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INTRODUCCIÓN

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1. Vida de Pacomio4

La sensibilidad espiritual pareciera ser un elemento fundamental de la personalidad de Pacomio5; y el estudio de su vida muestra que ese don, casi intuitivo, no fue algo simplemente adquirido con el paso del tiempo.

Pacomio nació hacia el año 292, en Sneh o Snê (Latópolis en griego)6, en la región del sur de Tebas, a la orilla del Nilo. Sus padres eran paganos, probablemente campesinos de buena posición.

Cuando los acontecimientos de la historia le presentaron la primera exigencia de su vida, al ser obligado a incorporarse al ejército imperial (años 312-313), su sensibilidad espiritual le permitió reconocer en un grupo de cristianos caritativos, que auxiliaba a los pobres reclutas, algo más que un ejemplo digno de admiración. Para Pacomio aquel testimonio cristiano de caridad adquirió la fuerza de una inspiración divina, que lo impulsó a consagrarse al servicio de los hombres.

Al ser liberados los reclutas del servicio militar, en Antinóe (= Antinópolis), Pacomio dio el primer paso en “el nuevo camino”, haciéndose bautizar en la población de Senesêt (Chenoboskeîon, en griego: “corral de los gansos”). Debía tener en ese momento alrededor de 21 años.

La motivación de la conversión será la característica principal de su vida y el principio fundamental de la Koinonía pacomiana: una constante actitud de servicio, enriquecida por esa sensibilidad espiritual intuitiva que le permitió superar su fuerte personalidad, tanto en el trato con la comunidad como en el discernimiento de la voluntad de Dios para cada uno de sus futuros discípulos.

Durante los tres años siguientes a su bautismo, Pacomio vivió como laico, sirviendo a una comunidad. Pareciera que estos años fueron un período de maduración de su conversión, realizada de manera tan repentina. Le surgió, entonces, una nueva inquietud. La vida de “laico consagrado” al servicio del prójimo ya no llenaba sus aspiraciones. Sentía que no podía transmitir el mensaje de Dios a los hombres sin una profunda comunión con Dios. Y pensaba que para ello necesitaba una honda experiencia de soledad. En esta etapa de su vida ya se pueden señalar los “elementos” que van, poco a poco, plasmando al monje Pacomio: necesidad de soledad y exigencia de una oración más intensa, unidas al servicio en favor de la comunidad. Este servicio comunitario fue algo peculiar de Pacomio, pero él intuía que no podría ejercerlo en plenitud si antes no se capacitaba para ello en una solitaria y de silenciosa intimidad con el Señor.

Con Palamón

No lejos de donde moraba Pacomio tenía su celda abba Palamón: un hombre rudo, de “lenguaje conciso”, con aquel rigor propio de los anacoretas que, guiados por el Espíritu de Dios y por la asidua meditación de las Santas Escrituras, tenían como una autoridad carismática para discernir las vocaciones y exigir una obediencia total. Pacomio, quizás transparentando el entusiasmo de su reciente conversión, golpeó la puerta de Palamón. El venerable se asomó por encima de la puerta y ambos entablaron el siguiente diálogo:

«El anciano le dijo: “¿Qué quieres?”, pues era rudo en su forma de hablar. Pacomio le respondió: “Te ruego, padre, haz de mí un monje”. Le dijo Palamón: “No puedes: porque no es un asunto sencillo el servicio de Dios. Muchos que vinieron no lo soportaron”. Pacomio le dijo: “Pruébame en ese servicio y ve”. El anciano habló de nuevo: “Primero experimenta tú mismo por un tiempo, y después vuelve de nuevo aquí. Porque yo tengo una ascesis rigurosa: en verano ayuno cada día, en invierno como cada dos días. Por la gracia de Dios, como solo pan y sal. No tengo costumbre de usar aceite y vino. Paso en vela, como me lo enseñaron, la mitad de la noche en oración y meditación de la Palabra de Dios, y a menudo incluso toda la noche”. Habiendo escuchado estas palabras del anciano, el joven se sintió todavía más fortalecido en su espíritu para soportar todo esfuerzo con Palamón, y le dijo: “Creo que, con el auxilio de Dios y tus oraciones, soportaré todo cuanto me has dicho”. Entonces, abriendo la puerta, Palamón le hizo entrar y le vistió con el hábito de los monjes»7.

Palamón, fiel a la tradición monástica no se mostró muy acogedor; más bien, prefirió presentarle a Pacomio un cuadro real de las exigencias de la vida solitaria. Pero al final terminó por convencerse de la vocación del nuevo discípulo, quien en su respuesta resumió la disponibilidad de un corazón abierto a las orientaciones del padre espiritual. Juntos practicaron la vida monástica durante siete años (316-323).

