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EL PERÍODO PERSA

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Cuando Ciro hizo su aparición en la escena política y militar del Antiguo Oriente, Babilonia estaba en un franco proceso de decadencia interna. Los mensajes proféticos en torno al imperio babilónico se hacían realidad (Is 45:20—46:13; 47). Babilonia no tenía fuerza militar, e internamente estaba llena de conflictos y descontentos religiosos, sociales, políticos y económicos (Is 41:1-7; 46). Además, el monarca de turno, Nabónido, carecía de la confianza y del respeto del pueblo. En el año 539 a.C. los ejércitos persas entraron triunfantes en Babilonia y comenzó una nueva era en la historia del pueblo de Dios.

Con la victoria de Ciro sobre Babilonia, se consolidó uno de los imperios y gobiernos más poderosos de la historia: el imperio persa. La filosofía administrativa y política de Persia se distinguió, entre otros, por los siguientes aspectos: no destruyó las ciudades conquistadas; respetó la vida, los sentimientos religiosos y la cultura de los pueblos sometidos; y mejoró las condiciones sociales y económicas del imperio. Ciro, además, utilizó la religión para consolidar el poder al participar en un culto donde se proclamó el enviado de Marduk, el dios de Babilonia.

En continuidad con su política de respeto y afirmación de los cultos nacionales, siempre y cuando no afectaran adversamente la lealtad al imperio persa, Ciro promulgó un muy importante edicto (538 a.C.) que favoreció al pueblo judío deportado. Del llamado «Edicto de Ciro», la Biblia presenta dos versiones: la primera, escrita en hebreo, se encuentra en Esdras 1:2-4; y la segunda, redactada en arameo, que se presenta en la forma tradicional de un decreto real, se encuentra en Esdras 6:3-5.

El texto arameo del edicto estipulaba que el Templo debía ser reconstruido con la ayuda económica del imperio persa; además, presentaba algunas regulaciones referentes a la reconstrucción; y añadía que los tesoros reales llevados a Babilonia por Nabucodonosor desde el Templo de Jerusalén debían ser devueltos a su lugar de origen. El texto hebreo del edicto incluye, además, que los judíos que quisieran regresar a su patria podían hacerlo; también se invitaba a los que se quedaron en Babilonia a cooperar económicamente en el programa de restauración nacional.

Para guiar el regreso a Palestina y dirigir las labores de reconstrucción, Ciro seleccionó a Sesbasar, uno de los hijos del rey Joaquín (1 Cr 3:18), quien fue designado gobernador (Esd 5:14). Al viaje de retorno a Jerusalén, posiblemente organizado de forma inmediata, sólo un pequeño sector del pueblo debe haberlo acompañado. Únicamente los judíos más ancianos recordaban la ciudad de Jerusalén; el viaje era muy largo, costoso y estaba lleno de peligros; la tarea que se les había encomendado era difícil; y la meta del viaje era un territorio pobre, despoblado y relativamente pequeño.

Tan pronto como llegaron a Jerusalén, comenzaron los trabajos de reconstrucción y posiblemente reanudaron algún tipo de culto regular entre las ruinas del templo. Ese período debe haber estado lleno de expectación, esperanza y sueños. El pueblo esperaba ser testigo del cumplimiento de los mensajes proféticos de los profetas Isaías (40—55) y Ezequiel (48); sin embargo, recibió el rudo golpe de la desilusión, la frustración y el desaliento.

Los años que siguieron a la llegada de los primeros inmigrantes a Palestina estuvieron llenos de dificultades, privaciones, inseguridad, crisis y violencia. A esa realidad inmediata debemos añadir que la ayuda del imperio persa nunca llegó, la relación con los samaritanos fue abiertamente hostil y el desánimo de los trabajadores al ver el poco esplendor del edificio que construían, desaceleró las labores de reconstrucción (Hag 2:3: Esd 3:12-13).

De Sesbasar realmente sabemos poco. Desconocemos lo que sucedió con él, pues deja de ser mencionado en los documentos bíblicos. Lo sustituyó Zorobabel, su sobrino.

Ciro murió en el año 530 a.C. y lo sucedió en el trono su hijo mayor, Cambises. La nueva administración continuó la política expansionista de Ciro, hasta que Cambises murió en el año 522 a.C. Su gestión política y su muerte trajeron al imperio un período de inestabilidad y crisis. A Darío l, quien lo sucedió, le tomó varios años reorganizar el imperio y consolidar su poder.

Al mismo tiempo que el imperio persa se conmovía en sus luchas internas, el año 520 a.C. fue testigo de las importantes contribuciones proféticas de Hageo y Zacarías. Además, ese período fue muy importante en el proceso de renovación de la esperanza mesiánica de la comunidad judía.

