Читать книгу EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA - Сергей Бакшеев - Страница 4

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El oficial de policía Capitán Rizhkov adscrito a la zona terminó de comerse su emparedado de salchichón, de tomarse su té y sólo entonces levantó la bocina del teléfono que repicaba hacía rato. Aunque la guardia apenas comenzaba su voz sonó profesionalmente cansada.

– Aquí Rizhkov – el cachetón capitán se quitó una migaja de pan de los labios, la cual cayó en el micrófono del teléfono y tuvo que sacarla con la uña.

– Si, la escucho, diga. No se atropelle, hable ordenadamente. Apellido? Le pregunté su apellido.

Con expresión aburrida, el capitán escuchó a la doctora de primeros auxilios, quién le informaba que la habían llamado por un ataque al corazón y donde consiguió el cuerpo de una anciana ya sin respiración.

– Y para que nos llama? Resuélvalo Ud.

Rhizhkov quiso colgar la bocina pero lo detuvo la voz apresurada de la doctora.

– El asunto es de Uds., es un asesinato.

– Y de dónde saca eso? – el capitán arrugó el rostro.

– En la cabeza se observa trazas de un golpe.

– Hay sangre?

– Un poco. Hay una contusión con abrasión.

– Fractura de cráneo?

– No.

– Bueno, se da cuenta? La vieja se sintió mal del corazón, se cayó…

– Escuche – se disgustó la doctora – yo no soy una pasante nueva y ya he visto muchos cadáveres! El corazón no tiene nada que ver. Si quiere no me atienda, pero que conste que ya le advertí.

– Okay, okay. – Condescendió el capitán, sabiendo perfectamente que un médico experimentado de primeros auxilios no se equivocaría en tales asuntos.

– Cuando murió la ciudadana? —

– Aproximadamente hace una hora. —

– Quien llamó la ambulancia? —

– Una vecina o conocida de la occisa. Ella está aquí. —

– Perfecto. No deje ir a la vecina. Que todo se quede como está y que nadie toque nada. Enseguida envío una comisión. Dícteme la dirección exacta. —

El capitán escribió la dirección del apartamento y el apellido de la señora asesinada y con un gesto detuvo al oficial que pasaba. Terminó la conversación por teléfono, le sonrió al oficial y le dijo.

– Llegas tarde Strelnikov. Que pasó? La amiguita de turno no te dejaba salir? —

– Ojalá y fuera eso… Un asunto de una encuesta de un investigador, caminé por ahí y le pregunté a la gente. – Estaba tenso el oficial treintón, se desabrocho la vieja chaqueta de cuero turca y sacó un cigarrillo.

– Tienes otra tarea, Viktor. Toma esta dirección y vuela con los muchachos a ese apartamento. Es aquí cerca. Y no te obstines antes de tiempo! —

– Que hay allá? – El oficial, hosco, miró el papel.

– Una viejita muerta. Una tal Sofía Evsevna Danina. Creo que la “ayudaron”, pero puede ser un accidente. —

– Si es un asesinato, llama de una vez a la judicial. Ellos tienen expertos. —

– El de turno es Simionich, tú lo conoces, ese puede tomarle huellas digitales a una mosca en vuelo… Vamos, vamos, ver tu descontento no me interesa. Allá está una doctora y un testigo. No te estoy castigando, es un procedimiento común y ustedes lo verán en caliente. Que te pasa? Una garrapata te va a molestar en el informe? —

Strelnikov puso un cigarrillo en sus labios y, pensativamente, comenzó a jugar con el encendedor. Prendió el yesquero…

Prohibido fumar aquí… – Lo detuvo el capitán. – Puedes echar todo el humo que quieras en tu oficina. O mejor, fuma por el camino, agarra la gente y vete. —

– Me das un carro? —

– Si, tómalo. Pero no te tardes. Creo que el asunto es sencillo. —


En doce minutos, ya los tres oficiales de policía estaban subiendo al tercer piso del viejo edificio de Piter1. Dirigía la comisión el teniente Viktor Strelnikov. Tras él iba el joven oficial, algo fornido, Alexei Matykin, con nariz y puños de boxeador. De último iba Barabash, el experto cuarentón, de anteojos oscuros, bigote delgado y rostro altivo. En su sección, lo llamaban Simionich con respeto. En sus manos, el experto llevaba la maleta de servicio gastada por los años.

