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Capítulo 1

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—Apártate —gruñe una voz a mi espalda.

Sorprendida, me giro hacia el hombre que hace cola detrás de mí.

—Perdona —digo, azorada—. ¿Querías pasar?

—No. Quiero que los imbéciles del mostrador se den prisa, que voy a perder el vuelo —responde con desprecio, y huelo el alcohol que emana de él—. Qué asco de gente.

Me giro hacia delante. Estupendo, un borracho en la cola de facturación. Lo que me faltaba.

El aeropuerto de Heathrow está a reventar. El mal tiempo ha retrasado la mayoría de los vuelos y, si soy sincera, no me importaría que retrasaran el mío también. Así podría dar media vuelta, volver al hotel y dormir una semana.

El horno no está para bollos.

Oigo que el hombre se gira y empieza a quejarse con los que tiene detrás. Pongo los ojos en blanco. ¿Acaso hace falta ser tan maleducado?

Me paso los siguientes minutos escuchándolo despotricar, bufar y refunfuñar hasta que no puedo más. Me doy la vuelta para mirarlo.

—Van lo más rápido que pueden. No hace falta ponerse así —le suelto.

—¿Cómo dices? —grita mientras dirige su ira hacia mí.

—Ser educado no cuesta nada —digo entre dientes.

—¿Que ser educado no cuesta nada? —chilla—. ¿Qué eres? ¿Profesora? ¿O es que te gusta tocar los huevos?

Lo fulmino con la mirada. Se va a enterar. Me he pasado las últimas cuarenta y ocho horas en el infierno. He cruzado medio planeta para ir a una boda a la que también ha asistido mi ex, que se ha pasado todo el tiempo en brazos de su nueva novia. Ahora mismo podría arrancarle la cabeza a alguien.

Que no me toque las narices.

Vuelvo la vista al frente. Me hierve la sangre.

Le da una patada a mi maleta. Me giro.

—Ya vale —le espeto.

Me mira a los ojos y me estremezco al notar su aliento.

—Haré lo que me salga de los cojones.

Veo que llegan los de seguridad. No le quitan ojo. El personal ha visto lo que está pasando aquí y han pedido refuerzos. Finjo una sonrisa.

—Deja de darle patadas a mi maleta, por favor —le pido con amabilidad.

—Le daré patadas a lo que me salga de los cojones.

Levanta la maleta y la tira.

—Pero ¿se puede saber qué te pasa? —chillo.

—Eh —grita el hombre que tenemos detrás—. Deja sus cosas. ¡Seguridad!

Don ebriedad y alteración del orden público le pega un puñetazo a mi salvador y se enzarzan en una pelea.

Los guardias llegan corriendo de todos los rincones y me apartan mientras el tío se pone a lanzar puñetazos y gritar palabrotas. No necesitaba esto precisamente hoy.

Cuando al fin lo tienen bajo control, se lo llevan esposado. Un guardia muy amable recoge mi maleta.

—Lo lamento mucho. Acompáñeme —dice mientras desengancha la cuerda de la fila.

—Gracias. —Sonrío avergonzada a los de la fila. No me gusta saltarme la cola, pero, llegados a este punto, me da igual—. Qué bien.

Lo sigo tímidamente hasta el mostrador. Allí, un chico levanta la vista y sonríe de oreja a oreja.

—Hola.

—Hola.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí, estoy bien. Gracias por preguntar.

—Atiéndela —le ordena el guardia de seguridad al vendedor de billetes. Nos guiña el ojo y desaparece entre la multitud.

—Identificación, por favor —me pide el hombre.

Saco el pasaporte del bolso y se lo entrego. Mira la foto y sonríe. Es la peor foto del mundo, en serio.

—¿Salgo en los más buscados? —pregunto.

—Puede. ¿Esta eres tú? —dice, y se ríe.

Sonrío, avergonzada.

—Espero que no o estoy en un buen lío.

Escribe mis datos.

—Vale. Vas a Nueva York con…

Deja de escribir y lee.

—Sí. A poder ser no con ese tío.

