Читать книгу Metafísica del aperitivo - Stéphan Lévy-Kuentz - Страница 6
EN CAMINO
ОглавлениеLlevas todo el día andando y has ido a parar a la place Pablo Picasso por la rue de la Grande Chaumière. El Balzac de Rodin, comendador en bata inclinado hacia atrás, vigila el bulevar. Te plantas frente a él sin haber decidido aún qué dirección tomar. Tal vez bajar a Montparnasse, tal vez poner rumbo al este hacia Port-Royal o Denfert-Rochereau: todavía no lo tienes muy claro.
Sabes que pronto podrás salir de la vorágine que te ha arrastrado hasta allí y tomar asiento para sucumbir al ritual del aperitivo. Ha llegado el momento de concederte una hora de eternidad, una franja de tiempo suspendido que significa libertad. «La libertad es la posibilidad de aislarse», te reconforta Pessoa.2
Condición previa: encontrar un puesto de observación idóneo, ligeramente apartado, ni demasiado expuesto ni demasiado aislado, una atalaya que garantice un ángulo de visión propicio para la observación, sin vecinos desagradables, donde no haya clientes de voz potente ni mobiliario que te estorbe la vista.
Has retomado la marcha. En tu reloj acaban de pasar seis minutos exactos.
Allí todo está en calma. Ni jefes de empresas emergentes dando instrucciones por teléfono, ni grupitos de italianos rememorando su última juerga, ni japoneses desempaquetando una montaña de compras, ni doctorandos marfileños arreglando la economía africana, ni norteamericanos de voz gangosa recitando el menú, ni criaturitas exigiendo su compota de kiwi y plátano ni chihuahuas echando de la acera al rottweiler de turno.
De pie delante de esa terraza que parece tenderte los brazos, vacilas entre acercarte o no. Decidir el lugar idóneo es un ejercicio más complicado de lo que parece.
Realmente no sabes por qué has elegido ese velador. Aquel de allí también te habría servido. Las terrazas de los cafés esconden diferentes dispositivos escenográficos y no todos cuentan la misma historia. El velador es versátil: puede favorecer la amistad o convertirse en una tumba solitaria.
El aperitivo, en tu opinión, no tiene nada que ver con los crudos inviernos de esos países nevados donde nunca sale el sol, con esos salones rústicos en los que un forastero se las ve y se las desea para cerrar la puerta a la ventisca (escena digna de Chaplin o de Keaton), ni con ese adefesio que viene a acodarse en la barra del bar, sino que debe consumirse en una terraza y puede ser de diversa índole: el aperitivo de grupo, que tiene algo de terapia social; el que se toma cara a cara con una sola persona y supone un intercambio íntimo, y el que te dispones a tomar y que entraña cierto esfuerzo de introspección.
No tardarás mucho en hacerlo.