Ya en el patio anterior, Strelnikov había notado la ausencia de gente. A pesar del tiempo claro que hacía, los bajos rayos del Sol no llegaban al patio y no se podía esperar encontrar pensionados, calentándose en los bancos, que hubieran visto algo sospechoso. En días así ellos preferían pasear por la avenida o ir a la orilla del río.

La doctora de primeros auxilios, una mujer grande y fuerte con voz grave, los recibió no muy contenta que digamos.

– Por fin! Y yo, para que ustedes lo sepan, todavía tengo otras llamadas, para las cuales no me van a sustituir. —

– Oficial superior Strelnikov. – Con sequedad se presentó el policía. Hacía tiempo se había convencido que el tono oficial, la credencial abierta y el arma sugerida bajo la axila bajaban innecesarias altanerías de la gente común.

– Maslova Vera Anatolevna, médico de primeros auxilios. – Respondió con reserva la doctora.

Strelnikov dejó a Aleksei en la puerta y él acompañado de Simionich pasó a la cocina donde se veían los zapatos de la mujer que yacía en el piso. La doctora se apuró tras ellos.

– Cuéntenos como encontró el cuerpo, Vera Anatolevna. —

– Nos llamaron, al principio supusimos un infarto; pero al primer vistazo nos dimos cuenta que llegamos tarde. Miren ustedes mismos… —

La mujer, anciana y gorda, yacía boca arriba, con el abrigo abierto. Sus ojos estaban cerrados y su rostro mostraba una mueca de dolor. En el piso, cerca, había restos de un florero de vidrio y tres rosas marchitas en un charquito de agua sucia. El oficial consideró donde pudo haber estado el florero y dedujo que, o en la mesa o sobre el pequeño refrigerador. Le llamó la atención el monedero en un extremo de la mesa y la cartera en el piso, ambos cerrados.

– Continúe Vera Anatolevna. – Recordó Strelnikov. – Como estableció la causa de muerte? —

– Al principio le abrí la ropa en el pecho, para ponerle una inyección, pero noté que no tenía pulso ni respiraba. Le levanté la cabeza, le quité la boina, la puse en el taburete, y noté la huella de un golpe fuerte en el cráneo. —

Viktor Strelnikov dirigió la vista hacia la boina marrón y delgada. Esa boina no la iba a proteger de un golpe fuerte, pensó.

– No pudo golpearse en la caída? —

– No. La excoriación con sangre está en la parte superior de la cabeza. Ahí no te golpeas con el piso. Además ella cayó de frente. —

– De frente? —

– Si. La mano izquierda tiene una fractura característica. Trató de apoyarse en la caída pero la edad y el peso… —

El imperturbable Simionich, asintió enérgicamente, aprobando las palabras de la doctora.

– La golpearon desde atrás con un objeto contundente, presumiblemente con el florero. El golpe no fue fuerte, pero lo suficiente para la viejita. —

– O sea, cien por ciento asesinato. Y el cuerpo ya lo manipularon mucho. – Constató el teniente superior. Su voz descolorida no transmitió ninguna emoción.

– Yo no toqué más nada. – Se justificó la médica.

– Quien fue el primero que encontró a la víctima? – Strelnikov quiso decir “cadáver” pero se detuvo a tiempo para no herir susceptibilidades. No hay nada peor que interrogar a quienes están al borde de un ataque de nervios.

– A mí me recibió una anciana. Está en la habitación. —Respondió la doctora y preguntó. – Me puedo ir? —

– Primero que nuestro colega escriba su declaración. Y después si el experto no tiene más preguntas, quedará libre. – Strelnikov llamó al oficial-boxeador. – Aleksei, atiende a la doctora. En cualquier lado, menos en la cocina, allí trabaja Simionich. —

– Dónde? – preguntó Matykin.