—Ese no va a ir a ningún sitio hoy —repone mientras continúa escribiendo a una velocidad vertiginosa—. Aparte de al calabozo.

—¿Qué hace alguien emborrachándose antes de ir al aeropuerto? —pregunto—. Ni siquiera había pasado aún por los bares del aeropuerto.

—Te sorprendería lo que se ve por aquí —masculla, y suspira.

Sonrío. Qué majo es este chico.

Me imprime la tarjeta de embarque.

—Te he subido de categoría.

—¿Cómo?

—Te he pasado a primera clase como gesto de disculpa por lo que le ha hecho a tu maleta el tío ese.

Abro los ojos como platos.

—No hace falta, en serio —tartamudeo.

Me entrega el billete y sonríe de oreja a oreja.

—Disfruta de tu vuelo.

—Muchas gracias —exclamo entusiasmada.

Me guiña un ojo. Me dan ganas de darle un abrazo, pero no lo voy a hacer, obviamente. Fingiré que me pasan cosas geniales como esta todos los días.

—Gracias otra vez —digo, y sonrío.

—Tienes acceso a la sala VIP. Está en la primera planta. Invita la casa. Que tengas un buen viaje. —Tras una última sonrisa, mira a la cola y dice—: Siguiente, por favor.

Paso los controles de seguridad con una sonrisa tonta.

Primera clase, justo lo que necesitaba.

* * *

Tres horas después, subo al avión como una estrella de rock. Al final, no he ido a la sala VIP porque, bueno…, estoy hecha un cuadro. Llevo una coleta alta, mallas negras, un jersey holgado de color rosa y deportivas, pero me he retocado un poco el maquillaje, ya es algo. Si hubiese sabido que me iban a subir de categoría, habría intentado estar a la altura y me habría puesto algo elegante para no parecer una vagabunda. Total, ¿qué más da? Tampoco es que me vaya a encontrar con alguien que conozca.

Le entrego mi billete a la azafata.

—Vaya por el pasillo izquierdo y gire a la derecha.

—Gracias.

Miro mi billete mientras avanzo y veo mi asiento.

1B.

Vaya, no tengo ventanilla. Llego a mi asiento, y el hombre que hay junto a la ventanilla se vuelve hacia mí. Me mira con unos ojazos azules y sonríe.

—Hola.

—Hola.

Ay, no. Estoy sentada al lado del hombre con el que sueñan todas las mujeres… Solo que este está más bueno.

Estoy hecha un asco. ¡Qué mala pata!

Abro el compartimento superior y él se pone de pie.

—Te echo una mano.

Me quita la maleta y la coloca en su sitio con cuidado. Es alto y corpulento, lleva vaqueros azules y una camiseta blanca. Huele a la mejor loción de afeitado del mundo.

—Gracias —murmuro mientras me paso la mano por la coleta para desenredarme el pelo. Me flagelo mentalmente por no llevar algo decente.

—¿Quieres sentarte aquí? —me pregunta.

Me lo quedo mirando sin entender nada.

Señala el asiento que hay al lado de la ventanilla.

—¿No te importa? —pregunto sorprendida por su gesto.

—Qué va —sonríe—. Viajo mucho. Quédatelo tú.

Fuerzo una sonrisa.

—Gracias.

Es como si me hubiese dicho «sé que te han subido de categoría, pobre persona sin hogar, y me das pena».

Me siento y miro nerviosa por la ventanilla con las manos cruzadas en el regazo.

—¿Vuelves a casa? —me pregunta.

Me giro hacia él. Por favor, no me hables. Me pones nerviosa solo con estar ahí sentado.

—No, he venido a una boda. Ahora voy a Nueva York porque tengo una entrevista de trabajo. Solo estaré allí un día, y después cogeré un vuelo a Los Ángeles, que es donde vivo.

—Ah —musita, y sonríe—. Entiendo.

Me quedo mirándolo un momento. Ahora es cuando tendría que preguntarle algo yo.

—¿Tú… vas a casa? —pregunto.

—Sí.

Asiento. No sé qué más decir, así que me decanto por la opción aburrida y miro por la ventanilla.

