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Introducción

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Por su carácter eminentemente práctico estamos tentados de llamarla: “costumbrero”. Los temas se suceden desordenadamente, sin nexo lógico, y muy difícilmente llegaríamos a apreciarlas en todo su valor si no las leyéramos en el contexto de los escritos de sus sucesores Teodoro y Orsiesio (u Orsisio) y en el de sus propias cartas, en que se expresa esa doctrina ricamente escriturística que el maestro iba volcando en el corazón de los discípulos semanalmente. Leyendo las reglas de san Pacomio nos viene a la memoria la bienaventuranza del Salmo 1: “¡Feliz el hombre... cuyo gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche!”. Cuántas veces repite la misma enseñanza: “meditarán, meditarán”..., es decir, recitarán, tendrán en sus labios y en sus corazones la Palabra. Meditará el que ocupa el primer lugar en la synaxis cuando dé por terminada la oración (Regla 6), y los hermanos meditarán camino al refectorio (Regla 28), y al dar la señal de reunión (Regla 36), y al distribuir el postre (Regla 37), y al hacer el pan (Regla 116), y durante cualquier trabajo (Regla 60)...; por eso aprenderán de memoria, como mínimo el Nuevo Testamento y el Salterio (Regla 139;140); repetirán entre sí la Palabra aprendida (Regla 122;138) y serán, ante quien les enseña la Escritura, atentos y agradecidos discípulos (Regla 139).

San Benito nos hablará más tarde del “bien de la obediencia”, y como tal lo propone san Pacomio en cada una de sus prescripciones: con tanta insistencia que nos lleva a pensar la obediencia monástica como una imitación de la obediencia del Hijo de Dios, una participación, por gracia, de ese misterio.

Las prescripciones rigen para todos, para el que se inicia y para el anciano, y su obediencia tiene ciertamente gran valor de cohesión en el ensamblamiento de los miembros de la comunidad, aunque la meta final esté más alta y sea el “humiliavit semet ipsum factus obœdiens” de Flp 2,8.

“El que es fiel en lo poco lo será también en lo mucho”. La obediencia a las normas no es todo. Dios es soberanamente libre, y si bien hay un mínimo que a todos se pide, el Señor es libre de fijar otra medida para algunos y Pacomio acepta este “pluralismo”. Habrá quien sea llamado a mayores ayunos o a una vigilancia más prolongada en la oración. Por eso su regla atiende a tales posibilidades con amplitud y se muestra extraña a una uniformidad que sólo pondría en evidencia una triste ineptitud para discernir el Espíritu.

La obediencia a lo poco mantiene alerta ante la posibilidad de una llamada a obedecer en lo mucho, y el primero que se somete a ella es el mismo legislador.

Es indudable que san Pacomio cree firmemente en la necesidad de la obediencia prestada a un “mayor”; pero, en su pensamiento este “mayor” no es un señor dominador sino un Padre espiritual.

Toda su organización tiende a procurar la dirección de un padre espiritual, y sus prepósitos y segundos no hacen más que extender su radio de acción.

Pacomio no fue sacerdote como tampoco lo fueron tantísimos Padres monásticos; la capacidad de ser padre en el Espíritu no le venía por línea jerárquica, sino por un carisma otorgado en provecho de la Iglesia según los planes de la Providencia. Pacomio querrá que su “santa Koinonía” sea presidida por el “pater monasterii”, un hombre a quien el Espíritu haya dado la gracia de saber engendrarla para Dios, y así será llamado él mismo por sus monjes: “nuestro padre Pacomio”.

La vida de los monjes pacomianos se desarrollaba en un amplio recinto en el cual tenían todo lo necesario (cf. RB 66,6-7) para sus trabajos y su vida. Tenían una iglesia, un refectorio, una cocina, una hospedería, una huerta y oficinas y talleres en los que se ejercían múltiples oficios.

Es notable la laboriosidad y generosidad de estos monjes. Paladio cuenta en su “Historia Lausíaca” (cap. 32) que “unos trabajan en el cultivo y labores de la tierra, otros en la puerta, en la fragua, en la panadería; quien en la carpintería, quien en la batanería; unos tejiendo cestos otros curtiendo pieles, éstos en la zapatería, aquellos en la caligrafía y labor de copistas, y, en fin, algunos confeccionando canastos”, y también que “conocen todas las profesiones y oficios y con lo que les sobra de su producto alcanzan a sustentar a los monasterios femeninos y a los presos de las cárceles”. Y el P. García Colombás nos recuerda que “las barcazas cargadas de víveres enviados a los pobres por la Koinonía de san Pacomio, surcaban el Nilo desde la Tebaida hasta Alejandría u otras regiones”25.

Dom Adalberto de Vogüé, osb, señalaba la influencia ejercida por la Regla de Pacomio sobre la RB. Por ejemplo: a) sobre el silencio que los monjes que salen de viaje deben guardar acerca de lo que han visto u oído fuera del monasterio (Regla de Pacomio 86; 143 - RB 76,8-10); b) sobre el derecho que corresponde solo al abad de defender o corregir a otro hermano (Regla de Pacomio 147; 16 [176] - RB 69 y 70)26.

Subraya asimismo Dom de Vogüé, en la misma obra, otras semejanzas al decir que “el paralelo del cenobio pacomiano así como el del benedictino hay que buscarlo en la Iglesia y no en tal o cual tipo de sociedad profana pues carecen de otro modelo deliberadamente imitado que no sea la comunidad religiosa descrita en la Escritura. El AT es el inspirador de la organización decanal; el abad y sus jefes de casa desempeñan el papel de Moisés-Josué y de los ancianos de Israel. Esta referencia al Éxodo... partiendo de los mismos datos bíblicos, entendidos en un mismo contexto de Iglesia, llevan a un mismo tipo de abad: pastor, doctor, educador de sus discípulos en nombre de Dios, en vistas a la vida eterna”27.

Esta traducción tiene como base la versión francesa de los monjes de Solesmes28, hecha sobre el texto crítico de Dom Armand Boon29. Agradecemos vivamente a los monjes de Solesmes y a la Abadía de Bellefontaine el habernos otorgado los permisos correspondientes.

Pacomio y sus discípulos

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