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La llamada del amor

Un mensaje del arcángel Rafael al unísono con el coro de los ángeles en presencia del arcángel Gabriel

I. La oración como unión

¡Hijas e hijos de la luz que no menguará jamás! En esta oportunidad hemos venido como luz que ilumina a todo hombre y a toda mujer. Como hijos de la luz que somos en perfecta igualdad de amor con vosotros, que sois la luz del mundo cuando permanecéis en la presencia del amor. No hemos venido a criticar ni a deciros cosas que nosotros sabemos y vosotros no. No, eso es imposible. Venimos como hermanos en Cristo. Desde todos los universos creados, desde la creación perfecta del Padre de la creación, para morar con vosotros por amor.

El mundo está cansado de críticas y de maestros. Este cansancio debe deciros algo. Dejaos llevar por ese cansancio. Abrazad ese hastío que siente el alma, el cual procede de un genuino cansancio con respecto a todo lo que viene de una sabiduría externa a vosotros mismos, que pretende deciros lo que sois y cómo debéis actuar. Como si alguien externo a ti pudiera conocer más que tú quién eres, qué sientes, qué debes sentir y cómo obrar en relación con lo que solo tú eres. Nada de eso procede de Cristo en estos tiempos del corazón inmaculado de María, unido en perfecta unidad con el sagrado Corazón de Jesús y ambos unidos a vuestros corazones haciéndose un solo corazón, una sola alma, un solo Dios, una sola voluntad santa. A esta unión, que hemos llamado la unión de los tres corazones, nos referimos una y otra vez para no olvidar nuestra fuente y nuestro fin, nuestro alfa y nuestra omega.

Hoy hemos venido nuevamente a hablarte a ti. De corazón a corazón. Estas palabras son escritas para ti, por amor. Hemos venido a decirte que escuches la llamada del amor y te regocijes en ella. Esta es una llamada urgente a vivir y ser la presencia del amor. Esta llamada te invita a ti y a todo el universo a vivir en oración constante. La oración debe ser tu vida.

La oración ha de ser tu modo de ser para que puedas pasar del estado de amar o ser amado al estado de ser la presencia del amor. Del estado de orar al estado de unión que es la oración verdadera. En Mi diálogo con Jesús y María hemos dicho que la oración es la vida del alma. Ahora decimos que la oración es el néctar que hace que el alma sea alma. Es su esencia. La oración es unión, es la decisión deliberada de unirte a nosotros que somos Cristo uniéndote al Cristo en ti.

La unión divina es oración verdadera. Esto quiere decir que la verdadera oración solo puede proceder del estado de unidad y, por ende, del amor. Es un diálogo entre tú y tu Dios. Entre tú y tu ser. Es la relación directa entre tú y todo lo que eres en verdad. En esa unión con todos tus sentimientos, pensamientos, sensaciones, creencias, ideas, memorias, deseos y más. En esa unión amorosa en la que abrazas todo lo que eres y de ese modo abrazas todo lo que son tus hermanas y hermanos en verdad, de ese modo permaneces en oración constante. Esto no supone palabras, ni pensamientos, ni esfuerzo de ninguna especie, aunque pueda incluirlo. Esta unión supone simplemente el deseo de permanecer en la unidad.

II. La sanación de la memoria

La oración no es solamente el vehículo de los milagros, sino también la gran sanadora de la memoria. Existe una relación directa entre la oración y la memoria espiritual. Esa parte de ti que conoce a Dios pero lo ha olvidado deliberadamente puede realizar una reversión serena y comenzar a olvidar el olvido, salir de la amnesia en que ha sido envuelta la mente y permitir que la memoria traiga el recuerdo glorioso de quién eres en verdad.