– Si quieres en el baño. Yo estaré en la habitación. Ahí está la testigo principal.-

El teniente entró en la habitación. De espaldas a la puerta estaba sentada una mujer delgada con el cabello completamente canoso, en impermeable beige y con el cuello levantado. Ella se distraía hojeando un libro con el brazo extendido y no notó al policía sino cuando este golpeó la puerta y se presentó.

– Vishnevskaia, Pensionada. – Con dignidad respondió la dama, como si pronunciara un título nobiliario.

– Se quedó sentada y sólo volteó con la silla giratoria. Ahora Strelnikov podía verla mejor.

De postura altiva, cabello y cejas arreglados, con pequeños zarcillos de oro y un toque de lápiz labial se veía que la dama cuidaba su apariencia. El cuello cubierto con un pañuelo cuidadosamente anudado, pero las arrugas alrededor de los ojos denunciaban su edad. Más de cincuenta y, seguro, gran lectora.

– Su relación con la dueña del apartamento? —

– Nos conocemos hace muchos años. Yo vivo en el edificio de al lado, a la derecha del arco. —

– Usted confirma que la señora en la cocina es Sofía Evcevna Danina? —

– Indudablemente, es ella. —

El oficial se extrañó del tono tranquilo de la vecina. Estaba más bien acostumbrado a mujeres histéricas y desmayos en presencia de un cadáver.

– Cuando vio usted, por última vez a la dueña del apartamento? Quiero decir, viva. —

– Hoy. No hace ni una hora. —

– Ajá. Cuénteme con más detalle. —

– Dos veces por semana vamos al almacén. Ella es mayor que yo, y yo la ayudo con sus compras. Hoy, por teléfono, nos pusimos de acuerdo en encontrarnos en el almacén. Conoce el almacén “Productos”, en la esquina de la avenida? —

Viktor asintió, también era su barrio.

– Pero Sofía se dio cuenta que había olvidado el monedero. Propuse prestarle dinero, pero ella no quiso. El tiempo está bueno, dijo, no hay que apurarse, paseamos. Regresamos a la casa y ella entró. Yo la esperé afuera, para aprovechar el Sol. Pasaron quince minutos y me preocupé. Le habrá pasado algo? —

– Tan rápido? – El oficial arrugó las cejas.

La mujer se apuró a explicar.

– La salud de Sofía ya no era buena. Vivía de las medicinas. Sobrepeso. Presión. Diabetes.

– Y usted decidió ir a buscarla. —

– Sí. —

– Cuando esperaba, y después cuando entró, vio a alguien? —

– Por supuesto, en la calle había gente. Pero pasaban. —

– En el arco, tampoco? —

– No. – La mujer negó con seguridad. – Nadie. Esperaba a Sofía y todo el tiempo miraba hacia el arco. De todas maneras por aquí se sale a la ota calle también. Para el metro es más corto. —

– Y en la escalera? Cuando usted subió. —

– No había nadie. Lo hubiera informado inmediatamente. Con el tiempo que ustedes tardaron, lo hubiera recordado todo con detalle. —

– “O inventar la versión para esconder su participación en el crimen” —, sin querer pensó el oficial mirando a la imperturbable mujer. Mataron a su amiga cercana y ella conserva su tranquilidad de hierro.

– Ahora, dígame, como entró en el apartamento? —

– La puerta estaba semicerrada. Yo toqué el timbre y entré. Desde afuera ya se veían sus piernas. Pensé que se sintió mal y se cayó. Caminé hasta la cocina, la volteé, la sacudí, le rocié agua en la cara, pero no reaccionó. Enseguida llamé a primeros auxilios. Mientras llegaban noté el florero roto y la herida de Sofía en la cabeza. —

– Bien. Supongamos que fue así. —

– Como que supongamos? No me cree? – La mujer canosa se molestó. Sus pequeños ojos grises se clavaron inquisidoramente en Strelnikov.