Las inquietudes que llevaron a Pacomio a buscar la guía de Palamón -soledad y oración-, las vivió junto al “anciano” de modo intenso, completadas y enriquecidas con el trabajo manual cotidiano y la meditación de las Sagradas Escrituras8. La vida de oración de Pacomio puede ser medida, por así decirlo, gracias a una exigencia de Palamón que aquél aceptó como “norma”: sesenta oraciones durante el día y cincuenta por la noche, sin contar las jaculatorias que hacemos para no ser unos mentirosos, puesto que se nos ha ordenado orar sin cesar9.

Cierto día al internarse en el desierto, Pacomio se alejó bastante de la celda del anciano Palamón y llegó hasta Tabennesi, un pueblo abandonado. En el silencio de la despoblada aldea, mientras rezaba, escuchó una voz: “Pacomio, Pacomio, lucha, instálate aquí y construye una morada; porque una multitud de hombres vendrán hacia ti, se harán monjes junto a ti y hallarán provecho para sus almas”10.

En anteriores ocasiones las decisiones fundamentales de su vida Pacomio las había tomado al impulso de esa sensibilidad espiritual intuitiva, que lo capacitaba para ver más allá de los hechos inmediatos. Pero ahora era distinto. Pacomio estaba “abandonado” en manos de su padre espiritual y, por ende, la última palabra sería la de Palamón; a éste le tocaba discernir si aquella era realmente la voluntad de Dios.

Al tomar conocimiento del hecho, Palamón le dijo: «“Puesto que creo que todo esto te viene de Dios, hagamos un pacto entre nosotros, de modo de no separarnos el uno del otro en el futuro, para visitarnos mutuamente, tú una vez y yo una vez”. Y así lo hicieron por todos los días que vivió el verdadero atleta de Cristo, Palamón»11.

La separación de los dos monjes implicaba el reconocimiento, por parte de Palamón, de que Pacomio ya poseía las virtudes que lo capacitaban para dirigir almas y engendrar hijos espirituales. Sin embargo, como lo señala el trozo citado, la autonomía de Pacomio no significó una ruptura de relaciones con su anciano maestro.

En Tabennesi

Después de la muerte de Palamón, Pacomio prosiguió con la práctica de la vida solitaria, hasta que un día recibió la visita de su hermano “según la carne”: Juan. Éste deseaba compartir con él la vida monástica. Habitaron, pues, juntos en extrema pobreza, siguiendo una norma rigurosa: lo poco que les sobraba de su trabajo lo distribuían entre los más necesitados12.

Sin embargo, otra vez intuyó Pacomio que esta fase era nada más que una etapa en la búsqueda del plan de Dios para él. En efecto, la vida solitaria con su hermano no reflejaba suficientemente los signos que Dios había ido colocando en su camino. ¿Cómo aceptar un estilo de vida en el que no se vislumbraba la realización de aquel mensaje que había escuchado: servir a los hombres y conducirlos a la salvación?

En este estado de inquietud espiritual lo hallamos, en cierta ocasión, cortando juncos en una isla del Nilo. Mientras oraba, «para conocer la voluntad perfecta de Dios13, se le apareció un ángel del Señor -como a Manoé y a su mujer se les apareció por el nacimiento de Sansón-, y le dijo: “La voluntad de Dios es que sirvas a la estirpe de los hombres, a fin de reconciliarlos totalmente con Él”; repitiendo esto tres veces, el ángel desapareció»14.

Reflexionando sobre lo sucedido, Pacomio se convenció que realmente aquella era la voluntad de Dios y decidió ampliar su celda, a fin de poder recibir a los que deseasen compartir con él y Juan la vida monástica.

Si el Señor le había regalado a Pacomio una sensibilidad espiritual y una intuición que le permitían ir discerniendo la voluntad divina, contemporáneamente le había dotado de un temperamento fuerte, que necesitaba ser superado, como condición indispensable para el ejercicio de la paternidad espiritual.

Cuando, junto con su hermano Juan, trató de ampliar la celda en que habitaban, se produjo un altercado entre ambos, a causa de las dimensiones que debía tener la nueva edificación. Pacomio “se conmovió violentamente” al extremo de dejarse arrastrar por la cólera. Apenado por el hecho, a la noche bajó a una caverna y empezó a llorar con gran aflicción. Y orando decía: “Dios, todavía el deseo de la carne está en mí, todavía vivo según la carne, ¡pobre de mí!”15. El hecho le hizo ver a Pacomio que no debía volver a irritarse de esa forma, sino que debía aprender a seguir el camino de los santos16.

Esa humildad, que es grata a los ojos de Dios, y que ciertamente enriquece al hombre para la vida comunitaria, será, junto a su intuición carismática, otro elemento característico de la personalidad de Pacomio.

