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ANTES DE LA EMBRIAGUEZ

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Estás sentado delante de ese plato con el borde de cobre que acaricias con la palma de la mano. Tu sombra te acompaña: no te hace falta el sol para intuir su acecho.

¿Qué confidencias habrá escuchado ese trozo de mármol? ¿Qué bebidas, calientes o frías, alcohólicas o no, se habrán servido hoy en él? ¿Y quién las habrá consumido? Desde el café matutino de unos ejecutivos bañados en after-shave hasta el brunch acaramelado de alguna pareja adúltera, pasando por el vino blanco de unos rudos albañiles y el darjeeling a sorbitos de dos alegres jubiladas a primera hora de la tarde. Entre estos sainetes, un telón inmutable: ese trapo húmedo que, pasado a la ligera en círculos concéntricos, borra toda huella.

Una pizarra en blanco, una llanura virgen que te invita a entrar en escena.

El aire es fresco y perfumado; se avecina la primavera. Es el momento del ritual vespertino de dejar reposar lo que has amasado durante el día, darte un baño de pereza y disfrutar de ese bendito céfiro que tan bueno es para el cutis.

Para desterrar sus reservas, probablemente el primer reflejo del interesado es el de hacerse con el entorno inmediato. A solas delante de tu velador, sonríes al espacio que tienes enfrente. Te entran ganas de ser un poco más tú mismo que de costumbre y esta hora de paz es propicia para ello. Instalado en el ocaso, enseguida sólo tendrás que mirar cómo palpita el mundo.

El propio intervalo de tiempo ya representa una promesa de serenidad, y el aperitivo crepuscular que se anuncia es algo así como la réplica de ese expreso que tomamos por la mañana temprano en verano en las relucientes aceras pavimentadas con losas de mármol de Carrara de Atenas o Lisboa.

Sí, te embarga un sentimiento de plenitud. Con la mente abierta y la mirada limpia, te reclinas en la silla. Tu cuerpo es un embarcadero. Te sientes tranquilo, decidido, auténtico, en calma como un lago suizo en julio. Estás a los mandos de una nave intergaláctica, con el cráneo por cabina y los ojos por parabrisas. Por dentro eres muchos; hay todo un mundo loco en tu interior. Una tripulación que gira como un móvil de Calder.

«El aperitivo es la oración de la tarde de los franceses», decía Paul Morand.3 Aunque hace mucho que la literatura acotó el tema del alcohol, puede que caigas en la tentación de interesarte por el ritual del aperitivo, ese momento tan característico de los seres humanos, y, por qué no, de exponer algunas de tus impresiones sobre ese espacio de meditación tan representativo de nuestra presencia en la Tierra. Una suerte de ensueño, digamos, entre relato, poema y ensayo. Si no tienes inconveniente, tú mismo serás el protagonista, pero nada de lo que pienses será utilizado en tu contra. Por ahora te conformarás con escucharte a ti mismo.

Estás decidido a comenzar un paseo inmóvil hacia ese futuro que te aguarda en la distancia aunque tú no hayas pedido nada. Robert Walser, el paseante por antonomasia, te advierte: «No quiero un futuro: lo que yo quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo tenemos futuro cuando no tenemos presente y, cuando tenemos presente, nos olvidamos por completo de pensar en el futuro».4

Asientes. De momento, la agradable sensación que poco a poco te invade es la de no tener que justificarte ante nadie. Por supuesto, no te has olvidado de esa telepantalla que llevas en el bolsillo y que revela tu longitud y tu latitud a los controladores planetarios, pero poco te preocupan esas artimañas que, de todas formas, se te escapan.

Es probable que tus allegados intenten absorberte a través de mensajes escritos o sonoros, en forma de fotos, de mails, likes, pokes, hashtags, gifs, blogs, tuits y otras banderillas sociales de la ociosidad, pero no estás obligado a responderles. Es más: vas a apagar el aparatito.

Hecho. A partir de ahora, ningún inoportuno podrá interrumpir este respiro que es tuyo y de nadie más. Puede que un conocido irrumpa de improviso en tu campo de visión y venga a meter la mano en el baño caliente que estás preparando, pero da igual, como decía Cendrars, «sólo la acción libera».5 Tienes la boca seca y ya va siendo hora de pedir.

Hay que tomarse muy en serio el deseo de embriaguez.

Metafísica del aperitivo

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