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INTRODUCCIÓN

LA LUCHA POR EL PASADO

A partir del año 2011 nuevos movimientos políticos y sociales cuestionaron el significado del concepto de democracia dominante hasta entonces en España y, con ello, el carácter democrático del régimen instaurado en 1978. Hoy, una parte importante de la ciudadanía percibe de forma diferente el significado de la democracia española. Este cambio ha conllevado también un cuestionamiento de la monarquía y, especialmente, del proceso de transición, periodo durante el cual se habría forjado, según esta visión, una democracia incompleta. Estos movimientos se han distanciado de los planteamientos críticos anteriores con la voluntad de subrayar sus especificidades y enfatizar su carácter novedoso. Así pues, tienden a interpretar los marcos culturales previos como un bloque homogéneo, hermético y despolitizado, donde apenas pueden percibirse aristas. Con anterioridad al movimiento de los indignados tuvieron lugar pugnas entre diversos proyectos políticos por situar los orígenes del régimen democrático y sus significados.

Esa querella se concretó de forma manifiesta en la disputa sobre cómo interpretar el legado de la guerra civil de 1936 y la larga dictadura franquista y, de forma menos evidente, sobre la interpretación de la transición. Esta polémica tuvo especial relevancia entre los novelistas, que contribuyeron de modo fundamental a articular los discursos sobre dicho pasado, definiendo en buena medida las grandes tendencias que después se manifestaron en otros ámbitos. La preocupación por la Guerra Civil se generalizó en la esfera pública a mediados de los años noventa, aunque estaba presente ya en la literatura española de las décadas precedentes, especialmente en las obras publicadas por la generación del medio siglo en los años sesenta y setenta.1 En los noventa cobró importancia una visión crítica del relato preponderante sobre la Guerra Civil articulado a partir de la transición democrática. Este cuestionamiento estuvo relacionado con un proceso de redefinición de la nación española que continúa hoy en día, en el que la elaboración de un relato dominante sobre el pasado nacional tiene una importancia capital.2 En los años noventa y dos mil los novelistas participaron de manera destacada en la elaboración de relatos nacionales.

En esta tesitura tuvo lugar una lucha por el significado del pasado de la democracia española actual que conllevó una pugna entre diversas formas de comprender el presente de la nación y cómo esta debía proyectarse en el futuro. La querella sobre la Segunda República, la guerra y la posguerra condensó asimismo una disputa fundamental sobre el significado del proceso de transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional. Este proceso, que había sido considerado mayoritariamente como un proceso político y social modélico y como momento fundacional del régimen democrático actual, empezó a ser ampliamente cuestionado por distintas voces que reclamaban mayor atención al pasado republicano, en tanto que antecedente legítimo e ignorado del régimen actual. La lucha por establecer un relato hegemónico sobre la Segunda República, la guerra y el franquismo tuvo lugar, pues, al tiempo que se dirimía el combate por establecer una interpretación dominante sobre el proceso de transición. En esta pugna participaron numerosos actores: historiadores, políticos, miembros de la sociedad civil, intelectuales y artistas, entre otros muchos. Los novelistas ocuparon un lugar destacado en estos años debido a la difusión y el impacto de sus relatos en la sociedad. Las y los intelectuales y novelistas han actuado –y siguen actuando– como actores políticos de primer orden, y sus obras –ampliamente difundidas– actúan como espacios donde se libra una lucha discursiva. Mientras que algunos reclamaron una actitud distinta hacia el pasado –y sobre todo hacia las víctimas del franquismo– de la que fue dispensada por parte de las instituciones públicas durante los primeros gobiernos de la democracia, otros consideraron el consenso de la transición como el pilar fundamental de dicho régimen. El cuestionamiento del proceso de transición estuvo acompañado en muchos casos de una crítica más profunda hacia las políticas del pasado llevadas a cabo por los sucesivos gobiernos democráticos. Esta crítica fue ejercida durante años casi en exclusividad por algunos intelectuales de izquierda. Mi postura se distancia en parte de la de aquellos autores que han considerado el «régimen cultural del 78» como un periodo homogéneo en el que habría habido un consenso impenetrable sobre el carácter democrático de la nación española. Un análisis profundo permite iluminar las luchas que han tenido lugar por establecer un relato dominante sobre la nación española y su pasado, así como los matices y las diferencias.3

En esta obra analizo cómo y por qué una serie de escritores contemporáneos concibieron la Segunda República española, la Guerra Civil y la posguerra, en el lapso de tiempo que se encuentra a caballo entre los dos últimos siglos. He tomado como límites cronológicos dos fechas simbólicas para la izquierda española: 1989, que con la caída del Muro de Berlín y el posterior desmantelamiento de la URSS supuso el principio del fin de una forma de concebir el mundo, y 2011, año en el que explosionó el movimiento 15M, que supuso un cambio de ciclo para la izquierda en España. En las décadas que abarca este libro fueron publicados varios centenares de novelas sobre la Guerra Civil española. Aquí me centro en la producción intelectual de varios novelistas que, a mi juicio, tuvieron un protagonismo especial en el debate sobre la memoria en España: Juan Marsé, Rafael Chirbes, Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas. No obstante, fueron muchos los que participaron en el debate y cientos las novelas publicadas en esos años sobre la Guerra Civil española. Algunas de las obras a las que hago referencia no se circunscriben de forma estricta a este marco temporal. El objetivo principal de este libro es analizar, por tanto, la dimensión política e ideológica de los discursos sobre el pasado que en los años noventa y dos mil pusieron en circulación los autores mencionados, así como sus ideas sobre la historia, la memoria y la literatura, y sus interpretaciones de la historia de España. Lo hago a partir de una lectura situada intelectual y políticamente, que parte de los problemas definidos en el ámbito de la historia cultural para dialogar con otras disciplinas que analizan la literatura. Veamos a continuación cuál es el contexto principal que abordamos en este libro.

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El acuerdo general establecido durante la transición para no instrumentalizar políticamente el pasado fue subvertido en 1993 por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que en vísperas de los comicios electorales temió perder el gobierno. Hasta entonces los dos partidos mayoritarios habían mantenido un consenso en su interpretación de la guerra como una tragedia colectiva. El cambio en la forma de mirar al pasado se hizo aún más evidente a mediados de los noventa, coincidiendo con el vigésimo aniversario de la muerte del dictador en 1995 y el sexagésimo aniversario, en 1996, del inicio de la Guerra Civil y de la llegada de las Brigadas Internacionales a España.4 Con el cambio de siglo y la llegada al gobierno del Partido Popular (PP) en el año 2000 con mayoría absoluta, se acrecentaron los debates parlamentarios en torno a la condena del alzamiento militar y la reparación moral y económica de los represaliados del franquismo.5 Ese mismo año se formó, como resultado de diversas iniciativas cívicas, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.6 En este contexto, en el que las reivindicaciones de los familiares de las víctimas del franquismo ocupaban un espacio creciente en la esfera pública, el PSOE hizo suyas muchas de sus reclamaciones. En 2004, con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, se inició un proceso de reconocimiento institucional que culminó con la aprobación de la conocida popularmente como Ley de la Memoria Histórica.7 El proceso de elaboración de la ley se produjo en medio de un enconado debate en el Congreso de los Diputados y en los medios de comunicación. Mientras que el PP interpretó la ley como un intento de revisar el proceso de transición, otros grupos parlamentarios la consideraron insuficiente. En octubre de 2008 Baltasar Garzón, entonces juez de la Audiencia Nacional, en respuesta a las denuncias presentadas por numerosas entidades cívicas, se declaró competente para investigar los crímenes del franquismo.8 Y tres años después, en enero de 2011, la Asociación Nacional de Afectados por las Adopciones Irregulares (ANADIR) denunció ante la Fiscalía General del Estado el robo de niños que se habría producido entre los años cincuenta y noventa, y que afectó en un principio a las familias contrarias al régimen franquista y habría continuado en democracia como un negocio lucrativo.

