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Оглавление2 Músculo esquelético, mecánica muscular y flexibilidad
Fisiología de la contracción muscular
Desarrollo embriológico de la fascia
Músculo esquelético
Encontramos los puntos gatillo en los músculos esqueléticos. El cuerpo humano posee 215 pares de músculos esqueléticos que suponen alrededor del 40 por ciento de su peso. Los músculos se denominan esqueléticos porque la mayor parte se inserta en y mueve el esqueleto, por lo que son responsables del movimiento del cuerpo.
Los músculos esqueléticos poseen un abundante suministro de vasos sanguíneos y nervios, los cuales están directamente relacionados con la contracción, la función primaria del músculo esquelético. Cada músculo esquelético suele poseer una arteria principal que aporta los nutrientes a través de la sangre y varias venas que se llevan el detritus metabólico. En general, el suministro de sangre y la inervación entran por el centro del músculo, aunque en ocasiones lo hacen a través de uno de los extremos, penetrando por último en el endomisio que rodea cada fibra muscular.
Fibras musculares
El músculo esquelético posee tres tipos de fibras: fibras rojas de contracción lenta, fibras de contracción rápida intermedia y fibras blancas de contracción rápida. La mioglobina es capaz de aumentar la tasa de difusión de oxígeno, de forma que las fibras rojas (de contracción lenta) pueden mantener la contracción durante períodos más largos, por lo que son muy útiles en situaciones de resistencia o de aguante. Las fibras blancas de contracción rápida tienen un menor contenido en mioglobina; se pueden contraer con mayor rapidez, porque se abastecen de las reservas de glucógeno (energía), pero se cansan con mayor rapidez. La proporción de este tipo de fibras es superior en atletas de alta velocidad o en los deportistas que practican modalidades que exigen movimientos breves y rápidos, como el levantamiento de peso. Se ha indicado que los corredores de maratón de primer orden poseen en el músculo gastrocnemio (pantorrilla) un 93-99 por ciento de fibras de contracción lenta, mientras que los velocistas de clase mundial poseen en el mismo músculo sólo alrededor de un 25 por ciento (Wilmore y Costill, 1994).
Cada fibra muscular esquelética es una única célula muscular esquelética cilíndrica (figura 2.1) rodeada por una membrana plasmática denominada sarcolema. El sarcolema posee aberturas específicas que llevan a tubos que se conocen como túbulos transversos (o T). (El sarcolema mantiene un potencial de membrana que permite que los impulsos, dirigidos específicamente al retículo sarcoplásmico [RS], generen o inhiban las contracciones.)
Figura 2.1: Cada fibra de los músculos esqueléticos es una célula muscular cilíndrica única.
Cada fibra muscular está compuesta por pequeñas estructuras denominadas fibrillas musculares o miofibrillas (mio- en latín significa ‘músculo’). Dado que están compuestas por miofilamentos alineados con regularidad, estas miofibrillas se sitúan paralelas y procuran el aspecto estriado del músculo. Los miofilamentos son cadenas de moléculas de proteínas que bajo el microscopio forman bandas alternadas claras y oscuras. Las bandas claras isotrópicas (I) están compuestas por la proteína actina, mientras que las bandas oscuras anisotrópicas (A) están compuestas por la proteína miosina (se ha identificado una tercera proteína, la titina, que supone alrededor del 11 por ciento del contenido combinado de proteínas musculares). Cuando se contrae un músculo, los filamentos de actina se mueven entre los filamentos de miosina, formando puentes que provocan el acortamiento y engrosamiento de las miofibrillas (véase «Fisiología de la contracción muscular»).
Figura 2.2: Miofilamentos en un sarcómero. Un sarcómero unido en ambos extremos por la línea Z; la línea M es el centro del sarcómero. La banda I está compuesta por actina y la banda A está compuesta por miosina.
Composición del músculo esquelético
Un músculo esquelético individual puede tener cientos o incluso miles de haces de fibras musculares envueltas por una vaina de tejido conectivo, el denominado epimisio. El epimisio da forma al músculo y proporciona una superficie contra la que los músculos circundantes se pueden mover. La fascia, el tejido conectivo externo al epimisio, rodea y separa los músculos.