La crisis en el imperio, unida al entusiasmo que produjeron las profecías mesiánicas en torno a Zorobabel, fueron factores importantes para que el Templo se reconstruyera e inaugurara en el año 515 a.C. Este Templo, conocido como el «Segundo Templo», que posteriormente fue embellecido por Herodes el Grande y destruido por los romanos en el año 70 d.C., no podía compararse con el Templo de Salomón. El culto tampoco era una reproducción de la experiencia pre-exílica. Sin embargo, tanto el Templo como el culto eran símbolos de unidad dentro de la comunidad, afirmaban la continuidad del culto histórico y religioso con el Israel pre-exílico y, además, celebraban la importancia de las tradiciones judías para el futuro del pueblo.

Nuestro conocimiento de la comunidad judía luego de la reconstrucción del Templo no es extenso. Las fuentes que están a nuestra disposición son las siguientes: las referencias que se encuentran en los libros bíblicos de Crónicas, Esdras y Nehemías; lo que podemos inferir de los libros de los profetas Abdías, Zacarías y Malaquías; los descubrimientos arqueológicos relacionados con esa época; y ciertamente la historia antigua. Todas estas fuentes apuntan hacia el mismo hecho: la comunidad judía, aunque había superado la crisis del retorno y la reconstrucción, estaba esencialmente insegura y se sentía defraudada. Las esperanzas que anidaron y soñaron en el exilio no se materializaron, y las expectativas mesiánicas en torno a Zorobabel no se hicieron realidad. La comunidad judía restaurada no era una sombra del Israel pre-exílico. El sueño y la esperanza fueron sustituidos por el desánimo y la frustración.

La historia de la comunidad judía en Jerusalén estuvo estrechamente relacionada con la historia del imperio persa. Darío l, quien gobernó el imperio durante los años 522-486 a.C., no solo desplegó su poder militar, sino que, además, demostró gran capacidad administrativa. Al mantener la política expansionista de sus predecesores, dividió el imperio persa en veinte satrapías o distritos administrativos semiautónomos. Cada satrapía tenía su gobernante, con el título de «sátrapa», a quien los gobernadores locales debían informar. Un cuerpo militar supervisaba al sátrapa y respondía directamente al rey persa. El sistema intentaba establecer un balance de poderes en los diversos niveles administrativos, políticos, económicos y militares del imperio. Durante la administración de Darío I, en efecto, Persia alcanzó uno de los momentos más importantes de su historia.

Jerjes sucedió a Darío l y reinó sobre el imperio persa durante el período 486-465 a.C. Sin embargo, sus habilidades como administrador y militar no estuvieron a la altura de su padre y predecesor. En el proceso de afianzarse en el poder, se ocupó de detener una revuelta que se había desarrollado en Egipto y, posteriormente, otra en Babilonia. Al superar la dificultad en Babilonia, se presentó ante el pueblo como rey.

El programa militar de Jerjes incluyó las siguientes campañas: invadió Grecia; cruzó Macedonia; destruyó a un grupo de espartanos en Termópilas, conquistó Atenas e incendió la Acrópolis. Y luego de una serie de fracasos en Salamina, Platea y Samos, Jerjes se retiró de Europa. Finalmente fue asesinado.

Artajerjes I Longímano sucedió a Jerjes y gobernó el imperio persa durante el período 465-421 a.C. Durante ese tiempo la inestabilidad y debilidad del imperio fue creciendo. Las campañas militares que se llevaban a cabo en Asia, Europa, los países del Mediterráneo y Egipto, fueron algunos de los factores importantes en el debilitamiento continuo del poderoso imperio persa.

La llamada «neutralidad» política de Persia fue un factor que afectó continuamente la vida de las comunidades judías dentro del imperio. Desde la inauguración del Templo en el año 515 a C. hasta el año 450 a.C., se pueden identificar varias comunidades judías en diferentes lugares del imperio. Aunque no poseemos mucha información de muchos de estos grupos, la presencia de judíos en la llamada «diáspora» es un aspecto histórico importante para comprender de forma adecuada la experiencia post exílica de la comunidad judía.

En Babilonia, que era el centro de la vida judía en la diáspora, la comunidad crecía; prosperaron económica y políticamente. En Sardes o Sefarad, Asia Menor, se tiene conocimiento de la existencia de una comunidad judía, aunque no se poseen detalles precisos. En Elefantina, Egipto, se conoció otra muy importante comunidad judía, que era un grupo próspero con cierta independencia religiosa: ¡construyeron un templo alterno al de Jerusalén! Los descubrimientos arqueológicos que se han encontrado en ese lugar son una fuente de información muy importante para el estudio y comprensión de este período.

Luego de la reconstrucción del Templo, el número de judíos que se animó a regresar a Jerusalén aumentó. Las listas que se encuentran en Esdras y Nehemías posiblemente se relacionan con un censo de la población de Judá realizado en la época de Nehemías. Un buen número de éstos, aproximadamente 50 000 habitantes, deben haber llegado luego de que se reconstruyó e inauguró el Templo.

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