A finales de mayo de ese mismo año estalló una nueva polémica en torno al tratamiento del pasado. En esta ocasión las y los historiadores se verían directamente afectados, ya que la controversia tuvo su origen en la publicación, por parte de la Real Academia de la Historia, de los primeros veinticinco tomos de su Diccionario biográfico español, en algunos de los cuales se ensalzaba a figuras del franquismo, incluida la del propio Franco. Los grupos de izquierda exigieron la retirada de los veinticinco tomos, cuya realización había sido financiada con el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura, y este último pidió la revisión de aquellas biografías que no respondieran al criterio de objetividad académico. Las reacciones contra esta publicación se suscitaron en el contexto de movilización social y política que se vivió en España a mediados de mayo de 2011 conocido como movimiento 15M o de los indignados.9

El descontento con el sistema sociopolítico y las reclamaciones ciudadanas de «democracia real» que se produjeron entonces fueron interpretados como una confirmación de una supuesta deficiente modernización española. Sin embargo, los nuevos movimientos ciudadanos contienen a mi juicio la posibilidad de interpretar el tiempo de una forma distinta. En este sentido, al calor de nuevas formas de afrontar el pasado podría estar fraguándose un cambio en la forma hegemónica de relacionarnos con el futuro. Para muchos europeos, el modelo alemán dejó de ser en muchos aspectos el camino que se debía seguir. Así, para el 15M, lugares como la plaza Tahrir de El Cairo y las luchas democráticas características de la llamada Primavera Árabe se convirtieron en el símbolo de una visión de la democracia que cuestiona las dinámicas de la democracia capitalista occidental. Las generaciones que crecimos o llegamos a la edad adulta inmersas en «la cultura de la memoria» nos proyectamos ahora hacia un futuro que es significativamente distinto de nuestro presente. El presentismo que caracterizó la época que aquí estudio habría periclitado desde entonces. Este libro trata de iluminar los conflictos sobre la interpretación del pasado que se produjeron en España en las décadas de entre siglos. Para ello estudio los discursos sobre el pasado, es decir, aquellos que nos permitieron situarnos entonces en el presente e imaginar el futuro. Realizo este análisis a partir de un abanico de diversas tradiciones teóricas e intelectuales que pongo en diálogo –y frente a las que me sitúo– para conformar un aparato teórico sólido que actúa a modo de constelación e inspira las preguntas que han guiado este estudio. A continuación, paso a describir las teorías que conforman esa constelación.

HISTORIA, NOVELA Y NACIÓN

Resulta difícil iniciar este viaje sin hacer una reflexión sobre la estrecha relación que la literatura y la historiografía han mantenido desde el nacimiento de ambas, así como su vinculación con el proceso de construcción de las naciones modernas. A finales del siglo XVIII se produjo un cambio en la forma como los individuos experimentaban el tiempo. Tuvo lugar entonces una transformación en el modo de concebir el futuro en relación con el pasado y el presente. El futuro posible comenzó a configurarse como expectativa, como un horizonte radicalmente distinto del pasado. Este cambio constituyó la experiencia de la modernidad y condicionó las pautas de conducta de los individuos. Esta nueva manera de comprender la relación entre pasado, presente y futuro se consolidó con la Revolución francesa, a partir de la cual las situaciones históricas concretas fueron consideradas únicas e incomparables. El sentido pragmático y didáctico de la historia cedió paso ante el nuevo concepto moderno de historia. Frente a la antigua noción de historia magistra vitae, la nueva noción de historia se vinculó con las ideas de evolución, progreso y universalidad.10 Al tiempo que surgió el concepto moderno de historia, surgieron también la novela histórica y la idea de nación. Por ello, muchos teóricos del nacionalismo han prestado atención a los vínculos entre novela y nación. El nacimiento de la novela histórica está relacionado con el de la historiografía moderna. Ambas requieren la aparición de una conciencia histórica, es decir, están vinculadas con ese cambio en la forma de experimentar la relación con el tiempo que tuvo lugar a finales del siglo XVIII. Según Benedict Anderson la novela hizo posible imaginar un tiempo considerado objetivo que podía ser compartido por toda una comunidad.11 La narración histórica y la ficcional han interactuado constantemente desde sus orígenes. Ambas, novela histórica e historia, tienen por objetivo restablecer la continuidad entre el pasado y el presente de la nación. A pesar de los cambios que desde entonces ha protagonizado el género novelístico, en lo concerniente a su relación con la historia, las novelas actuales –como tendremos ocasión de ver– se presentan como espacios aventajados para pensar explícita o implícitamente tanto la nación como la historia.12

Entiendo la nación como una comunidad cultural y política imaginada como inherentemente soberana y limitada. Las naciones están en permanente construcción y en continuo cambio, pues necesitan definir constantemente sus límites y dar nuevos significados a sus mitos fundacionales.13 En este sentido, comparto los planteamientos de los teóricos constructivistas, quienes consideran que las naciones y el nacionalismo son fenómenos contemporáneos y fruto de la acción de los nacionalistas.14 Utilizo el término nacionalismo para referirme a una manera global de comprender y relacionarse con el mundo, según la cual existen diversas naciones que poseen o deberían poseer algún tipo de soberanía política. En consecuencia, considero discursos sobre la nación o nacionales todos aquellos que formulan la existencia de un mundo de naciones. Estos tienden a menudo a localizar su origen en tiempos inmemoriales o a considerar las naciones como entes naturales en lugar de comprenderlas como realidades históricamente construidas.

El nacionalismo incluye no solo los movimientos de reivindicación nacionales, sino también todas aquellas prácticas significativas que los individuos hemos naturalizado y nos pasan habitualmente desapercibidas. Estas últimas conforman lo que Michael Billig denominó nacionalismo banal o cotidiano.15 A pesar de los procesos de globalización y de las cesiones de soberanía por parte de los Estados a entidades supraestatales, esta narrativa (según la cual el mundo está divido en naciones) continúa siendo predominante en nuestra sociedad y articula las formas como nos comprendemos como sujetos y nos interrelacionamos con los demás. En este proceso, a través del cual la nación se está redefiniendo permanentemente, ejercen un papel fundamental los relatos sobre el pasado.

EXPERIENCIA Y MEMORIA: LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA DE LOS SIGNIFICADOS

En los últimos años se ha incrementado el interés académico por el estudio de las representaciones y los usos del pasado. Entre otras tradiciones, destacan los llamados Cultural Memory Studies, de raigambre europea, que, influidos por la tradición de los estudios sobre la Shoah, se fundamentaron en un principio sobre la diferenciación entre la experiencia del pasado y el recuerdo de dicha experiencia. Enfatizaban así la distinción entre experiencia «vivida en carne propia» y la rememoración de dicha experiencia, que puede ser transmitida a las generaciones posteriores en forma de relato. Enfatizaban, siguiendo quizás a Walter Benjamin, la diferencia entre una experiencia transmitida de forma «natural», frente a otra conservada y transmitida «artificialmente», con la ayuda de artefactos culturales.16 Su objetivo era subrayar la diferencia entre las formas de relacionarse con el pasado de aquellos que lo vivieron y las de aquellos que nacieron después. Estos trabajos enfatizan la experiencia del horror como única, irrepetible y en ocasiones incomunicable, opuesta a una experiencia vicaria de esos acontecimientos que corresponde a los descendientes. Distinguen así una experiencia directamente conectada con el pasado de una experiencia indirecta y mediada. En mi opinión, ambos tipos de experiencia poseen un elemento clave en común: su articulación como experiencias significativas a través del lenguaje.

