Читать книгу Herencia - Sandra Lorenzano - Страница 8

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Puedo estar semanas sin comunicarme con mi familia. Nos queremos mucho, pero hemos aprendido a vivir –cada uno su vida– a diez mil kilómetros de distancia. Ya sé que podríamos hablar por teléfono más seguido, o incluso mandarnos mensajes electrónicos o chatear todos los días. Cada tanto lo intentamos, pero terminamos no cumpliendo con la propuesta o hablándonos a regañadientes. Nada más absurdo que la obligación de comunicarse. ¿No se lo vas a contar a tu mamá? Sí, sí, se lo voy a contar, contesto sintiéndome la peor hija del mundo. Cómo no le voy a contar que a la bebé le salió un diente o que terminé un cuento. Pero lo haré seguramente el domingo cuando los llame por teléfono, o en diez días cuando hable para saludar a mi hermano menor que cumple años. Cuando mi hija era chica dijo la frase clave: «Si hablo con ellos me da tristeza». Y es así. Si no nos comunicamos es como si viviéramos cerca. Al lado casi. Pero si nos llamamos se hace evidente la distancia; el tiempo que llevamos viviendo separados. «Operaron a Irene», decía el escuetísimo mensaje de mi hermano. Mi primera reacción fue mirar la tarjeta que me dio una amiga hace pocos días. Los datos de un genetista. A veces la herencia es difícil de sobrellevar. La memoria de la sangre.

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