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c) Las fuentes oníricas somáticas.

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Cuando intentamos despertar el interés de un hombre culto, pero profano en estas materias, por los problemas del fenómeno onírico y le preguntamos con tal propósito cuáles son a su juicio las fuentes de los sueños, observamos casi siempre que el interrogado cree poseer un exacto conocimiento de una parte por lo menos de esta cuestión. Pensará, en efecto, inmediatamente en la influencia que las digestiones perturbadas o difíciles, la posición del durmiente y los pequeños estímulos exteriores manifiestan ejercer la formación de los sueños, y no parecerá sospechar que después de tener en cuenta todos estos factores quede aún algo necesitado de esclarecimiento.

En nuestro capítulo de introducción examinamos con toda minuciosidad el papel que la literatura científica atribuye con respecto a la formación de los sueños a las fuentes somáticas de estímulos. Por tanto, no necesitamos ahora sino recordar los resultados de dicha investigación. Hemos visto que se distinguían tres clases de fuentes oníricas somáticas; los estímulos sensoriales emanados de objetos exteriores, los estados internos de excitación, de base exclusivamente subjetiva, y los estímulos somáticos procedentes del interior del organismo. Observamos asimismo la predilección de los autores por las fuentes somáticas y su tendencia a situar muy en último término las psíquicas o excluirlas totalmente. Al examinar las pruebas aducidas en favor de las primeras, advertimos: 1º Que la importancia de las excitaciones objetivas de los órganos sensoriales -originadas en parte por estímulos casuales sobrevenidos durante el reposo y en parte por aquellos otros que no pueden ser mantenidos a distancia de la vida anímica durmiente- queda comprobada por numerosas observaciones y confirmada experimentalmente. 2º Que la función de las excitaciones sensoriales aparece demostrada por el retorno de las imágenes hipnagógicas en los sueños; y 3º Que la amplia referencia efectuada de nuestras imágenes y representaciones oníricas a un estímulo somático interno no es comprobable en toda su extensión, pero encuentra un punto de apoyo en la influencia, generalmente reconocida, que el estado de excitación de los órganos digestivos, urinario y sexual ejerce sobre el contenido de nuestros sueños.

El estímulo nervioso y el estímulo corporal serían, pues, las fuentes somáticas de los sueños; esto es, las únicas fuentes oníricas, según algunos autores.

Pero, además de esto, hemos acogido en nuestra introducción toda una serie de dudas referentes no tanto a la exactitud como a la suficiencia de la teoría de los estímulos somáticos.

Por muy seguros que hubieran de sentirse los representantes de esta teoría con respecto a los fundamentos afectivos de la misma -sobre todo en lo relativo a los estímulos nerviosos accidentales y externos, fácilmente comprobables en el sueño-, ninguno de ellos llegó a desconocer por completo la imposibilidad de derivar en su totalidad de estímulos nerviosos exteriores el rico contenido de representaciones del fenómeno onírico. Miss Mary Whiton Calkins ha examinado desde este punto de vista durante seis semanas sus propios sueños y los de otra persona. Sólo en un 13,2 por 100 y un 6,7 por 100, respectivamente, pudo descubrirse una percepción sensorial externa, y únicamente dos de los sueños investigados se demostraron derivables de sensaciones orgánicas. De este modo nos confirma aquí la estadística lo que ya un rápida revisión de nuestra propia experiencia nos había hecho sospechar.

Muchos investigadores se conformaron con hacer resaltar el «sueño de estímulo nervioso», entre las demás formas oníricas, como una especie de sueño mejor y más completamente investigada. Spitta dividía los sueños en «sueños de estímulo nervioso» y «sueños de asociaciones»; pero claro está que una tal solución no podía considerarse satisfactoria mientras no se hubiera conseguido descubrir el lazo de unión entre las fuentes oníricas somáticas y el contenido de representaciones del sueño.

Resulta, pues, que a la objeción antes señalada, relativa a la insuficiente frecuencia con que nos es posible referir los sueños a fuentes de estímulos exteriores, se agrega ahora la de que la admisión de dichas fuentes oníricas no nos proporciona sino un muy incompleto esclarecimiento de cada sueño. Los representantes de esta teoría nos son deudores de dos importantes explicaciones: por qué la verdadera naturaleza del estímulo exterior no es nunca reconocida, sino singularmente equivocada en el sueño (cf. los sueños del despertador, capítulo 2), y por qué el resultado de la reacción del alma a la percepción de este estímulo, cuya verdadera naturaleza no reconoce, puede ser tan indeterminablemente variable. En respuesta a esta interrogación, alega Strümpell, como ya vimos antes, que a consecuencia de su apartamiento del mundo exterior durante el estado de reposo, no se halla el alma en situación de dar la exacta interpretación del estímulo sensorial objetivo, sino que se ve obligada a construir ilusiones sobre la base de la indeterminada excitación dada. He aquí las propias palabras de Strümpell:

«Cuando durante el reposo, y por efecto de un estímulo nervioso, externo o interno, surge en el alma y es percibido por ella un proceso psíquico cualquiera -sensación, complejo de sensaciones, sentimiento, etc.- despierta este proceso, tomándolas del círculo de impresiones de la vigilia que aún perduran en el alma, imágenes sensitivas, o sea, percepciones anteriores, que aparecen desnudas o revestidas de sus valores psíquicos correspondientes. De este modo reúne dicho proceso en derredor suyo un número más o menos considerable de tales imágenes, las cuales dan a la impresión procedente del estímulo nervioso su valor psíquico. Como lo hacemos al referirnos a nuestra actividad anímica en la vida despierta, decimos también aquí que el alma interpreta, durante el estado de reposo, las impresiones producidas por el estímulo nervioso. Resultado de esta interpretación es el sueño de estímulo nervioso; esto es, un sueño cuyos elementos se hallan condicionados por el hecho de que un estímulo de dicho género desarrolla su efecto psíquico en la vida anímica conforme a las leyes de la reproducción.»

