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CAPÍTULO IV
LA DEFORMACIÓN ONÍRICA

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SÉ desde luego que ante mi afirmación de que todo sueño es una realización de deseos y que no existen por tanto sino sueños optativos, habrán de alzarse rotundas negativas. Se me objetará que la existencia de sueños interpretables como realizaciones de deseos no es cosa nueva y ha sido observada ya por un gran número de autores (cf. Radestock, págs. 137 y 138; Volkelt, págs. 110 y 111; Purkinje, pág. 456; Tissié, pág. 70; M. Simón, pág. 42 -sobre los sueños de hambre del barón de Trenck durante su encarcelamiento-; Griesinger, pág. 111), pero que el negar en absoluto la posibilidad de otro género de sueños no es sino una injustificada generalización, fácilmente controvertible por fortuna. Existen, en efecto, muchos sueños de contenido penoso que no muestran el menor indicio de una realización de deseos. E. V. Hartman, el filósofo pesimista, es quien más se aleja de esta percepción de la vida onírica. En su Filosofía de lo inconsciente escribe (segunda parte, pág. 344):

«Con los sueños pasan al estado de reposo todos los cuidados de la vida despierta, y no, en cambio, aquello que puede reconciliar al hombre culto con la existencia: el goce científico y artístico…» Pero también observadores menos pesimistas han hecho resaltar la circunstancia de que en los sueños son más frecuentes el dolor y el displacer que el placer (cf. Scholz, pág. 33; Volkelt, página 80, y otros). Las «señoras Sarah Weed y Florence Hallam han formado una estadística de sus sueños, y deducido de ella una expresión numérica para el predominio del displacer en la vida onírica -un 58 por 100 de sueños penosos y un 28,6 por 100 de sueños agradables-. Por otra parte, además de estos sueños, que continúan durante el reposo los diversos sentimientos penosos de la vida despierta, existen sueños de angustia, en los que esta sensación, la más terrible de todas las displacientes, se apodera de nosotros hasta que su misma intensidad nos hace despertar, y se da el caso de que los niños, en cuyos sueños se nos ha mostrado la realización de deseos sin disfraz alguno, se hallan sujetos con gran frecuencia a tales pesadillas angustiosas» (cf. las observaciones de Debacker sobre el pavor nocturnus.)

Los sueños de angustia parecen realmente excluir la posibilidad de una generalización del principio que los análisis incluidos en el capítulo anterior nos llevaron a deducir, o sea, el de que los sueños son una realización de deseos, y hasta demostrar su total absurdo. Sin embargo, no es muy difícil sustraerse a estas objeciones, aparentemente incontrovertibles. Obsérvese tan sólo que nuestra teoría no reposa sobre los caracteres del contenido manifiesto, sino que se basa en el contenido ideológico que la labor de interpretación nos descubre detrás del sueño. Confrontemos, en efecto, el contenido manifiesto con el latente. Es cierto que existen sueños en los que el primero es penosísimo. Pero ¿se ha intentado nunca interpretar estos sueños y descubrir el contenido ideológico latente de los mismos? Desde luego, no; y por tanto, no pueden alcanzarnos ya las objeciones citadas, y cabe siempre la posibilidad de que también los sueños penosos y los de angustia se revelen después de la interpretación como realizaciones de deseos.

En la investigación científica resulta a veces ventajoso, cuando un problema presenta difícil solución, acumular a él otro nuevo; del mismo modo que nos es más fácil cascar dos nueces apretándolas una contra otra que separadamente. Así, a la interrogación planteada de cómo los sueños penosos y los de angustia pueden constituir realizaciones de deseos, podemos agregar, deduciéndola de las características de la vida onírica hasta ahora examinadas, la de por qué los sueños de contenido indiferente, que resultan ser realizaciones de deseos, no muestran abiertamente este significado. Tomemos el sueño examinado antes con todo detalle de la inyección de Irma; no es de carácter penoso, y la interpretación nos lo ha revelado como una amplia realización de deseos. Mas ¿por qué precisa de interpretación? ¿Por qué no expresa directamente su sentido? A primera vista no nos hace tampoco la impresión de presentar realizado un deseo del durmiente, y sólo después del análisis es cuando nos convencemos de ello. Dando a este comportamiento del sueño, cuyos motivos ignoramos aún, el nombre de «deformación onírica» (Traumentstellung), surge en nosotros la segunda interrogación: ¿de dónde proviene esta deformación de los sueños?

Si para contestar a esta pregunta echamos mano a las primeras ocurrencias que por su estímulo surgen en nuestro pensamiento, podremos proponer varias soluciones verosímiles; por ejemplo, la de que durante el reposo no existe el poder de crear una expresión correspondiente a las ideas del sueño. Pero el análisis de determinados sueños nos obliga a aceptar una distinta explicación de la deformación onírica. Para demostrarlo expondré la interpretación de otro sueño propio; interpretación que, si bien me fuerza a cometer de nuevo multitud de indiscreciones, compensa este sacrificio personal con un acabado esclarecimiento del problema planteado.

Información preliminar. -En la primavera de 1897 supe que dos profesores de nuestra Universidad me habían propuesto para el cargo de profesor extraordinario; hecho que, a más de sorprenderme por inesperado, me causó una viva alegría, pues suponía una prueba de estimación, independiente de toda relación personal, por parte de dos hombres de altos merecimientos científicos. Pero en el acto me dije que no debía fundar esperanza alguna en la propuesta de que había sido objeto, pues durante los últimos años había hecho el Ministerio caso omiso de todas las que le habían sido dirigidas, y muchos de mis colegas, de más edad, y por lo menos de iguales merecimientos que yo, esperaban en vano su promoción. Careciendo de motivos para esperar mejor suerte, decidí resignarme a que mi nombramiento quedase sin efecto. «Después de todo -me dije-, no soy ambicioso, y ejerzo con éxito mi actividad profesional sin necesidad de título honorífico ninguno, aunque también es verdad que en este caso no se trata de que las uvas estés verdes o maduras, pues lo indudable es que se hallan fuera de mi alcance.»

Así las cosas, recibí una tarde la visita de un colega, con el que me unían vínculos de amistad, y que se contaba precisamente entre aquellos cuya suerte me había servido de advertencia. Candidato desde hacía mucho tiempo al nombramiento de profesor, que hace del médico en nuestra sociedad moderna una especie de semidiós ante los ojos de los enfermos, y menos resignado que yo, solía visitar de cuando en cuando las oficinas del ministerio para activar la resolución de su empeño. De una de tales visitas venía la tarde a que me refiero, y me relató que esta vez había puesto en un aprieto al alto empleado que le recibió, preguntándole sin ambages si el retraso de su nombramiento dependía realmente de consideraciones confesionales. La respuesta fue que, en efecto, dadas las corrientes de opinión dominantes, no se hallaba S. E., por el momento, en situación, etc., etc. «Por lo menos sé ya a qué atenerme», dijo mi amigo al final de su relato, con el cual no me había revelado nada nuevo, aunque sí me había afirmado en mi resignación, pues las consideraciones confesionales alegadas eran también aplicables a mi caso.

A la madrugada siguiente a esta visita tuve un sueño de contenido y formas singulares. Se componía de dos ideas y dos imágenes, en sucesión alternada; mas para el fin que aquí perseguimos nos bastará con comunicar su primera mitad, o sea, una idea y una imagen.

I. Mi amigo R. es mi tío. Siento un gran cariño por él.

II. Veo ante mí su rostro, pero algo cambiado y como alargado, resaltando con especial precisión la rubia barba que lo encuadra. A continuación sigue la segunda mitad del sueño, compuesta de otra idea y otra imagen, de las que prescindo, como antes indiqué.

La interpretación de este sueño se desarrolló en la forma siguiente:

Al recordarlo por la mañana me eché a reír, exclamando: «¡Qué disparate!» Pero no pude apartar de él mi pensamiento en todo el día, y acabé por dirigirme los siguientes reproches: «Si cualquiera de tus enfermos tratase de rehuir la interpretación de uno de sus sueños, tachándolo de disparatado, cuya percatación intentaba evitarse. Por tanto, debes proceder contigo mismo como con un tal enfermo procederías. Tu opinión de que este sueño es un desatino no significa sino una resistencia interior contra la interpretación y no debes dejarte vencer por ella. Estos pensamientos me movieron a emprender el análisis.

