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Capítulo 3 Salvados por un cuadro en la pared
ОглавлениеEn Ruanda, un país que se hizo famoso gracias a Dian Fossey y su estudio de los gorilas de montaña, viven dos grupos de personas: los tutsis y los hutus. Es bastante difícil distinguir estos dos grupos. Algunos dicen que el tutsi promedio es más alto que el hutu promedio, pero esto no siempre es cierto. Cierta vez, cuando Bélgica gobernaba el país, los belgas daban los mejores empleos a los tutsis, probablemente porque tenían más educación que los hutus. No hace falta decir que los hutus no estaban muy contentos al respecto. En la década de 1990, muchos hutus y un buen número de tutsis sintieron que tenían razones para molestarse los unos con los otros.
Hacia 1994, el odio entre los tutsis y los hutus se salió de control. Los hutus comenzaron a atacar a los tutsis con machetes hasta matarlos. Pronto, prácticamente todos se involucraron en la matanza, incluso los cristianos. Y –lamento decirlo– hasta adventistas del séptimo día participaron en el caos, matando a hermanos adventistas por la simple razón de que eran tutsis.
Dado que los hutus iban casa por casa buscando tutsis para atacarlos, cierto miembro de iglesia (llamémoslo Salomón) tenía miedo por su vida. Comprensiblemente, temía salir de su casa y también tenía miedo de estar en ella. Salomón y su esposa, embarazada, decidieron esconderse en el ático, que no era más que un lugar entre el cielo raso y el techo, con espacio apenas suficiente para que ellos se acostaran y esperaran. Estuvieron allí durante cuatro días y nadie llegó. Entonces, se dieron cuenta de que era sábado y ansiaban celebrarlo con su tradicional baño sabático.
Planeando volver a su escondite tan pronto como se hubieran bañado, la esposa de Salomón fue primero, gateando hacia la entrada del ático. Pero el cielo raso no era muy firme, y ella estaba más pesada por su embarazo. En un instante, cayó desde el cielo raso hasta el piso.
Al escuchar el ruido, Salomón gateó para ver qué había pasado, y también se cayó, y lo hizo sobre su esposa.
Justo en ese momento, escucharon un ruido afuera. Era el sonido de piedras que golpeaban contra la casa. Para su consternación, la pareja se dio cuenta de que habían abandonado su escondite justo cuando pasaban los hutus. Al mirarse asustados, los dos tuvieron el mismo pensamiento: ¡Si tan solo nos hubiéramos quedado en el ático y olvidado del baño sabático! Quizá debimos tomar el baño el viernes en preparación para el sábado, pero ahora es demasiado tarde.
No podían regresar al ático, porque le faltaba un pedazo al cielo raso y sería el primer lugar donde buscaría la turba. Tenían que pensar en algo, y rápido. Susurrando con rapidez y terror oraciones en las que solicitaban la ayuda de Dios, corrieron al dormitorio. Salomón ayudó a su esposa, embarazada, a esconderse debajo de la cama y luego él también se escondió en ese lugar.
Allí permanecieron escuchando a los hutus que saqueaban su casa, tomando todo lo que podían llevar y rompiendo todo lo que no podían llevar. Resistiendo el impulso de salvar su querida casa y sus preciosas pertenencias, los esposos permanecieron inmóviles debajo de la cama, temerosos por sus vidas, deseando no ser descubiertos a medida que los saqueadores se acercaban a ellos. Finalmente los hutus, enfurecidos, entraron en la habitación.
Lamentablemente, en su apuro por esconderse debajo de la cama, Salomón había perdido un zapato, que quedó en el piso al lado de la cama. Uno de los hutus recogió el zapato, lo levantó en alto y gritó:
–¡Miren lo que encontré! ¡Un zapato!
Se produjo un silencio incómodo hasta que alguien del otro lado de la habitación exclamó:
–¡Tonto! ¿Qué vas a hacer con un solo zapato? Tienes dos pies, ¿verdad? ¡Olvídalo!