Las porciones del epimisio se proyectan hacia el interior para dividir el músculo en compartimentos. Cada compartimento contiene un haz de fibras musculares: cada uno de estos haces se denomina fascículo (en latín, fasiculus = haz pequeño de ramas) y está rodeado por una capa de tejido conectivo denominada perimisio. Cada fascículo consiste en una serie de células musculares. Dentro del fascículo, cada célula muscular individual está rodeada por el endomisio, una vaina lineal de tejido conectivo fino.
En general, el epimisio, el perimisio y el endomisio se extienden más allá de la parte carnosa del músculo, el cuerpo, para formar un tendón tipo cuerda gruesa, que es ancho y plano y está formado por tejido conectivo en forma de hoja o sábana, la denominada aponeurosis. El tendón y la aponeurosis forman las inserciones indirectas de los músculos en el periostio de los huesos o en el tejido conectivo de otros músculos. Sin embargo, los músculos más complejos pueden presentar múltiples inserciones, como el cuádriceps (cuatro inserciones). Por ello, un músculo suele cubrir una articulación e insertarse en los huesos a través de los tendones en ambos extremos. Uno de los huesos permanece relativamente fijo o estable, mientras que el otro extremo se mueve como resultado de la contracción muscular.
Figura 2.3: Sección transversal del tejido muscular esquelético.
Tipos de músculo esquelético
Debido a la disposición de sus fascículos, los músculos esqueléticos presentan una serie de formas dependiendo de la función del músculo en relación con su posición y acción. Los músculos paralelos tienen fascículos de dirección paralela con respecto al eje largo del músculo como, por ejemplo, el sartorio. Los músculos pennados poseen fascículos cortos que se insertan oblicuamente en el tendón y adoptan forma de pluma, por ejemplo, el recto femoral. Los músculos convergentes (triangulares) tienen un amplio origen, con fascículos que convergen hacia un único tendón, por ejemplo, el pectoral mayor. En los músculos circulares (esfínteres), los fascículos se disponen en anillos concéntricos alrededor de una oquedad, por ejemplo, el orbicular del ojo.
Figura 2.4: Formas musculares: a) paralela, b) pennada,
Unidades motoras
Cada fibra muscular está inervada por una célula nerviosa motora única que termina cerca de enmedio de la fibra muscular. La unidad motora está formada por una fibra nerviosa motora única junto con todas las fibras musculares que inerva. El número de fibras musculares inervadas por una fibra nerviosa única depende del tipo de movimiento requerido.
Cuando se precisan movimientos finamente regulados/calibrados, como los del globo ocular o los de los dedos, el número de fibras musculares suministrado por una única célula nerviosa es reducido. Por otra parte, cuando se precisan movimientos toscos, como en los músculos de la extremidad inferior (p. ej., el glúteo mayor), cada neurona cubre una unidad motora de varios cientos de fibras.
Las fibras individuales de los músculos esqueléticos trabajan según «el principio de todo o nada». En otras palabras, la estimulación de las fibras da lugar a una contracción completa de esta fibra o la no contracción de ninguna; una fibra no puede contraerse «un poquito». La contracción global de un determinado músculo implica la contracción en un determinado momento de una proporción de sus fibras, mientras que las otras se mantienen relajadas.
Figura 2.5: Unidad motora de un músculo esquelético.
Fisiología de la contracción muscular
Los impulsos nerviosos provocan la contracción de las fibras del músculo esquelético, en donde terminan. La unión entre la fibra muscular y el nervio motor se conoce como unión neuromuscular. A este nivel, se produce la comunicación entre el nervio y el músculo. Un impulso nervioso llega a los extremos del nervio, denominados terminales sinápticos, cerca del sarcolema. Estos terminales contienen miles de vesículas repletas con un neurotransmisor denominado acetilcolina (ACh). Cuando un impulso nervioso llega al terminal sináptico, cientos de vesículas liberan la ACh. La ACh abre los canales que permiten que entren por difusión los iones de sodio (Na+). Una fibra muscular inactiva tiene un potencial de reposo de alrededor de –95 mV. La entrada de los iones de sodio reduce la carga, creando un potencial de placa terminal. Si el potencial de la placa terminal alcanza el voltaje umbral (aproximadamente de –50 mV), entran los iones de sodio y dentro de la fibra se crea un potencial de acción.