Idéntica en todo lo esencial a esta teoría es la afirmación de Wundt, de que las representaciones oníricas emanan, en su mayor parte, de estímulos sensoriales -incluso de aquellos pertenecientes a la sensación vegetativa general-, siendo, por tanto, casi siempre, ilusiones fantásticas y, sólo en su más pequeña parte, representaciones mnémicas puras elevadas a la categoría de alucinaciones. Para la correlación que de esta teoría resulta entre el contenido onírico y los estímulos del sueño, encuentra Strümpell el excelente paralelo (cap. 2) de «los sonidos que los diez dedos de un individuo profano en música producen al recorrer al azar el teclado de un piano». Conforme a este punto de vista, no aparecería el sueño como un fenómeno anímico originado por motivos psíquicos, sino como el resultado de un estímulo fisiológico que se manifiesta en una sintomatología psíquica por no ser capaz de otra distinta exteriorización del aparato sobre el que el estímulo actúa. En una análoga hipótesis se halla basada, por ejemplo, la explicación que Meynert intentó dar de las representaciones obsesivas por medio de la famosa comparación de la esfera del reloj, en la que resaltan algunas cifras impresas en mayor relieve.

Por predilecta que haya lelgado a ser esta teoría de los estímulos oníricos somáticos y por atractiva que parezca, es, sin embargo, fácil descubrir su punto débil. Todo estímulo onírico somático que durante el reposo incita al aparato anímico a su interpretación por medio de la formación de ilusiones, puede motivar un sinnúmero de tales tentativas de interpretación y, por tanto, alcanzar su representación en el contenido onírico por infinitos elementos diferentes. Pero la teoría de Strümpell y Wundt no nos indica motivo alguno que regule la relación entre el estímulo externo y la representación onírica elegida para su interpretación, dejando así inexplicada la «singular selección» que los estímulos «llevan a cabo, con gran frecuencia, en su actividad reproductiva» (Lipps: Hechos fundamentales de la vida onírica, pág. 170). Contra la hipótesis fundamental de toda la teoría de la ilusión, o sea, la de que durante el reposo no se halla el alma en situación de reconocer la verdadera naturaleza del estímulo sensorial objetivo, se han elevado también diversas objeciones. Así, Burdach, el viejo fisiólogo sostiene la afirmación contraria de que también durante el estado de reposo es el alma capaz de interpretar acertadamente las impresiones sensoriales que hasta ella llegan y reaccionar conforme a tal interpretación exacta. En demostración de su aserto, aduce que determinadas impresiones sensoriales, importantes para el durmiente, quedan excluidas de la general indiferencia del mismo (la nodriza que despierta al más leve rumor del niño), y que nuestro nombre, pronunciado en voz baja, interrumpe nuestro reposo, mientras que otras impresiones auditivas más intensas, pero indiferentes, no obtienen igual resultado, lo cual supone que el alma dormida sabe también diferenciar las impresiones (cap. 2, apart. e). De estos hechos deduce Burdach que durante el reposo no existe una incapacidad para interpretar los estímulos sensoriales, sino una falta de interés con respecto a ellos. Los mismos argumentos alegados por Budach en 1830 retornan luego, sin modificación alguna en la impugnación de la teoría de los estímulos somáticos escrita por Lipps en 1883. Según este punto de vista, se nos muestra el alma semejante a aquel durmiente que a la pregunta: «¿Duermes?», contesta: «No»; pero interpelado a seguidas con la petición: «Entonces préstame diez duros», se escuda con la evasiva: «Estoy dormido.»

La insuficiencia de la teoría de los estímulos oníricos somáticos puede todavía demostrarse por otro camino diferente. Puede, en efecto, observarse que los estímulos externos no provocan obligadamente sueños, aunque dado el caso de que soñemos aparezcan representados en el contenido onírico. Ante un estímulo epidérmico o de presión sobrevenido durante el reposo, disponemos de diversas reacciones. En primer lugar, podemos hacer caso omiso de él y ver luego, al despertar, que hemos dormido con una pierna fuera de las sábanas o un brazo en mala postura, sin que nada nos lo haya advertido durante la noche. La Patología nos muestra numerosísimos casos en los que diversos estímulos sensoriales y de movimiento intensamente excitantes, no han tenido efecto alguno durante el reposo. En segundo lugar, podemos advertir la sensación mientras dormimos a través de nuestro reposo, como sucede regularmente con los estímulos dolorosos, pero sin entretejer en un sueño el dolor percibido. Asimismo podemos despertar con objeto de poner fin al estímulo. Por último, el que el estímulo nervioso nos induzca a la formación de un sueño no es sino una cuarta reacción posible de frecuencia igual a las otras tres. Esto último no sucedería si el motivo de los sueños no residiese fuera de las fuentes oníricas somáticas.