La azafata trae una botella de champán y copas.

Copas. ¿Desde cuándo las aerolíneas te dan un vaso como Dios manda?

Ah, sí, primera clase. Cierto.

—¿Una copa de champán antes de despegar, señor? —le pregunta la azafata. Veo que en su identificador pone que se llama Jessica.

—Me encantaría. —Sonríe y se vuelve hacia mí—. Que sean dos, por favor.

Frunzo el ceño mientras nos sirve dos copas de champán y le pasa una a él y otra a mí.

—Gracias —digo, y sonrío.

Espero a que Jessica no pueda oírme.

—¿Siempre pides bebidas para los demás? —pregunto.

Diría que le ha sorprendido que haya sido tan directa.

—¿Te ha molestado?

—Para nada —resoplo. Vaya con el pijo este, se cree que puede pedir por mí—. Pero me gusta pedirme mis propias bebidas.

Sonríe.

—Vale, pues las próximas las pides tú.

Levanta su copa hacia mí, sonríe con suficiencia y da un sorbo.

Diría que le hace gracia verme enfadada.

Lo miro inexpresiva. Podría ser la segunda víctima de mi matanza de hoy. No estoy de humor para que un viejo podrido de dinero me mangonee. Le doy un sorbo al champán mientras miro por la ventanilla. A ver, tampoco es que sea viejo. Tendrá unos treinta y tantos. Me refiero a que es viejo comparado conmigo, que tengo veinticinco. De todas formas, da igual.

—Me llamo Jim —se presenta mientras extiende la mano para estrecharme la mía.

Ahora tengo que ser educada. Le doy la mano.

—Hola, Jim. Me llamo Emily.

Le brillan los ojos con picardía.

—Hola, Emily.

Tiene unos ojos de ensueño, grandes y azules. Podría sumergirme en ellos. Pero ¿por qué me mira así?

El avión empieza a moverse despacio y yo miro los auriculares y luego el reposabrazos. ¿Dónde los enchufo? Son de alta tecnología, como los que usan los youtubers pedantes. Ni siquiera tienen cable. Miro a mi alrededor. Parezco tonta. ¿Cómo los conecto?

—Van por Bluetooth —me interrumpe Jim.

—Ah —mascullo. Me siento tonta. Claro que van por Bluetooth—. Cierto.

—¿Nunca has ido en primera clase? —inquiere.

—No. Me han subido de categoría. Un chalado borracho ha tirado mi maleta por los aires. Creo que le he dado pena al chico del mostrador.

Le dedico una sonrisa torcida.

Se humedece los labios como si algo le hiciese gracia y da un sorbo al champán. No deja de mirarme. ¿En qué estará pensando?

—¿Qué? —le pregunto.

—A lo mejor el chico del mostrador pensó que eras preciosa y te subió de categoría para intentar impresionarte.

—No se me había ocurrido.

Doy un sorbo al champán mientras trato de disimular mi sonrisa. Qué cosas dice este hombre.

—¿Eso es lo que harías tú? —pregunto—. Si trabajaras en el mostrador, ¿subirías de categoría a las mujeres para impresionarlas?

—Por supuesto.

Esbozo una sonrisita.

—Impresionar a una mujer que te atrae es crucial —prosigue.

Lo miro fijamente mientras me esfuerzo para que mi cerebro no se pierda. ¿Por qué parece que está coqueteando?

—Y dime… ¿Cómo impresionarías a una mujer que te atrae? —pregunto, fascinada.

Me mira a los ojos.

—Ofreciéndole el asiento que hay al lado de la ventanilla.

Saltan chispas entre nosotros. Me muerdo el labio para que no se me escape una sonrisa tonta.

—¿Intentas impresionarme? —pregunto.

Me dedica una sonrisa lenta y sexy.

—¿Qué tal lo estoy haciendo?

Esbozo una sonrisita. No sé qué responder.

—Lo único que digo es que eres atractiva, ni más ni menos. No le busques más. Era una afirmación, no una pregunta.

—Ah.