Figura 2.6: El impulso nervioso desencadena un potencial de acción para la contracción muscular.
En la fibra muscular no se produce ningún cambio visible durante (ni inmediatamente después) el potencial de acción. Este período, denominado período de latencia, dura de 3 a 10 ms. Antes de que transcurra el período de latencia, la enzima acetilcolinesterasa desdobla la ACh en la unión neuromuscular, se cierran los canales de sodio y el campo está listo para la llegada de otro impulso nervioso. El potencial de reposo de la fibra se restaura por la salida de iones de potasio. El breve tiempo necesario para restaurar el potencial de reposo se denomina período refractario.
Acortamiento de la fibra muscular
Este fenómeno ha quedado perfectamente descrito en la teoría del «filamento deslizante » (Huxley y Niedergerke, 1954). Las fibras del músculo reciben un impulso nervioso (véase arriba) que da lugar a la liberación de los iones de calcio almacenados en el retículo sarcoplásmico (RS). Para trabajar con eficacia, los músculos requieren energía, la cual se obtiene por el desdoblamiento de la adenosina trifosfato (ATP). Esta energía permite que los iones de calcio se unan a los filamentos de actina y miosina para formar un enlace magnético. Este enlace provoca el acortamiento de las fibras, dando lugar a su contracción. La acción muscular continúa hasta que se agota el calcio, momento en el cual éste vuelve a bombearse al RS, en donde quedará almacenado hasta que llega un nuevo impulso nervioso.
Reflejos musculares
Los músculos esqueléticos contienen unidades sensoriales especializadas que son sensibles al alargamiento muscular (estiramiento). Estas unidades sensoriales se denominan husos musculares y órganos tendinosos de Golgi (OTG). Su importancia reside en la detección, respuesta y modulación de los cambios en el alargamiento del músculo.
Los husos musculares están formados por tiras espirales, denominadas fibras intrafusales, y por terminales nerviosos, ambos sumergidos en una vaina de tejido conectivo. En conjunto, controlan la velocidad con la que se alarga el músculo. Si un músculo se alarga con velocidad, las señales de las fibras intrafusales enviarán ráfagas de información a través de la médula espinal hacia el sistema nervioso, de forma que se reenvía un impulso nervioso que provoca que el alargamiento muscular se contraiga. Las señales proporcionan una información continuada a y desde el músculo en cuanto a la posición y la fuerza (propiocepción).
Figura 2.7: Anatomía del huso muscular y del órgano tendinoso de Golgi (OTG).
Además, cuando un músculo se alarga y se mantiene así, continuará con la respuesta contráctil siempre que el músculo se mantenga estirado: esto se conoce como arco reflejo de estiramiento. Mientras continúe el estiramiento, los husos musculares se mantendrán estimulados.
El ejemplo clínico clásico de reflejo de estiramiento es la prueba del reflejo rotuliano que implica la activación de los receptores de estiramiento del tendón que, a su vez, causa una contracción refleja del músculo insertado; es decir, del cuádriceps. Mientras que los husos musculares controlan la longitud del músculo, los OTG del tendón muscular son tan sensibles a la tensión en el complejo de músculo que pueden responder a la contracción de una única fibra muscular. Los OTG son inhibidores y realizan una función de protección reduciendo el riesgo de lesiones. Cuando se estimulan, los OTG inhiben los músculos en contracción (agonistas) y estimulan los músculos antagonistas.
