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Héroes o villanos

En la edición de un diario masivo se cuenta la infancia de Roberto Oña, un hombre cuyo destino determinó que a los siete años tuviera que enfrentar una vida de adulto. Hijo de un albañil y una ama de casa, ambos inmigrantes españoles, gente de trabajo y sacrificio. Un día cualquiera se despidió temprano de su madre que arreglaba el jardín para asistir a la escuela, esa misma mañana interrumpieron su clase para darle la terrible noticia de que su misma madre acababa de morir de muerte súbita. “fue el primer signo de interrogación y dolor que le planteó el destino” (Oña, 2007).

Poco después el padre, tal vez por la tristeza, enfermó gravemente y fue llevado a Buenos Aires a tratarse. Así quedaron solos los cinco niños de la familia, que con el paso de los días tuvieron que salir de la casa que alquilaban. A Roberto le tocó entonces ocuparse de sus hermanos alojándose en un conventillo cerca de la escuela. Una tía de escasos recursos colaboró en la medida de sus posibilidades. “Cuando salía a la mañana, dejaba encendido el calentador con la cacerola arriba para que Raúl, que tenía cinco años, le espumara el puchero” (ibid.). En esa época se hizo presente la solidaridad de algunos vecinos como el verdulero, que le daba mercadería a cambio de barrer la vereda. Las maestras también hacían algunas concesiones con ese alumno devenido en padre de familia.

Meses después, el padre regresó débil y sin recursos, tras haber estado “al borde de la muerte, con extremaunción incluida” (ibid.). Roberto cuenta que la vuelta de su padre significó alegría, consuelo y protección. Relata también que años después, estando su padre ya anciano internado nuevamente, escuchó la extraña historia de cómo había sido aquel viaje a Buenos Aires. Según Don Oña, la fe le había salvado la vida aquella vez. El relato de la vida de Roberto termina con su reflexión: “quise mucho a mi padre por lo que había hecho por nosotros; pero nunca me atreví a decírselo hasta poco antes de que muriera, recién ahí pude manifestarle todo el cariño y la gratitud que sentía por él” (Ibid.).

La historia de este hombre, marcada por la tragedia a muy temprana edad, nos hace pensar que la vida no es para todos igual y que, además, los problemas no tienen para cada uno las mismas consecuencias. Las circunstancias –buenas o malas-, las experiencias –positivas o negativas- no marcan de la misma manera a los sujetos que las viven. “La misma perspectiva de clase baja puede producir un estado de ánimo satisfecho, resignado, amargamente resentido o ardientemente rebelde” (Berger y Luckmann, 1968, P.165). Otro hombre en igual situación que la de Oña habría podido desarrollar resentimiento y desconfianza, en cambio Roberto se manifestó profundamente agradecido con su padre y con la vida, a pesar de sus desdichas. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué no todas las personas desarrollan las mismas actitudes ante circunstancias similares?

Roald Hoffmann, químico teórico y profesor universitario estadounidense de origen polaco, fue uno de los dos sobrevivientes de la familia junto con su madre. Les tocó ser cautivos en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que lograron escabullirse. Mientras muchos prisioneros eran transferidos a los campos de exterminio, temiendo la misma suerte, la familia Hoffmann sobornó a unos guardias para permitir su escape. De ese modo un vecino ucraniano llamado Mikola Dyuk colaboró para que Roald, su madre, dos tíos y una tía se escondieran en el desván de un altillo de la escuela local, donde permanecieron durante dieciocho meses desde enero de 1943 hasta junio de 1944.

Durante ese lapso de clandestinidad Hoffmann cumplió sus 7 años, y la mayor parte del tiempo, la madre lo mantuvo entretenido enseñándole a leer y memorizando la geografía de los libros de texto almacenados en la pequeña biblioteca de la escuela. De adulto, Hoffmann recordaría esto con mucho amor.

El padre mientras tanto, continuó prisionero en el campo de trabajo y el niño pudo visitarlo de vez en cuando. Tiempo después, al desbaratarse un complot para armar a los detenidos de los campos, su padre fue acusado de participar en él, por lo que fue torturado y asesinado. La noticia destrozó a la madre de Roald, quien escribió sus sentimientos en un cuaderno que su marido había estado usando para tomar notas sobre la teoría de la relatividad, pues era asiduo lector de esos temas.

Ya emigrado a los EE. UU. en 1949, y nacionalizado estadounidense, Roald Hoffmann cambió su apellido a Safran – el de su padrastro- y en 1955 se graduó en química en la Universidad de Columbia. En 1956 consiguió el doctorado en la Universidad de Harvard y en 1981 ganó el Premio Nobel en Química.

Ni rencorosos ni depresivos, como este científico, muchos seres humanos que resisten condiciones de vida al límite, desgracias y catástrofes, logran salir adelante y construyen un proyecto de vida, aún con esa historia a cuestas y a pesar de ella. Mónica S. vio arder su casa y se salvó gracias a los vecinos que la socorrieron y ayudaron a salir adelante. Lejos de sentirse disminuida por el siniestro, decidió que tenía que hacer algo por su barrio y creó un merendero que cada vez da la leche a más chicos.

Pero no siempre es así, hay historias de las otras, gente que cae en pozos depresivos sin razón, como Laura M. Sin problemas económicos ni conflictos conyugales, casada felizmente hace más de veinte años, con hijos sanos y bien encaminados, dueña de una casa envidiable en un barrio muy seguro de una bonita ciudad, Laura estuvo dos veces internada por sus intentos de suicidio. Dice que siente un profundo vacío en el pecho, que sabe que no tiene causas objetivas para esto, pero que a veces llora y llora hasta que se le acaban las lágrimas, que la angustia es indescriptible. Es difícil imaginarse a Laura sobreviviendo a una guerra o reponiéndose a una desgracia verdadera, ayudando a su barrio luego de haberse incendiado su casa.

Mientras se escribe este texto, un copiloto alemán de Germanwings (ABC España) se suicida estrellando un avión con ciento cincuenta personas, aparentemente no pudo superar una separación con su novia de más de siete años. Seguramente tenía otros padecimientos además de un cuadro severo de depresión, sin embargo, parece difícil comprender qué dolor interno puede llevar a un ser humano a suicidarse provocando la muerte de tantos inocentes. Esas mismas circunstancias o peores, ya vimos que han producido respuestas positivas.

Pareciera que hablamos de diferentes seres, pero no, se trata de personas más o menos anónimas. Hombres y mujeres de distintos lugares, los unos viven con pasión y reciclan sus esperanzas; los otros padecen la vida, la sufren, casi la expelen, aún sin motivos reales. ¿Por qué? ¿Dónde está la respuesta? ¿Qué es lo que hace que algunas personas saquen beneficios de situaciones adversas y otras –por el contrario- se conviertan en verdaderos desgraciados y hasta resentidos villanos?

Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo

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