Me quedo mirándolo. No tengo palabras. ¿Qué contesto a eso? Era una afirmación, no una pregunta. ¿Qué? No le busques más. Qué raro es este tío… pero qué bueno está.

El avión coge velocidad para despegar y yo me aferro a mis reposabrazos y cierro los ojos con fuerza.

—¿No te gustan los despegues? —pregunta.

—¿Tengo pinta de que me gusten?

Me estremezco mientras me agarro como si me fuera la vida en ello.

—A mí me encantan —responde con total naturalidad—. Me encanta la fuerza que sientes a medida que acelera. Cómo la gravedad te empuja hacia atrás.

¿Alguien me explica por qué todo lo que dice suena tan erótico?

Madre mía, necesito echar un polvo… ya.

Exhalo y miro por la ventanilla a medida que ascendemos más y más. No estoy de humor para que este chico se ponga lindo hoy. Estoy cansada, tengo resaca, voy hecha un cristo y mi ex es un capullo. Quiero dormir y no despertar hasta el año que viene.

Decido que veré una película. Echo un ojo a las opciones que aparecen en pantalla.

Jim se acerca y dice:

—Las grandes mentes piensan igual. Yo también voy a ver una peli.

Finjo una sonrisa. «Solo deja de ser tan sexy y de invadir mi espacio. Seguro que estás casado con una vegana a la que le van el yoga, la meditación y esas cosas».

—Qué bien —mascullo.

Tendría que haber ido en turista. Así, al menos, no habría tenido que respirar el aroma de este hombre tan guapo durante ocho largas horas sin sexo.

Deslizo las películas por la pantalla y luego hago una selección de lo que me gustaría ver.

Cómo perder a un chico en 10 días.

Orgullo y prejuicio.

Cuerpos especiales.

Jumanji… En esta sale la Roca, así que tiene que ser buena.

Notting Hill.

La proposición.

50 primeras citas.

El diario de Bridget Jones.

Pretty Woman.

Algo para recordar.

Magic Mike XXL.

Sonrío a la pantalla. He puesto todas mis favoritas en cola. Este vuelo va a ser una gozada. Aún no he visto la secuela de Magic Mike, así que podría empezar por esa. Miro a ver cuál ha escogido Jim. Justo sale el título.

Lincoln.

Buf, política. ¿A quién le divierte ver eso? Tendría que haber imaginado que sería un tío aburrido.

Cuando levanta la mano para tocar la pantalla, veo el reloj que lleva. Un Rolex enorme de color plata. Y encima está forrado.

Típico.

—¿Qué vas a ver? —me pregunta.

Ay, no. No quiero que piense que soy una pánfila.

—Aún no lo he decidido —contesto.

Vete por ahí. Quiero ver a tíos desnudándose.

—¿Qué vas a ver tú? —pregunto.

Lincoln. Llevo mucho tiempo queriendo verla.

—Qué rollo —digo.

Mi comentario le hace sonreír.

—Ya te diré.

Se pone los auriculares para ver la peli y yo vuelvo a desplazarme por mis opciones. Me muero de ganas de ver Magic Mike XXL. ¿Importa si mira? Qué vergüenza, no. Parezco una necesitada.

¿A quién quiero engañar? Estoy necesitada. Hace más de un año que no veo a un hombre desnudo.

Pongo La proposición. Cambiaré una fantasía por otra. Siempre he soñado con tener a Ryan Reynolds de asistente personal. Empieza la peli y sonrío a la pantalla. Me encanta esta película. Da igual cuántas veces la vea, siempre me río. Me parto con la abuela.

—¿Estás viendo una peli romántica? —me pregunta.

—Una comedia romántica —contesto.

Qué cotilla es este hombre, por Dios.

Sonríe como si fuese mejor que yo.

—¿Más champán? —pregunta la azafata.

Ojos Azules me mira.

—Va, es tu oportunidad para pedir lo que quieras.

Lo miro fijamente.

—Que sean dos, por favor.

—¿Qué te gusta de las comedias románticas? —pregunta sin dejar de mirar su peli.

—Que los hombres no hablan mientras veo una peli —le susurro a mi copa de champán.

