumbrada gentileza, el doctor Samuel Pagán me ha concedido el honor de escribir el prólogo de su último libro —que bien podría decirse que es uno de los mejores. El tema que Pagán aborda es de suma importancia porque trata acerca de uno de los vínculos más sólidos y vistos entre las Escrituras de Israel y la predicación y misión cristianas. Los pasajes acerca del Siervo Sufriente son leídos repetidamente en nuestras iglesias, particularmente en los tiempos de Cuaresma y de Semana Santa. Dicho contexto hace que generalmente se subrayen sobre todo los sufrimientos del Siervo al que se refiere Isaías y su paralelismo con los sufrimientos de Jesús. Pero existe también otro punto de contacto importante entre Isaías y Jesús. Se trata del pasaje que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret, que se encuentra en el capítulo cuatro de Lucas, que marca el comienzo de su ministerio público, el cual Pagán acertadamente toma como una especie de programa para su ministerio y para la iglesia de hoy. Es importante esa conexión, pues de ese modo se subraya no solamente el sufrimiento del siervo sino también otras dimensiones de su misión, como bien indica Pagán en el último capítulo de su libro.
Al escribir un prólogo, existe siempre la tentación de resumir lo que el autor dice. En este caso la tentación es fuerte, pues mucho de lo que Pagán aborda merece ser repetido y subrayado. Sin embargo no quisiera robar a los lectores el disfrute del libro mismo, sino dejarlo en sus manos para que poco a poco, al ir leyéndolo, vayan descubriendo las distintas dimensiones de este Siervo Sufriente al que se refiere Isaías y que Jesús encarna. Más bien trataré de relacionar algo de lo que Pagán menciona en el libro y de lo que Isaías dice acerca del Siervo Sufriente con los orígenes de la predicación cristiana, y con lo que nos dicen acerca de la interpretación de las Escrituras de Israel.
Cuando los cristianos hoy leen los pasajes del Siervo Sufriente, frecuentemente, se plantean la pregunta de si lo que escribe Isaías se refiere a Jesús o si se trata más bien de algún personaje contemporáneo del mism profeta. Hay creyentes que tildarían de hereje al erudito bíblico que señalara la posibilidad de que Isaías se refiriera a aquello que acontecía en sus días o a alguien que estaba sufriendo sin merecerlo en aquel tiempo, porque supuestamente no estaría creyendo en las «profecías» de Isaías.
Tales juicios yerran por dos razones:
En primer lugar, porque limitan el término «profecía» a aquello que predice el futuro. Ciertamente, los profetas de Israel hablaron acerca del futuro que Dios guardaba en sus secretos designios. Pero lo que los hacía profetas no era hablar del futuro sino más bien hablar en nombre de Dios, dar una palabra de parte de Dios, a veces sobre el futuro, otras sobre el presente y otras sobre el pasado. El verdadero profeta bíblico y cristiano no es quien predice el futuro, como lo hace un supuesto vidente frente a una bola de cristal o a unas cartas de baraja. Pensar que esa es la tarea del profeta bíblico lo rebajaría al nivel de uno de esos supuestos videntes que embaucan a los crédulos. La verdadera tarea del profeta bíblico es llevar al pueblo el mensaje divino. Ciertamente, este puede incluir anuncios o advertencias acerca del futuro, pero también, frecuentemente, incluye una guía para el presente, así como una interpretación del pasado y de su significado para la vida actual del pueblo.
En segundo lugar, pensar que para interpretar los pasajes acerca del Siervo Sufriente se debe escoger entre Jesús y algún personaje de los tiempos de Isaías conlleva el error de olvidar el modo en que los primeros cristianos entendían las Escrituras de Israel. Ellos no solo creían que se trataba de palabras que anunciaban el futuro sino también de los hechos que había realizado Jesús. Esto fue lo que dijo claramente aquel cristiano de nombre Justino, que pronto se transformaría en un mártir cuando aún el Nuevo Testamento estaba en proceso de creación. En lo que se presenta como un diálogo entre Justino y un rabino judío, el primero declara que: «Algunas veces el Espíritu Santo permitía que tuvieran lugar hechos que eran figura o sombra [tipos] del futuro, y otras daba palabras en las que se anunciaba lo que sucedería, a veces hasta usando verbos en tiempo presente o pasado cuando en realidad se referían al futuro. Quien no comprenda esto no podrá entender correctamente lo que dicen los profetas» (Diálogo con Trifón, 114:1). Una visión semejante se encuentra en Colosenses 2:17 donde, refiriéndose a las antiguas leyes de Israel acerca de la comida, la bebida y los días festivos de la luna nueva y del sábado, dice que «todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo». La sombra no es un engaño sino que refleja una realidad. Si alguien se acerca a nuestra puerta, frecuentemente vemos su sombra antes que a la persona. Al interpretar las Escrituras de Israel, los antiguos cristianos afirmaban su realidad pero al mismo tiempo insistían en que apuntaban a una realidad aún mayor, de igual modo que la sombra anuncia a aquel que viene. Así, al comentar acerca del Evangelio de Juan, San Agustín dice: «Todo lo que la Ley manda respecto al culto al Señor era sombra de lo que vendría después. ¿Qué era esto? Lo que se cumplió en Cristo. Así dice el Apóstol: “Todas las promesas de Dios son en él” (2 Co 1:20). Y en otro lugar dice que todo lo que les sucedió [a los antiguo Hebreos] se escribió como figura para nosotros, para cuando llegara la plenitud del tiempo (1 Co 10:11).» Agustín, Sobre el Evangelio de Juan 28:9.