Parece cierto que nuestro Dios modela, perfecciona y purifica a los hombres que ha elegido por medio de los fracasos que deben experimentar en sus vidas. Pacomio, tal vez demasiado “humilde y complaciente”, tuvo que ver cómo su primer intento de formar una comunidad se evaporaba, porque todos “le trataban con desdén y gran irreverencia”. Todavía esperó un poco, intensificó sus oraciones, pero cuando comprobó “su endurecimiento y su orgullo” no tuvo más alternativa que echarlos17.

Aleccionado por este primer fracaso, cuando nuevos candidatos le solicitaron su guía, Pacomio procedió con mayor precaución. Inspirándose en las Santas Escrituras los formó y estableció una organización, que preveía la renuncia a los bienes, a la propia familia, el compromiso a vivir en comunidad, la igualdad en el vestido, el alimento y el sueño18. Esto ocurría hacia el año 324/25.

La expansión de la «Koinonía» pacomiana. Los últimos años de Pacomio

Con la llegada del joven Teodoro, en torno al año 328, se inicia la etapa de difusión del monacato pacomiano. En efecto, el nuevo discípulo de Pacomio devino su “vicario” en la ardua tarea de dirigir espiritualmente a los hermanos, que aumentaban de día en día. De modo que entre, aproximadamente, los años 329 y 340, en dos “campañas”, se fundaron o se incorporaron a la Koinonía los siguientes monasterios: Pbow (varones y mujeres), Senesêt (donde probablemente ya había una comunidad), Tmuschons (también existía una comunidad), Tsê, Smin o Shmin, Tbêvê (incorporación), Tesmîne o Tsmine (varones y mujeres), Phnum o Phnoum. Sumando a esta lista la “casa madre”-Tabennesi- tenemos nueve cenobios de monjes y tres de monjas, pues en éste último sitio, Pacomio había edificado un monasterio para su hermana María.

Los últimos años de su vida, los pasó el santo fundador de la Koinonía, en el monasterio de Pbow (su residencia desde 336/37), mientras Teodoro quedaba como superior de Tabennesi. Pacomio se preocupaba sobre todo de la instrucción de los hermanos, pero sin descuidar la organización de los monasterios.

La salud de Pacomio comenzó a resentirse en torno al año 344. Fue entonces cuando algunos de los superiores le rogaron a Teodoro que prometiera hacerse cargo de la Koinonía si algo le sucedía a Pacomio. Teodoro aceptó, pero cuando éste se enteró del hecho lo destituyó de sus funciones y le impuso una penitencia, que se prolongó por espacio de dos años19.

Todavía pasó Pacomio por otro trago amargo, antes de dejar la vida presente. Algunos lo acusaron por causa de sus visiones, y fue citado ante un sínodo reunido en Latópolis (año 345), “para defenderse sobre el particular”. En su alegato, Pacomio nos ha dejado un maravilloso relato de la acción de Dios en su peregrinación terrena, que es, al mismo tiempo, un buen ejemplo de esa sensibilidad espiritual intuitiva a la que nos referimos antes:

«¿No me han escuchado decir muchas veces que, de niño pequeño, nacido de padres paganos, no sabía quién era Dios? ¿Quién, entonces, me ha concedido convertirme en cristiano? ¿No ha sido el mismo Dios, que ama a los hombres? A continuación, como había pocos monjes, apenas se encontraban grupos separados de dos, cinco o, a lo sumo, diez, y con gran dificultad se conducían mutuamente en el temor de Dios; mientras tanto, nosotros somos una gran multitud, nueve monasterios, en los que nos apresuramos día y noche, por la misericordia divina, a conservar nuestras almas sin reproche. También ustedes confiesan que saben discernir lo concerniente a los espíritus impuros; por otra parte, el Señor nos ha concedido reconocer, cuando Él lo quiere, quién de los monjes anda correctamente y quién es monje sólo en apariencia. Pero dejemos allí el carisma divino. Los sabios y prudentes del mundo, si pasan algunos días en un medio humano, ¿no saben discernir y reconocer el carácter de cada uno? Y Aquél que ha derramado su sangre por nosotros, Sabiduría del Padre, si quiere que alguien tiemble por la pérdida de su prójimo, sobre todo de un gran número de hermanos, ¿no le dará el medio de salvarlos en modo irreprochable, sea por el discernimiento del Espíritu Santo, sea por una visión, cuando el Señor lo quiera? No crean, en efecto, que yo tengo esas visiones de salvación todas las veces que lo quiero: ocurren sólo cuando Aquél que dirige todo me da su confianza. El hombre, por sí mismo, se asemeja a una imagen vana (Sal 143 [144],4); pero cuando verdaderamente se ha sometido a Dios, ya no es más vanidad sino templo de Dios, como lo dice el mismo Dios: “Habitaré en ellos (2 Co 6,16)”. No dice “en todos” sino sólo en los santos: y no solamente en ustedes y en todos los hermanos, sino también en Pacomio si cumple la voluntad de Dios»20.