Los trabajos de los Cultural Memory Studies radicados en Europa estudian las dinámicas de la cultura de la memoria e inciden especialmente en la relación entre identidad, cultura y medios de comunicación. Dos conceptos clave para estos estudios son la «memoria cultural» y el «lugar de memoria». Los Memory Studies realizan una relectura de la sociología de la memoria y los conceptos elaborados por el sociólogo Maurice Halbwachs en la primera mitad del siglo XX, así como del estudio histórico de la memoria realizado por Pierre Nora.17 Una aportación clave para comprender esta corriente de análisis cultural es la realizada por Jan Assmann a finales de los años ochenta.18 Assmann reinterpretó la teoría de la sociología de la memoria de Halbwachs (y la relación entre memoria y colectividad) a la luz de las ideas del historiador del arte Aby Warburg, quien había estudiado el vínculo entre la memoria y las formas culturales. De este modo, Jan Assmann distinguió dos elementos diferenciados: la memoria comunicativa y la memoria cultural. La memoria comunicativa es aquella que se transmite de forma oral de unas generaciones a otras, mientras que la memoria cultural sería toda aquella que necesita de la mediación de las instituciones para subsistir. La memoria comunicativa se correspondería, según Assmann, con el objeto de la historia oral. Por el contrario, la memoria cultural tendría una cierta correspondencia con lo que Pierre Nora llamó les lieux de mémoire, que surgen en el espacio y en el tiempo cuando se produce o se percibe una ruptura con respecto al pasado. La memoria cultural sería, por tanto, una memoria institucionalizada, «contenida en lugares»: museos, archivos, instituciones de memoria, medios de comunicación y otros artefactos culturales. La teoría de Assmann se fundamenta en la distinción entre un ámbito personal, un ámbito social y un ámbito cultural. Su concepto de cultura hace referencia a un aspecto de la vida claramente diferenciado del resto de ámbitos de la vida social.19 A partir de esta tradición y ampliando su horizonte teórico, Ann Rigney y Astrid Erll insistieron en su momento en el carácter activo y resignificador de la memoria, que entienden como una performance, más que como un proceso pasivo ligado a la plenitud de la experiencia. En este sentido, comprenden la memoria desde una perspectiva constructivista, vinculada con prácticas memoriales.20 Entienden la memoria cultural, por tanto, como un proceso dinámico, resultado de actos de rememoración recursivos, más que como algo que permanece y es dado en herencia. Estas autoras han concebido la literatura en relación con la memoria principalmente en tres sentidos: como «medio de la rememoración», como «objeto de rememoración» y como «mímesis de la memoria». Pese al énfasis puesto en el carácter performativo de la memoria, las ideas de «mímesis de la memoria» y «medio de la memoria» arrastran consigo una cierta noción de la literatura entendida como reflejo de una memoria que parece existir plenamente fuera de los textos literarios. En armonía con este punto de vista están los conceptos de «memoria prótesis» o «posmemoria», que enfatizan el carácter artificial de los recuerdos de las generaciones que no han tenido una experiencia «en carne viva» de los acontecimientos traumáticos y estudian los productos culturales que esas generaciones utilizan para contar el pasado.21 La memoria cultural se refiere, por tanto, a los artefactos culturales que la mantienen de forma más o menos institucionalizada. Esta noción de memoria cultural se fundamenta, en mi opinión, en una idea de cultura próxima a la del célebre antropólogo cultural Clifford Geertz.22 Geertz entiende la cultura como un sistema de símbolos y significados que posee una cierta autonomía con respecto a otras esferas de la vida. En consecuencia, los estudios culturales de la memoria habrían puesto el acento en la autonomía de la esfera cultural respecto a los ámbitos de lo social y lo individual.

Desde mi punto de vista, no puede establecerse, sin embargo, una frontera clara entre lo cultural, lo social y lo político, ya que estos dos últimos ámbitos se articulan culturalmente. Enfatizar la diferencia entre «memoria comunicativa», entendida como una memoria viva, y «memoria cultural», entendida como una memoria mediada o diferida, carece en muchas ocasiones de sentido. A diferencia de algunos de estos estudios, entiendo por cultura no tanto un ámbito claramente delimitado de la vida social (en la línea de Geertz) sino, siguiendo a William H. Sewell, la articulación dialéctica entre un sistema de símbolos y las prácticas de los individuos que utilizan dicho sistema y a menudo lo transgreden. La cultura es entendida así como la articulación entre una esfera simbólica y las prácticas que la significan, es decir, como un proceso abierto, sometido a transformaciones y a luchas de poder.23 Basándome en Joan Wallach Scott y William H. Sewell pongo en cuestión la distinción entre memoria comunicativa y memoria cultural, que se basa a mi juicio en una concepción excesivamente esencialista de la experiencia y en una noción de cultura que no permite ahondar en el problema de cómo los individuos se constituyen como sujetos políticos por medio de prácticas memoriales. Por el contrario, pongo mi foco de atención en las diferencias políticas que producen los discursos, entendiendo lo político en un sentido amplio, como el espacio conflictivo donde tiene lugar una lucha entre maneras diferentes de organizar y concebir el mundo.24

Teniendo esto en cuenta realizo una lectura entre el texto y el contexto que rechaza la disociación tajante entre ambos. Con ello pretendo evitar que la «Historia» con mayúsculas se torne en la explicación última de las historias «con minúsculas» (de las novelas) y que en dicho proceso las novelas queden al margen de la historia con la que pretenden ser explicadas. De este modo, considero con Isabel Burdiel que el carácter histórico y político de la novela no reside fuera del relato imaginado, sino dentro –en su dimensión discursiva– y que tiene lugar como conflicto.25 Mi interés se centra pues en los significados que el pasado adquiere en el presente, en analizar cómo los escritores españoles contemporáneos comprenden la guerra y la posguerra y cómo la han articulado discursivamente en sus novelas. Esta cuestión no puede ser explicada únicamente en función del carácter «vivido» o «mediado» de la guerra, sino atendiendo a la dimensión política de los discursos memoriales.

LA MEMORIA COMO DISCURSO DE PODER

La importancia conferida a la memoria en las últimas décadas está relacionada con lo que François Hartog denomina un nuevo «régimen de historicidad», una nueva forma de relacionarse con el pasado y con el futuro. En el orden presentista el pasado se aleja de forma indefectible de un presente absoluto que todo lo inunda y que impide al mismo tiempo la posibilidad de pensar un futuro distinto. A finales del siglo pasado el futuro se mostraba cada vez más exiguo. Si con la Revolución francesa el futuro vino a ocupar un lugar privilegiado en la concepción del tiempo y la historia, la caída del Muro de Berlín en 1989 y la puesta en cuestión de la utopía comunista supuso un punto de inflexión en la forma de percibir el porvenir, absorbido por un presente casi absoluto, donde aparentemente ya nada podía cambiar sustancialmente.26 A su vez, la aceleración del tiempo y la sociedad de la comunicación conllevaban aparentemente un gran riesgo de que el pasado pronto fuera olvidado. Frente a la apreciación de una ruptura inevitable con respecto al pasado, como consecuencia de la constante aceleración del tiempo en un paradójico presente infinito, se impuso una «cultura de la memoria» como forma de tender un lazo hacia el pasado, en la que la Shoah ocupó un lugar central.27 En este contexto cobró importancia la figura del testigo. El testigo se mostró como puente con el pasado y se vio investido con autoridad para dar cuenta de él. La desaparición natural de aquellos que lo habían vivido acrecentó el deseo de conocer las experiencias de los testigos aún vivos, especialmente aquellas que se referían al pasado traumático. De este modo, la memoria vinculada con las nociones de verdad y justicia invadió la esfera pública. Al mismo tiempo, la figura del testigo, portador de memoria, competía con el historiador, y su protagonismo creciente puso en cuestión algunos paradigmas historiográficos considerados sólidos. Como consecuencia, tuvieron lugar diversas polémicas en el seno de la historiografía en torno a las diferencias y semejanzas entre la memoria y la historia, y la actitud que los historiadores debían adoptar hacia aquella.28 A diferencia de lo que ocurría en estos debates, aquí utilizo un concepto de memoria más amplio, no para referirme a la experiencia o el recuerdo de los testigos, sino a los discursos sobre el pasado (incluidos los historiográficos) que se elaboran en el presente.29 Mi objetivo es estudiar cómo se configuran literariamente y se construyen históricamente los significados sobre el pasado en la obra de los escritores mencionados. Examinar los discursos sobre el pasado permite apuntar allí donde historiografía y literatura convergen, como formas distintas de conocimiento, sin olvidar sus diferencias. Hablar de discursos sobre el pasado permite integrar, a mi juicio mejor que otros conceptos, el proceso de ausencia y presencia (recuerdo y olvido) que constituye todo relato. Se hace posible establecer así una relación entre historia y memoria que destierra una separación forzada entre ambas, fundamentada en una idea de historia objetivista frente a una noción de memoria basada en una concepción esencialista de la experiencia. El concepto de discurso permite además superar radicalmente el binomio que contrapone la forma del relato a su contenido, ya que apunta allí donde ambos elementos confluyen: el significado.