Mecánica musculoesquelética
La mayor parte del movimiento coordinado implica que una inserción de un músculo esquelético se mantenga relativamente estable, mientras que la inserción en el otro extremo se mueve. La inserción proximal más fija se conoce como origen, mientras que la que se sitúa a un nivel más distal y se mueve se conoce como inserción (sin embargo, en la actualidad se utiliza el término inserción tanto para el origen como para la «inserción», dado que se sabe que a menudo los músculos trabajan de forma que cualquiera de los extremos se puede mantener fijo mientras el otro se mueve).
Agonistas, antagonistas y sinergistas
La mayoría de los movimientos requieren la aplicación de una fuerza muscular, la cual a menudo deben realizar los agonistas, los antagonistas y los sinergistas. Los agonistas (o motores primarios) son los principales responsables del movimiento y aportan la mayor parte de la fuerza necesaria para el movimiento. Los antagonistas deben elongarse para permitir que los motores primarios desarrollen el movimiento pretendido; además, desempeñan un papel protector.
Los sinergistas ayudan a los motores primarios y a veces participan en el ajuste fino de la dirección del movimiento. También impiden los movimientos indeseados que puedan producirse conforme el motor primario se va contrayendo. En este contexto, los sinergistas actúan como neutralizadores. Esto es en especial importante cuando un motor primario cruza dos articulaciones, dado que cuando se contrae, causará el movimiento en ambas articulaciones, a no ser que intervengan otros músculos para estabilizar una de ellas. Por ejemplo, los músculos que flexionan los dedos no sólo cruzan las articulaciones digitales, sino también la muñeca, con lo que, en potencia, provocan el movimiento de ambas articulaciones. Sin embargo, al disponer de otros músculos que actúan sinérgicamente para estabilizar la muñeca, podemos flexionar los dedos para formar un puño sin que se flexione al mismo tiempo la muñeca.
Un ejemplo simple de la función de agonistas, antagonistas y sinergistas es la flexión del codo, que requiere la contracción (acortamiento) del braquial y del bíceps braquial (agonistas), así como la relajación del tríceps braquial (antagonista). Sin embargo, la línea de tracción de los agonistas (motores primarios) también supinará el antebrazo (girar el antebrazo, como al fijar un tornillo). Si queremos que la flexión se produzca sin supinación, otros músculos deben contraerse para impedir esta supinación. El braquiorradial actúa como sinergista, ayudando al braquial y al bíceps braquial.
Figura 2.8: Flexión del codo, en la que el braquial y el bíceps actúan como agonistas (movilizadores primarios), el tríceps braquial como antagonista, y el braquiorradial como sinergista.
Fijadores
De forma más específica, se hablará de fijadores o estabilizadores cuando los sinergistas inmovilizan el hueso del origen de un músculo motor primario, con lo que ofrecen una base estable para la acción de dicho músculo. Son buenos ejemplos de ello los músculos que estabilizan (fijan) la escápula durante los movimientos de la extremidad superior. Otro ejemplo es el ejercicio de abdominales, o sit-ups. Los músculos abdominales se insertan tanto en la caja torácica como en la pelvis. Cuando estos músculos se contraen para permitirnos hacer el ejercicio de abdominales, los flexores de la cadera se contraerán sinérgicamente como fijadores que impiden la inclinación de la pelvis, posibilitando que la parte superior del cuerpo se flexione hacia delante, mientras que la pelvis se mantiene fija.
Estabilizadores y movilizadores
Los músculos esqueléticos pueden clasificarse generalmente en dos tipos:
1. Estabilizadores, que en esencia estabilizan una articulación. Están formados por fibras de contracción lenta para la resistencia y contribuyen al mantenimiento de la postura. Además, pueden subdividirse en estabilizadores primarios, que poseen inserciones muy profundas, situadas cerca del eje de rotación de la articulación. Los estabilizadores secundarios, que son músculos potentes, tienen la capacidad de absorber una gran cantidad de fuerza. Los estabilizadores trabajan en contra de la fuerza de la gravedad y, con el tiempo, tienden a debilitarse y elongarse (Norris, 1998). Son ejemplos el multífido, el transverso abdominal (primario) y el glúteo mayor y el aductor mayor (secundarios).