Dándose cuenta de la laguna que antes señalamos en la explicación de los sueños por la intervención de estímulos somáticos, han intentado otros autores -Scherner y luego Volkelt- determinar más estrictamente aquellas actividades anímicas que, tomando como base los estímulos somáticos, hacen surgir toda la variedad de imágenes oníricas. Situando así nuevamente la esencia de los sueños en lo anímico y en una actividad psíquica. Scherner no se limitó a dar una poética descripción, llena de vida, de las peculiaridades psíquicas que se desarrollan en la formación de los sueños, sino que creía firmemente haber descubierto el principio que rige la conducta del alma con respecto a los estímulos que a ella se ofrecen. Desarrollando con plena contingencia su fantasía, libre de sus trabas diurnas, tiende, según Scherner, la elaboración onírica a representar simbólicamente la naturaleza del órgano del que se emana el estímulo. Fórmase de este modo una especie de «clave de los sueños» que nos permitiría deducir de las imágenes oníricas las sensaciones somáticas y los estados orgánicos y de excitación que las han provocado. Así, la imagen onírica de un gato es expresión de un malhumorado estado de ánimo, y el pan, con su blanca y lisa superficie, representa, en nuestros sueños, la desnudez. El cuerpo humano, en su totalidad, es representado por la fantasía onírica con la imagen de una casa, y un órgano aislado, por una parte de la misma. En los «sueños de estímulo dental» corresponden a la boca una alta galería abovedada, y al descenso hasta el tubo digestivo, una escalera. En el «sueño de dolor de cabeza» queda precisada la situación dominante de este órgano por la imagen de un techo cubierto de repugnantes arañas semejantes a «sapos». Para designar un mismo órgano suele emplear el sueño diversos símbolos. El pulmón y su actividad respiratoria quedan simbolizados por un estufa encendida y la corriente de aire que aviva su fuego; el corazón, por cajas y cestos vacíos, y la vejiga, por objetos redondos, en forma de bolsa, o simplemente cóncavos. Muy importante es el hecho de que al final del sueño suele aparecer sin disfraz alguno y casi siempre adscrito al cuerpo mismo del sujeto el órgano del que parte el estímulo o la función a él correspondiente. Así, el «sueño de estímulo dental» termina, por lo general, con una escena en la que el sujeto extrae de su boca una larga «muela». Esta teoría de la interpretación onírica no fue ciertamente muy bien acogida por los demás investigadores, que la tacharon de extravagante e incluso se negaron a reconocer lo que, a mi juicio, hay en ella de verdad. Como puede verse, conduce a la habilitación de la interpretación de los sueños por medio de símbolos, empleada por los antiguos, con la única diferencia de que el sector del que ha de extraerse la interpretación queda limitado al perímetro de la personalidad física humana. la carencia de una técnica científica de interpretación tiene que disminuir necesariamente la capacidad de aplicación de la teoría de Scherner. La interpretación onírica en ella basada no excluye tampoco la arbitrariedad, tanto menos cuanto que se admite la posibilidad de que un estímulo halle, en el contenido onírico, diversas representaciones. Así fue ya imposible a Volkelt, continuador de las hipótesis de Scherner, comprobar la simbolización del cuerpo humano en los sueños por medio de la imagen de la casa. También tenía que contribuir a la no aceptación de esta teoría el hecho de considerar la elaboración onírica como una actividad inútil y desprovista de todo fin, asignada al alma, la cual se limitaría a fantasear sobre el estímulo dado, sin tender, ni lejanamente siquiera, a algo semejante a una derivación o supresión del mismo.

Existe, por último, otra objeción que conmueve gravemente la construcción teórica de Scherner de la simbolización de estímulos somáticos por los sueños. No faltando nunca estímulos de este género, y siendo el alma, según opinión general, más accesible a ellos durante el reposo que en la vida despierta, no se comprende cómo no sueña de continuo, a través de toda la noche y cada noche, con todos los órganos. Si queremos eludir esta objeción, alegando que para despertar la actividad onírica es necesario que de los distintos órganos -ojos, oídos, boca, intestinos, etc.- emanen estímulos especiales, tropezaremos con la dificultad de demostrar que tales incrementos de excitación son de carácter objetivo, cosa que sólo en un limitado número de sueños nos resulta posible. Si el sueño de volar constituye una simbolización del movimiento de ascenso y descenso de los lóbulos del pulmón al respirar, debería ser soñado con mucha mayor frecuencia, según observa ya Strümpell, o habría de advertirse durante él una intensificación de la actividad respiratoria. Una tercera posibilidad -quizá la más verosímil- es la de que, periódicamente, surjan motivos especiales para consagrar atención a las sensaciones viscerales regularmente existentes. Pero este caso nos lleva más allá de los límites de la teoría de Scherner.

El valor de las especulaciones de Scherner y Volkelt reside en precisar una serie de caracteres del sueño necesitados de explicación y cuyo examen promete conducirnos a nuevos conocimientos. Es perfectamente cierto que los sueños contienen simbolizaciones de órganos y funciones somáticos, y también que el agua indica en ellos, con frecuencia, un estímulo de origen vesical, y que los genitales masculinos pueden ser representados por una columna, una vara enhiesta, etc., etc. Aquellos sueños que, en oposición a la pálida policromía de otros, muestran un extenso campo visual y vivos colores, deberán interpretarse, con seguridad casi completa, como sueños de estímulo visual. Asimismo, tampoco puede negarse la colaboración de la formación de ilusiones en aquellos otros que contienen ruidos y murmullos de voces. Sueños como el de Scherner, en el que dos filas de bellos adolescentes rubios, situadas frente a frente sobre un puente, se atacan, luchan y vuelven a sus posiciones primitivas repetidamente, hasta que el sujeto se sienta sobre el puente y se extrae de la mandíbula una larguísima muela, o como el análogo de Volkelt que muestra al durmiente dos filas de cajones y termina también con la extracción de una muela, y, en general, todas las formaciones oníricas de esta clase, de las cuales comunican ambos autores numerosos ejemplos, no permiten condenar como ociosa invención la teoría de Scherner sin antes investigar el nódulo de verdad que indudablemente contiene. En caso contrario, habríamos de consagrarnos a procurar un distinto esclarecimiento para la supuesta simbolización del presunto estímulo dental.