«R. es mi tío.» ¿Qué puede esto significar? No he tenido más que un tío, mi tío José, protagonista por cierto de una triste historia. Llevado por el ansia de dinero, se dejó inducir a cometer un acto que las leyes castigan severamente y cayó bajo el peso de las mismas. Mi padre, que por entonces (de esto hace ya más de treinta años) encaneció del disgusto, solía decir que tío José no había sido nunca un hombre perverso, y si únicamente un imbécil. De este modo, al pensar en mi sueño que mi amigo R. es mi tío José, no quiero decir otra cosa sino que R. es un imbécil. Esto, aparte de serme muy desagradable, me parece al principio inverosímil. Mas para confirmarlo acude el alargado rostro, encuadrado por una cuidada barba rubia, que a continuación veo en mi sueño. Mi tío realmente cara alargada, y llevaba una hermosa barba rubia. En cambio, mi amigo R. ha sido muy moreno; pero, como todos los hombres morenos, paga ahora, que comienza a encanecer,, el atractivo aspecto de sus años juveniles, pues su barba va experimentando, pelo a pelo, transformaciones de color nada estéticas, pasando primero al rojo sucio y luego al gris amarillento antes de blanquear definitivamente. En uno de estos cambios se halla ahora la barba de mi amigo R., y según advierto con desagrado, también la mía. El rostro que en sueños he visto es el mismo tiempo el de R. y el de mi tío José, como si fuese una de aquellas fotografías en que Galton obtenía los rasgos característicos de una familia, superponiendo en una misma placa los rostros de varios de sus individuos. Así, pues, habré de aceptar que en mi sueño quiero, efectivamente, decir que mi amigo R. es un imbécil, como mi tío José.

Lo que no sospecho aún es para qué habré podido establecer una tal comparación, contra la que todo en mí se rebela, aunque he de reconocer que no pasa de ser harto superficial, pues mi tío José era un delincuente, y R. es un hombre de conducta intachable. Sin embargo, también él ha sufrido los rigores de la Ley por haber atropellado a un muchacho, yendo en bicicleta. ¿Me referiré acaso en mi sueño a este delito? Sería llevar la comparación hasta lo ridículo. Pero recuerdo ahora una conversación mantenida hace unos día con N., otro de mis colegas, y que versó sobre le mismo tema de la detallada en la información preliminar. N., al que encontré en la calle, se halla también propuesto para el cargo de profesor, y me felicitó por haber sido objeto de igual honor; felicitación que yo rechacé, diciendo: «No sé por qué me da usted la enhorabuena conociendo mejor que nadie, por experiencia propia, el valor de tales propuestas.» A estas palabras mías, bromeando, repuso N.: «¿Quién sabe? Yo tengo quizá algo especial en contra mía. ¿Ignora usted acaso que fui una vez objeto de una denuncia? Naturalmente, se trataba de una vulgar tentativa de chantaje, y todavía me costó Dios y ayuda librar a la denunciante del castigo merecido. Pero ¿quién me dice que en el Ministerio no toman este suceso como pretexto para negarme el título de profesor? En cambio, a usted no tienen «pero» que ponerle.»

Con el recuerdo de esta conversación se me revela el delincuente de que precisaba para completar la comprensión del paralelo establecido en mi sueño, y al mismo tiempo todo el sentido y la tendencia de este último. Mi tío José -imbécil y delincuente- representa en mi sueño a mis dos colegas, que no han alcanzado aún el nombramiento de profesor, y por el hecho mismo de representarlos tacha al uno de imbécil, y de delincuente al otro. Asimismo, veo ahora con toda claridad para qué me es necesario todo esto. Si efectivamente es a razones «confesionales» a lo que obedece el indefinido retraso de la promoción de mis dos colegas, puedo estar seguro de que la propuesta hecha a mi favor habrá de correr la misma suerte. Por lo contrario, si consigo atribuir a motivos distintos, y que no pueda alcanzarme el veto opuesto a ambos por las altas esferas oficiales, no tendré por qué perder la esperanza de ser nombrado. En este sentido actúa, pues, mi sueño, haciendo de R. un imbécil, y de N., un delincuente. En cambio, yo, libre de ambos reproches, no tengo ya nada común con mis dos colegas, puedo esperar confiado mi nombramiento y me veo libre de la objeción revelada a mi amigo R. por el alto empleado del Ministerio; objeción que es perfectamente aplicable a mi caso.

A pesar de los esclarecimientos logrados, no puedo dar aquí por terminada la interpretación, pues siento que falta aún mucho que explicar y sobre todo no he conseguido todavía justificar ante mis propios ojos la ligereza con que me he decidido a denigrar a dos de mis colegas, a los que respeto y estimo, sólo por desembarazar de obstáculos mi camino hacia el Profesorado. Claro es que el disgusto que tal conducta me inspira queda atenuado por mi conocimiento del valor que debe concederse a los juicios que en nuestros sueños formamos. No creo realmente que R. sea un imbécil, ni dudo un solo instante de la explicación que N. me dio del enojoso asunto en que se vio envuelto, como tampoco podía creer en realidad que Irma se hallaba gravemente enferma a causa de una inyección de un preparado a base de propilena que Otto le había administrado. Lo que tanto en un caso como en otro expresa mi sueño no es sino mi deseo de que así fuese. La afirmación por medio de la cual se realiza este deseo parece más absurda en el sueño de Irma que en el últimamente analizado, pues en éste quedan utilizados con gran habilidad varios puntos de apoyo efectivos, resultando así como una diestra calumnia, en la que «hay algo de verdad». En efecto, mi amigo R. fue propuesto con el voto en contra de uno de los profesores, y N. me proporcionó por sí mismo, inocentemente, en la conversión relatada, material más que suficiente para denigrarle. Repito, no obstante, que me parece necesario más amplio esclarecimiento.

Recuerdo ahora que el sueño contenía aún otro fragmento, del que hasta ahora no me he ocupado en la interpretación. Después de ocurrírseme que R. es mi tío, experimento en sueños un tierno cariño hacia él. ¿De dónde proviene este sentimiento? Mi tío José no me inspiró nunca, naturalmente, cariño alguno; R. es, desde hace años, un buen amigo mío, al que quiero y estimo, pero si me oyera expresarle mi afecto en términos aproximadamente correspondientes al grado que él mismo alcanza en mi sueño, quedaría con seguridad un tanto sorprendido. Tal afecto me parece, pues, tan falso y exagerado -aunque esto último en sentido inverso- como el juicio que sobre sus facultades intelectuales expreso en mi sueño al fundir su personalidad con la de mi tío. Pero esta misma circunstancia me hace entrever una posible explicación. El cariño que por R. siento en mi sueño no pertenece al contenido latente; esto es, a los pensamientos que se esconden detrás del sueño. Por el contrario, se halla en oposición a dicho contenido, y es muy apropiado para encubrirse su sentido. Probablemente no es otro su destino. Recuerdo qué enérgica resistencia se opuso en mí a la interpretación de este sueño, y cómo fui aplazándola una y otra vez hasta la noche siguiente, con el pretexto de que todo él no era sino un puro disparate.

Por mi experiencia psicoanalítica sé cómo han de interpretarse estos juicios condenatorios. Su valor no es el de un conocimiento, sino tan sólo el de una manifestación afectiva. Cuando mi hija pequeña no quiere comer una manzana que le ofrecen afirma que está agria sin siquiera haberla probado. En aquellos casos en que mis pacientes siguen esta conducta infantil comprendo en seguida que se trata de una representación que quieren reprimir. Esto mismo sucede en mi sueño. Me resisto a interpretarlo, porque la interpretación contiene algo contra lo cual me rebelo, y que una vez efectuada aquélla, demuestra ser la afirmación de que R. es un imbécil. El cariño que por R. siento no puedo referirlo a las ideas latentes de mi sueño, pero sí, en cambio, a esta, mi resistencia. Si mi sueño, comparado con su contenido latente, aparece deformado hasta la inversión, con respecto a este punto habré de deducir que el cariño en él manifiesto sirve precisamente a dicha deformación; o dicho de otro modo: que la deformación demuestra ser aquí intencionada, constituyendo un medio de disimulación. Mis ideas latentes contienen un insulto contra R., y para evitar que yo me dé cuenta de ello llega al contenido manifiesto todo lo contrario; esto es, un cariñoso sentimiento hacia él.