El interés por el concepto de experiencia y el cuestionamiento de ciertos paradigmas de la historiografía tradicional no son empero una novedad surgida exclusivamente como consecuencia del auge de la figura del testigo y el fenómeno de la memoria. En los años setenta y ochenta la recepción en los departamentos universitarios de Estados Unidos de la llamada French Theory puso en jaque algunos presupuestos básicos de las entonces ascendentes historia social e intelectual. En esa coyuntura numerosos historiadores asumieron la relación entre historia y lenguaje como una cuestión que afectaba al núcleo mismo de la disciplina histórica.30 Historiadores como Hayden White subrayaron la dimensión narrativa del discurso historiográfico y sus similitudes con los relatos de ficción, enfatizando el carácter subjetivo de todo relato histórico.31 No obstante, como señalaron Isabel Burdiel y María Cruz Romeo, el interés por la relación entre historia y lenguaje preocupaba a los historiadores a partir de sus propios problemas y no únicamente como respuesta a cuestiones generadas en el seno de otras disciplinas. El interés de la historiografía por el lenguaje se manifestaba en tres sentidos: en tanto que instrumento de comunicación del historiador (por tanto, en lo concerniente a la reflexión crítica sobre la voz narrativa); como constructor de significados sociales; y como objeto en sí mismo de investigación histórica, es decir, como fenómeno social.32 En este contexto, en el que se toma consciencia del carácter narrativo de la historiografía, se enmarca una preocupación creciente por cómo los historiadores debían enfrentarse a las novelas entendidas como documentos históricos. Dominick LaCapra se preguntaba en 1985 por qué la novela, siendo una de las formas de escritura más importantes en la época contemporánea, era marginada por la historia social como objeto de estudio, cuando no utilizada de forma empirista como fuente de datos que mejor podrían encontrarse en otro lugar. LaCapra ponía énfasis en la necesidad de que el historiador realizara una lectura crítica de los textos y prestara atención a cómo eran leídos y usados en los diversos contextos.33

El desafío que planteaba la teoría posestructuralista a la historia, lejos de reducirse al interés por la narración, tenía profundas implicaciones sobre el estatuto epistemológico y ético de la historia como conocimiento capaz de dar cuenta del pasado. Es decir, ponía en cuestión el concepto moderno de historia, surgido durante la Ilustración.34 En los años ochenta y noventa, la creciente atención prestada por parte de los historiadores a los elementos simbólicos y a las prácticas discursivas, lejos de colapsar la disciplina, conllevó una mayor problematización de la práctica historiográfica. La nueva atención al lenguaje impedía mantener en adelante una separación rígida entre lo social, lo político y lo cultural. En este sentido, uno de los mayores logros del llamado «giro lingüístico» en historia fue probablemente el énfasis puesto en la naturaleza discursiva de lo social. El lenguaje dejó de concebirse como mimético de la realidad para ser considerado generativo. Consecuentemente, a partir de entonces, la realidad no será concebida ya como algo que existe fuera del lenguaje, sino que estará constituida por él.

A principios de los años noventa, la historiadora Joan Wallach Scott participó en el debate sobre el estatuto de la historiografía para defender el carácter discursivo de la experiencia. En su planteamiento, la historiadora criticó la idea de experiencia utilizada tradicionalmente por la historia social. Scott postuló la necesidad de comprender la experiencia como el lugar donde los sujetos se constituyen como tales y no de manera esencialista como aquello que los individuos padecen. El giro copernicano de Scott implicaba historiar la experiencia, analizar cómo se articulaba y qué identidades producía. Desde esta postura, la experiencia se considera como una operación social, intersubjetiva, como el proceso por el cual los individuos perciben como materiales relaciones que son empero sociales e históricas y, por tanto, poseen un carácter contingente y construido.35 Aquí propongo aplicar la teoría de Scott a los estudios sobre la memoria y los usos del pasado con un doble objetivo: por un lado, subrayar el carácter histórico y construido de los discursos sobre el pasado y, por otro, poner el foco de atención en los sujetos que producen y renegocian esos discursos, al tiempo que protagonizan un lucha política. Con Joan Wallach Scott y Stuart Hall, entiendo el lenguaje y los discursos como los modos socialmente situados de producir significados con efectos de poder.36 Desde un punto de vista constructivista, conceptos como realidad, ficción o verdad se entienden como construcciones culturales que no pueden ser explicadas sin referencia a los contextos históricos en los que son definidas. En el contexto español de reivindicación de justicia y reconocimiento de las víctimas del franquismo –cuando se trata de dar cuenta de los hechos del pasado– se tiende a utilizar estos conceptos de forma ahistórica. Entiendo el concepto de memoria en un sentido amplio como los modos diversos de articular –a través del lenguaje– relatos sobre el pasado que construyen identidades y posicionamientos políticos en el presente, ya sea a través del arte, la literatura, la historiografía o las políticas del pasado. Desde este punto de vista, la oposición entre las nociones de realidad y ficción –entendidas como campos de experiencia diferenciados– resulta irrelevante, puesto que la novela es analizada como práctica discursiva y, por tanto, como un espacio privilegiado para la generación y puesta en circulación de modos de comprender el mundo.

LITERATURA, MEMORIA Y MODERNIZACIÓN

Así pues, no es de extrañar que la Segunda República y, sobre todo, la Guerra Civil española fueran objeto de reflexión en la novelística contemporánea a su época. Escritores de diferentes sensibilidades, que habían participado o padecido la guerra, escribieron sobre ella con una intención propagandística o pedagógica. Estos «escritores testigos» pretendían explicar y explicarse el inmediato pasado, así como ofrecer una lección para el futuro. En los años cuarenta, cincuenta y sesenta, con el objetivo de que el recuerdo de la guerra no se borrara nunca, muchos escritores contaron la guerra con voluntad documental.37 Posteriormente, Martin K. Herzberger calificó como «novelas de la memoria» aquellas obras (escritas a finales de los años sesenta y durante la década de los setenta) en las que el pasado era evocado a través del recuerdo subjetivo.38 En los últimos años, a medida que han ido proliferando las novelas sobre la Guerra Civil, se han ido incrementando exponencialmente también los estudios sobre ellas.39 Destacan entre ellos los concebidos en la tradición estadounidense de los estudios culturales, que tienden a interpretar la transición como «pacto de silencio» o «de olvido», es decir, como momento en el que el pasado habría sido silenciado. El pacto constituye así el punto de partida de numerosos trabajos que denuncian la falta de presencia pública del pasado republicano y del recuerdo de las víctimas durante el proceso de transición y la posterior democracia.40

La mayor parte de los analistas culturales que interpretan la transición como «pacto de olvido» o «de silencio» lo hacen desde una teoría sobre el fracaso de la modernización española. La transición sería un episodio más de una historia española repleta de excepcionalidades y procesos frustrados: la Revolución Industrial, la revolución liberal, la nacionalización del Estado, la modernización del país, etc.41 Esta interpretación de la historia de España como fracaso –cuyo relato se remonta al «desastre del noventa y ocho»– está fuertemente arraigada en el imaginario colectivo y entre los estudiosos de diversas disciplinas, pese a que ha sido ampliamente refutada por historiadores de la escuela valenciana.42 De hecho, muchos estudiosos comparten incluso la idea de que España, durante la transición democrática, habría alcanzado la postmodernidad sin que el país hubiera pasado por una verdadera modernidad, política, económica y cultural.43 Según esta interpretación, España, tras el proceso de transición y a pesar de su incorporación a la Unión Europea, no alcanzó una verdadera modernidad. Su aparente modernización se habría llevado a cabo mediante la ocultación de un pasado traumático y el rechazo a enfrentarse con él. La modernidad española sería concebida así como un simulacro propio de la postmodernidad y, en consecuencia, estaríamos ante una democracia incompleta. Para estos autores la modernidad económica y política no estuvo acompañada de una verdadera modernidad cultural.44 En este sentido, estos trabajos enfatizan la presencia real de las estructuras franquistas en la democracia actual y afirman la necesidad de una «verdadera» transición.

En algunos casos, dicha interpretación está en relación con la aplicación (por influencia de los estudios sobre la Shoah) de la teoría del psicoanálisis a una sociedad española que no habría realizado el duelo y permanecería traumatizada.45 Sin embargo, las teorías del psicoanálisis se han mostrado inadecuadas para estudiar procesos colectivos. Si bien la memoria del Holocausto se ha constituido en paradigma memorial, los enfoques utilizados por los pensadores de la Shoah no siempre resultan útiles para el estudio de otros fenómenos de memoria surgidos en contextos diferentes ya que, a menudo, contribuyen a patologizar a sociedades enteras que, desde esta perspectiva, no habrían desarrollado una relación «normal» con su pasado.