2. Movilizadores, que son responsables del movimiento. Aunque menos potentes que los estabilizadores, tienden a ser más superficiales, y tienen una mayor amplitud de movimiento. Tienden a cruzar dos articulaciones y están formados por fibras de contracción rápida que generan potencia, pero no tienen resistencia. Los movilizadores contribuyen a los movimientos rápidos o balísticos y a desarrollar fuerzas potentes. Con el tiempo y el uso, se tensan y acortan. Son ejemplos los músculos isquiotibiales, el piriforme y los romboides.
Cabe destacar que en función del movimiento y de la posición del cuerpo, así como de la manera en que reaccionan simultáneamente estos músculos, todos los músculos esqueléticos son estabilizadores y movilizadores.
Tipos de contracción muscular
El movimiento muscular puede subdividirse en tres tipos de contracción: concéntrica, excéntrica y estática (o isométrica). En muchas actividades (como correr, pilates y yoga), se pueden producir los tres tipos de contracción para generar un movimiento suave y coordinado.
La denominada contracción concéntrica es la acción principal del músculo, el acortamiento, en el que las inserciones musculares se acercan. Dado que se produce un movimiento articular, las contracciones concéntricas también se consideran contracciones dinámicas. Un ejemplo es el sostener un objeto: el bíceps braquial se contrae concéntricamente, el codo flexiona y la mano se eleva hacia el hombro.
Se considera que un movimiento es una contracción excéntrica cuando el músculo puede ejercer una fuerza mientras se alarga. Al igual que en la contracción concéntrica, se produce un movimiento articular, por lo que se habla también de una contracción dinámica. Los filamentos de actina se tensan desde el centro del sarcómero, estirándolo con eficacia.
Figura 2.9: La acción del bíceps braquial es un ejemplo de una contracción excéntrica, cuando el codo se extiende para bajar un peso pesado. En este caso, el bíceps braquial controla el movimiento, alargándose gradualmente para resistir la gravedad.
Cuando un músculo actúa sin moverse, se genera una fuerza, pero la longitud del músculo no se modifica. Este tipo de contracción se conoce como estática (o isométrica).
Figura 2.10: Ejemplo de una contracción estática (isométrica), cuando se sostiene un peso pesado, con el codo quieto y flexionado a 90 grados.
Transmisión de la fuerza
Una palanca es un dispositivo para la transmisión (que no generación) de una fuerza y consiste en una barra rígida que se mueve alrededor de un punto fijo (fulcro). En concreto, una palanca consiste en una fuerza de esfuerzo, una fuerza de resistencia, una barra rígida y un fulcro. En conjunto, los huesos, las articulaciones y los músculos forman un sistema de palancas en el cuerpo, en donde las articulaciones actúan como fulcros, mientras que los músculos aplican el esfuerzo y los huesos cargan el peso de la parte del cuerpo que mover.
Las palancas se clasifican en función de las posiciones del fulcro, la resistencia (carga) y el esfuerzo que se relaciona con ellos. En las palancas de primera clase, el esfuerzo y la resistencia se localizan en los lados opuestos del fulcro. En las palancas de segunda clase, el esfuerzo y la resistencia se localizan en el mismo lado del fulcro y la resistencia se sitúa entre el fulcro y el esfuerzo. Por último, en las palancas de tercera clase, el esfuerzo y la resistencia se sitúan en el mismo lado del fulcro, pero el esfuerzo actúa entre el fulcro y la resistencia; éste es el tipo más habitual de palanca en el cuerpo humano.
Figura 2.11: Ejemplos de palanca en el cuerpo humano: a) palanca de primera clase; b) palanca de segunda clase, c) palanca de tercera clase.
Generación de una fuerza
La fortaleza del músculo esquelético queda reflejada en su capacidad de generar fuerza. Si un levantador de pesos es capaz de levantar 75 kg, los músculos son capaces de producir una fuerza suficiente para levantar 75 kg. Incluso cuando no intentamos levantar un peso, los músculos han de seguir generando fuerza para movilizar los huesos en los que se insertan. En esta capacidad de generar fuerza, existe una serie de factores implicados como, por ejemplo, el número y el tipo de unidades motoras activadas, el tamaño del músculo y el ángulo de la articulación.