–Tenía dos pies la última vez que me fijé. En eso tienes razón –estuvo de acuerdo el primer hombre–. Apuesto a que el dueño de este zapato también tiene dos pies. Así que, si encontré uno debe haber otro en alguna parte. ¡Lo voy a buscar!
–¡Buena suerte! –se rio el otro hombre–. Probablemente escapó con el otro zapato puesto.
Debajo de la cama, el corazón de Salomón latía con fuerza. Esperaba que no lo descubrieran, pero temía lo peor.
El saqueador que tenía el zapato miró debajo de la cama y exclamó:
–¡Encontré el otro zapato!
Tiró del zapato, pero no salía con facilidad.
–Está pegado... ¡a un pie!
Este anunció llamó la atención de todos y se apresuraron a ir hasta la cama. Le gritaron a la pareja:
–¡Salgan!
Pero, aunque trataban de salir, no podían hacerlo. Además de estar paralizados por el temor, el espacio que había debajo de la cama era demasiado pequeño y estaban atascados. Muy a pesar de la pareja, la turba estaba ansiosa por ayudarlos, y sacó el colchón, el soporte y finalmente la estructura de la cama. Expuestos como cervatillos iluminados por reflectores, Salomón y su esposa yacían petrificados en el piso.
–¡Párense! –gritaron los saqueadores.
Los tomaron y los obligaron a pararse.
–¡Dennos su dinero! –pidió la turba.
–No tenemos nada de dinero –contestó Salomón–. Somos empleados de la iglesia.
Como no les gustó lo que habían escuchado, los saqueadores levantaron sus machetes. Salomón y su esposa cerraron sus ojos, preparándose mentalmente para morir.
En ese instante, seis miembros de la milicia irrumpieron en la casa y ordenaron a la turba que se retirara. Viendo las ametralladoras de los militares, la turba se dio cuenta de que sus machetes no les servían de nada. Obedecieron al instante, corriendo hacia la puerta con lo que pudieron llevarse.
Si bien estaban agradecidos de haberse librado de la turba, Salomón y su esposa no se sentían seguros. Muchos de los miembros de la milicia también odian a los tutsis. Estos soldados ¿habrián venido a traer paz o a causar más problemas?
Uno de los soldados, que parecía ser el líder, miró a su alrededor en la casa saqueada y vio un cuadro todavía colgado en su lugar en la pared. Quizás era lo único que quedaba en la casa luego de haber pasado la turba. Era un cuadro de Jesús. Sobre la cara de Cristo estaban escritas las palabras “Adventista del Séptimo Día”. Volviéndose a Salomón, el soldado preguntó:
–¿Eres cristiano?
De alguna manera Salomón se sintió impulsado a contestar, y mirando al soldado a los ojos le dijo:
–Sí.
–Entonces, no te preocupes –dijo el soldado–. No te mataremos. No queremos la sangre de un cristiano en nuestras manos, ¿verdad?
Se volvió a los otros cinco, quienes asintieron inmediatamente.
El sudor se deslizaba por las espaldas de la pareja de tutsis a medida que el alivio inundaba sus almas.
–¿Hay algo que podamos hacer por ustedes? –preguntó el líder de los soldados–. No es seguro aquí.
La pareja asintió.
–¿Dónde les gustaría que los llevemos?
–Hay una iglesia adventista a unos quinientos metros de nuestra casa –dijo Salomón–. ¿Pueden llevarnos hasta allí? Es sábado, así que deben estar teniendo el culto.
–¿Con tanta violencia alrededor? –preguntó el soldado dudando–. ¿Piensan que alguien estará en la iglesia?
–Quizá no –Salomón se mordió los labios–. Es difícil decirlo teniendo en cuenta las circunstancias actuales. Pero el pastor estará allí.
–¿Están seguros de que estarán a salvo?
–El pastor es hutu –admitió Salomón–, pero es un buen hombre. Sé que quiere ayudar a los tutsis. Confío en él.
