Читать книгу Herencia - Sandra Lorenzano - Страница 17

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La memoria de la sangre. La huella en el cuerpo como uno de los capítulos de la historia. Final abierto. Aunque mis colores recuerden más el calor del sur que los hielos entre los cuales cuentan que nadaba el abuelo con sus hermanos. Cada tanto una llamada y la emoción, el gusto, las novedades, la despedida. Mi madre grita como si en lugar de teléfonos –inalámbricos, digitales, ligeros– intentáramos cubrir los diez mil kilómetros con dos latitas y un piolín. Dice mi hija que yo también grito, incluso cuando alguien me llama de la misma ciudad en la que vivo. Llegó al verano porteño con trece años, ropa de lana y un violoncelo. Quizás sea lo único estrictamente cierto que cuento y provoca siempre un gesto de incredulidad. Parece una escena filmada en Staten Island para que Hollywood recuerde a sus inmigrantes. No debe de haber sido fácil viajar con semejante compañía. Menos aún para un adolescente de apenas un metro sesenta. La altura de mi hermano. También entre ellos hay un torrente memorioso. Pero no el gen aquel que durante siglos ha acompañado el inacabable balanceo frente al muro. ¿Se balancean también las mujeres al rezar? El cielo está ya anaranjado frente a la ventana que miro cuando escribo. Y es agosto. Siento siempre el frío del invierno cuando empieza agosto.

Herencia

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