Otros autores consideran la transición, por el contrario, como un momento de restitución definitiva de lo que denominan «modernidad literaria» española. Estos últimos utilizan el término modernidad literaria para designar un conjunto de novelas herederas de las vanguardias europeas. Este concepto estilístico se muestra en la práctica deudor de una modernización política, económica y cultural. Desde este punto de vista, el proceso de modernización habría sido interrumpido por la derrota de la Segunda República en la Guerra Civil. Mientras que Europa habría retomado el movimiento de modernización ilustrada tras la Segunda Guerra Mundial, España habría quedado al margen. La modernidad posee en este relato un carácter exógeno con respecto a la nación española. Es decir, según este relato de la modernización española, la modernidad parece venir siempre del exterior en las diversas épocas de la historia de España. Europa, por el contrario, se presenta como centro difusor de modernidad cultural, política y económica. La sintonía entre España y Europa se habría producido en los años ochenta, tras el proceso de transición español, de ahí que este sea concebido como un proceso exitoso.46

El concepto de modernidad que manejan tanto los autores que consideran triunfante el proceso de modernización español, como aquellos que lo interpretan como otro ejemplo de una historia de reiterados fracasos, se enmarca en una concepción de la historia entendida como progreso lineal, heredera de la Ilustración. El cambio radical en la forma de relacionarse con el tiempo dio lugar a una concepción lineal, que es todavía hoy predominante en las sociedades occidentales contemporáneas.47 La modernidad fue asociada con la Ilustración europea y concebida como un estadio al que de una u otra manera debían arribar el resto de civilizaciones. Contra esta idea de modernidad, fundamentada en una concepción de la historia historicista, en progreso continuo, se han pronunciado tanto los filósofos posestructuralistas como los teóricos poscoloniales. En esta línea, entiendo con Dipesh Chakrabarty que las supuestas ideas universales que acompañaron a la Ilustración, la modernidad y la modernización, responden a unas tradiciones intelectuales particulares que no pueden ser consideradas universales. Las diferencias históricas son relevantes y, por tanto, ningún país puede ser considerado un modelo para otro país.48 Y, como veremos a continuación, ninguna estética o tradición cultural debe ser considerada como más eficiente –léase objetiva– para representar la realidad.

EN BUSCA DE UNA ESTÉTICA NACIONAL

Meses antes de la caída del Muro de Berlín –y de la consagración del desprestigio de la cosmovisión comunista como forma de concebir el mundo– Francis Fukuyama defendió lo que llamó «el fin de la historia», que identificó con la victoria del capitalismo y el final de las utopías.49 En ese contexto, muchos teóricos marxistas reaccionaron no solo contra las teorías posmodernas del «fin de la historia», sino también –como si fueran parte de un todo–, contra muchos postulados provenientes del posestructuralismo, que consideraron culpables de la propagación del «relativismo cultural» e identificaron con posturas políticas conservadoras. Para los críticos culturales marxistas, la denominada «modernidad cultural», heredera de las vanguardias europeas (con cuya tradición identifican a las novelas postmodernas o experimentales), habría provocado una fractura entre el arte y la sociedad.50 Para estos, las novelas que reflexionaban sobre la capacidad del lenguaje para representar la realidad adquirieron connotaciones conservadoras e, incluso, burguesas. Desde esta perspectiva fueron interpretadas muchas novelas españolas escritas en la década de los sesenta que, desde el experimentalismo, reaccionaron contra el realismo social. A pesar de estas críticas, muchos de los logros de esas novelas fueron incorporados por los autores más jóvenes a sus creaciones literarias. Tanto es así que las novelas de la memoria escritas durante los años ochenta y la primera mitad de los años noventa tenían como rasgo característico el uso de la metaficción historiográfica. Estas últimas, entre las que se encuentran textos como La muchacha de las bragas de oro (1978) de Juan Marsé, El pianista (1985) de Manuel Vázquez Montalbán o Beatus Ille (1986) y El jinete polaco (1991) de Antonio Muñoz Molina, llevaban aparejado un interés por cuestiones ontológicas, epistemológicas e ideológicas e incidían en el carácter infranqueable e inaccesible del pasado tanto para los vencidos como para los vencedores.51 A tenor de la notable autoconsciencia que presentan estas novelas, Joan Oleza se refirió a ellas como muestras de un «realismo postmoderno».52 Muchos de los escritores que analizo en este libro parten de esta concepción literaria del realismo. Sin embargo, entiendo aquí el realismo, desde un punto de vista pragmático, en el sentido propuesto por Roland Barthes.53 Considero así que el efecto de realidad reside en la recepción y en la capacidad del autor y de su obra para suscitar en el lector una lectura realista. El efecto de realidad constituye por tanto un ejercicio de autoridad sobre el lector.54 Desde este punto de vista no habría una sola esté tica realista, sino tantas como formas de ver el mundo. La idea de realismo no apuntaría en consecuencia a la capacidad de la obra de arte para reflejar la realidad exterior, sino a la percepción de los sujetos que contemplan la obra y la identifican como fidedigna según sus propias tradiciones culturales. La reivindicación del realismo en la literatura española contrasta con el tratamiento que las cuestiones memoriales han tenido mayoritariamente en otras literaturas europeas y latinoamericanas. En otros lugares –siguiendo al filósofo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno– el horror de Auschwitz ha sido percibido a menudo como incognoscible e inenarrable y las expresiones literarias de tradición realista se han considerado abocadas al fracaso en su intento de representar lo irrepresentable.55 Esta particularidad de las novelas españolas de la memoria, que las aleja de las tendencias dominantes en otros lugares, está en relación con el contexto de lucha política por el significado del pasado y con las concepciones teóricas de las que parten los escritores. Estos consideran en su mayoría que el canon literario español –y, por tanto, la tradición estética más propiamente española– es aquel que bebe del realismo de Benito Pérez Galdós y de otros autores republicanos como Vicente Blasco Ibáñez, Max Aub o Antonio Machado. No es mi intención analizar la relación entre los autores aquí estudiados y el canon de la literatura española. Mi objetivo es señalar cómo estos autores reivindican un lugar en dicha tradición. Utilizan para ello, en su mayoría, una estética que permite llegar a un público amplio, con el objetivo de hacer llegar con claridad un mensaje silenciado por el franquismo y posteriormente. En este contexto de pugna por establecer un relato hegemónico sobre el pasado de la nación, los mecanismos retóricos que subrayan la imposibilidad de conocer lo ocurrido no se han mostrado muy atractivos para los escritores, salvo algunas excepciones como la de Isaac Rosa. Por el contrario, la mayoría de escritores han rechazado una estética vinculada con el constructivismo y han reclamado un lugar en la tradición del realismo español.

En el primer capítulo, analizo la obra de Juan Marsé y su forma de representar la posguerra civil, situándola en relación con los debates sobre la estética realista. Comparo los mecanismos utilizados en las novelas publicadas en los años noventa y dos mil, con los desplegados en proyectos anteriores, como Si te dicen que caí, con el objetivo de iluminar el significado de dichos cambios, más allá de lo estético. Analizo cómo se representa el pasado republicano en Rabos de lagartija y El embrujo de Shanghai y el proyecto político que se desprende de ellas. Finalmente, sitúo la idea de nación española de Juan Marsé en el contexto de los debates sobre el nacionalismo catalán. En el segundo capítulo, posiciono a Rafael Chirbes en relación con los debates sobre la estética literaria. Analizo su forma de comprender la historia y cómo dicha noción condiciona su forma de entender la literatura. Estudio su representación de los vencidos y los vencedores de la Guerra Civil española en La buena letra y Los disparos del cazador, y su modo de concebir el pasado, tanto la guerra como la transición, en proyectos posteriores, como La larga marcha y La caída de Madrid, y la propuesta política encerrada en ellos. En el tercer capítulo, me adentro en una concepción muy extendida sobre el fracaso de la modernidad española a través del estudio de los trabajos de Almudena Grandes. Estudio su proyecto político nacional y su concepción de la nación española mediante un análisis contextual de El corazón helado y de Inés y la alegría, primera novela de su serie Episodios de una guerra interminable. Presto especial atención a sus articulaciones de la Segunda República española y de la transición. Analizo, asimismo, su voluntad de entroncar su obra con una tradición literaria española realista y el significado político de su homenaje al escritor Benito Pérez Galdós. En el cuarto capítulo, estudio La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina. Presto atención a los mecanismos narrativos utilizados en ella y a su significado, y los comparo con sus primeras novelas sobre la Guerra Civil española. Analizo la interpretación de la Segunda República española, la Guerra Civil y la transición que propone este autor y su forma de comprender la nación española actual, vinculada con el «patriotismo constitucional». En el quinto capítulo, interpreto los discursos políticos sobre el pasado reciente español que atraviesan Soldados de Salamina y Anatomía de un instante, de Javier Cercas. Estudio, desde un punto de vista histórico, su forma de articular la Guerra Civil española y la transición, así como su propuesta de «reconciliación nacional». Este libro estudia, en definitiva, las luchas por establecer un relato dominante sobre el pasado reciente español y por definir un proyecto político de la nación española actual, en las que han participado de forma preeminente los literatos españoles, entre los años 1990 y 2010.