Nuestros análisis de sueños nos han proporcionado un importante argumento del que aún no hemos hecho uso en la discusión de las fuentes oníricas. Si por medio de un procedimiento que los demás investigadores no han aplicado a los sueños por ellos examinados, conseguimos demostrar que el sueño posee un valor propio, a título de acto psíquico, que el motivo de su formación se halla constituido por un deseo y que el material inmediato para la constitución de su contenido es proporcionado por los sucesos del día anterior, quedará juzgada, sin necesidad de más amplio proceso, toda otra teoría onírica que no utilice un tan importante instrumento de investigación y considere en consecuencia al sueño como una reacción psíquica, inútil y enigmática a estímulos somáticos. Para no hacer objeto a estas teorías de un tal juicio adverso, habríamos de suponer que existían -cosa harto inverosímil- dos clases de sueños, perteneciendo exclusivamente a una de ellas todos los examinados por los investigadores que nos precedieron, y a la otra todas los analizados por nosotros. Descartada esta hipótesis, no nos quedará ya más que incorporar a nuestra teoría de los sueños los hechos en que se basa la de los estímulos oníricos somáticos.

Esta labor quedó ya iniciada cuando sentamos el principio de que la elaboración de los sueños se halla bajo el imperio de una fuerza que la obliga a constituir una unidad con todos los estímulos oníricos simultáneamente existentes. Vimos entonces que cuando, como resto del día anterior, perduran dos o más sucesos que trajeron consigo una impresión, quedan reunidos en un sueño los deseos de ellos emanados, y también que para constituir el material del sueño se reúnen la impresión psíquicamente valiosa y los sucesos indiferentes del día anterior, siempre que puedan establecerse entre ambos elementos representaciones comunicantes. El sueño se nos muestra así como una reacción a todo lo actual simultáneamente dado en la psiquis durmiente, y la labor analítica a que hasta ahora hemos sometido el material onírico nos lo presenta como una colección de restos psíquicos -huellas mnémicas- a los que (por la predilección del material reciente e infantil) hemos tenido que atribuir un carácter psicológicamente indeterminable por el momento. No nos es nada difícil predecir lo que sucederá cuando a estas actualidades mnémicas se agregue durante el estado de reposo nuevo material de sensaciones. Tales estímulos resultan asimismo importantes para el sueño por el hecho de ser actuales, y son unidos a las demás actualidades psíquicas, proporcionando con ellas el material para la formación del sueño. O dicho de otro modo: los estímulos sobrevenidos durante el reposo son objeto de una elaboración que los convierte en una realización de deseos, cuyos restantes elementos se hallan constituidos por los restos diurnos psíquicos que ya conocemos. Esta unión no es, desde luego, obligada, pues ya hemos visto que podemos reaccionar de varios modos a los estímulos sobrevenidos durante el reposo; pero en aquellos casos en que se lleva a efecto conseguimos hallar un material que constituye en el contenido del sueño una representación de las dos clases de fuentes oníricas, las somáticas y las psíquicas.

La acumulación de material somático a las fuentes oníricas psíquicas no modifica en nada la esencia del sueño, el cual permanece siendo una realización de deseos, cualquiera que sea la forma en que la expresión de la misma quede determinada por el material actual.

La importancia y significación de los estímulos exteriores para el sueño varia conforme a una serie de circunstancias especiales. Imagino que una acción conjunta de los factores individuales fisiológicos y accidentales dados es lo que decide, en cada caso, la conducta que hemos de seguir con respecto a un intenso estímulo objetivo sobrevenido durante el reposo. Según la profundidad habitual y accidental del reposo y la intensidad del estímulo, quedará éste reprimido de manera a no interrumpir nuestro descanso; nos veremos obligados a despertar o intentaremos dominar el estímulo entretejiéndolo en un sueño. Correlativamente a la variedad de estas constelaciones se manifestarán los estímulos con mayor o menor frecuencia en los sueños de un individuo que en los de otro. Así, por lo que a mí respecta, gozo de tan profundo reposo y me defiendo con tal tenacidad contra todo lo que pudiera perturbarlo, que sólo muy raras veces se mezclan en mis sueños causas externas de excitación, al paso que los motivos de orden psíquico me incitan fácilmente a soñar. De todos los sueños propios por mí anotados, sólo hay realmente uno que pueda ser referido a una fuente de estímulos objetivos (una sensación dolorosa), pero precisamente en él creemos muy instructivo comprobar el resultado onírico del estímulo exterior.

«Voy montado en un caballo gris. Al principio monto con inseguridad y torpeza o como si fuese en una difícil postura, distinta de la corriente. Encuentro a mi colega el doctor P., que viene también a caballos, pero con gran arrogancia, y viste un traje de grueso paño. Al llegar junto a mí, me hace no sé qué advertencia (probablemente la de que voy mal montado). Pero ya voy encontrándome cada vez mejor sobre el inteligentísimo corcel, descanso cómodamente sobre la silla y me siento tranquilo y confiado como si estuviera en mi casa. En lugar de silla lleva el caballo un largo almohadón que cubre por completo su lomo, desde el cuello hasta la grupa. Después de avanzar largo trecho por una calle, doy media vuelta y quiero desmontar ante una pequeña capilla abierta, pero luego desmonto realmente junto a otra que se alza poco más allá. El hotel está en la misma calle. Podría dejar que el caballo fuera solo hasta él, pero prefiero llevarlo de la brida. Es como si me avergonzase de llegar allí montado. A la puerta del hotel hay un «botones» que me enseña una tarjeta que yo mismo he encontrado y se burla de mí. En la tarjeta hay escrito y doblemente subrayado: No comer, y después un segundo propósito (impreciso): algo como No trabajar. A ello se añade la vaga idea de que me hallo en una ciudad extranjera en la que no trabajo.»