Podía se éste un descubrimiento de carácter general. Como hemos visto por los ejemplos incluidos en el capítulo III, existen sueños que constituyen francas realizaciones de deseos. En aquellos casos en que tal realización aparece disfrazada e irreconocible habrá de existir una tendencia opuesta al deseo de que se trate, y a consecuencia de ella no podría el deseo manifestarse sino encubierto y disfrazado. La vida social nos ofrece un proceso paralelo a este que en la vida psíquica se desarrolla, mostrándonos una análoga deformación de un acto psíquico. En efecto, siempre que en la relación social entre dos personas se halle una de ellas investida de cualquier poder, que imponga a la otra determinadas precauciones en la expresión de sus pensamientos, se verá obligada esta última a deformar sus actos psíquicos, al exteriorizarlos; o dicho de otro modo: a disimular. La cortesía socal que estamos habituados a observar cotidianamente no es en gran parte sino tal disimulo. Asimismo, al comunicar aquí a mis lectores las interpretaciones de mis sueños me veo forzado a llevar a cabo tales deformaciones. De esta necesidad de disfrazar nuestro pensamiento se lamentaba también el poeta: Lo mejor que saber puede no te es dado decírselo a los niños.

En análoga situación se encuentra el escritor político que quiere decir unas cuantas verdades desagradables al Gobierno. Si las expresa sin disfraz alguno, la autoridad reprimirá su exteriorización, a posteriori, si se trata de manifestaciones verbales, o preventivamente, si han de hacerse públicas por medio de la imprenta. De este modo el escritor, temeroso de la censura, atenuará y deformará la expresión de sus opiniones. Según la energía y la susceptibilidad de esta censura, se verá obligado a prescindir simplemente de algunas formas de ataque, a hablar por medio de alusiones y no directamente o a ocultar sus juicios bajo un disfraz, inocente en apariencia, refiriendo, por ejemplo, los actos de dos mandarines del Celeste Imperio cuando intente publicar los dos altos personajes de su patria. Cuanto más severa es la censura, más chistosos son con frecuencia los medios de que el escritor se sirve para poner a sus lectores sobre la pista de la significación verdadera de su artículo.

La absoluta y minuciosa coincidencia de los fenómenos de la censura con los de la deformación onírica nos autoriza a atribuir a ambos procesos condiciones análogas de la formación de los sueños, dos poderes psíquicos del individuo (corrientes, sistemas), uno de los cuales forma el deseo expresado por el sueño, mientras que el otro ejerce una censura sobre dicho deseo y le obliga de este modo a deformar su exteriorización. Sólo nos quedaría entonces por averiguar qué es lo que confiere a esta segunda instancia el poder mediante el cual le es dado ejercer la censura. Si recordamos que las ideas latentes del sueño no son conscientes antes del análisis, y, en cambio, el contenido manifiesto de ellas emanado si es recordado como consciente, podemos sentar la hipótesis de que el privilegio de que dicha segunda instancia goza es precisamente el del acceso a la consciencia. Nada del primer sistema puede llegar a la consciencia sin antes pasar por la segunda instancia, y ésta no deja pasar nada sin ejercer sobre ello sus derechos e imponer a los elementos que aspiran a llegar a la consciencia aquellas transformaciones que le parecen convenientes. Entrevemos aquí una especialísima concepción de la «esencia» de la consciencia; el devenir consciente es para nosotros un especial acto psíquico, distinto e independiente de los procesos de inteligir o representar, y la consciencia se nos muestra como un órgano sensorial, que percibe un contenido dado en otra parte. No es nada difícil demostrar que la psicopatología no puede prescindir en absoluto de estas hipótesis fundamentales, cuyo detenido estudio habremos de llevar a cabo más adelante.

Conservando esta representación de las dos instancias psíquicas y de sus relaiones con la consciencia, se nos muestra una analogía por completo congruente entre la singular ternura que en mi sueño experimento hacia mi amigo R. -tan denigrado luego en la interpretación- y la vida política del hombre. Supongámonos, en efecto, trasladados a un Estado en el que un rey absoluto, muy celoso de sus prerrogativas, y una activa opinión pública luchan entre sí. El pueblo se rebela conttra un ministro que no le es grato y pide su destitución. Entonces el monarca, con el fin de mostrar que no tiene por qué doblegarse a la voluntad popular, hará precisamente objeto a su ministro de una lata distinción, para la cual no existía antes el menor motivo. Del mismo modo, si mi segunda instancia, que domina el acceso a la consciencia, distingue a mi amigo R. con una exagerada efusión de ternura, es precisamente porque las tendencias optativas del primer sistema quisieran denigrarle, calificándole de imbécil, en persecución de un interés particular, del que dependen.

Sospechamos auqí que la interpetación onírica puede proporcionarnos, sobre la estructura de nuestro aparato anímico, datos que hasta ahora habíamos esperado en vano de la filosofía. Pero no queremos seguir ahora este camino, sino que, después de haber esclarecido la deformación onírica, volvemos a nuestro punto de partida. Nos preguntamos cómo los sueños de contenido penoso podían ser interpretados como realizaciones de deseos, y vemos ahora que ello es perfectamente posible cuando ha tenido efecto una deformación onírica; esto es, cuando el contenido penoso no sirve sino de disfraz de otro deseado. Refiriéndose a nuestras hipótesis sobre las dos instancias psíquicas, podremos, pues, decir que los sueños penosos contienen, efectivamente, algo que resulta penoso para la segunda instancia, pero que al mismo tiempo cumplen un deseo de la primera. Son sueños optativos, en tanto en cuanto todo sueño parte de la primera instancia, no actuando la segunda, con respecto al sueño, sino defensivamente, y no con carácter creador. Si nos limitamos a tener en cuenta aquello que la segunda instancia aporta al sueño no llegaremos jamás a comprenderlo, y permanecerán en pie todos los enigmas que los autores han observado en el fenómeno onírico.

El análisis nos demuestra en todo caso que el sueño posee realmente un sentido y que éste es el de una realización de deseos. Tomaré, pues, algunos sueños de contenido penoso e intentaré su análisis. En parte son sueños de sujetos histéricos, que exigen una larga información preliminar y nos obligan a adentrarnos a veces en los procesos psíquicos de la histeria. Pero no me es posible eludir estas complicaciones de mi exposición.

En el tratamiento analítico de un psiconeurótico constituyen siempre sus sueños, como ya hubimos de indicar, uno de los temas sobre los que han de versar las conferencias entre médico y enfermo. En ellas comunico al sujeto todos aquellos esclarecimientos psicológicos con ayuda de los cuales he llegado a la comprensión de los síntomas; pero estas explicaciones son siempre objeto, por parte del enfermo, de una implacable crítica, tan minuciosa y severa como la que de un colega pudiera yo esperar. Sin excepción alguna se niegan los pacientes a aceptar el principio de que todos los sueños son realizaciones de deseos, y suelen apoyar su negativa con el relato de sueños que, a su juicio, contradicen rotundamente tal teoría. Expondré aquí algunos de ellos:

«Dice usted que todo sueño es un deseo cumplido -me expone una ingeniosa paciente-. Pues bien: le voy a referir uno que es todo lo contrario. En él se me niega precisamente un deseo. ¿Cómo armoniza usted esto con su teoría?» El sueño a que la enferma alude es el siguiente:

«Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón ahumado. Pienso en salir para comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego telefonear a algunos proveedores, y resulta que el teléfono no funciona. De este modo, tengo que renunciar al deseo de dar una comida.»

Como es natural, respondo a mi paciente que tan sólo el análisis puede decidir sobre el sentido de sus sueños, aunque concedo, desde luego, que a primera vista se muestra razonable y coherente, y parece constituir todo lo contrario de una realización de deseos. «Pero ¿de qué material ha surgido este sueño? Ya sabe usted que el estímulo de un sueño se halla siempre entre los sucesos del día inmediatamente anterior.»

