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Prefacio
ОглавлениеSebastián Pastor*
En su propuesta, la obra elaborada por Sebastiano De Filippi y Fernando Soto Roland aborda la problemática de determinadas comprensiones extendidas acerca de las antiguas comunidades originarias que poblaron las serranías cordobesas antes de la invasión europea en el siglo XVI, en una comarca específica como es la zona de Capilla del Monte, en el norte del valle de Punilla.
Particularmente se analiza un fenómeno iniciado en la década de 1980, con un crecimiento verificado hasta la actualidad, que entiende el milenario desarrollo histórico y cultural de estos pueblos desde paradigmas basados en la ufología y en las llamadas “ciencias esotéricas”. Se habla de este modo de “indios metafísicos”, en un marco interpretativo donde intervienen variados ingredientes como contactos extraterrestres, ciudades intraterrenas, migraciones normandas o escandinavas, la búsqueda del Santo Grial y misteriosos “bastones de mando”.
Los autores asumen una postura crítica y contraponen una visión fundada en los aportes de la arqueología y la etnohistoria, con una particular valoración del trabajo de pioneros de estos estudios como el profesor Antonio Serrano y el ingeniero Aníbal Montes.
Desde mi posición personal en el campo científico y de la arqueología académica, debo señalar aquí algunas condiciones que rigen la producción de conocimientos en este terreno.
Las tareas de investigación se realizan desde un paradigma que parte de ideas previas o hipótesis, que son alimentadas por información arqueológica preexistente y por determinados marcos teóricos, y luego confrontadas con observaciones emanadas del análisis de la materialidad producida en el pasado, mediante metodologías y técnicas específicas. Las interpretaciones resultantes son sometidas a examen, verificación y crítica, por parte del propio investigador y de sus colegas (compañeros, colaboradores, competidores). De este modo, solo logran arraigo aquellas ideas o propuestas que se muestran más plausibles, capaces de generar mayores consensos.
La materialidad comprende una variedad de restos, de gran tamaño como una ciudad, una edificación o una cueva con pinturas rupestres, y vestigios microscópicos como una célula mineralizada de una planta, descompuesta en el suelo y luego recuperada con técnicas arqueológicas. Forman parte de las indagaciones de esta disciplina artefactos como herramientas de diferentes materiales y destinadas a variados propósitos, así como residuos resultantes de su elaboración o de otras actividades, como la preparación y el consumo de alimentos o la realización de un ritual (restos de huesos de animales, de carbón de una fogata, ofrendas, sepulturas, etcétera).
El desarrollo de nuevas técnicas analíticas, de nuevos marcos conceptuales y, asimismo, los nuevos descubrimientos permiten un proceso acumulativo a partir del cual los insumos para la reconstrucción histórica son cada vez más abundantes, variados y precisos.
Por ejemplo, en la década de 1940, cuando Antonio Serrano escribió su famoso libro Los comechingones, aún no se habían identificado con nitidez contextos precerámicos de entre 8.000 y 2.000 años de antigüedad, ni se había descubierto la técnica del carbono 14, que permite una estimación precisa del tiempo transcurrido desde la muerte de un organismo y, junto a él, la cronología del contexto arqueológico que lo contiene (huesos humanos o de animales, restos de carbón vegetal, valvas de caracol, etcétera).
Pocos años después, en la década de 1950, el arqueólogo Alberto Rex González logró distinguir con claridad contextos arqueológicos de miles de años de antigüedad en el valle de Ongamira, la pampa de Olaen y las sierras de San Luis, así como aplicar por primera vez en la Argentina la técnica de datación radiocarbónica (con fechados de 8.000 años para la llamada “cultura ayampitín”, en la puntana gruta de Intihuasi).
Del mismo modo, el panorama disponible en la década de 1950 no puede ser comparado con la realidad contemporánea, donde se cuenta con decenas de fechados radiocarbónicos para una variedad de contextos arqueológicos en toda la región serrana, de las más diversas cronologías, y cuyos contenidos pudieron ser analizados mediante técnicas y métodos que solo alcanzaron un desarrollo y aplicación convencional en años recientes.
Al mismo tiempo que se acumulan nuevas informaciones y se incrementa el conocimiento del proceso histórico prehispánico, aumenta la conciencia del carácter fragmentario y provisorio del saber arqueológico: el hecho de que nuevas miradas desplazarán a las anteriores, entre ellas a las actuales, puesto que en el futuro intervendrán elementos que hoy no están presentes. También, por la comprensión de que cada época mira hacia el pasado desde un lugar situado, desde sus propios horizontes, intereses, expectativas y, asimismo, desde los marcos conceptuales y medios puestos a disposición.
En pocas palabras, cambian los datos empíricos y cambian también los esquemas globales de interpretación. En la década de 1940 Serrano no conocía la secuencia varias veces milenaria que poco tiempo después estableció González, pero además utilizaba un marco teórico que incluía nociones acerca del difusionismo, de los modelos de centros y periferias, de áreas marginales y pueblos “primitivos”, que ya no forman parte de la matriz con la que se analizan estas cuestiones en la actualidad.
