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Por qué no he escrito. Una explicación

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Sé que este blog ha estado abandonado en las últimas semanas, y creo que ustedes merecen saber por qué, así que se los voy a contar.

El último lunes de junio, la Universidad de Cambridge, Inglaterra, publicó a través de su sitio de Internet una lista de todos los escritores del mundo, desde la invención de la palabra escrita hasta nuestros días.

Fue una tarea exhaustiva que tomó exactamente dos décadas. Dicha labor titánica estuvo a cargo de un grupo colegiado de 5 702 escritores, entre poetas, novelistas, dramaturgos, críticos literarios, cantautores, académicos y demás fauna letrada, con el fin de determinar quién ha sido el mejor escritor en la historia de la humanidad y quién ha sido el peor, y cuántos escritores han existido.

El criterio de selección fue el siguiente: cualquier persona, viva o muerta, que alguna vez haya publicado cualquier texto que se pueda considerar literario, está incluida en la lista. No importa si el texto se publicó en una revista de literatura prestigiosa, en forma de libro, de fonograma, en un blog de Internet o en la sección de anuncios clasificados de algún periódico; si el cuerpo colegiado de Cambridge lo consideró un texto literario, su autor está en la lista.

Todo el fin de semana previo a la publicación de la lista, no pude dormir. Por supuesto que me importaba saber si yo estaba incluido, porque ésa era la prueba de fuego para saber si la lista era realmente exhaustiva (los dramaturgos somos los parias del ambiente literario mexicano, donde no se me considera un «escritor» como tal) y porque sentía curiosidad, si salía, de saber en qué lugar me había tocado.

La primera noche de insomnio se la atribuí más a la excesiva cantidad de cafeína consumida ese día. Pero en la madrugada de la segunda me di cuenta de que no sólo no había pensado en otra cosa, sino que se me había olvidado comer y tomar agua.

Mientras bebía un vaso de jugo de naranja y el sol amenazaba con asomarse, me sorprendí preguntándome qué criterios habrían empleado los expertos de Cambridge –donde vivieron desde Wittgenstein hasta el primer líder de Pink Floyd, Syd Barrett– para determinar quién es «mejor» escritor que otro. ¿Qué significa «mejor»? ¿Cómo se mide?

Pegué los ojos ese lunes, yo calculo que a las siete de la mañana. Desperté casi cuatro horas después y casi no llego al radio ese día. No sé cómo me las ingenié para decir algo coherente. Tal vez no lo logré, pero nadie me dijo nada.

Regresé a mi casa en cuanto terminó el programa y entré a la página web de Cambridge. Encontrar información acerca de la lista no era tan fácil como yo me había imaginado. La página es confusa, tiene demasiada información y carece de la belleza del Cambridge de la vida real, donde otra vez fui invitado por un amigo que cursaba su doctorado en Economía.

En Cambridge todo mundo se transporta en bicicleta a través de la bellísima campiña. En cada rincón es obvio que uno está en el imperio de la mente.

Pero de que les urge un mejor web master, les urge. Por fin di con la lista. List of all writers of all time, decía en un rincón, como si fuera cualquier cosa. Le di click y me llevó a una pantalla en blanco, donde rápidamente apareció un rectángulo que decía, en inglés, «Escriba el nombre del escritor aquí», y nada más. Ni un top ten ni nada.

Entonces escribí mi nombre: Sergio Zurita. Un reloj de arena giró durante unos segundos y luego, junto a mi nombre, apareció lo siguiente: ranked 2 647 974. Eso quería decir que había dos millones seiscientos cuarenta y siete mil novecientos setenta y tres escritores mejores que yo, vivos o muertos. ¿Pero cuántos escritores había en total? Porque la cifra por sí sola no me decía nada. ¿Y si ese Sergio Zurita no era yo?

Pero la página no ofrecía más información. Así que me puse a teclear nombres y ver en qué lugar habían quedado. Bob Dylan: 137. Philip Roth: 72. Walt Withman: 25. Edgar Allan Poe: 12. Gilbert K. Chesterton: 19. Luego me puse latinoamericano: García Márquez: 96. Vargas Llosa: 97. Primer desacuerdo, pero en ese momento la lista ya me estaba diciendo algo, y ese algo era que ganar el premio Nobel sí le importa al Olimpo de Cambridge.

Luego escribí «William Shakespeare», estando casi seguro de que iba a estar en el número uno, por méritos reales y porque era inglés. Pero no. Shakespeare era el número dos. Entonces escribí Cervantes y Cervantes era el tres. Homero era el 7. Chaucer ni siquiera estaba en el top 20.

Entonces pensé que algunos de los mejores textos de todos los tiempos eran anónimos, así que escribí «Anónimo». La página me dijo que no estaba clasificado. Entonces deduje que había que escribir el nombre del libro. «Eclesiastés», puse. Y me apareció ese libro de la Biblia en un muy buen puesto, que ahora no puedo recordar.

Medio en serio y medio en broma, escribí «Dios» y le di click. Dios sí aparece, pero en el número 1 218.