Los militares estuvieron de acuerdo. Los seis rodearon a la pareja como guardaespaldas y los escoltaron hasta la iglesia. Cuando llegaron, los soldados llamaron a la puerta. El pastor hutu abrió una rendija cautelosamente, reconoció a la pareja tutsi en medio de los guardias y abrió la puerta de par en par.
–¡Bienvenido y feliz sábado, Salomón! ¿En qué te puedo ayudar? Tu esposa ¿está bien?
Salomón le contó acerca de la turba que había saqueado su casa y había amenazado sus vidas.
–No creo que estemos seguros en casa –dijo–. ¿Podemos quedarnos en la iglesia?
–Por supuesto, pasen.
El pastor sonrió mientras entraban. Salomón se volvió y agradeció a los soldados, que luego de haberlos dejado a salvo se marcharon.
–Estamos escondiendo tutsis detrás del bautisterio –dijo el pastor hutu en un susurro mientras guiaba a la pareja por el pasillo–. El lugar está un poquito abarrotado, como pueden imaginarse, pero pueden quedarse mientras estén a salvo.
Salomón y su esposa se escondieron junto con los otros tutsis por un tiempo. El pastor hutu nunca los delató.
Un día, el pastor se dirigió al escondite y anunció sombríamente:
–Me temo que el santuario de la iglesia ya no es seguro... Tendrán que irse. Pero no se preocupen –sonrió con gracia–. Hice arreglos para ustedes.
El pastor hutu transfirió a los tutsis en secreto a un hotel. Salomón y su esposa fueron ubicados en la habitación 109, donde permanecieron durante varios días mientras había violencia afuera. Entonces, para su consternación, escucharon el temible sonido de una turba hutu que ingresaba al hotel. Los hutus entraron a la fuerza en cada habitación buscando tutsis. Mientras se acercaban, la pareja permanecía en su habitación con la puerta trabada; sabían que si abrían la puerta y corrían tratando de escapar llamarían la atención. Sería peor para ellos afuera.
El caos llegó a la habitación 105, aterrorizando a los tutsis que estaban adentro. Salomón y su esposa resistieron el impulso de contestar a los pedidos de auxilio y los gritos de sus vecinos. Se acurrucaron en una esquina, sabiendo que pronto, luego de que se forzaran cuatro puertas más, sería su turno de morir.
Repentinamente, llegó la milicia y ordenó a la turba que se retirara. La turba obedeció. Otra vez Salomón y su esposa habían salvado su vida.
Finalmente, luego de la intervención externa de los franceses, cesaron las hostilidades, y Salomón y su esposa volvieron a su hogar y a asistir al templo. En una reunión de la iglesia, se enteraron de que los hutus, algunos de ellos adventistas, habían matado a 56 pastores adventistas tutsis. Cada uno de esos pastores había pastoreado a doscientos miembros de Ruanda. En ese momento, Salomón sintió que debía ser un ministro. Si tan solo pudiera ir a los Estados Unidos a estudiar en el seminario teológico y luego regresar a Ruanda... Entonces podía ayudar a reemplazar a alguno de los pastores asesinados en la matanza.
Al pasar el tiempo, se vio que Dios había sido bueno con Salomón y su familia. A pesar de la caída desde el ático, el embarazo de su esposa llegó a término y dio a luz a un hermoso varoncito. Luego Salomón y su familia fueron aceptados como estudiantes en la Universidad de Andrews, y Estados Unidos les concedió asilo político. Esto les permitió conseguir visas de trabajo y así pudieron enviar a su hijo a la Escuela Primaria Ruth Murdoch.
Mirando hacia atrás, Salomón está seguro de que Dios salvó a su familia por lo menos tres veces en Ruanda. Cada mañana Salomón recuerda que él, su esposa y su hijo son milagros vivientes... y todo comenzó con un cuadro de Jesús en la pared de su dormitorio.