Nada indica, a primera vista, que este sueño haya surgido bajo la influencia o mejor dicho, bajo la coerción de un estímulo doloroso. Durante el día anterior me habían hecho sufrir extraordinariamente, convirtiendo en tortura cada uno de mis movimientos, varios furúnculos de que venía padeciendo. Uno de ellos, situado en la raíz del escroto, había llegado a alcanzar el volumen de una manzana y me causaba, al andar, insoportables dolores. La fatiga, la alteración febril y la desgana consiguiente, unidas a la intensa labor que, a pesar de todo, hube de realizar durante el día, acabaron de ensombrecer mi ánimo. En esta situación no me hallaba ciertamente muy facultado para consagrarme a mis ocupaciones profesionales, pero teniendo en cuenta el carácter de mi padecimiento y la región de mi cuerpo en la que se manifestaba, existía otra actividad para la que, sin duda alguna, me encontraba aún menos capacitado. Tal actividad es la de montar a caballo, y precisamente es la que el sueño me atribuye como la más enérgica negación imaginable de mi padecimiento. Ignoro en absoluto el arte de la equitación, no sueño nunca nada que con ella se relacione, y sólo una vez he montado en un caballo, por cierto en pelo y sin que ello me produjera placer alguno. Pero en mi sueño monto como si no tuviera furúnculo ninguno en el periné, o, mejor dicho, precisamente porque no quiero tenerlo. Las silla, tal y como el sueño la describe, es la cataplasma que me apliqué al acostarme, y cuyo efecto calmante me ha permitido conciliar el reposo. Así protegido, no he advertido, durante algunas horas, indicio ninguno de mi padecimiento. Luego, cuando las sensaciones dolorosas comenzaron a hacerse más vivas y amenazaron con despertarme, vino el sueño a tranquilizarme, diciéndome: «Puedes seguir durmiendo. No tienes furúnculo ninguno, pues montas a caballo, cosa que no es posible con un divieso en el periné.» El dolor quedó de este modo ensordecido y pude, en efecto, seguir durmiendo.

Pero aún hay más. El sueño no se ha limitado a sugerirme la inexistencia del furúnculo, sosteniendo tenazmente una representación incompatible con el mismo -conducta semejante a la que observamos en la demencia alucinatoria de la madre que ha perdido un hijo, o en la del comerciante arruinado-, sino que ha utilizado los caracteres de la misma sensación que niega y los de la representación empleada con objeto de reprimirla, para enlazar a la situación onírica los elementos actuales dados en el alma y proporcionarles un medio de expresión. El color gris del caballo en que monto corresponde al del traje que mi colega el doctor P. llevaba la última vez que le vi. (Un traje de color sal y pimienta.) Los alimentos fuertemente especiados me han sido indicados como causa de mi furunculosis más probablemente que el azúcar, en la que se piensa también al investigar la etiología de tal enfermedad. Mi amigo P. acostumbra mirarme con cierta arrogancia desde que me sustituyó en la confianza de una paciente en cuyo tratamiento creía yo haber realizado grandes habilidades (Kunststücke) -al principio de mi sueño voy montado en una difícil postura como un jinete que realizase habilidades ecuestres en el circo-, Kunstreiter), pero que, en realidad, me llevó a donde quiso, como el caballo al inexperto jinete de la conocida anécdota. De este modo llega el caballo a la categoría de símbolo de dicha paciente (en mi sueño lo encuentro muy inteligente). El encontrarme luego a caballo «tan seguro y confiado como si estuviera e mi casa», se refiere a la situación que yo ocupaba en casa de dicha enferma hasta que fui sustituido por P. «Yo creí que se mantenía usted más firmemente sobre la silla», me había dicho días antes, aludiendo a este suceso, uno de los pocos grandes médicos de Viena que me son favorables. Por otro lado, ha sido también una difícil habilidad continuar atendiendo a mi labor psicoterápica durante ocho o diez horas diarias, no obstante mis dolores. Sé, sin embargo, que en tal estado no me será posible seguir ejerciendo mi difícil actividad profesional, y el sueño aparece colmado de lúgubres alusiones a las consecuencias de tal interrupción de mi trabajo: No trabajar y no comer. Proseguiendo la interpretación, veo que la elaboración onírica ha conseguido hallar el camino que va desde la situación optativa de montar a caballo hasta muy tempranas escenas de mi infancia (peleas con un sobrino mío, un año mayor que yo, residente hoy en Inglaterra). Mi sueño ha tomado, además, elementos de mis viajes a Italia, pues la calle que en él recorro responde a impresiones visuales recibidas en Verona y en Siena.

Una interpretación más profunda me lleva a ideas latentes de carácter sexual y me hace recordar lo que en una paciente mía, que jamás había estado en Italia, significaban las alusiones oníricas a este bello país (gen-Italien -Genitalien: ve a Italia-, genitales), recuerdo que no carece de relación con la casa en la que presté mi asistencia facultativa antes de ser sustituido por el doctor P., y con la región de mi cuerpo elegida por el forúnculo.

