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La educación familiar y la buena vida

Fernando Savater, en su libro Ética para Amador (1991), escrito con la finalidad de instruir a su joven hijo acerca de los vericuetos de una ética para vivir, dice que esta disciplina es un esfuerzo intelectual para averiguar cuál es la manera de vivir mejor. Todos los seres humanos anhelamos enterarnos de qué va esa buena vida de hombre que deseamos. Se trata de un saber de interés universal, porque en esto coincide la humanidad: todos queremos procurarnos una buena vida.

Lo importante es saber exactamente en qué consiste esa buena vida y cómo la conseguimos para nosotros y para nuestros hijos. En este punto el filósofo español da un dato interesante, dice que la vida humana se caracteriza en esencia por sostener relaciones con otros seres humanos. “La buena vida humana es buena vida entre seres humanos o de lo contrario puede ser vida, pero no será ni buena ni humana” (Savater, 1991, P.26). Las cosas nos son útiles, hasta cierto punto son necesarias y hasta atractivas, pero no son las cosas y su materialidad lo que nos hace felices. Lo que hace que nuestra vida sea más o menos humana y más o menos buena, es lo que hacemos con las demás personas.

Esto es así porque queremos ser tratados como humanos y no como animales o cosas. Es decir que tengamos las cosas que tengamos, lo importante para nosotros es que nos quieran y nos consideren humanos, y aquí radica el sentido de la vida. Estar con otras personas, hablar y que nos oigan con atención, escuchar a otro que nos habla, ese es el trato humanitario. Que me vean como “otro tú” y los vea como “otros yo”, porque la humanidad es una cuestión compartida. Nos tratan y nos prestan atención como humanos mientras simultáneamente tratamos y escuchamos a los otros del mismo modo. Se trata de una consideración mutua, o, mejor dicho, de una humanización recíproca.

Ahora bien, en este diálogo con el otro, el prójimo necesita ser tratado como persona y no como cosa. El trato con las cosas se llama manipulación y consiste en que movemos, modificamos, cambiamos, compramos y vendemos cosas, porque nosotros decidimos sobre ellas y les asignamos el valor conforme nos sirven o no. En cambio, a las personas no corresponde manipularlas. El interactuar humano supone como premisa que el otro es una identidad personal y toma sus propias decisiones. Es decir, su valor no es relativo ni depende de nuestra opinión particular. La persona del otro tiene algo que se llama dignidad que nos obliga a ponernos frente a él con una actitud de respeto y de escucha. Esta es la forma de trato personal que nos hace dignos, nos identifica como humanos y nos permite tener una buena vida como tal.

Como sabemos, todos los aprendizajes para la vida se realizan en la familia, a través de los otros significativos que mediatizan nuestro mundo, nos proveen seguridad y cubren nuestras necesidades cuando aún somos criaturas desvalidas. (Berger y Luckmann, 1968)2 Si en esa dinámica inicial se nos trata con respeto y se nos escucha, aprendemos que así es como se trata a las personas. Comprendemos que no corresponde utilizar la manipulación ni la violencia con los seres humanos. Escuchar a un niño, atender sus necesidades, estar próximo a sus manifestaciones, es prepararlo para una buena vida donde podrá dar y recibir trato humano, es decir, podrá convivir en forma pacífica y agradable con sus semejantes.

Como explican los autores, el niño y la niña forman su identidad en base a cómo son tratados en su núcleo familiar y como los consideran. De esto se deduce que un/a niño/a tratado como persona construirá una identidad que le permitirá relacionarse con los demás de manera respetuosa y empática. Por el contrario, cuando en el hogar hay destrato, violencia, manipulación, descuido, u otras formas de interacción deshumanizante; el/la niño/a interpretará que éste es el modo de relacionarse con los demás. Concluirá que las personas no son dignas en sí mismas, sino que todo depende de las situaciones y las circunstancias.

En virtud de lo expresado, es necesario decir una vez más, que la educación familiar es la base que conforma la posibilidad de habitar un mundo más digno y humanizador. Los seres humanos aprenden a diferenciar las cosas de las personas en el medio familiar. Urge, por lo tanto, volver a centrar la atención en los aprendizajes que se realizan en ese ámbito, si queremos procurarnos una buena vida para nosotros, para nuestros hijos e hijas y para la sociedad toda.

2 Los autores en este texto explican que la cría humana recibe el mundo objetivo y lo internaliza no de manera directa, sino mediado o a través de quienes se lo dan a conocer. Su madre (o cuidador/ra) en primer lugar y luego su familia y/o seres íntimos son “los otros significativos” que le muestran y le dicen cómo es el mundo. De este modo el infante se apropia del contexto en el que vive, lo nombra, lo subjetiviza y lo hace suyo mientras, simultáneamente, construye su propia identidad personal.

Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo

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