Inhibición recíproca
La mayoría de los movimientos implican un esfuerzo combinado de dos o más músculos, actuando un músculo como motor primario. La mayoría de los motores primarios suelen tener un músculo sinergista que los ayuda. Además, la mayor parte de los músculos esqueléticos posee en uno o más antagonistas que ejercen la acción contraria. Un buen ejemplo podría ser la abducción de la cadera, en la que el glúteo medio actúa como motor primario, el tensor de la fascia lata (TFL) como sinergista y los aductores de la cadera como antagonistas, que se inhibirán recíprocamente por la acción de los agonistas.
La inhibición recíproca (IR) es el fenómeno fisiológico en el que se produce una inhibición automática de un músculo cuando se contrae su antagonista. En condiciones especiales, pueden contraerse al mismo tiempo el agonista y el antagonista. Este fenómeno se conoce como cocontracción.
Flexibilidad
Si queremos mejorar la flexibilidad, el principal objetivo de nuestros ejercicios de flexibilidad serán los músculos y su fascia (vaina). Pese a que los huesos, las articulaciones, los ligamentos, los tendones y la piel contribuyen a nuestra flexibilidad, poco podremos hacer para controlar estos factores.
Los huesos y las articulaciones están estructurados de tal modo que permiten una amplitud específica de movimiento. Por ejemplo, la articulación de la rodilla no permitirá que la pierna se doble más allá de la posición recta de la extremidad inferior, con independencia de lo que intentemos hacer.
Los ligamentos conectan un hueso a otro y actúan como estabilizadores de las articulaciones. Deben evitarse los estiramientos de los ligamentos, ya que pueden dar lugar a una reducción permanente de la estabilidad de la articulación, lo que desembocaría en debilidad y lesiones articulares.
Los tendones conectan los músculos con los huesos y consisten en tejido conectivo denso. Aunque son muy flexibles, son extremadamente fuertes. Los tendones también desempeñan un papel en la estabilidad de las articulaciones. Contribuyen en menos de un 10 por ciento a la flexibilidad global de la articulación; por ello, los tendones no son el objetivo principal de los estiramientos.
Estiramientos
Ahora que tenemos un conocimiento general de la flexibilidad, los músculos y la mecánica muscular, procede definir qué es el estiramiento. En relación con la salud y la forma física, el estiramiento es el proceso de pasar determinadas partes del cuerpo a una posición en la que se alargarán los músculos y los tejidos blandos asociados (véase también el capítulo 5).
¿Qué ocurre cuando estiramos un músculo?
Cuando nos sometamos a un programa regular de estiramientos, nos daremos cuenta de que se irán produciendo una serie de cambios en el organismo, específicamente en los propios músculos. Otros tejidos empiezan a adaptarse al proceso de estiramiento, como, por ejemplo, los ligamentos, los tendones, las fascias, la piel y el tejido cicatricial.
Como se ha comentado antes en este capítulo, el proceso de alargamiento de los músculos y, en consecuencia, la mayor amplitud de movimiento, se inicia en los sarcómeros dentro del músculo. Cuando se coloca una determinada parte del cuerpo en una posición, en la que se alarga el músculo, empieza a descender la superposición de los miofilamentos gruesos y finos. Una vez que se consigue esto y todos los sarcómeros están completamente estirados, la fibra muscular se encuentra en su longitud máxima de reposo. En este punto, el posterior estiramiento ayudará a elongar los tejidos conectivos y la fascia muscular.
Desarrollo embriológico de la fascia
Un resumen del origen embriológico de los tejidos conectivos puede aportar información sobre la formación y la localización de los puntos gatillo. Éstos tienden a manifestarse dentro del epimisio conforme a los patrones de estrés miofascial que empiezan a desarrollarse muy pronto en el embrión y también pueden estar relacionados con la alineación fetal en el útero. Estos patrones de tensión se desarrollan conforme vamos madurando desde la infancia hacia la madurez, y se ven influenciados, por ejemplo, por la postura, el aumento de peso y las lesiones mecánicas. La fascia soporta los órganos, envuelve los músculos y se condensa para formar los ligamentos, las aponeurosis e incluso los huesos, cuando se infiltran sales de calcio.