En otra ocasión me fue también posible defenderme análogamente de un estímulo sensorial que amenazaba interrumpir mi reposo, pero esta vez fue pura casualidad lo que me permitió descubrir la conexión del sueño con el estímulo onírico accidental y llegar así a su compresión. Hallándome durante el verano en un balneario del Tirol, desperté una mañana con la convicción de haber soñado que el Papa había muerto. Todos mis esfuerzos para interpretar este sueño no visual resultaron estériles. Como posible antecedente, no recordaba sino el de haber leído días antes la noticia de que el Pontífice padecía ligera indisposición. Pero en el transcurso de la mañana me preguntó mi mujer: «¿No has oído de madrugada el formidable repique con que nos han obsequiado todas las iglesias y capillas de los alrededores?» No recordaba haber oído nada semejante; pero mi sueño quedaba ya explicado como reacción de mi necesidad de dormir ante el ruido con que los piadosos tiroleses querían despertarme. Después de vengarme de ellos con la deducción que constituye el contenido de mi sueño, proseguí durmiendo sin interesarme en absoluto por el campaneo.

Entre los sueños hasta aquí expuestos hay algunos que podemos citar como ejemplos de elaboración de estímulos nerviosos. Uno de ellos es aquel en que bebo agua a grandes sorbos. En él es, aparentemente, el estímulo somático la única fuente onírica y el deseo emanado de la sensación -la sed- el único motivo onírico. Análogamente sucede en otros sueños sencillos, cuando el estímulo somático basta por sí solo para formar un deseo. El sueño de la enfermera que arroja lejos de sí, en el transcurso de la noche, el aparato refrigerante que le han mandado conservar aplicado a la mejilla, no smuestra una desacostumbrada forma de reaccionar a estímulos dolorosos con una realización de deseos. Parece, en efecto, como si la paciente hubiera conseguido hacerse insensible, pasajeramente, al dolor, el cual queda transferido en su sueño a una tercera persona.

Mi sueño de las tres Parcas es, evidentemente, un sueño de hambre, pero sabe retrotraer la necesidad de alimento hasta el ansia del niño por el pecho materno y utilizar esta ansia para encubrir otra de muy distinto género, a la que no es lícito manifestarse con tanta franqueza. El sueño del conde de Thun nos ha hecho ver por qué caminos queda enlazada una necesidad física accidentalmente dada con los sentimientos más enérgicos, pero también más enérgicamente reprimidos, de la vida anímica. En el caso comunicado por Garnier, cuando el primer cónsul entreteje en su sueño bélico el ruido producido por la máquina infernal al estallar, antes de despertar a consecuencia del mismo, se nos muestra abiertamente la tendencia en favor de la cual se ocupa la actividad anímica de las sensaciones surgidas durante el reposo. Un joven abogado que se acostó pensando en un asunto importante al que se había consagrado durante el día se condujo, oníricamente, de modo análogo al del gran Napoleón. En su sueño ve primero a cierto señor G. Reich de Hussiatyn, que le es conocido por intervenir en el pleito que le preocupa. Pero el elemento Hussiatin va adquiriendo cada vez mayor importancia hasta que el sujeto despierta y oye toser fuertemente a su mujer, enferma de un catarro bronquial (Hussiatyn = hustein = toser.)

Comparamos ahora el citado sueño de Napoleón I, cuyo reposo solía ser muy profundo, con el del estudiante dormilón que ante la advertencia de que ha llegado la hora de ir al hospital sueña que ocupa una cama en una sala del mismo y sigue durmiendo a pierna suelta, tranquilizado por el razonamiento de que si está ya en el hospital no tiene por qué levantarse para acudir a él. Este último ejemplo es un franco sueño de comodidad. El durmiente se confiesa sin rebozo alguno el motivo del mismo y resuelve con ello uno de los enigmas del fenómeno onírico. Todos los sueños son, en cierto sentido, sueños de comodidad, pues tienden a facilitar la continuación del reposo, evitando que el durmiente despierte. El sueño es el guardián del reposo, no su perturbador. Más adelante justificaremos esta afirmación con respecto a los factores psíquicos que provocan el despertar y, desde luego, podemos ya hacerlo con relación al papel desempeñado por los estímulos exteriores objetivos. El alma puede no ocuparse en absoluto de los estímulos sobrevenidos durante el reposo cuando la intensidad y la significación de los mismos le permite observar esta conducta; puede utilizar el sueño para negar dichos estímulos o disminuir su importancia, y, por último, cuando no tiene más remedio que reconocerlos, puede buscar aquélla su interpretación que presente la sensación actual como parte de una situación deseada y compatible con el reposo. La sensación actual es entretejida en un sueño, con el fin de despojarla de su realidad. Napoleón puede seguir durmiendo: Lo que intenta perturbar su reposo no es más que un recuerdo onírico del cañoneo de la batalla de Arcole.

El deseo de dormir mantenido por el yo consciente y que, con la censura onírica, constituye la colaboración de dicho yo en el soñar, debe, por tanto, ser considerado en todo caso como motivo de la formación de sueños, y todos y cada uno de éstos son realización del mismo. Más adelante analizaremos cuidadosamente cómo este general deseo de dormir, idéntico siempre a sí mismo y dado en todo caso, se comporta con respecto a los demás deseos que quedan realizados en el contenido onírico. En el deseo de dormir hemos descubierto, además, el factor susceptible de llenar la laguna de que adolece la teoría de Strümpell-Wundt y explicar la insuficiencia y arbitrariedad que hallamos en la interpretación del estímulo exterior. La interpretación exacta de la que el alma dormida es perfectamente capaz, exigiría un interés activo y con él la interrupción del reposo. De todas las interpretaciones posibles no serán, pues, admitidas sino aquellas que resulten compatibles con la censura que el deseo de dormir ejerce en forma tiránica, y entre las admitidas será escogida aquella que mejor pueda ser enlazada con los deseos que espían, en el alma, la ocasión de realizarse. De este modo es determinado todo inequívocamente y nada queda abandonado a la arbitrariedad. La falsa interpretación no constituye una alusión, sino algo semejante a una evasiva. Habremos, pues, de ver en este proceso, como antes en la sustitución por desplazamiento efectuada a los fines de la censura onírica, una variante del proceso psíquico normal.