Sonríe de oreja a oreja para sí.

—¿Qué te gusta de…? —Me callo porque ni siquiera sé de qué trata Lincoln—. ¿Las películas de política? ¿Que son un rollo?

—Me gustan las historias reales, independientemente del tema.

—Y a mí —replico—. Por eso me gustan las pelis románticas. El amor es real.

Ahoga una risa mientras bebe como si le hiciese gracia.

Lo miro.

—¿A qué viene eso?

—Las comedias románticas son lo más alejado que hay de la realidad. Seguro que también lees novelas románticas de pacotilla.

Lo miro sin emoción en el rostro. Creo que odio a este hombre.

—Pues sí. Y para que lo sepas, después de esta peli, voy a ver Magic Mike XXL para ver a tíos buenorros quitarse la ropa. —Enfadada, le doy un sorbo al champán y añado—: Y pienso pasarme toda la peli sonriendo, independientemente de lo que opines.

Se ríe a carcajadas. Su risa es profunda, fuerte y hace que note mariposas en el estómago.

Me vuelvo a poner los auriculares y finjo que me concentro en la pantalla. Pero soy incapaz: he hecho el ridículo y me he puesto colorada.

Se acabó la cháchara.

* * *

Dos horas después, me dedico a mirar por la ventanilla. La peli se ha acabado, pero su aroma sigue ahí. Me envuelve y me incita a pensar en cosas en las que no debería pensar.

¿Cómo huele tan bien?

No sé qué hacer para no parecer incómoda, así que decido que me echaré una siesta y que me pasaré las próximas horas durmiendo, pero antes tengo que ir al baño. Me levanto.

—Perdona.

Jim mueve un poco las piernas, pero no lo bastante para que quepa, por lo que tengo que pasar por encima de él. Me tropiezo y para no caerme, le pongo la mano en el muslo; es grande y robusto.

—Lo siento —tartamudeo avergonzada.

—No importa —dice, y sonríe con suficiencia—. En serio.

Me quedo mirándolo un segundo. ¿Eh?

—Hay una razón para que me comporte así.

Frunzo el ceño. ¿Qué significa eso? Salgo y voy al baño. Me paseo para estirar un poco las piernas mientras reflexiono sobre lo que ha dicho. Estoy perpleja, no se me ocurre nada.

—¿Qué has querido decir con eso? —pregunto mientras vuelvo a sentarme.

—Nada.

—¿Me has cedido tu asiento para que tuviese que pasar por encima de ti?

Ladea la cabeza.

—No, te he cedido mi asiento porque sabía que lo querías. Que hayas tenido que pasar por encima de mí ha sido un añadido.

Lo miro mientras me esfuerzo por responder. ¿Son imaginaciones mías? Los hombres ricos mayores que yo no suelen hablarme así… Para nada.

—¿Estás coqueteando conmigo, Jim? —pregunto.

Me obsequia con una sonrisa lenta y sexy.

—No sé. ¿Tú qué crees?

—He preguntado yo primero. Y no contestes a mi pregunta con otra pregunta.

Sonríe con suficiencia mientras vuelve a dirigir su atención a la pantalla.

—Ahora es cuando te tocaría coquetear a ti…, Emily.

Noto que me estoy poniendo roja de la vergüenza. Intento disimular mi sonrisa tonta.

—Yo no coqueteo. O me gusta un tío o no me gusta —digo.

—Ah, ¿sí? —indaga como si le fascinase—. ¿Y cuánto tardas en tomar esa decisión después de conocer a un hombre?

—Al instante —miento. No es verdad, pero voy a fingir que sí. Fingir seguridad en mí misma es mi superpoder.

—¿En serio? —susurra mientras la azafata pasa por nuestro lado—. Disculpe, ¿podría traernos dos más, por favor?

—Ahora mismo, señor.

Vuelve a mirarme a los ojos.

—Va, dime, ¿qué es lo primero que has pensado de mí?

Finjo que busco a Jessica.

—Es posible que necesites algo más fuerte para oír esto, Jim. Porque no te va a gustar.