El oficial superior ignoró esa reacción. Ya es tiempo de ponerla en su sitio, decidió. No es infrecuente que el primer testigo sea el asesino.

– Como pudo haber notado la herida en la cabeza si la occisa tenía puesta la boina? – preguntó con voz capciosa.

– Es muy bueno que usted ponga esa atención. – Reaccionó tranquilamente la mujer aguantando la mirada fría del teniente. – Efectivamente Sofía tenía puesta la boina. Cuando yo la volteé y le agarré la cabeza para ponerla más cómoda noté con los dedos el cabello mojado en sangre.

– O sea, en el momento que usted la vio estaba boca abajo. —

– Sí. Cuando quiera le muestro como se veía. —

– Más tarde. – De nuevo extrañándose de la tranquilidad de la anciana testigo.

Observó lo simple del mobiliario del apartamento y pensó. – Aquí no hay nada que robar, hasta el monedero, está ahí. Crimen doméstico? Hasta puede ser. Aunque señas de borrachera no hay. Pero ya ha sucedido, a consecuencia de la resaca y por estupidez, matan, en sentido propio y figurado.

Strelnikov, de nuevo, se dirigió a Vishnevskaia.

– Dígame, quién más vive en el apartamento? —

– El hijo de Sofía Evseevna, Konstantin. —

– Ajá. Y a que se dedica? —

– Viktor Strelnikov, usted es el detective. Adivínelo usted! – Las palabras sonaron duras, como una llamada de atención.

El oficial superior se cortó. Se sintió, literalmente, en un examen. Ni siquiera pensó en hacerle un desaire a la dama. De nuevo recorrió con la vista la habitación.

Por todas partes se veían cosas sin valor, la ventana desvencijada, la vieja lámpara de mesa y en la cocina goteaba una llave. No parecía que aquí viviera un trabajador manual. Pero los innumerables libros y revistas científicas decían que vivía algún “nerd” científico con lentes que ni televisor necesitaba. Siempre metido en sus papeles y ni siquiera se preocupaba de limpiar bajo el escritorio. – Ya vamos a determinar su profesión. – pensó.

Strelnikov se detuvo ante el retrato de un barbudo sobre el estante. Debía ser un escritor o un científico. Pero no era ni Einstein, con su lengua afuera, y a Hemingway no se parecía. A estos últimos el teniente los conocía bien. A la intelectualidad de Piter en la época de sus padres le gustaba colgarlos en la pared. También científicos y escritores, al igual que estrellas, de cine y del deporte, de acuerdo a la moda. Pero llegó el tiempo del caos global, en pensamientos y acciones. Ahora las mentes están dirigidas por las bolsas financieras y los “talkshows” televisivos.

A su espalda chirrió la silla. La testigo se había levantado.

– No reconoce, Viktor Strelnikov? —

Con asombro se volvió. La mujer lo miraba con ironía. Qué quiso decir con la pregunta? A quién no reconoce? Al barbudo del retrato? La profesión del habitante del apartamento? Puede ser que a ella?

– Y yo, cuando escuché su apellido, lo miré, y enseguida lo recordé. Como está usted, Viktor? —

La mujer intencionalmente caminó por la habitación, cojeando del pie izquierdo, y ahí, a la memoria del policía, se le vino como un chispazo, una clase escolar.

– Vishnevskaia. Profesora de matemáticas. – balbució él confusamente.


– Como dos por dos es cuatro! Esa misma, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia. – confirmó le valiente mujer, que nunca se avergonzó de su cojera, ni de sus canas. Hizo una pausa y con condescendencia señaló el retrato. – Y este es Pitágoras. El gran matemático del mundo antiguo. —

– Yo les conté acerca de el en la escuela. Recuerda? —

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Nota del traductor: Piter es la denominación usual de los rusos para San Petersburgo.

EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA

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