Figura 2.12: Las células proliferan a partir del óvulo general, migran y se diferencian en tejidos funcionalmente especializados.
Al final de la séptima semana de desarrollo, en el embrión ya se encuentran ubicados la mayoría de los órganos, huesos, músculos y estructuras neurovasculares. Alrededor de estas estructuras primitivas empieza a proliferar un grupo de «células de relleno». Estas células de relleno derivan del tejido mesodérmico, una fascia primitiva que se construye a partir de células, fibras y la matriz intercelular. Esta matriz posee una consistencia de fibra de vidrio de aislamiento en un sustrato blando gelatinoso. Esta fascia primitiva sigue siendo blanda en la mayor parte de las zonas del organismo hasta el nacimiento. Sin embargo, en algunas áreas se condensa y se convierte en «direccional» en respuesta a las presiones y tensiones internas y externas. En estas zonas empiezan a formarse ligamentos y tendones. En estos tejidos se desarrollan líneas de estrés y tensión, y se depositan las sales de los huesos, dando lugar a una osificación primitiva. Conforme crece el hueso, algunas fibras del tejido conectivo primitivo se transforman en ligamentos «diferenciados». Un ejemplo de ello es el cartílago prevertebral que crece y penetra en los lechos de tejido conectivo mesodérmico. Conforme lo hace, crea líneas de estrés que ayudan a mantener la integridad y aportan un andamiaje para otras direcciones de crecimiento. A medida que empieza a crecer el hueso, la complejidad de las tensiones y las tracciones direccionales dan lugar a los ligamentos vertebrales diferenciados (blanco, longitudinal posterior, etc.).
Además, se ha demostrado con cierta certeza que el órgano de crecimiento primitivo se basa en esta matriz intracelular mesodérmica. Por ejemplo, el páncreas «potencial» sólo se diferenciará en un órgano maduro con la presencia específica de esta fascia «primitiva» potencial. Se ha sugerido que la fascia primitiva o potencial crea un «campo específico de energía», en el que las células del «potencial» órgano maduran y se diferencian (Schultz y Feitis, 1996). Esto puede tener más sentido cuando consideramos que los huesos, músculos, ligamentos y elementos miofasciales de tejido conectivo comparten un patrón de crecimiento característico.
Figura 2.13: Bolsa fascial: relación entre la fascia muscular y el hueso.
La relación entre el desarrollo de un músculo y su tejido conectivo envolvente miofascial es compleja. Las líneas de estrés pueden aportar una clave para la comprensión de esta relación. Se ha sugerido que, durante el segundo mes del desarrollo embriológico, el tejido conectivo se deposita antes que el tejido muscular, y que el aglomerado o bloque de «tejido muscular potencial, atrapado dentro de esta tracción direccional, se diferencia en músculo maduro orientado a lo largo de la línea de tracción» (Schultz y Feitis, 1996). Estos aglomerados de tejido muscular se elongan debido a la presión direccional. A partir de este punto, dichos aglomerados se desarrollan, diferencian, maduran y crecen de tamaño por reproducción celular mitótica para formar los músculos tal como los conocemos.
En otras palabras, el crecimiento de la fascia a lo largo de las líneas de estrés y tensión constituye el centro neurálgico de la orientación y del desarrollo del músculo. Esto también explica por qué la acción muscular no es singular, sino que está interconectada. Por ejemplo, una contracción del bíceps braquial ejercerá una fuerza en la fascia de todo el brazo, hombro y cuello. La fascia no tiene inicio ni final y los anatomistas la describen conforme a su localización. En una inspección más detenida de las bolsas miofasciales alrededor de los músculos, se observa que realmente forman parte de un continuo. En cierta medida esto también puede explicar que los patrones de dolor referido se estimulen al presionar el punto gatillo.