Para resumir, cuando los antiguos cristianos leían las Escrituras de Israel no buscaban en ellas solo palabras que pudieran aplicarse como tales a Jesucristo, sino también buscaban en ellas señal de los patrones que Dios toma en sus acciones, y que culminarían en Jesucristo.
Eso era importante para aquellos cristianos, pues había quienes se burlaban de las Escrituras de Israel diciendo que las leyes dietéticas, el descanso sabatino y otros mandatos parecidos no tenían importancia ni sentido. Como resultado de tales opiniones, hubo creyentes que llegaron a la conclusión de que las Escrituras de Israel no eran palabra del Dios que se encarnó en Jesucristo sino de algún otro. Frente a esto, la iglesia afirmaba que aquellas leyes antiguas eran anuncio, figura o sombra de lo que acontecería con Jesucristo —y luego con la iglesia misma. Esto los llevaba a declarar, por una parte, que no se debía confundir la sombra con la realidad, y que por tanto tenía razón la Epístola a los Colosenses al declarar que no se debía obligar a los creyentes a guardar las leyes dietéticas o sabáticas. Tales leyes eran como la sombra que anunciaba al que habría de venir —como cuando vemos una sombra en la puerta de nuestra casa y sabemos que alguien ha llegado. Sin embargo eso también quería decir, por otra parte, que no se debe pensar que la sombra es la última palabra. La sombra tiene valor porque nos anuncia a quien viene, y en cierto modo nos muestra su silueta. Pero el haber visto la sombra no es razón para rechazar la realidad, sino todo lo contrario.
Llevados por estos principios, aquellos antiguos cristianos seguían un método de interpretación bíblica a través del cual veían en ciertas palabras un anuncio claro de lo que acontecería con Jesús y luego con la iglesia. Pero también veían en otras la narración de los acontecimientos, o el establecimiento de prácticas que eran como la sombra que anunciaba a Jesucristo.
La visión que llevaba a este método de interpretación era la de un Dios que es fiel a sí mismo y a sus promesas; fe en un Dios que actúa según ciertos patrones, tipos o figuras —razón por la que frecuentemente tal interpretación se llama «tipológica».
Procediendo de este modo, aquellos antiguos cristianos seguían lo que ya era un patrón bíblico mucho tiempo antes de Cristo. Los autores bíblicos que escribieron en tiempos del exilio, hablando de él y de la promesa de un regreso a la tierra, veían en la historia del éxodo un patrón que Dios repetiría a su tiempo. (Véase, por ejemplo, Isaías 43:10-16.) Siglos después, cuando otros hebreos se vieron oprimidos por el gobierno de Siria, tomaron no solo la historia del éxodo sino también la del exilio como modo de entender la situación en la que se encontraban. Esto se cuenta en la historia de los Macabeos, cuando la difícil situación llamaba a la desesperación, pero Judas Macabeo anuncia al pueblo que el Dios del éxodo todavía reinaba y los salvaría (1 Mac 4:8-11). En el Nuevo Testamento, cuando dice que Juan es «una voz que clama en el desierto» no está diciendo —como frecuentemente se piensa— que nadie lo oiría o que hablaría en vano, sino más bien que, como el profeta anunció antaño un camino en el desierto hacia el futuro que Dios le había prometido a Israel, ahora este nuevo profeta Juan anunciaría la redención que Dios prometía. El ser una «voz que clama en el desierto», en lugar de referirse a una supuesta futilidad de sus esfuerzos, hace de Juan un heredero y continuador de la obra de los antiguos profetas de Israel.
Por otra parte, tal interpretación tipológica tiene la ventaja de que no agota el sentido de las Escrituras limitándolo a un solo acontecimiento o a un solo momento. Si, como algunos piensan, Isaías 53 es solo una profecía que anuncia a Jesús, eso quiere decir que por muchos siglos cuando los hebreos leían ese pasaje no tenían la más mínima idea de lo que quería decir. ¿Acaso no eran las palabras de Isaías también palabra de Dios para ellos? Además eso también significaría que cuando hoy leemos ese pasaje lo atribuiríamos únicamente a Jesús, sin ver lo bien que podría aplicarse a la obediencia cristiana.
La importancia del libro que estamos presentando reside precisamente en lo siguiente: Los pasajes acerca del Siervo Sufriente no hablan únicamente acerca de Jesús sino más bien de un patrón de las acciones de Dios que encuentra su punto cúlmine en Jesús, pero que también ha de servirnos hoy para ver el modo en que Dios actúa ante nuestro sufrimiento y debilidad. Esto se ve particularmente en el último capítulo del libro, donde el autor relaciona el ministerio de Jesús tal como se describe con palabras de Isaías en Lucas 4 no solamente con el Siervo Sufriente de la antigüedad y con Jesús, sino también con la iglesia y con los creyentes de hoy. Por esa razón es que, felicitando al autor y recomendando a todos su lectura, me complace presentar este libro al público creyente de hoy.
¡Dios te bendiga y te guarde, apreciado lector!
Justo L. González
Decatur, GA.
Junio, 2021