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Palabras pronunciadas en la presentación de la primera edición

La idea de este libro nace al mismo tiempo que la colección a la que pertenece. La colección pretende poner en conjunción disciplinas, prácticas, teorías de la salud y de la educación. Poner en conjunción es, muchas veces, poner en tensión. Y para comenzar a poblar esta colección, pensé en Silvia como una autora privilegiada para poner en cuestión, en tensión, temas que nos interesan y preocupan a quienes trabajamos con la salud mental y la educación.

Luego de muchos intentos, postergaciones de Silvia que nunca fueron negativas, que siempre estuvo abierta a la posibilidad y al deseo de hacerlo, finalmente dimos forma a esta idea, que ya hacía varios años nos preocupaba e interesaba escribir y publicar, respectivamente. Es inquietante que un tema como la violencia sea de “permanente actualidad”. ¿Es un tema instalado desde siempre? Van cambiando las lecturas, las circunstancias que la detonan o la potencian, ¿pero no cesa? ¿Va de suyo con la condición humana?

Silvia comenzó a trabajar en este libro, pero no lo pudo terminar. Carlos Schenquerman, psicoanalista y compañero de Silvia, me brindó los textos y, en interlocución con él, me encargué de editarlo, ordenarlo, hacer que las ideas de Silvia llegaran de la mejor manera al lector. Fue muy conmovedor para mí dar forma y, de algún modo, terminar la obra prometida de un maestro querido.

Quisiera destacar dos cuestiones del libro. La heterogeneidad de público al que va dirigido y, a su vez, la homogeneidad y coherencia en cuanto a la asunción de un posicionamiento ético. La facilidad de Silvia para convocar a públicos diversos, tanto psicoanalíticos como no “psi”, está muy presente aquí. Hay capítulos más coloquiales y otros más académicos; se dirige a docentes, a psicoanalistas, a personal carcelario. En todos los casos, convoca al pensamiento y a la puesta en cuestión del statu quo de las lecturas y de las prácticas sociales y políticas imperantes alrededor de la violencia.

Es por eso que elegí dejar algunos desarrollos de Silvia que vuelven a presentarse en más de un capítulo, ya que son perlas teóricas que merecen y requieren ser leídas más de una vez.

Por último, y tal vez lo más importante, deseo rescatar que, al acompañar y seguir el pensamiento de Silvia, éste se transforma en algo novedoso en nosotros. Y esa sensación, tal vez fugaz, pero intensa, es la misma que puede sentir cualquier profesional “psi” que trabaja en transferencia, con el pensamiento. Esos momentos fugaces en los que el pensamiento del paciente (y el del terapeuta, en esa creación asimétrica pero compartida) se ilumina y algo se crea allí, algo que antes no estaba. Eso provoca una sensación extraña, intensa, ¿de felicidad?, de placer del pensamiento. Creo que Silvia lograba eso, casi a la manera de una intervención. Una intervención fecunda, también fuera de las paredes del consultorio, en sus palabras, en su obra.

Marcela Pereira

Buenos Aires, abril de 2009

Violencia social. Violencia escolar

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