Análisis. Su marido, un honrado y laborioso carnicero, le había dicho el día anterior que estaba demasiado grueso e iba a comenzar una cura de adelgazamiento. Se levantaría temprano, haría gimnasia, observaría un severo régimen en la comidas y, sobre todo, no aceptaría ya más invitaciones a comer fuera de su casa. A continuación relata la paciente, entre grandes risas, que un pintor, al que su marido había conocido en el café, hubo de empeñarse en retratarle, alegando no haber hallado nunca una cabeza tan expresiva. Pero el buen carnicero había rechazado la proposición, diciendo al pintor, con sus rudas maneras acostumbradas, que, sin dejar de agradecerle mucho su interés, estaba seguro de que el más pequeño trozo del trasero de una muchacha bonita habría de serle más agradable de pintar que toda su cabeza, por muy expresiva que fuese. La sujeto se halla muy enamorada de su marido y gusta de embromarle de cuando en cuando. Recientemente le ha pedido que no le traiga nunca caviar. ¿Qué significa esto?

Hace ya mucho tiempo que tiene el deseo de tomar caviar como entremés en la s comidas, pero no quiere permitirse el gasto que ello supondría. Naturalmente, tendría el caviar deseado en cuanto expresase su deseo a su marido. Pero, por el contrario, le ha pedido que no se lo traiga nunca para poder seguir embromándole con este motivo.

(Esta última razón me parece harto inconsciente. Detrás de tales explicaciones, poco satisfactorias, suelen esconderse motivos inconfesados. Recuérdese a los hipnotizados de Bernheim, que llevan a cabo un encargo post-hipnótico y, preguntados luego por los motivos de su acto, no manifiestan ignorar por qué han hecho aquello, sino que inventan un fundamento cualquiera insuficiente. Algo análogo debe de suceder aquí con la historia del caviar. Observo además que mi paciente se ve obligada a crearse en la vida un deseo insatisfecho. Su sueño le muestra también realizada la negación de un deseo. Mas ¿para qué puede precisar de un deseo insatisfecho?)

Las ocurrencias que hasta ahora han surgido en el análisis no bastan para lograr la interpretación del sueño. Habré, pues, de procurar que la sujeto produzca otras nuevas. Después de una corta pausa, como corresponde al vencimiento de la resistencia, declara que ayer fue a visitar a una amiga suya de l que se halla celosa, pues su marido la celebra siempre extraordinariamente.

Por fortuna, está muy seca y delgada y a su marido le gustan las mujeres de formas llenas. ¿De qué habló su amiga durante la visita? Naturalmente, de su deseo de engordar. Además, le preguntó: «¿Cuándo vuelve usted a convidarnos a comer? En su casa se come siempre maravillosamente.»

Llegado el análisis a este punto, se me muestra ya con toda claridad el sentido del sueño y puedo explicarlo a mi paciente. «Es como si ante la pregunta de su amiga hubiera usted pensado: “¡Cualquier día te convido yo, para que engordes hartándote de comer a costa mía y gustes luego más a mi marido!” De este modo, cuando a la noche siguiente sueña usted que no puede dar una comida, no hace su sueño sino realizar su deseo de no colaborar al redondeamiento de las formas de su amiga. La idea de que comer fuera de su casa engorda le ha sido sugerida por el propósito que su marido le comunicó de rehusar en adelante toda invitación de este género, como parte del régimen al que pensaba someterse para adelgazar.» Fáltanos ahora tan sólo hallar una coincidencia cualquiera que confirme nuestra solución. Observando que el análisis no nos ha proporcionado aún dato alguno sobre el «salmón ahumado», mencionado en el contenido manifiesto, pregunto a mi paciente: «¿Por qué ha escogido usted en su sueño precisamente este pescado?» «Sin duda -me responde- porque es el plato preferido de mi amiga.» Casualmente conozco también a esta señora y puedo confirmar que le sucede con este plato lo mismo que a mi paciente con el caviar; esto es, que, gustándole mucho, se priva de él por razones de economía.

Este mismo sueño es susceptible de otra interpretación más sutil, que incluso queda hecha necesaria para una circunstancia accesoria. Tales dos interpretaciones no se contradicen, sino que se superponen, constituyendo un ejemplo del doble sentido habitual de los sueños y, en general, de todos los demás productos psicopatológicos. Ya hemos visto que contemporáneamente a este sueño, que parecía negarle un deseo, se ocupaba la sujeto en crearse, en la realidad, un deseo no satisfecho (el caviar). También su amiga había exteriorizado un deseo, el de engordar, y no nos admiraría que nuestra paciente hubiera soñado que a su amiga le había sido negado un deseo. Pero, en lugar de esto, sueña que no se le realiza a ella otro suyo. Obtendremos, pues, una nueva interpretación si aceptamos que la sujeto no se refiere en su sueño a si misma, sino a su amiga, sustituyéndose a ella en el contenido manifiesto o, como también podríamos decir, identificándose con ella.

A mi juicio es esto, en efecto, lo que ha llevado a cabo, y como signo de tal identificación se ha creado, en la realidad, un deseo insatisfecho. Pero ¿qué sentido tiene la identificación histérica? Para esclarecer este punto se nos hace precisa una minuciosa exposición. La identificación es un factor importantísimo del mecanismo de los síntomas histéricos, y constituye el medio por el que los enfermos logran expresar en sus síntomas los estados de toda una amplia serie de personas y no únicamente los suyos propios. De este modo sufren por todo un conjunto de hombres y les es posible representar todos los papeles de una obra dramática con sólo sus medios personales. Se me objetará que esto no es sino la conocida imitación histérica, o sea, la facultad que los histéricos poseen de imitar todos los síntomas que en otros enfermos les impresionan, facultad equivalente a una compasión elevada hasta la reproducción. Pero con esto no se hace sino señalar el camino recorrido por el proceso psíquico en la imitación histérica, y no debemos olvidar que una cosa es el acto anímico y otra el camino que el mismo sigue. El primero es algo más complicado de lo que gustamos de representarnos la imitación de los histéricos y equivale a un proceso deductivo inconsciente, como veremos en el siguiente ejemplo: el médico que tiene en su clínica una enferma que presenta determinadas contracciones y advierte una mañana que este especial síntoma histérico ha encontrado numerosas imitadoras entre las demás ocupantes de la sala, no se admirará en modo alguno y se limitará a decir: «La han visto durante un ataque y ahora la imitan. Es la infección psíquica.» Está bien; pero tal infección se desarrolla en la forma siguiente: las enfermas saben, por lo general, bastante más unas de otras que el médico sobre cada una de ellas, y se preocupan de sus asuntos respectivos, cambiando impresiones después de la visita. Si una de ellas tiene un día un ataque, las demás se enteran en seguida de que la causa del mismo ha sido una carta que ha recibido de su casa, una renovación de sus disgustos amorosos, etc. Estos hechos despiertan su compasión, y entonces se desarrolla en ellas, aunque sin llegar a su consciencia, el siguiente proceso deductivo: «Si tales causas provocan ataques como ése, también yo puedo tenerlos, pues tengo idénticos motivos.» Si esta conclusión fuera capaz de consciencia, conduciría quizá al temor de padecer tales ataques; mas como tiene efecto en un distinto terreno psíquico, conduce al realización del síntoma temido. Así, pues, la identificación no es una simple imitación, sino una apropiación basada en la misma causa etiológica, expresa una equivalencia y se refiere a una comunidad que permanece en lo inconsciente.

La identificación es utilizada casi siempre en la histeria para la expresión de una comunidad sexual. La histérica se identifica ante todo -aunque no exclusivamente- en sus síntomas con aquellas personas con las que ha mantenido comercio sexual o con aquellas otras que lo mantienen con las mismas personas que ella. Tanto en la fantasía histérica como en el sueño basta para la identificación que el sujeto piense en relaciones sexuales, sin necesidad de que las mismas sean reales. Así, pues, mi paciente no hace más que seguir las reglas de los procesos intelectuales histéricos cuando expresa los celos que su amiga le inspira (celos que reconoce injustificados), sustituyéndose a ella en el sueño e identificándose con ella por medio de la creación de un síntoma (el deseo prohibido). Si tenemos en cuenta la forma expresiva idiomática, podríamos explicar el proceso en la forma que sigue: la sujeto ocupa en su sueño el lugar de su amiga porque ésta ocupa en el ánimo de su marido el lugar que a ella le corresponde y porque quisiera ocupar en la estimación del mismo el lugar que aquélla ocupa.