1 Los llamados «niños de la guerra» no recordaban el conflicto como vivencia propia, sino por lo que habían oído relatar acerca de él. Edenia Guillermo y Juana Amelia Hernández: Novelística española de los 60: Luis Martín Santos, Juan Marsé, Miguel Delibes, Juan Goytisolo, Juan Benet, Ana María Matute, Nueva York, Eliso Torres & sons, 1971, p. 20 y ss. José-Carlos Mainer: «El peso de la memoria: De la imposibilidad del heroísmo en el fin de siglo», en Antonio Domenico Cusato y otros (eds.): Letteratura della memoria, Mesina, Andrea Lippolis, 2004, pp. 11-37.

2 Este proceso tiene lugar en las diferentes literaturas peninsulares, que han prestado en los últimos años una atención especial al conflicto. Véanse, por ejemplo: John Thompson: As novelas da memoria. Trauma e representación da historia na Galiza contemporánea, Vigo, Galaxia, 2009; Mari Jose Olaziregui (ed.): «Literaturas ibéricas y memoria histórica», Riev (Revista de Estudios Vascos) 8, 2011, y, de esta misma autora, «Narrativa vasca o la memoria de la nación», en Palmar Álvarez-Blanco y Toni Dorca (coords.): Contornos de la narrativa española actual (2000-2010): Un diálogo entre creadores y críticos, Madrid/ Frankfurt, Iberoamericana/Veuvert, 2011, pp. 175-188; Cristina Moreiras: «Narrativa gallega contemporánea y memoria cultural», en ibíd., pp. 151-162; Dolores Vilavedra: «Guerra civil y literatura gallega», en Mari Jose Olaziregui: «Literaturas ibéricas y memoria histórica», op. cit., pp. 62-78.

3 Mi punto de partida difiere, por tanto, de propuestas como la de David Becerra Mayor y matiza los postulados teóricos de la crítica a la llamada «Cultura de la Transición». Véase Carlos Acevedo y otros: CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española, Barcelona, Random House Mondadori, 2012. David Becerra Mayor: La guerra civil como moda literaria, Madrid, Clave Intelectual, 2015. He realizado una lectura crítica del concepto «CT», desde un punto de vista teórico, en «La lucha por el significado de la democracia española. Crítica del concepto CT o “Cultura de la Transición”», en Anne-Laure Bonvalot, Anne-Laure Rebreyend y Philippe Roussin (eds.): Escribir la democracia. Literatura y transiciones democráticas, Madrid, Casa de Velázquez, 2019, pp. 51-65.

4 Paloma Aguilar Fernández: «Presencia y ausencia de la guerra civil y del franquismo en la democracia española. Reflexiones en torno a la articulación y ruptura del “pacto de silencio”», en Julio Aróstegui y François Godicheau (eds.): Guerra Civil. Mito y memoria, Madrid, Marcial Pons, 2006, pp. 245-294, y Walter B. Bernecker y Sören Brinkmann: Memorias divididas. Guerra Civil y franquismo en la sociedad y la política españolas (1936-2008), Madrid, Abada Editores, 2009.

5 Un análisis de los debates parlamentarios en Santos Juliá: «El retorno del pasado al debate parlamentario (1996-2003)», Alcores 7, 2009, pp. 231-256.

6 Esta asociación fue creada tras la exhumación en León de «los 13 de Priaranza», que devendría en un hito del «movimiento por la recuperación de la memoria histórica». Véase Mercedes Yusta: «El movimiento por la “recuperación de la memoria histórica”: una reescritura del pasado reciente desde la sociedad civil (1995-2005)», en Pedro Rújula e Ignacio Peiró (coords.): La historia en el presente. V Congreso de Historia Local de Aragón, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, 2007, pp. 81-102.

7 La Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, BOE 310, 27 de diciembre de 2007, pp. 53410-53416. Previamente, el año 2006 había sido declarado «Año de la Memoria Histórica». Un análisis de dicha ley, desde el punto de vista jurídico, en Antonio Martín Pallín y Rafael Escudero Alday: Derecho y memoria histórica, Madrid, Trotta, 2008.

8 Garzón consideró las desapariciones forzosas como delitos de detención ilegal sin paradero conocido en el contexto de crímenes contra la humanidad, que en consecuencia no habían prescrito y que no estaban afectados por la Ley 46/1977 de 15 de octubre, de Amnistía. La Fiscalía de la Audiencia General recurrió el auto de Garzón, al considerar que se trataba de asesinatos que habían prescrito en virtud de la Ley de Amnistía, y no de crímenes contra la humanidad, y que la competencia en la investigación residía en los juzgados territoriales y no en la Audiencia Nacional.

9 José Luis Ledesma: «El Diccionario biográfico español, el pasado y los historiadores», Ayer 88, 2012, pp. 247-265.

10 Reinhart Koselleck: historia/Historia, Madrid, Trotta, 2004 (1975).

11 Benedict Anderson: Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993 (1983).

12 Celia Fernández Prieto: Historia y novela: poética de la novela histórica, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1998. Isabel Burdiel y Justo Serna: Literatura e historia cultural o por qué los historiadores deberíamos leer novelas, Valencia, Episteme, 1996 (Eutopías, 130).

13 Homi Bhabha: «DisemiNación», en Homi Bahbha (comp.): Nación y narración: entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010 (1990), pp. 385-421.

14 Véanse, por ejemplo: Craig Calhoun: Nationalism, Buckingham, Open University Press, 1997; Umut Özkirimli: Theories of Nationalism. A Critical Introduction, Nueva York, McMillan, 2000.

15 Michael Billig: Nacionalisme banal, Catarroja, Afers, 2006 (1995). Un estudio relevante del nacionalismo banal español en la época actual, véase en: Luisa Elena Delgado: La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011), Madrid, Siglo XXI, España, 2014.

16 Walter Benjamin: El narrador, Santiago de Chile, Metales Pesados, 2008. Esta distinción, muy presente en los estudios sobre la Shoah, fue puesta en cuestión por Beatriz Sarlo (Tiempo pasado: Cultura de la memoria y giro subjetivo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005).

17 Maurice Halbwachs: Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004 (1925), y La memoria colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004 (1950). Pierre Nora: Les lieux de mémoire, 3 vols., París, Gallimard, 1984-1992.

18 Véase Jan Assmann: «Collective memory and cultural identity», New German Critique 65, 1995, pp. 125-133.

19 Jan Assmann: «Communicative and Cultural Memory», en Astrid Erll y Ansgar Nünning (eds.): Cultural Memory Studies: An International and Interdisciplinary Handbook. Media and Cultural Memory, Berlín / Nueva York, Walter de Gruyter, 2008, pp. 109-118. En un sentido similar, Winter y Sivan distinguen tres categorías de la memoria que se corresponden con las esferas individual, social y cultural, respectivamente. Hablan así de homo psychologicus, de homo sociologycus y de homo agens (Jay Winter y Emmanuel Sivan (eds.): War and Remembrance in the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1999).

20 Astrid Erll y Ann Rigney: «Literature and the Production of Cultural Memory: Introduction», European Journal of English Studies, vol. 10, n.º 2, 2006, pp. 111-115. «Reframing the past. Between individual and collective forms of constructing the past», en Karen Tilmans, Frank van Vree y Jay Winter (eds.): Performing the Past: Memory, History and Identity in Modern Europe, Ámsterdam, Amsterdam University Press, 2010, pp. 35-49.

21 Marianne Hirsch: Family Frames: Photography, Narrative and Postmemory, Cambridge, Harvard University Press, 1997.

22 Clifford Geertz utiliza un concepto semiótico de cultura. Define la cultura como una urdimbre de estructuras de significación socialmente establecidas. No obstante, está en contra de reificar la cultura y considerarla como una red «superorgánica» conclusa, ya que la entiende como acción simbólica. Clifford Geertz: La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1990. Véase: Astrid Erll: «Cultural Memory Studies: An Introduction», en Astrid Erll y Ansgar Nünning (eds.): Cultural Memory Studies, op. cit., pp. 1-15 (esp. p. 4); Dietrich Harth: «The invention of Cultural Memory», en ibíd., pp. 85-96 (esp. p. 92).

23 William H. Jr. Sewell: «The Concept(s) of Culture», en Logics of History. Social Theory and Social Transformation, Chicago / Londres, University of Chicago Press, 2005, pp. 152-174.