Junto al refinamiento y la sofisticación técnica, a los nuevos hallazgos y a los esquemas superadores en las comprensiones teóricas, crece la conciencia entre los practicantes de la arqueología sobre la parcialidad y provisionalidad de los conocimientos adquiridos; si bien existen “demostraciones” más firmes que otras, en poco tiempo el conjunto de elementos será dispuesto de otra manera en nuevos esquemas.
Entonces, del mismo modo en que no existen “verdades” incontrovertibles, tampoco han de imponerse discursos con fuerzas legitimadoras, emanadas desde determinados poderes sociales, en reemplazo o desplazamiento de otros relatos o versiones acerca del pasado. Probablemente para muchos arqueólogos y arqueólogas hoy resulta incómoda la posición “legítima” de sus enunciados, transferida por el prestigio científico o por el poder de agencias estatales.
Concretamente, en la “vereda de enfrente” de los relatos basados en las disciplinas esotéricas no se contrapone un saber científico entendido como verdades positivas, rígidas, que no pueden ser sometidas a revisión, crítica, ni al filtro que suponen otras miradas o paradigmas. Y si bien es cierto que determinados actores o colectivos sociales pueden asumirlo de este modo, desde otras comprensiones o cosmovisiones –como las de las “ciencias esotéricas”– otros actores podrán confrontar, desacreditar o sencillamente ignorar estas posturas.
Incluso, para muchos el lugar de prestigio o legitimidad transferido al discurso científico, desde determinados poderes sociales, resulta por esta misma razón un motivo de desconfianza y oposición. Se opta entonces por miradas alternativas, como las que aportan las llamadas ciencias esotéricas o, en otros casos, la cosmovisión de las comunidades originarias.
Con frecuencia, los saberes producidos desde la ciencia, lenta y pacientemente forjados, con el reconocimiento de certezas provisorias y de vastos terrenos de incertidumbre, resultan poco atractivos, de difícil acceso y en definitiva menos preferibles que los discursos alternativos, basados en otros supuestos y epistemologías.
Desde el campo académico, la comprensión de la parcialidad y provisionalidad de sus saberes, no obstante acumulativos y cada vez más precisos, así como cierta incomodidad por ocupar sitiales de legitimidad social, persuade a numerosos arqueólogos y arqueólogas de la necesidad de habitar espacios más simétricos, junto a otras fuentes de saber y “versiones” acerca del pasado.
Al mismo tiempo, se suma la responsabilidad por la limitada socialización de los resultados y de la discusión interna en estos campos de estudio, lo que provoca que fuera de su círculo no se sepa, o se sepa muy poco, de lo que “ya se sabe”. Así, desde el lugar de los especialistas se percibe la notable desactualización de los conocimientos que circulan por fuera de la academia, como bien apuntan los autores de este libro, más allá de que no resulta sencillo escapar por completo de este diagnóstico.
En una postura que apunte hacia la democratización de los saberes, en su proceso de producción, enunciación y apropiación, o bien en una postura posmoderna del tipo “todo vale”, todos tenemos derecho a la palabra, a pensar y a escoger los discursos que prefiramos. ¿Qué poder podría imponer, y con cuáles motivaciones, una versión sobre otras?
En otro nivel, un diálogo honesto e informado entre las diferentes posturas, paradigmas o epistemologías podría resultar benéfico para actores individuales o para colectivos genuinamente interesados en esta problemática. Sin dudas, no sería una iniciativa sencilla: requeriría ante todo la buena voluntad de los intervinientes para “suspender”, al menos en forma momentánea o teórica, los supuestos de verdad con los que cada uno se siente acompañado.
Con todos los matices que aquí intentamos aclarar acerca de las características del saber arqueológico, los autores de esta obra desarrollan una crítica al paradigma de las ciencias esotéricas aplicado a la historia y la cultura de las comunidades originarias de las serranías cordobesas. Desde el lugar de los “criticados” posiblemente existirán actores dispuestos a entablar un diálogo sensato, otros que no y otros que directamente ignoren tal propuesta.
Desde mi postura, se acuerda con los autores en la idea de que aceptar relatos fantasiosos, contrapuestos a conocimientos aceptablemente firmes emanados desde la arqueología, por tomar alternativas a la ciencia y a presuntos poderes de matriz colonial, significa en realidad arrojar una nueva mirada colonialista sobre estos antiguos pueblos, despojados por los procesos de la conquista de sus culturas, tierras y vidas, pero que aún cuentan con descendientes que pugnan por su reconocimiento y valoración.
Pensando en estos últimos, así como en todos quienes habitamos y amamos este territorio, se trata posiblemente de un camino más corto, pero a la vez más sensible y profundo, atento a las antiguas marcas y vestigios que cubren la geografía serrana, a sus rocas, aguas, plantas, animales y personas; un camino que para cobrar sentido no requiere trasladarse a tierras lejanas, como el altiplano de Bolivia, Oceanía o Escandinavia y mucho menos hacia otros planetas o galaxias…
* Centro de Investigación y Transferencia de Catamarca. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Universidad Nacional de Córdoba. Universidad Nacional de La Plata.