Cuando los estímulos nerviosos externos y los somáticos internos son lo bastante intensos para conquistar la consideración psíquica, proporcionan -siempre que su resultado sea un sueño y no la interrupción del reposo- una firme base de sustentación para la formación de sueños, pues pasan a constituir, en el contenido onírico, un nódulo para el que es buscada luego una realización de deseos correspondientes, en forma análoga a como lo son, según vimos antes, las representaciones intermedias entre dos estímulos oníricos psíquicos. Hasta este punto puede, pues, afirmarse que en cierto número de sueños depende el contenido onírico del elemento somático, e incluso resulta que en este caso extremo es despertado, a los fines de la formación del sueño, un deseo no actual. Pero el sueño no puede hacer otra cosa que representar un deseo como realizado en una situación y, por lo tanto, se halla en cada caso ante la labor de buscar qué deseo puede ser representado como realizado por la sensación del momento actual, aunque el material actual dado sea de carácter penoso o doloroso, no por ello deja de ser aprovechable para la formación de un sueño. La vida anímica dispone también de deseos cuya realización produce displacer, cosa que a primera vista parece contradicción, pero que se explica por la existencia de dos instancias psíquicas y de una censura situada entre ambas.

Como ya hemos visto, existen en la vida anímica deseos reprimidos que pertenecen al primer sistema y a cuya realización se resiste el segundo. No quiere esto decir que tales deseos existieran antes del proceso represivo y quedaran luego destruidos por el mismo, nada de eso; la teoría de la represión afirma que tales deseos reprimidos existen todavía, aunque al mismo tiempo exista también una coerción que pesa sobre ellos. la disposición psíquica para que tales deseos reprimidos lleguen a una realización permanece conservada e intacta. Mas cuando tal realización permanece conservada e intacta. Mas cuando tal realización llega a cumplirse, el vencimiento de la resistencia que a ello oponía el segundo sistema (capaz de consciencia) se exterioriza como displacer. Para terminar estas consideraciones añadiremos que cuando durante el reposo surgen sensaciones de carácter displaciente, emanadas de fuentes somáticas, es utilizada esta constelación por la elaboración onírica para representar -con mayor o menor severidad de la censura- un deseo hasta entonces reprimido.

Esta circunstancia nos permite incluir en la teoría de la realización de deseos toda una serie de sueños de angustia. Con respecto a otra variedad de estas formaciones oníricas displacientes, aparentemente contrarias a dicha teoría, habremos de atenernos a una explicación distinta. La angustia que en sueños experimentamos puede ser, en efecto, de carácter psiconeurótico y proceder de excitaciones psicosexuales, correspondiendo entonces a una libido reprimida. En este caso, tanto la angustia como el sueño en que se manifiesta constituyen un síntoma neurótico y habremos llegado al límite ante el que la tendencia realizadora de deseos, del sueño, se ve obligada a detenerse. Existen también sueños en los que la sensación de angustia posee un origen somático (por ejemplo, la opresión respiratoria de los enfermos cardíacos o del pulmón), y en esta circunstancia es utilizada dicha sensación para proporcionar una realización onírica a aquellos deseos enérgicamente reprimidos que realizados en un sueño obediente a motivos psíquicos hubieran traído consigo igual desarrollo de angustia. No es difícil fundir en una unidad estos dos casos aparentemente distintos. Dados dos productos píquicos -una inclinación efectiva y un contenido de representaciones- íntimamente ligados entre sí, puede uno de ellos, el actual, sustituir el otro en el sueño, y de este modo tan pronto es sustituido el contenido de representaciones reprimido por la angustia somáticamente dada como el desarrollo de angustia por el contenido de representaciones libertado de la represión y saturado de excitación sexual. En el primer caso puede decirse que un afecto somáticamente dado es interpretado psíquicamente. En el segundo aparece dado todo psíquicamente, pero el contenido que se hallaba reprimido es sustituido fácilmente por una interpretación somática adaptada a la angustia. Las dificultades con que tropezamos para la inteligencia de esta cuestión tienen muy escasa relación con el sueño, pues proceden de que con estas especulaciones rozamos los problemas del desarrollo de angustia y de la represión.

Entre los estímulos oníricos procedentes del interior del soma que imponen su ley a la formación de los sueños debemos contar, desde luego, el estado físico general del sujeto. No quiere esto decir que pueda proporcionar por sí solo el contenido onírico, pero sí que impone a las ideas latentes una selección entre el material que ha de servir a la representación en dicho contenido, aproximando, como adaptación a su esencia, una parte de dicho material y manteniendo a distancia la parte restante. Además este estado general se halla enlazado desde el día con los restos psíquicos importantes para el sueño. Este estado puede conservarse en el sueño o ser dominado y transformado en su contrario cuando es de carácter displaciente.