De un modo más sencillo, aunque siempre conforme al mismo principio de que la no realización de un deseo significa la realización de otro, quedó rebatida la contradicción opuesta a mi teoría onírica por otra de mis pacientes, la más ingeniosa de todas ellas cuyos sueños he analizado. Al día siguiente de haberle comunicado que los sueños eran realizaciones de deseos, me relató haber soñado aquella noche que salía de viaje con su suegra para el punto en que habían acordado pasar juntas el verano. Sabía yo que mi paciente se había resistido con toda energía a ir a veranear con su suegra y había logrado por fin eludir la temida compañía alquilando, hacía pocos días, una casa de campo en un lugar muy lejano a la residencia de aquélla. Y ahora el sueño deshacía esta solución tan deseada. ¿Cabía una más absoluta contradicción a mi teoría de la realización de deseos? Mas para hallar la interpretación de este sueño no había más que deducir su consecuencia. Según él, no tenía yo razón. El deseo de la paciente era precisamente éste: el de que yo no tuviese razón -el sueño se lo muestra realizado-. Pero este deseo de que yo no tuviese razón, realizado con relación al tema de la residencia veraniega, se refería en realidad a un tema distinto y mucho más importante. Por aquellos días había yo deducido del material que los análisis me proporcionaban el hecho de que en un determinado período de la vida le había sucedido algo muy importante para la adquisición de su enfermedad, deducción que ella había rechazado por no hallar en su memoria nada correspondiente. Al poco tiempo quedó, sin embargo, demostrado que tenía yo razón. Su deseo de que no la tuviese, transformado en el sueño que la muestra saliendo de veraneo en compañía de su suegra, correspondía, por tanto, al deseo justificado de que aquellos sucesos a que yo me había referido y que aún no habían obtenido confirmación no hubiesen sucedido jamás.

Sin análisis, solamente por una sospecha, me permití interpretar un sueño de un amigo mío que durante ocho años había sido condiscípulo mío en segunda enseñanza. Un día me oyó pronunciar una conferencia sobre mi nuevo descubrimiento de que el sueño constituía una realización de deseos. Aquella noche soñó que perdía todos sus pleitos -era abogado- y vino a relatarme su sueño como prueba de la inexactitud de mi teoría. Por mi parte, salí del paso con la evasiva de que no todos los pleitos se pueden ganar, pero en el fondo me dije: «Un hombre que ha sido condiscípulo mío durante ocho años, y que estaba siempre entre los medianos mientras yo era el primero de la clase, ¿no habrá conservado de estos años de colegio el deseo de verme alguna vez en ridículo?»

Una muchacha joven, a la que tenía sometida al tratamiento analítico, me relató -también como prueba de la inexactitud de mis afirmaciones- otro sueño más sombrío: «Recordará usted -me dijo- que mi hermana no tiene ya más que un hijo: Carlos. El mayor, Otto, se le murió cuando todavía vivía yo con ellos. Otto era mi preferido; podía decirse que era yo quien había cuidado de él y le había educado. Naturalmente, también quiero al pequeño, pero no tanto como quise a su hermano. Pues bien: esta noche he soñado que Carlos había muerto, y le veía ante mí, colocado ya en su pequeño ataúd con las manos cruzadas y rodeado de velas, tal y como vi a Otto, cuya muerte me causó tan profundo dolor. ¿Qué puede significar este sueño? Usted me conoce y sabe que no soy tan perversa como para desear que mi hermana pierda el único hijo que le queda. ¿O querrá decir que hubiera preferido que muriera Carlos en lugar de Otto, mucho más querido por mí?»

Esta interpretación debía desecharse, desde luego, y así se lo comuniqué a la paciente. Una corta reflexión me reveló luego, sin necesidad de análisis, el verdadero sentido del sueño, sentido que la sujeto aceptó y confirmó al dárselo a conocer. Claro está que si pude prescindir del análisis fue tan sólo porque me hallaba previamente en posesión de todos los antecedentes necesarios.

Al quedar huérfana siendo aún muy joven, se fue a vivir con una hermana suya mucho mayor que ella, en cuya casa conoció a un hombre que impresionó profundamente su corazón. Durante algún tiempo pareció que aquellas relaciones, apenas manifestadas, iban a terminar en boda. Pero la hermana estorbó este feliz desenlace, sin que hayan llegado nunca a verse claramente los motivos que para ello pudo tener. Después de la ruptura dejó el pretendiente de visitar la casa, y la muchacha concentró toda su ternura en el pequeño Otto. Muerto éste, abandonó la casa de su hermana y se fue a vivir sola. Pero su amorosa inclinación hacia el amigo de su hermana continuó viva en ella. Su orgullo le ordenaba evitarle, pero le era imposible transferir su amor a otro de los pretendientes que luego la solicitaron. Cuando el hombre amado, que era un conocido dientes que luego la solicitaron. Cuando el hombre amado, que era un conocido literato, daba alguna conferencia, se la hallaba siempre entre los oyentes, y no dejaba pasar ocasión alguna que de verle de lejos se le ofreciera. El día inmediatamente anterior a su sueño me había relatado que pensaba asistir a un concierto en el que seguramente podría gozar de la vista de su amor. Este concierto estaba anunciado para el día mismo en que acudió a relatarme el sueño antes detallado. Con todos estos antecedentes no era difícil hallar la interpretación exacta del mismo. Para confirmarla pregunté a la paciente si recordaba algún suceso acaecido después de la muerte de Otto, obteniendo en el acto la respuesta siguiente: «Si, el profesor (título que poseía su amado) fue a casa de mi hermana, después de una larga ausencia, y pude verle junto a la caja del pobre Otto.» Esto era precisamente lo que yo esperaba, y mediante ello pude ya dar por terminada la interpretación, expresándola como sigue: «Si ahora muriese el otro niño se repetiría la misma escena. Pasaría usted el día en casa de su hermana, el profesor iría seguramente a dar el pésame y volvería usted a verle en situación idéntica a la de entonces. El sueño no significa sino este su deseo de volver a ver al hombre amado, deseo contra el cual lucha usted interiormente. Sé, además, que lleva usted en el bolsillo el billete para el concierto de hoy. Su sueño es, por tanto, un sueño de impaciencia, que anticipa algunas horas el encuentro que hoy debía realizarse.»

Con objeto de encubrir su deseo había escogido la sujeto una triste situación, en la que el mismo había de quedar reprimido, pues es natural que el dolor que experimentamos ante la pérdida de una persona querida aleje nuestro pensamiento de nuestros amores. Sin embargo, es muy posible que tampoco en la situación real que luego el sueño copia, esto es, cuando la muerte de Otto, al que tanto quería, consiguiese la muchacha dominar por completo los tiernos sentimientos que la presencia del hombre amado había de inspirarle.

Otra paciente mía, que antes de enfermar se había distinguido por su vivo ingenio y buen humor, cualidades que aún emergían en sus ocurrencias durante las sesiones del tratamiento, tuvo un sueño muy semejante al anterior, pero de muy distinto sentido. En él vio, entre otras muchas cosas, a su única hija, una muchacha de quince años muerta y metida en una caja que no tenía forma de ataúd, sino la de aquellas que se usan para guardar objetos. Le hubiera gustado presentarme este sueño como prueba de la inexactitud de mis teorías, pero la detenía la sospecha de que el singular detalle de la «caja» había de indicar el camino de otra distinta interpretación del sueño. Durante el análisis recordó que en una reunión de la que el día anterior había formado parte, recayó la conversación sobre la palabra inglesa box y lo vario de sus significados, pues puede traducirse por caja, palco, cajón, bofetada, etc. De otros elementos del mismo sueño se deducía que la sujeto se había dado cuenta de la afinidad de dicha palabra inglesa con la alemana Büchse (estuche) y había recordado que esta última era empleada vulgarmente para designar los genitales femeninos. Teniendo en cuenta la impresión de sus conocimientos de anatomía topográfica, podía, por tanto, suponerse que la niña en la «caja» significaba el feto en la matriz. Cuando le comuniqué esta explicación no negó ya que la imagen onírica correspondía realmente a un deseo suyo. Como tantas otras mujeres jóvenes, consideraba cada nuevo embarazo como una desgracia, y se confesaba más de una vez el deseo de que el feto muriese antes del nacimiento. En una ocasión que tuvo un grave disgusto con su marido, llegó a golpearse el vientre, poseída por la cólera, para matar al hijo que en su seno llevaba. El niño muerto de su sueño era, pues, realmente, una realización de deseos, pero de un deseo rechazado hacía ya más de quince años. No debemos, pues, de extrañar que la realización de un deseo tan pretérito resultase irreconocible. En el intervalo tiene que haberse modificado mucho.