Cuando se me acabaron los nombres y me sentí demasiado perdido, le llamé por teléfono a José Joaquín Blanco. Nunca le hablo porque me da pena importunarlo, pero esta vez no pude contenerme. Joaquín siempre es muy amable conmigo y trató de ayudarme con algunos nombres que yo no había considerado y otros que ni siquiera conocía. Los metí en la computadora y aparecieron todos, pero ninguno estaba en el primer puesto.

Entonces les llamé a todos los escritores y académicos que conozco. Casi todos me dieron nombres que ya tenía. Algunos bromearon y uno me dijo que pusiera «Carlos Cuauhtémoc Sánchez» a ver qué pasaba. Después de colgar y de mentarle la madre –en ese orden– me pareció que era buena idea. El autor del horroroso Juventud en éxtasis estaba en el lugar 32 678 941.

Eso me dio gusto. Ahora sí sabía que yo era millones de veces mejor que ese pendejo. Sin embargo, la misma lista indicaba que era al menos un millón de veces peor que Poniatowska y Monsiváis, y más de dos millones de veces peor que Carlos Fuentes. «Pinche lista chafa», pensé. Pero luego me di cuenta de que Fuentes estaba muy por debajo de Vargas Llosa, en el lugar 822. Je, jé.

Entonces me puse a ver dramaturgos mexicanos, luego dramaturgos mexicanos más o menos de mi edad, luego ponía nombres de gente que me cagaba, y después, de gente que quería mucho. Algunos aparecen, otros no. Pero ahora sé que por lo menos hay 87 654 814 escritores y el peor de ellos es un indio llamado Waman Jagrati, que según Wikipedia vive en Mumbai y tiene 17 años. «Pobre Waman. ¿qué tan malo puede ser?», me dije.

Y busqué hasta dar con un texto suyo, un cuento que luego le llevé a la bailarina Vena Ramphal, que es la única india que conozco.

Hacía años que no veía a Vena. Me dio gusto verla guapa y me dijo que estaba muy enamorada y embarazada. Lo primero se le notaba, pero lo segundo todavía no. Sin darle razones le pedí que me tradujera lo que estaba impreso en las dos cuartillas que le entregué.

Entonces ella sacó una bonita pluma fuente y un par de hojas, y con caligrafía impecable empezó, en tinta color sepia, a traducir palabra por palabra el cuento de Waman Jagrati al castellano. Me dijo que el lenguaje era muy rudimentario y que no le tomaría más de diez minutos.

Yo recargué los codos en la mesa de la cafetería al aire libre donde estábamos sentados y le di un trago a la sexta Diet Coke de ese día, porque desde que la lista llegó a mi vida, duermo sólo dos horas diarias.

De pronto vi que Vena empezó a sudar muchísimo. Le pregunté que si estaba bien y me dijo que seguramente eran cosas del embarazo. Siguió traduciendo, y cuando levantó la cara y me extendió las hojas, en señal de que había terminado, su rostro estaba totalmente amarillo.

Se desmayó cuando tomé las hojas de su mano. Afortunadamente su marido estaba por ahí y se hizo cargo de inmediato. Una ambulancia llegó poco después y se llevaron a Vena de ahí. Yo supe que era mejor no estorbar en ese momento. Ya iría más tarde al hospital. Entonces me puse a leer el cuento de Waman Jagrati.

Asco y miedo son palabras que vinieron a mi mente mientras leía aquella cosa. Un escalofrío recorrió toda mi espalda y después me quedé totalmente ciego durante varios minutos, hasta que logré calmarme y mi vista volvió poco a poco. Regresé en taxi a la casa, con miedo a perder la vista de nuevo mientras iba manejando.

Esto ocurrió ayer viernes, poco después del mediodía. Dormí más de veinticuatro horas seguidas. Me despertó el teléfono con la noticia de que Vena estaba bien, pero había perdido a su bebé y me considera culpable. Su marido me mentó la madre y antes de colgar el teléfono me dijo que me iba a matar. Esto fue hace varias horas y no ha venido. En cuanto yo termine de escribir esto voy a salir a quemar el cuento de Waman Jagrati para que nadie más lea semejante engendro. Nadie se lo merece.

Por cierto, Waman Jagrati es un nombre inventado. El verdadero autor del cuento ni siquiera es indio y su número de clasificación en la lista de Cambridge también. Vena no se llama así y tampoco es de la India. Así que no intenten buscarlos.

Cuando el cuento esté quemado, voy a dedicarme en cuerpo y alma a buscar el nombre del mejor escritor del mundo, porque si un cuento me dejó ciego, tiene que haber algo, otro cuento, un poema, un diálogo teatral, que haga que mi vista sea perfecta y me dé la felicidad absoluta. Salgo rumbo a Cambridge en agosto, y si tengo que renunciar al trabajo y a todo lo demás para dar con ese nombre lo haré. Les ruego que me disculpen, pero mi vida ha cambiado.

Publicado originalmente en el hoy extinto blog sergiozurita.com, el 19 de julio de 2009, cuando ni Mario Vargas Llosa ni Bob Dylan habían ganado el Nobel de Literatura.

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