Cuando las fuentes oníricas somáticas que actúan durante el reposo -o sea las sensaciones de dicho estado- no poseen desacostumbrada intensidad, desempeñan, a mi juicio, en la formación de los sueños un papel análogo al de las impresiones diurnas que han permanecido recientes, pero que son indiferentes. Quiero decir que son utilizadas en la formación del sueño cuando resultan apropiadas para ser unidas al contenido de representaciones de la fuente onírica psíquica, pero únicamente en este caso. Vemos, pues, que son consideradas como material de escaso valor, del que podemos disponer en todo momento y que utilizamos cuando nos es necesario, mientras que un material precioso prescribe ya por sí mismo las normas de su empleo. Sucede en esto como cuando una persona aficionada a las joyas artísticas lleva al lapidario una piedra rara -un ónice, por ejemplo- para que talle en él un camafeo. El tamaño de la piedra, su color y sus aguas coadyuvarán a determinar la figura o escena que en ella ha de ser tallada, mientras que, dado un material más amplio y uniforme -mármol o granito-, no tiene el artista que ajustarse a normas distintas de su espontánea inspiración. Pensando así es como únicamente resulta comprensible que aquel contenido onírico que proporciona los estímulos orgánicos de intensidad no superior a la ordinaria no aparezca en todo sueño y en sueños todas las noches.

Para la mejor inteligencia de mi opinión sobre este punto concreto expondré un nuevo ejemplo de sueño, retornando así, además, al tema de la interpretación onírica. Durante todo un día me esforcé en investigar cuál podía ser el significado de la sensación de hallarnos paralizados, no poder movernos o terminar un acto que hemos comenzado, sensación muy próxima a la angustia y frecuentísima en la vida onírica. A la noche inmediata tuve el siguiente sueño: «Subo, a medio vestir, por la escalera de una casa, desde el piso bajo al principal. Voy saltando los escalones de tres en tres y me felicito de poder subir una escalera con tanta agilidad. De repente veo que baja a mi encuentro una criada. Avergonzado, quiero apresurarme, pero en este momento se apodera de mí la parálisis indicada y me resulta imposible avanzar un solo paso.»

Análisis. - La situación de este sueño está tomada de la realidad cotidiana. En mi casa de Viena ocupo dos pisos enlazados por un cuerpo de escalera. En el inferior tengo mi consulta y mi despacho, y en el superior, mis habitaciones particulares. Cuando termino de trabajar por las noches en el despacho tengo que subir la escalera para llegar a mi alcoba. La misma noche de mi sueño había realizado este trayecto en una toilette realmente algo desordenada, pues me había quitado la corbata, el cuello y los puños. Mi sueño exagera este desorden de mis vestidos; pero, como acostumbra hacerlo en estos casos, no determina con precisión el grado a que el mismo se eleva. El saltar los escalones de tres en tres es, en realidad, la forma en que suelo subir las escaleras y constituye, por otra parte, una realización de deseos reconocida, además, como tal en el sueño, pues la facilidad con que llevo a cabo tal ejercicio me ha tranquilizado muchas veces sobre la marcha de mi corazón. Por último, es esta forma de subir escaleras flagrante contradicción de la parálisis que en la segunda mitad del sueño me acomete y me muestra -cosa que no precisaba de prueba alguna- que el fenómeno onírico no encuentra la menor dificultad para representarse, perfecta y totalmente realizados, actos motores. Recuérdense los sueños en que volamos.

La escalera de mi sueño no es, sin embargo, la de mi casa. Al principio no caigo en cuál puede ser, y sólo al reconocer en la persona que baja a mi encuentro a la criada de una anciana señora a la que visito dos veces al día para ponerle inyecciones, me doy cuenta de que la escalera de mi sueño corresponde a la del domicilio de dicha señora.

Mas ¿por qué razón sueño con la escalera del domicilio de mi paciente y con la criada que ésta tiene a su servicio? El avergonzarse de ir insuficientemente vestido es, indudablemente, un sentimiento de carácter sexual. Pero la criada con la que sueño es más vieja que yo, regañona y nada atractiva. Recuerdo ahora que al subir por las mañanas la escalera de su casa suele darme tos, y como no hay en ella escupidera ninguna, me veo obligado a escupir sobre el suelo, pues opino que la limpieza no es cuenta mía, sino de la dueña de la casa, que debe ordenar la colocación de una escupidera. El alma de llaves de mi paciente, persona también entrada en años y de áspero carácter, a la que no tengo por qué negar gran amor a la limpieza, sostiene, sin embargo, sobre este punto concreto la opinión contraria, pues espía mis actos siempre que subo la escalera, y cuando me permito la libertad antes indicada, gruñe y protesta en voz alta y me rehúsa luego, al encontrarse conmigo, toda muestra de cortesía y respeto. Esta actitud fue compartida, el mismo día del sueño, por la otra criada, la cual, al salir a abrirme la puerta, me interpeló ásperamente con la siguiente reprimenda: «El señor doctor podía limpiarse los pies antes de entrar. Hoy ha vuelto a poner perdida la alfombra.» Es esto todo lo que puede haber motivado la inclusión de la escalera y de la criada en mi sueño.

Entre los hechos de subir saltando la escalera y escupir en el suelo existe una íntima relación, pues la faringitis y las perturbaciones cardíacas son el castigo del vicio de fumar. Este vicio motiva, asimismo, que tampoco en mi casa -que mi sueño funde en una unidad con la de mi paciente- goce yo de un renombre de exagerada limpieza.

Dejaremos aplazada la continuación del análisis hasta que podamos exponer el origen del sueño típico de semidesnudez, y nos limitaremos a consignar, por el momento, como resultado de la labor analítica a que hemos sometido el sueño últimamente expuesto, que la sensación de parálisis es despertada en nuestros sueños siempre que resulta precisa para un determinado conjunto onírico. La causa de tal contenido onírico no puede ser un estado especial de mi motilidad durante el reposo, pues un momento antes acabo de subir en mi sueño las escaleras de tres en tres, saltando ágilmente los escalones.

Sigmund Freud: Obras Completas

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