Al tratar de los sueños típicos volveremos a ocuparnos del grupo al que pertenecen los dos últimamente consignados, cuyo contenido es la muerte de personas queridas, y demostraremos con nuevos ejemplos que, a pesar de su contenido indeseado, han de ser interpretados, sin excepción alguna, como realizaciones de deseos. No un enfermo, sino un inteligentísimo jurisconsulto conocido mío, me relató el siguiente sueño, también con la intención de detenerme en una prematura generalización de la teoría del sueño, realizador de deseos: «Sueño -me relata- que llego a mi casa llevando del brazo a una señora. Un coche cerrado me espera ante la puerta. Se me acerca un señor y, después de justificar su personalidad de agente de Policía, me invita a seguirle. Le pido únicamente que me dé tiempo para ordenar mis asuntos. ¿Cree usted que puedo desear ser detenido?» «Claro que no -tengo que contestarle-. Pero ¿sabe usted por qué le detenían?» «Sí; creo que por infanticidio.» «¿Infanticidio? Demasiado sabe usted que no puede hablarse de este delito más que con respecto a la madre que mata a su hijo recién nacido.» «Exacto». «¿Cuáles son las circunstancias que rodearon su sueño? ¿Qué hizo usted la tarde antes?» «Perdóneme usted; pero preferiría no contarlo. Se trata de algo muy personal y delicado.» «Siendo así, tendremos que renunciar a la interpretación de su sueño.» «Óigame, entonces: no he pasado la noche en mi casa, sino en la de una señora que significa mucho para mí. Al despertar por la mañana hubo de nuevo algo entre nosotros, y después volví a dormirme soñando entonces lo que acabo de contarle.» «¿Es una mujer casada?» «Sí». «Y, naturalmente, no querrá usted provocar un embarazo.» «No; eso podría delatarnos.» «Por tanto, no practica usted con ella el coito normal.» «Tomo la precaución de retirarme antes de la eyaculación.» «¿Debo suponer que aquella noche realizó usted esta habilidad varias veces y que, en cambio, no quedó usted por la mañana muy seguro de haberlo conseguido?» «Pudiera ser.» «Entonces su sueño es una realización de deseos, pues le tranquiliza a usted mostrándose que no ha engendrado un hijo, o lo que es aproximadamente lo mismo, que ha matado usted a un hijo. El proceso deductivo que me ha llevado a esta conclusión es fácilmente evidenciable. Recuerde usted que hace algunos días hablamos sobre la disminución de los nacimientos y sobre la inconsecuencia que supone el haberse permitido realizar el coito en forma que evite la fecundación, mientras que cuando la semilla y el óvulo se han encontrado y han formado un feto es castigada severamente toda intervención. En relación con esto recordamos también la discusión que en la Edad Media se desarrolló sobre el momento en que el alma entraba en el feto, pues sólo a partir de él podía hablarse de asesinato. Seguramente conoce usted también la escalofriante poesía de Lenáu, en la que se equiparan el infanticidio y la evitación de la fecundidad.» «Precisamente he estado pensando en Lenáu, sin saber por qué, esta misma mañana.» «Sin duda, un nuevo eco de su sueño. Por último, quiero hacerle ver a usted otra pequeña realización de deseo, accesoria, que su sueño presenta. En él llega usted a su casa, llevando a la señora del brazo; esto es, le trae usted a su casa en lugar de, como realmente ha sucedido, ir usted a pasar la noche en la de ella. El que la realización de deseos que constituye el nódulo del sueño se oculte bajo una apariencia tan desagradable, obedece quizá a más de una razón. En mi estudio sobre la etiología de la neurosis de angustia podrá usted ver que considero el coitus interruptus como uno de los factores causales de la génesis de la angustia neurótica. No me extrañaría, por tanto, que después de un repetido coito de este género permaneciera usted en desagradable estado de ánimo, que pasa a su sueño como elemento de la composición del mismo. De este malestar se sirve usted también para ocultarse la realización de deseos. Pero lo que aún no me parece suficientemente esclarecida es la acusación de infanticidio. ¿Cómo llega usted a la idea de este delito, esencialmente femenino?» «Le confesaré a usted que hace años me encontré envuelto en un asunto de este género. Tuve la culpa de que una muchacha intentase borrar por medio del aborto las consecuencias de sus relaciones conmigo. Desde luego, no intervine para nada en la realización de tal propósito, pero durante mucho tiempo tuve el natural temor de que aquello pudiera descubrirse.» «Ahora queda ya todo aclarado, pues este recuerdo nos proporciona otro motivo de que la sospecha de no haber interrumpido el coito en el momento oportuno le fuera a usted penosa.»

Esta interpretación onírica debió de impresionar vivamente a un joven médico que la oyó relatar, pues tuvo en seguida un sueño de forma totalmente análoga, aunque sobre distinto tema. Días antes había presentado en las oficinas de Hacienda la declaración jurada de sus ingresos y siendo éstos aún muy pequeños, no había razón alguna que hubiera podido impulsarle a una ocultación. En su sueño vio a un amigo suyo que había asistido a la sesión de la Junta de impuestos, y venía a comunicarle que todas las declaraciones habían sido aceptadas sin reparo, pero que la suya había despertado general desconfianza, siendo casi seguro que se le impusiera una fuerte multa por tentativa de defraudación. Este sueño es la realización, descuidadamente encubierta, del deseo de pasar por un médico de grandes ingresos, y recuerda la conocida historia de aquella muchacha, a la que se aconsejaba rompiera con su novio, hombre colérico, que seguramente la maltrataría después de casada. A estos consejos respondió la muchacha: «¡Ojalá me pegase ya!» Su deseo de verse casada es tan vivo, que acepta ya e incluso desea los inconvenientes que el matrimonio habrá de traer consigo.

Reuniendo bajo el rótulo de sueños negativos de deseos (Gegenwunschträume) todos los de este género, muy frecuentes que parecen contradecir directamente mi teoría, puesto que su contenido manifiesto se halla constituido por la negación de un deseo o por algo evidentemente indeseado, advierto que es posible referirlos en general a dos principios, uno de los cuales no ha sido citado nunca antes de ahora, a pesar de desempeñar, tanto en la vida despierta del hombre como en su vida onírica, un importantísimo papel. Como ya hemos visto, el deseo de que me equivoque es una de las fuerzas determinantes de estos sueños que aparecen siempre en el curso del tratamiento, cuando el enfermo entra en estado de resistencia contra mí. Al ponerle por vez primera al corriente de mi teoría de la realización de deseos puedo también tener la seguridad de provocar en él sueños de este género, y lo mismo habrá de suceder, sin duda, con algunos de mis lectores, los cuales se negarán en sueños un deseo sólo para que pueda realizarse el de que yo me equivoque. El último sueño de este género que aquí voy a comunicar demuestra nuevamente lo mismo. Una muchacha joven, que, después de penosa lucha contra su familia y contra las autoridades médicas consultadas, había conseguido que le permitieran continuar sometiéndose a mi tratamiento, soñó lo siguiente: «En su casa le habían prohibido que continuara acudiendo a mi consulta. Entonces ella me recordaba la promesa que le había hecho de seguir tratándola gratis si llegaba este caso.» Pero yo le respondía: «En cuestiones de dinero no puedo guardar consideraciones a nadie.»

