Читать книгу Según pasan los años. La vejez como un momento de la vida - Susana E. Sommer - Страница 12

2. Desde la literatura y el cine

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“La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”

Albert Einstein

La literatura y el cine son una fuente inagotable de ejemplos sobre distintas formas de experimentar, aceptar, o desafiar la vejez. Desde hace siglos, como veremos, la vejez ha preocupado a los escritores, y es un fenómeno nuevo en el cine.

Tomemos algunos ejemplos que no por conocidos son menos sugerentes. Desde ya cada cual hará su propia lista de películas o libros, según sus recuerdos y emociones.

En primer lugar, la opinión de un varón joven en la voz de Oscar Wilde; luego una mujer, Simone de Beauvoir, que amén de ser conocida por El segundo sexo, que acompañó la adolescencia de muchas de nosotras, mostró inquietud por la vejez desde muy joven; y por último los clásicos, Cicerón en su obra, Sobre la vejez.13

En la obra El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, el personaje es un hombre apuesto, rico y joven que vive en el Londres del siglo XIX y tiene un deseo imposible: el de ser joven para siempre. Le encarga a un pintor famoso un retrato que muestre su juventud y belleza. Al darse cuenta de que un día su atractivo se desvanecerá, Dorian expresa la pretensión de tener siempre la edad de cuando se pintó el cuadro. Este deseo se verifica, y es así que él mantiene para siempre la misma apariencia del cuadro, mientras la figura retratada envejece por él.

Su búsqueda insaciable de placer lo lleva a realizar innumerables actos malvados y perversos que se reflejan en el retrato, al punto tal que paulatinamente la figura del cuadro se va transformando y desfigurando. Pasan los años y, para asombro de todos, su cara no manifiesta cambios, es el retrato oculto el que se encarga de patentar el paso del tiempo, y también hacer visible su grado de maldad. En el momento de su muerte, el cuerpo de Dorian Grey se convierte en la criatura monstruosa de la pintura, mientras el retrato lo muestra una vez más como un hombre joven e inocente. En este libro, Wilde plasmó como nadie el deseo imposible de la juventud eterna que puede diferirse trasladándose ficticiamente al cuadro pero que al final llega, con su aspecto más monstruoso.

Una historia diferente e interesante es la novela Todos los hombres son mortales de Simone de Beauvoir. El personaje, Fosca, no hace otra cosa que mirar el techo, sin manifestar interés alguno ni curiosidad por el mundo que lo rodea. Esto promueve la curiosidad de Regina, una actriz a la que también Fosca ignora de manera evidente, aunque finalmente logra su atención y él le revela el secreto de su inmortalidad. Regina se conmueve al haber logrado su afecto, pero lo que más la fascina es pensar que dentro de miles de años Fosca seguirá vivo y la recordará mucho tiempo después de su propia muerte, a diferencia de lo que ocurre con otros admiradores.

En el relato se observa el contraste entre las perspectivas de un hombre inmortal y las preocupaciones triviales de una mujer mortal.

El protagonista sigue viviendo a través de los siglos. Allí me convencí de que es sumamente aburrido vivir sin el desafío que representa tener un tiempo limitado para vivir y para realizar algo que trascienda la propia vida, sea esto tener hijos (plantar un árbol o escribir un libro), criarlos, decidir no tenerlos y dedicarse a otras tareas. En suma, tener algún proyecto vital que genere esperanza y anhelo de realización.

Como bien lo dice De Beauvoir14, en su por momentos descarnado ensayo La vejez:

La solución es fijarnos metas que den significado a nuestra existencia, esto es, dedicarnos desinteresadamente a personas, grupos o causas. Sumergirnos en el trabajo social, político, intelectual o artístico, y desear pasiones que nos impidan cerrarnos en nosotros mismos. Apreciar a los demás a través del amor, de la amistad, de la compasión. Y vivir una vida de entrega y de proyectos, de forma que podamos mantenernos activos en un camino con significado, incluso cuando las ilusiones hayan desaparecido.

De Beauvoir rescata el desinterés y la entrega –a personas, grupos o causas– como la salida posible en esa etapa de la vida de la que la sociedad guarda silencio, un mensaje optimista en medio de sus páginas espantadas ante los efectos de la edad sobre el cuerpo y el deseo, sobre todo en el caso de las mujeres. Especialmente interesante es la frase: “No sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja. Así tiene que ser si queremos asumir en su totalidad la condición humana”.

Cicerón15 a los sesenta y cuatro años escribe un diálogo16 entre Catón el Viejo de ochenta y cuatro años con dos jóvenes, donde refuta los argumentos acerca de la vejez. En primer lugar dice que “la causa de todas estas lamentaciones está en el carácter de cada uno, no en la edad”. Y propone reflexionar sobre “las cuatro causas que agravan sobremanera la vejez: –primera, porque aparta de la gestión de todos los negocios. –segunda, porque la salud se debilita. –tercera, porque te priva de casi todos los placeres. –cuarta, porque, al parecer, la muerte ya no está lejos”.

A la primera pregunta responde que “aunque no se tienen las fuerzas, la rapidez o la agilidad del cuerpo se ha logrado la autoridad y la opinión, cosas todas de las que la vejez, lejos de estar huérfana, prodiga en abundancia”. En cuanto a la salud, considera que “sea de cuidar, se debe hacer ejercicio moderadamente, tomar alimentos y beber cuanto se necesite para tomar fuerzas, pero no tanto como para quedar fatigados. Pues una cosa y otra han de ser remedio para el cuerpo, pero mucho más para la mente y el espíritu. Tanto una como el otro, mente y cuerpo, son como una lámpara, que si no se las alimenta gota a gota, se extinguen con la vejez. Los cuerpos pierden agilidad con la fatiga del ejercicio, en cambio el espíritu se hace más sutil con el adiestramiento”.

Con respecto a los placeres señala que “cuando se trata de las delicias de la mesa, que al privarse de excesos, comilonas y libaciones, la vida es más grata”. Pero con respecto al goce del amor y el sexo, la discusión es algo más difusa. El anciano observa que el deseo disminuye y, por lo tanto, hay menos necesidad de obtener satisfacciones en ese ámbito. Sobre todo, dice que “para los que están satisfechos y ahítos es mucho más agradable la carencia que el disfrute”.

La última razón para deplorar la vejez, es la proximidad de la muerte, y es examinada así: “Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas”. Y concluye que si no hay nada después de la muerte, nada debemos temer y si la muerte es la puerta para vida eterna, debiéramos desearla.

Según pasan los años. La vejez como un momento de la vida

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