24 Chantal Mouffe: On the Political, Londres / Nueva York, Routledge, 2005. Una aplicación de la teoría de Mouffe a los estudios de memoria en Ann Cento Bull y Hans Lauge Hansen: «On agonistics memory», Memory Studies, vol. 9.4, 2016, pp. 390-404.

25 Isabel Burdiel: «Frankenstein o la identidad monstruosa», estudio introductorio a Mary W. Shelley: Frankenstein o el moderno Prometo, Madrid, Cátedra, 1996, pp. 7-113 (esp. p. 74). Burdiel atribuye el desarrollo de este argumento a W. Montag.

26 François Hartog: Régimes d’historicité: Presentisme et expériences du temps, París, Seuil, 2003.

27 Andreas Huyssen: En busca del futuro perdido: Cultura y memoria en tiempos de globalización, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.

28 Ignacio Peiró: «La era de la memoria: reflexiones sobre la historia, la opinión pública y los historiadores», Memoria y Civilización 7, 2004, pp. 243-294; Enrique Gavilán: «De la imposibilidad y de la necesidad de la “memoria histórica”», en Emilio Silva y otros (coords.): La memoria de los olvidados: un debate sobre el silencio de la represión franquista, Valladolid, Ámbito, 2004, pp. 55-68; Enrique Moradiellos: «Usos y abusos de la historia: apuntes sobre el caso de la guerra civil», Historia del Presente 6, 2005, pp. 145-150; Santos Juliá: «De nuestras memorias y de nuestras miserias», en Sergio Gálvez (coord.): dosier «Generaciones y memoria de la represión franquista: un balance de los movimientos por la memoria», Hispania Nova 6-7, 2006-2007, en línea; Pedro Ruiz Torres: «Los discursos de la memoria histórica en España», en ibíd.; Henry Rousso: «Memoria e historia: la confusión. En conversación con Philippe Petit», Pasajes. Revista de Pensamiento Contemporáneo 24, 2007, pp. 44-61. Ismael Saz Campos: «El pasado que aún no puede pasar», Pasajes: Revista de Pensamiento Contemporáneo 11, 2003, pp. 50-59; Javier Rodrigo: «La guerra civil: “memoria”, “olvido”, “recuperación” e “instrumentación”», en Sergio Gálvez (coord.): «Generaciones y memoria de la represión franquista», dosier de Hispania Nova 6-7, 2006-2007, en línea; José Carlos Bermejo: «España: La imposible memoria cívica», en Lourenzo Fernández Prieto y Nomes e voces (eds.): Memoria de guerra y cultura de paz en el siglo XX. De España a América, debates para una historiografía, Gijón, Trea, 2012, pp. 65-74. Pedro Piedras Monroy: La siega del olvido. Memoria y presencia de la represión, Madrid, Siglo XXI, 2012. Francisco Ferrándiz: El pasado bajo tierra, Barcelona, Anthropos, 2015.

29 Véanse en esta línea Ricard Vinyes (ed.): El Estado y la memoria. Gobiernos y ciudadanos frente a los traumas de la historia, Madrid, 2009; Francisco Ferrándiz: El pasado bajo tierra. Exhumaciones contemporáneas de la guerra civil, Barcelona, Anthropos, 2015, y Jean-François Macé y Mario Martínez Zauner (eds.): Pasados de violencia política. Historia, discurso y puesta en escena, Madrid, Anexo, 2015.

30 Un balance historiográfico sobre las críticas de la nueva historia cultural a la historia social en Geoff Eley: «Is all the World a Text?: From Social History to the History of Society two Decades Later», en Terrence J. McDonald (ed.): The Historic Turn in the Human Siciences, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1996, pp. 193-243.

31 Sobre esta cuestión, véase Hayden White: El texto histórico como artefacto literario, Barcelona, Paidós / Universidad Autónoma de Barcelona, 2003 (1978 y 1999).

32 Isabel Burdiel y María Cruz Romeo: «Historia y Lenguaje: la vuelta al relato dos décadas después», Hispania 192, vol. 63, 1996.

33 Dominick LaCapra: «History and the novel», en History and Criticism, Nueva York, Cornell University Press, 1985, pp. 115-142 (p. 130).

34 Sergio Sevilla: «Problemas filosóficos de la historiografía: conciencia histórica, ciencia y narración», Ayer 12, 1993, pp. 29-46.

35 Joan W. Scott: «The evidence of experience», Critical Inquiry, vol. 17, n.º 4, 1991, pp. 773-797. Traducción en castellano: «La experiencia como prueba», en Judith Butler y otras (comps.): Feminismos literarios, Madrid, Arco Libros, 1999. Sobre la noción de discurso en Joan Wallach Scott véase Miguel Ángel Cabrera: «Discurso, experiencia y construcción significativa de la realidad», en Historia, lenguaje y teoría de la sociedad, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 77-99, e Isabel Burdiel y María Cruz Romeo: «Historia y lenguaje...», op. cit.

36 Michel Foucault: El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 2008 (1970). Stuart Hall: «Foucault: Power, knowledge and discourse», en Margaret Wetherel, Stephaine Taylor y Simeon J. Yates: Discourse Theory and Practice. A Reader, Londres / Nueva Delhi, Thousand Oaks, 2001, pp. 72-81.

37 Estudios clásicos sobre estas novelas son los de José Luis Ponce de León y Maryse Bertrand de Muñoz. José Luis Ponce de León: La novela española de la guerra civil (1936-1939), Madrid, Ínsula, 1971; Maryse Bertrand de Muñoz: La guerra civil española y la literatura francesa, Sevilla, Alfar, 1995 (1972); íd.: La guerra civil española en la novela: bibliografía comentada, 3 vols., Madrid, José Porrúa Turanzas, 1982, y Guerra y novela: la guerra española de 1936-1939, Sevilla, Alfar, 2001.

38 David K. Herzberger: Narrating the Past: Fiction and Historiography in Postwar Spain, Durham / Londres, Duke University Press, 1995. Una buena síntesis sobre la novela de la Guerra Civil en José-Carlos Mainer: «Para un mapa de lecturas sobre la guerra civil», en Santos Juliá (coord.): Memoria de la Guerra y del franquismo, Madrid, Taurus, 2006, pp. 135-161. Maryse Bertrand de Muñoz: «Las grandes tendencias de la novela de la Guerra Civil en el siglo XXI», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, vol. 36, n.º 1, 2011, pp. 207-225.

39 Ana Luengo: La encrucijada de la memoria: la memoria colectiva de la Guerra Civil española en la novela contemporánea, Berlín, Tranvía, 2004; Antonio Gómez López-Qui-ñones: La guerra persistente. Memoria, violencia y utopía: representaciones contemporáneas de la Guerra Civil española, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Veuvert, 2006; Ulrich Winter (ed.): Lugares de memoria de la Guerra Civil y el franquismo: representaciones literarias y visuales, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Veuvert, 2006; María Corredera: La guerra civil española en la novela actual. Silencio y diálogo entre generaciones, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Veuvert, 2010; Palmar Álvarez-Blanco y Toni Dorca (coord.): Contornos de la narrativa española actual (2000-2010): Un diálogo entre creadores y críticos, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Veuvert, 2011; Geneviève Champeau y otros (eds.): Nuevos derroteros de la narrativa española actual, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011. Hans Lauge Hasen y Juan Carlos Cruz Suárez: La memoria novelada: hibridación de géneros y metaficción en la novela española sobre la guerra civil y el franquismo (2000-2010), Bern (etc.), Peter Lang, 2012. Juan Carlos Cruz Suárez y Diana González Martín (eds.): La memoria novelada II: ficcionalización, documentalismo y lugares de memoria en la narrativa memorialista española, Berna (etc.), Peter Lang, 2013. Juan Carlos Cruz Suárez y otros (eds.): La memoria novelada III: memoria transnacional y anhelos de justicia, Berna (etc.), Peter Lang, 2015. Elina Liikanen: El papel de la literatura en la construcción de la memoria cultural. Tres modos de representar la Guerra Civil y el franquismo en la novela española, Helsinki, Universidad de Helsinki, 2015; Marije Hristova: Reimagining Spain. Transnational Entanglements and Remembrance of the Spanish Civil War since 1989, Maastricht, Maastricht University, 2016.