No es ciertamente nada fácil descubrir aquí la realización de deseos, pero todos estos casos entrañan, además de éste, otro enigma distinto, cuya solución contribuye al primero. ¿De dónde proceden las palabras que el sueño pone en mis labios? Muy sencillo; por mi parte jamás había dicho a la enferma nada semejante, pero uno de sus hermanos tuvo una vez la amabilidad de hablar de mi en términos análogos. El sueño quiere, por tanto, dar la razón al hermano, y este deseo de dar la razón a su hermano no es cosa que la sujeto sienta sólo en sus sueños, sino que constituye el secreto de su vida y el motivo de su enfermedad.

He aquí otro sueño, soñado e interpretado por un médico (August Stärcke), y en el que a primera vista parece imposible hallar realización alguna de deseo: «En la última falange de mi dedo índice advierto una lesión sifilítica primaria.»

La claridad y coherencia de este sueño, cuyo único interrogante es lo indeseado de su contenido, pudieran inducirnos a no someterlo a una interpretación aparentemente innecesaria. Pero si no tememos dedicar algún trabajo al análisis, hallaremos que «lesión primaria» (en alemán, Primäraffekt) puede equipararse a primera afectio (primer amor) y que la repugnante úlcera vista en el sueño revela representar, según palabras del mismo Staercke, «realizaciones de deseos cargadas de intenso afecto.»

El segundo de los factores a que antes aludimos como motivadores de estos sueños negativos de deseos es tan evidente, que, como sucede con las cosas que más a la vista se hallan, corre el peligro de que no lo advertamos, y éste ha sido, en efecto, mi caso durante mucho tiempo. En la constitución sexual de muchos hombres existe un componente masoquista, surgido por la transformación en su contrario de los componentes agresivos sadistas. A estos hombres los denominamos masoquistas mentales cuando no buscan el placer en el dolor físico que se les causa, sino en las humillaciones y torturas espirituales. Claramente se ve, sin necesidad de más amplias explicaciones, que estas personas pueden tener sueños negativos y displacientes, sin que los mismos sean en ellos otra cosa que realizaciones de deseos y la satisfacción de sus inclinaciones masoquistas. He aquí uno de estos sueños:

Un joven, que en años anteriores había atormentado mucho a su hermano, hacia el que sentía una secreta inclinación homosexual, tiene, después de pasar por una radical transformación de carácter, el sueño siguiente, compuesto de tres partes: I. Su hermano mayor le «hace rabiar». II. Dos adultos coquetean entre sí con propósitos homosexuales. III. Su hermano ha vendido la empresa, cuya dirección se reservaba él para su porvenir. Después de este último fragmento onírico despierta, presa de los más penosos sentimientos. Sin embargo, su sueño no es sino una realización de deseos de carácter masoquista, y podríamos interpretarlo por la ideas siguientes: «Me estaría muy bien empleado que mi hermano realizara ahora esa venta, en la que salgo perjudicado, para castigarme por lo mucho que antes le atormenté.»

Espero que los ejemplos y reflexiones que anteceden bastarán para mostrar -hasta nuevas objeciones- la posibilidad de interpretar también los sueños penosos como realizaciones de deseos. De todos modos, habré de volver más adelante sobre este tema de los sueños displacientes. Creo asimismo que tampoco podrá ya nadie considerar como una casualidad el hecho de que en la interpretación de estos sueños lleguemos siempre a temas de los que no hablamos sino a disgusto o en los que nos es desagradable pensar. El penoso sentimiento que tales sueños despiertan es sencillamente idéntico a la repugnancia, que tiende a apartarnos -con éxito casi siempre- de la reflexión o discusión sobre tales temas, y que todos y cada uno de nosotros hemos de vencer cuando nos vemos obligados a emprender una tal labor. Este sentimiento de displacer, que retorna en el sueño, no excluye, sin embargo, la persistencia de un deseo. Todo hombre abriga deseos que no quisiera comunicar a los demás, y otros que ni aun quisiera confesarse a sí mismo. Por otra parte, creemos justificado enlazar el carácter displaciente de todos estos sueños al hecho de la deformación onírica y deducir que si se muestran deformados y aparece en ellos disfrazada la realización de deseos hasta resultar irreconocible, es precisamente porque existe una repugnancia o una intención represora orientadas contra el tema del sueño o contra el deseo que de él emana. Al agregar al conocimiento que ya poseemos de la vida onírica todo lo que el análisis de los sueños displacientes nos ha descubierto, habremos de transformar la fórmula en la que antes intentamos encerrar la esencia del sueño, dándole la siguiente forma: El sueño es la realización disfrazada de un deseo reprimido.

Sólo nos quedan ya por examinar desde este punto de vista los sueños de angustia, los cuales constituyen un orden especial de los sueños de contenido penoso, y cuya interpretación, como realizadores de deseos, habrá de tropezar con la máxima resistencia por parte de los no iniciados. Pero afortunadamente puedo dejar aquí esclarecida esta cuestión con escasas palabras. Tales sueños no corresponden, en efecto, a una nueva faceta del problema onírico, sino al problema general de la angustia neurótica. La angustia que en sueños sentimos sólo aparentemente queda explicada por el contenido de los mismos. Al someter el contenido onírico a la interpretación, advertimos que la angustia del sueño no queda más ni mejor justificada por el contenido del sueño que, por ejemplo, la angustia de una fobia por la representación de que esta última depende. Es, por ejemplo, cierto que podemos caernos al asomarnos a una ventana, y que, por tanto, debemos observar cierta prudencia al efectuarlo, pero no es comprensible por qué en la fobia correspondiente es tan grande la angustia y persigue a los enfermos mucho más allá de sus motivos. La misma explicación se demuestra después, aplicable tanto a la fobia como al sueño de angustia. La angustia no está en ambos casos sino soldada a la representación que la acompaña, y procede de una fuente distinta.

A causa de esta íntima conexión de la angustia onírica con la neurótica tengo que referirme aquí en la discusión de la primera a la segunda. En un cierto estudio sobre la neurosis de angustia (Neurolog. Zentralblatt, 1895) afirmé yo que la angustia neurótica procede de la vida sexual, y corresponde a una libido desviada de su fin, y que no ha llegado a su empleo. Esta fórmula se ha demostrado cada día más verdadera. De ella puede deducirse el principio de que los sueños de angustia poseen un contenido sexual, cuya libido correspondiente ha experimentado una transformación en angustia. Más tarde tendremos ocasión de apoyar esta afirmación con el análisis de algunos sueños de sujetos neuróticos. Asimismo, en mis ulteriores tentativas de aproximarme a una teoría del sueño, habré de tratar nuevamente de la condición de los sueños de angustia y de su compatibilidad con la teoría de la realización de deseos.

Ya Plotino, el filósofo neoplatónico, decía: «Cuando nuestros deseos entran en actividad, acude la fantasía y nos presenta seguidamente el objeto de los mismos.» (Du Prel, pág. 276.)

Es increíble la resistencia que los lectores y los críticos oponen a este razonamiento y a la diferenciación fundamental entre contenido latente y contenido manifiesto. En cambio, debo hacer constar que, de todos los juicios contenidos en la literatura existente sobre la materia, ninguno se acerca tanto a mis afirmaciones, con respecto a este punto concreto, como los expresados por J. Sully en su estudio Dreams as a revelation, trabajo meritísimo cuyo valor no puede quedar disminuido por ser aquí la primera vez que lo mencionamos: It would seem then, after all, that dreams are not the utter monsense they have been said to be by such authorities as Chaucer, Shakespeare and Milton. The chaotic aggregations of our nightfancy have a significance and comunicate new knowledge. «Like some letter in cipher, the dream inscription when scrutinised closely loses its first look of balderdash and takes the aspect of a serious, intellegible message. Or to vary the figure slightly, we may say that, like some palimpsest, the dream discloses beneath its worthless surface-characters traces of an old and precious communication.» (Pág. 364.)

«Consideraciones confesionales», para Strachey es clara la referencia de Freud al antisemitismo reinante en esa época en Viena. (Nota del E.)

Es singular cuánto se limita aquí mi recuerdo despierto en favor de los fines del análisis. En realidad, he conocido a cinco tíos míos, alguno de los cuales me han inspirado gran cariño y respeto. Pero en el momento en que he logrado vencer la resistencia que a la interpretación se oponía, me digo: «No he tenido más que un tío, el tío José, y es éste, precisamente, aquel a que mi sueño se refiere.»