La memoria puede traerte al presente las memorias divinas. De este modo despiertas del sueño del olvido y permaneces dentro de la llamada del amor. Recordando quién eres en verdad. Recordando el amor que eres en verdad. Recordando que no estás sola ni un solo instante de tu existencia. Rememorando la unión con nosotros y permitiéndonos tener una relación sensible contigo a cada instante de tu vida. Asumiendo jubilosamente la responsabilidad que emana de saber a ciencia cierta que todos estamos unidos por un hilo invisible que hace que seamos uno con todo. Un cordón umbilical que nos une a todos con nuestra divinidad y entre nosotros. Ese hilo invisible puede hacer fluir desde nosotros hacia todo y todos lo bello, lo sano, lo bueno y lo santo, o interrumpir su dación cortando u obstruyendo el cordón.

Los que reciben amorosamente estas palabras ya no son los que han intentado cortar el cordón umbilical de la vida y separase de Dios y de todos. Son los hijos de la resurrección y, por ende, no existe ya necesidad de pensar en la pavorosa realidad de un niño en el vientre de su madre sin el flujo de vida que fluye por medio del cordón umbilical que le da vida en abundancia. No es necesario pensar ya en nada de aquello que un día causó tanto dolor, puesto que ahora sois los hijos de la resurrección.

Esta es la llamada del amor. Es la llamada a recordar única y exclusivamente el amor que habéis recibido y dado. A recordar únicamente historias felices. Y de ese modo dejar que la memoria sea iluminada por la luz que brilla en todo lugar. La luz del Cristo viviente. Así es como nos unimos en la alegría del ser y salimos de ese estado degenerativo que era el miedo. Lo soltamos para siempre decidiendo deliberadamente olvidar toda ofensa recibida, todo dolor experimentado, todo pecado percibido, dejando que retornen a nuestra mente iluminada los recuerdos divinos y permitiendo que el milagro sane la memoria. De este modo la memoria será oración perfecta nacida y desarrollada en la unión, en la alegría. En la confianza filial de saber que en la unión con nuestro ser reside toda verdad acerca de lo que somos, toda belleza imaginada e inimaginable.

En esta unión con todo lo que somos en verdad nos unimos a la totalidad y experimentamos en forma perpetua la alegría de vivir y de ser quienes somos. No juzgamos nada. Solo somos la presencia del amor y de ese modo respondemos a la llamada a la unión que es la llamada del amor. Ahora y siempre.

III. Unión y creación

Este es el camino de la creación porque la oración es creación, ya que es unión y solo la unión crea. Solo desde un estado de amor, solo desde un estado de unidad puedes unirte en oración. Dicho de otro modo, la oración que no procede de la unión es una plegaria que surge del miedo emanado de la separación y eso no es oración en absoluto.

¡Hijas e hijos de la luz que brilla en todo lugar! Habéis de recordar que crear una nueva realidad para vuestra existencia aquí, ahora y para todo el mundo es posible y, además, necesario. Esa es la razón de la urgencia de la llamada del amor. Es una urgencia amorosa de crear una nueva experiencia basada en el amor perfecto para ti y para el mundo entero. Esto es crear un nuevo cielo y una nueva tierra. Creación esta que surge de la oración que es unión, diálogo incesante, aceptación amorosa de todo lo que es en Cristo nuestro ser.

De la aceptación incondicional en el amor de todo lo que estás siendo a cada instante de tu existencia surgirá una nueva realidad basada en la belleza de lo que eres en verdad, basada en lo perfecto, lo sano, lo santo. En fin, basada en el amor que eres. De este modo verás surgir ante ti una transformación amorosa que dejará a tu alma llena de paz y de felicidad. Amados hijos de Dios, esto sí que funcionará y los milagros inundarán la tierra con su luz y benevolencia. Orad, orad, orad. Aceptad todo lo que sois en amor y verdad. Abrazad todo lo que surja dentro del amor que sois y veréis nacer un nuevo cielo y una nueva tierra. Veréis el sol que es el amor y cantaréis jubilosamente un himno de alegría y gratitud que no terminará jamás.

Bendita seas tú, alma enamorada, que has respondido a la llamada del amor.

Elige solo el amor

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