40 Este relato conlleva habitualmente una visión crítica sobre la historiografía y fundamentalmente sobre la labor que esta habría ejercido en la esfera pública en relación con el pasado de la Guerra Civil. Estos estudios se apoyan a menudo en los trabajos de historiadores como Francisco Espinosa o Gregorio Morán. Véanse, por ejemplo, Gregorio Morán: El precio de la transición. Una interpretación diferente y radical del proceso que condujo a España de la dictadura a la democracia, Barcelona, Planeta, 1991; o Francisco Espinosa: «De saturaciones y olvidos: reflexiones en torno a un pasado que no puede pasar», en Julio Aróstegui y Sergio Gálvez (coords.): Generaciones y memoria de la represión franquista, Valencia, Universitat de València, 2010, pp. 323-354. Publicado previamente en Hispania Nova 6, 2006-2007, en línea.

41 Santos Juliá: «Cosas que de la Transición se cuentan», Ayer 79, 2010, pp. 297-319. Frente a la postura de Santos Juliá se ha pronunciado, entre otras muchas, Rosa María Medina Doménech: «La importancia del pasado en una cultura de paz», en Memoria y reconstrucción de la paz: enfoques multidisciplinares en contextos mundiales, Madrid, Catarata, 2008, pp. 11-27.

42 Pedro Ruiz Torres: «Del Antiguo al Nuevo Régimen: carácter de una transformación», en Antonio Miguel Bernal y otros (eds.): Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola 1. Visiones generales, Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid / Alianza editorial, 1994, pp. 159-192; Isabel Burdiel: «Myths of Failure, Miths of Success: New Perspectives on Nineteenth Century Spanish Liberalism», Journal of Modern History, vol. 70, n.º 4, 1998, pp. 892-912; Jesús Millán y María Cruz Romeo: «Was the Liberal Revolution Important to Modern Spain?: Political Cultures and Citizenship in Spanish History», Social History, vol. 29, n.º 3, 2004, pp. 284-300; Ferran Archilés y Manuel Martí: «Un país tan extraño como cualquier otro: la construcción de la identidad nacional española contemporánea», en María Cruz Romeo e Ismael Saz (coords.): El siglo XX: historiografía e historia, Valencia, Universitat de València, 2002, pp. 245-278, y Ferran Archilés: «Melancólico bucle. Narrativas de la nación fracasada e historiografía española contemporánea», en Ismael Saz y Ferran Archilés (eds.): Estudios sobre nacionalismo y nación en la España contemporánea, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011, pp. 245-330; Ismael Saz Campos: «Y la sociedad marcó el camino. O sobre el triunfo de la democracia en España (1969-1978)», en Rafael Quirosa-Cheyrouze y Muñoz (ed.): La sociedad española en la Transición: Los movimientos sociales en el proceso democratizador, Madrid, Biblioteca Nueva, 2011, pp. 29-42. Xavier Andreu: El descubrimiento de España. Mito romántico e identidad nacional, Madrid, Taurus, 2016.

43 Con distintos matices, comparten esta visión trabajos como los siguientes: Eduardo Subirats: Después de la lluvia: sobre la ambigua modernidad española, Madrid, Temas de Hoy, 1993; íd.: España, miradas fin de siglo, Madrid, Akal, 1995 y «Postmodern modernity or the transition as spectacle», España Contemporánea: Revista de Literatura y Cultura, t. 18, n.º 2, 2005, pp. 31-46; Teresa M. Vilarós: El mono del desencanto. Una crítica cultural de la Transición española (1973-1993), Madrid, Siglo XXI de España, 1998; Eduardo Subirats (coord.): Intransiciones: Crítica de la cultura española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002; Cristina Moreiras: Cultura herida. Literatura y cine en la España democrática, Madrid, Ediciones Libertarias, 2002; Carmen Urioste: Novela y sociedad en la España contemporánea (1994-2009), Madrid, Fundamentos, 2009; Vicenç Navarro: Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país, Madrid, Anagrama, 2002. Una visión más matizada en Walter L. Bernecker: España entre tradición y modernidad. Política, economía, sociedad (siglos XIX y XX), Madrid, Siglo XXI, 1999. Más recientemente, ha cuestionado esta interpretación Alison Ribeiro de Menezes en su libro Embodying Memory in Contemporary Spain, Nueva York, Palgrave MacMillan, 2014.

44 La «movida», identificada como «proceso cultural de la transición», es considerada de esta manera como un «simulacro» típicamente postmoderno y como prueba de una transición incompleta. Una interpretación distinta en Ferran Archilés: «Sangre española. La “movida” madrileña y la redefinición de la identidad nacional española», en La nación de los españoles: Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, Universitat de València, 2012.

45 Carmen Moreno-Nuño: Las huellas de la Guerra Civil: Mito y trauma en la narrativa de la España democrática, Madrid, Ediciones Libertarias, 2006.

46 Jordi Gracia y Domingo Ródenas: Derrota y restitución de la modernidad (1939-2009), en José-Carlos Mainer (dir.): Historia de la literatura española, tomo 7, Barcelona, Crítica, 2011, p. 8. Paradójicamente Jordi Gracia ha sugerido en otro lugar la «modernidad alternativa» del franquismo y el prefranquismo: Jordi Gracia: «La modernidad del fascismo» (reseña de Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, de Roger Griffin), El País, 9 de julio de 2011.

47 Entiendo aquí la modernidad como el periodo histórico que comienza a partir de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, a partir del cual los seres humanos comienzan a comprenderse a sí mismos como modernos, sobre la base de una percepción de la aceleración del tiempo, es decir, de una separación creciente entre el pasado y el futuro, entre el «espacio de experiencias» y el «horizonte de expectativas». Reinhart Koselleck: Futuro pasado: para una semántica de los tiempos históricos, Madrid, Paidós, 1993.

48 Dipesh Chakrabarty: «La provincialización de Europa en los tiempos de la globalización», prefacio a Al margen de Europa. ¿Estamos ante el final del predominio cultural europeo?, Barcelona, Tusquets, 2008 (2000), pp. 15-29.

49 Francis Fukuyama: «The End of History?», The National Interest 16, 1989, pp. 3-18.

50 Frederic Jameson: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós Ibérica, 1991. Carlos Blanco Aguinaga: «Narrativa de la Transición», en De Restauración a restauración. Ensayos sobre literatura, historia e ideología, Sevilla, Renacimiento, 2007, pp. 383-416; Joan Oleza: «La disyuntiva estética de la postmodernidad y el realismo», Compás de Letras 3, 1993, pp. 113-126. David Becerra Mayor: La guerra civil como moda literaria, op. cit.

51 Ulrich Winter: «La memoria compleja. Guerra civil y dictadura en la novela española desde 1975», en Josefina Cuesta (dir.): Memorias históricas de España (siglo XX), Madrid, Fundación Francisco Largo Caballero, 2007, pp. 172-185.

52 Según esta interpretación, las obras de Antonio Muñoz Molina, Almudena Grandes, Rafael Chirbes, Luis Mateo Díez, Manuel Vázquez Montalbán o Julio Llamazares serían ejemplos de esta tendencia. Joan Oleza: «Un realismo postmoderno», Ínsula 589-590, 1996, pp. 39-42.

53 Roland Barthes: «El efecto de realidad», en El susurro del lenguaje, Barcelona, Paidós, 1987 (1968), pp. 179-187.

54 Darío Villanueva: Teorías del realismo literario, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, pp. 203-204. Frente a las nociones de «realismo generativo» y «realismo formalista», Villanueva propone el concepto de «realismo intencional», vinculado a la recepción de la obra por parte del lector.

55 Véanse como ejemplos Dominick LaCapra: History and Memory after Auschwitz, Nueva York, Cornell University Press, 1998. James E. Young: «Holocaust documentary fiction. Novelist as eyewitness», en Writing and Rewriting the Holocaust. Narrative and the Consequences of Interpretation, Bloomington, Indiana University Press, 1988, pp. 51-63. Susan Rubin Suleiman: «The Edge of Memory: Experimental Writing and the 1.5 Generation: Perec/Federman», en Crises of Memory and the Second World War, Cambridge, Harvard University Press, 2008, pp. 175-214. Michael Hoffmann: Historia de la literatura de la Shoah, Barcelona, Anthropos, 2011 (2003), pp. 33-34. Una posición próxima a la esgrimida por Adorno ha sido adoptada posteriormente por pensadores como Jaques Derrida, François Lyotard, Giorgio Agamben o George Steiner. Theodor Adorno: «La posición del narrador en la novela contemporánea», en Notas sobre literatura, Madrid, Akal, 2003, pp. 42-48.

La querella de los novelistas

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