Goethe (Fausto):

«Das Beste, was du wissen kannst,

Darfst du den Buben doch nicht sagen.»

La señora v. Hugh-Hellmuth ha comunicado un sueño (Internat. Zeitschr. f. ärtzl. Psychoanalyse, III) que justifica como ningún otro mi adopción del término «censurar». La deformación onírica actúa en este sueño como la censura postal, borrando aquellos pasajes que cree inaceptables. La censura postal suprime tales pasajes con una tachadura, y la ceensura onírica los sustituye, en este caso, por un murmullo inteligible.

Para la mayor comprensión del sueño indicaremos que la sujeto es una señora de cincuenta años, muy distinguida y estimada, y viuda, hacía ya doce años, de un jefe del Ejército. Tiene varios hijos, ya mayores, y uno de ellos se hallaba, en la época del sueño, en el frente de batalla.

He aquí el relato de este sueño, al que podríamos dar el título de «sueño de los servicios de amor»: la señora entra en el hospital militar N. y manifiesta al centinela que desea hablar al médico director (al que da un nombre desconocido) para ofrecerle sus servicios en el hospital. Al decir esto acentúa la palabra «servicios» de tal manera, que el centinela comprende en seguida que se trata de «servicios de amor». Viendo que es una señora de edad, la deja pasar después de alguna vacilación; pero, en lugar de llegar hasta el despacho del médico director, entra en una gran habitación sombría, en la que se hallan varios oficiales y médicos militares, sentados o de pie, en derredor de una larga mesa. La señora comunica su oferta a un médico, que la comprende desde las primeras palabras. He aquí el texto de la misma, tal y como la señora lo pronunció en su sueño: «Yo y muchas otras mujeres, casadas, solteras, de Viena, estamos dispuestas con todo militar, sea oficial o soldado…» Tras de estas palabras, oye (siempre en sueños) un murmullo; pero la expresión, en parte confusa y en parte maliciosa, que se pinta en los rostros de los oficiales, le prueba que los circunstantes comprenden muy bien lo que quiere decir. La señora continúa: «Sé que nuestra decisión puede parecer un tanto singular; pero es completamente seria. Al soldado no se le pregunta tampoco, en tiempos de guerra, si quiere o no morir.» A esta declaración sigue un penoso silencio. El médico mayor rodea con su brazo la cintura de la señora y le dice: «Mi querida señora, suponed que llegásemos realmente a ese punto…» (Murmullos.) La señora se liberta del abrazo, aunque pensando que lo mismo de aquél que otro cualquiera, y responde: «Dios mío, yo soy una vieja, y puede que jamás me encuentre ya en ese caso. Sin embargo, habrá que organizar las cosas con cierto cuidado y tener en cuenta la edad, evitando que una mujer vieja y un muchacho joven… (Murmullos.) Sería horrible.» El médico mayor: «La comprendo a usted perfectamente.» Algunos oficiales, entre los cuales se halla uno que le había hecho la corte en su juventud, se echa a reír, y la señora expresa su deseo de ser conducida ante el médico director, al que conoce, con el fin de poner en claro todo aquello; pero advierte, sorprendida, que ignora el nombre de dicho médico. Sin embargo, aquel otro al que se ha dirigido anteriormente le muestra, con gran cortesía y respeto, una escalera de hierro, estrecha y en espiral, que conduce a los pisos superiores, y le indica que suba hasta el segundo. Mientras sube, oye decir a un oficial: «Es una decisión colosal. Sea joven o vieja la mujer de que se trate, a mí no puede por menos de inspirarme respeto.» Con la consciencia de cumplir un deber, asciende la señora por una escalera interminable.

El mismo sueño se reproduce luego dos veces más en el espacio de pocas semanas y con algunas modificaciones que, según la apreciación de la señora, eran insignificantes y perfectamente absurdas.

Tales sueños hipócritas no son nada raros. Hallándome en una ocasión consagrado al estudio de un determinado problema científico, tuve varias noches, casi seguidas, un sueño fácilmente desorientador, cuyo contenido era mi reconciliación con un amigo del que hace ya tiempo hube de prescindir. A la cuarta o quinta vez conseguí por fin aprehender el sentido de estos sueños. Residía en la incitación a echar a un lado el resto de consideración que aún me inspiraba dicha persona y a desligarme de ella en absoluto. Pero en el sueño se había disimulado hipócritamente este sentimiento, presentándose convertido en su contrario. De otra persona he comunicado un «sueño de Edipo» de carácter hipócrita, en el que los sentimientos hostiles y los deseos de muerte de las ideas latentes quedaban sustituidos por una manifiesta ternura. («Ejemplo típico de un sueño de Edipo, disfrazados».) Más adelante (Material y fuente de los sueños), citaremos otro género de sueños hipócritas. (El amigo parece ser W. Fliess.)

Adición de 1930: «Posteriormente encontramos ejemplos en que, al contrario, un sueño realizaba un deseo por parte de la segunda instancia.»

Soy el primero en lamentar la intercalación en el presente estudio de desarrollos correspondientes, como el que antecede, a la psicopatología de la histeria, y que expuestos, además, aislada y fragmentariamente, no pueden tampoco proporcionarnos grandes esclarecimientos. Pero si por medio de ellos quedan indicadas las íntimas relaciones que enlazan los sueños a las psiconeurosis, quedará cumplido el propósito que me guió a acogerlos.

Del mismo modo que el «salmón ahumado» en el sueño de la comida fracasada.

Sucede con frecuencia que al relatarnos un sujeto su sueño suprime, sin darse cuenta, fragmentos del mismo cuyo recuerdo no surge sino después, en el curso del análisis. Estos fragmentos, agregados a posteriori, nos proporcionan siempre la clave de la interpretación. Véase lo que después exponemos sobre el olvido de los sueños.

Strachey recuerda que la expresión «traer a la casa», en alemán (‘heimführen’) también significa casarse. (Nota del E.)

Varios de mis oyentes me han comunicado también en los últimos años sueños negativos que constituyeron su reacción a su primer contacto con mi teoría.

Un gran poeta contemporáneo, del que me han dicho que no quiere ni oír hablar del psicoanálisis y de la interpretación onírica, ha hallado, sin embargo, una fórmula casi idéntica para la esencia del sueño: «La emergencia independiente de intensos deseos reprimidos bajo rostro y nombre falsos.» (Spitteler.)

Anticiparé también aquí la aplciación y modificación que Otto Rank ha llevado a cabo de la fórmula básica arriba citada: «El sueño presenta siempre, sobre la base y con el auxilio de material sexual infantil reprimido, deseos generalmente eróticos como realizados en forma encubierta y simbólicamente disfrazada.»

Adición de 1925: «Hasta ahora puedo decir que he adoptado la fórmula de Rank como propia. La versión abreviada, arriba mencionada, me parece adecuada. Sin embargo, el simple hecho de haber mencionado la modificación propuesta por Rank ha sido suficiente como para desatar incontables acusaciones contra el psicoanálisis de que ‘todos los sueños tienen un contenido sexual’. Si esa modificación se toma en el sentido en que fue señalada, se demostraría la forma inconsciente que acostumbran los críticos llevar a cabo sus funciones y la ligereza con que los adversarios desestiman aún las más claras afirmaciones que no le dan salida a sus tendencias agresivas, ya que solo unas páginas antes hice mención de la variedad de deseos cuya realización se ve en los sueños infantiles (deseos de tomar parte en una excursión o navegar en un lago o asistir a una comida que faltó, y así por el estilo); y en otros pasajes he comentado los sueños de hambre, los sueños por el estímulo sed o por necesidades excretorias y también los sueños de comodidad. Aún el mismo Rank no es categórico en afirmarlo. Las palabras que usa son ‘también como una regla deseos eróticos’, y lo que él dice puede ser ampliamente confirmado en los sueños de la mayoría de los adultos. La situación sería diferente si mis críticos usasen ‘sexual’ en el sentido empleado ahora corrientemente por el psicoanálisis en el sentido de ‘Eros’. Pero es escasamente probable que mis adversarios hayan tenido en la mente el interesante problema de si todos los sueños son creados por fuerzas instintivas libidinales en contraste con las destructivas.»

«La neurastenia y la neurosis de angustia», en estas Obras Completas.

Sigmund Freud: Obras Completas

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