Cuando Pacomio terminó de hablar, un exaltado se abalanzó sobre él e intentó acuchillarlo, pero el Señor lo salvó por medio de los hermanos que lo acompañaban, mientras el tumulto reinaba en la iglesia (donde se había reunido el sínodo)21.

Al año siguiente (346), la peste asoló la región. En los monasterios de la Koinonía murieron muchos de los monjes. Pacomio también se enfermó, y entregó su santa alma el catorce del mes de Pachón (9 de mayo del 346)22.

Antes de morir, Pacomio designó como sucesor suyo a Petronio, quien falleció, víctima también de la peste, el 21 de julio del mismo año 346. Le sucedió Orsisio (u Horsiesio), un hombre de buen corazón, pero incapaz de conducir a la Koinonía en ese momento. En el año 350, Orsisio renunció para permitir que Teodoro ocupase su lugar. Éste, a su vez, entregó su alma el 27 de abril del 368, muy preocupado por el enorme crecimiento de las riquezas de la Koinonía. Volvió a tomar la dirección Orsisio, quien murió después del año 387. Su sucesor fue Besarion, bajo cuya conducción la herencia pacomiana entró en un período de decadencia. Los monasterios fueron en gran parte destruidos durante la ocupación árabe, en el siglo X. Casi no han quedado restos arqueológicos de las doce casas fundadas o reformadas por san Pacomio.

2. Obras de Pacomio

La Clavis Patrum Graecorum (= CPG) de M. Geerard23 le asigna a san Pacomio tres tipos de obras:

1) Regla (Regula). Que se compone de cuatro partes: Preceptos (Praecepta), Preceptos e Instituciones (Praecepta et Instituta), Preceptos y Juicios (Pracepta atque Iudicia), Preceptos y Leyes (Praecepta ac Leges). El texto se conserva íntegro en la versión latina de san Jerónimo (año 404), y ha sido editado por A. Boon, Pachomiana Latina, Louvain 1932, pp. 13-74 (Bibliothèque de la Revue d’histoire ecclésiastique, 7). Existen también dos versiones etíopes, y quedan algunos fragmentos coptos y griegos (ver CPG 2353). En su estado actual la Regla difícilmente puede considerarse salida de la mano de Pacomio, aunque, al menos en parte, ciertamente se inspira en sus enseñanzas.

2) Catequesis (Catecheses). Tenemos tres de ellas, todas en copto. Han sido editadas por L. Th. Lefort, Oeuvres de S. Pachôme et de ses disciples, Louvain 1956 (CSCO 159 [texto] y 160 [trad. francesa]). Sólo la primera se conserva completa. Ver CPG 2354.

3) Epístolas (Epistulae). Se conservan once de ellas. El texto griego y los fragmentos coptos han sido editados por H. Quecke, Die Briefe Pachoms, Regensburg 1975 (Textus Patristici et Liturgici, 11). Existe asimismo una versión latina de estas epístolas, debida a san Jerónimo y editada por A. Boon, op. cit., pp. 77-101. Ver CPG 2355. La traducción de todo el epistolario puede verse en Pachomian Koinonia, vol. 3, pp. 51-83 (inglés); y en: Pacomio e i suoi discepoli, Magnano, 1988, pp. 241-266 (italiano).

Traducciones castellanas

a) L. HERRERA, ocso, en la obra de Plácido DESEILLE, El espíritu del monacato pacomiano, Burgos, Monasterio de las Huelgas, 1986, tradujo de “Pacomiana Latina”:

 Reglas de san Pacomio

 Cartas (I y II) de san Pacomio

 Carta de san Teodoro

 Enseñanzas o Libro de Orsisio.

b) Ramón ÁLVAREZ VELASCO, osb, ha publicado las traducciones castellanas de las siguientes obras:

 Reglas monásticas, Abadía de Silos, Abadía de Santo Domingo de Silos, 2004 (Col. “ScriptoriumSilense”, 6).

 Catequesis, Abadía de Silos, Abadía de Santo Domingo de Silos, 2006 (Col. “ScriptoriumSilense”, 9); que también incluye la trad. de un texto fragmentario: Catequesis sobre los seis días de Pascua (pp. 129-131).

 Escritos diversos, Abadía de Silos, Abadía de Santo Domingo de Silos, 2007 (Col. “ScriptoriumSilense”,11); cinco fragmentos, “Avisos espirituales” (Monita Sancti Pachomii) y once Cartas.


Pacomio y sus discípulos

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