Se ríe a carcajadas y yo lo miro sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.

—Tú.

—¿Por qué yo? —digo mientras frunzo el ceño.

—Por lo recta que eres.

—Como si tú no lo fueses, don «que sean dos».

Llegan nuestras copas y me pasa la mía sonriendo. No deja de mirarme mientras prueba la suya.

—¿Qué hacías en Londres?

—Buf —pongo los ojos en blanco—. He ido a la boda de una amiga, pero, si te soy sincera, desearía no haberlo hecho.

—¿Por?

—Me he encontrado a mi ex con su nuevo ligue, y él ha sido excesivamente cariñoso con ella para molestarme.

—Y le ha funcionado, está claro —añade mientras me señala con su copa.

—Mmm —mascullo, y doy un sorbo a mi bebida con cara de asco—. Solo un poco.

—¿Cómo es la chica?

—Rubia de bote, labios operados, tetas de silicona, pestañas postizas y bronceado de cabina. Vamos, todo lo contrario a mí.

—Mmm.

Me escucha con atención.

—Vamos, una barbie facilona.

Se ríe entre dientes.

—A todo el mundo le gustan las barbies facilonas.

Lo miro con cara de asco.

—Ahora es cuando tendrías que decir que los hombres odian a las barbies facilonas. ¿No sabes el protocolo que hay que seguir para entablar una conversación en un avión o qué?

—Es evidente que no. —Frunce el ceño mientras piensa en lo que acabo de decir—. ¿Por qué tendría que seguirlo?

Abro mucho los ojos para enfatizar mi razonamiento.

—Para ser amable.

—Ah, es verdad —accede, y me mira como si se dispusiera a mentir—. Emily, a los hombres les dan asco las barbies facilonas.

Sonrío mientras le hago un gesto con la copa.

—Gracias, Jim.

—Aunque… —hace una pausa—. Si la chupan bien…

¡Qué diantres!

Se me mete el champán por la nariz y me ahogo. Es lo último que esperaba que dijese.

—Jim —consigo balbucear mientras escupo el champán.

Se ríe mientras me pasa sus servilletas y me limpio la barbilla.

—Los hombres como tú no hablan de mamadas —exclamo entre toses.

—¿Por qué no? —pregunta, incrédulo—. ¿Y a qué te refieres con hombres como yo?

—Serios y ese rollo.

Me mira inexpresivo.

—Define «y ese rollo».

—Pues eso, mayores, ricos y mandones.

Le brillan los ojos. Está disfrutando con esto.

—¿Y qué te hace pensar que soy rico y mandón?

Exhalo de manera exagerada.

—Pareces rico.

—¿Por?

—Tu reloj sofisticado. El corte de tu camisa. —Le miro los zapatos—. Nunca he visto unos así. ¿De dónde los has sacado?

—De una tienda —replica, y se mira el reloj—. Y el reloj me lo regaló una antigua novia.

Pongo los ojos en blanco.

—Seguro que es vegana y le va el yoga.

Sonríe con suficiencia.

—Sé cuál es tu tipo de chica.

—No me digas —musita, y se acerca más a mí—. Por favor, continúa. Este análisis de personajes es fascinante.

Sonrío mientras la vocecilla de mi subconsciente grita que deje de beber.

—Doy por hecho que vives en Nueva York.

—Correcto.

—En un piso.

—Afirmativo.

—Y diría que trabajas en una empresa pija.

Sonríe; le gusta este juego.

—Puede.

—A lo mejor tienes novia o… —me interrumpo, y miro hacia abajo—. No llevas alianza; quizá le pongas los cuernos a tu mujer cuando viajas por trabajo.

Se ríe por lo bajo.

—Tendrías que dedicarte a esto. Qué precisión. Estoy asombrado.

A mí también me gusta este juego. Sonrío de oreja a oreja.

—¿Qué piensas tú de mí? —pregunto—. ¿Qué ha sido lo primero que has pensado cuando me has visto?

—Veamos… —Piensa en la respuesta—. ¿Quieres la versión políticamente correcta?

—No. Quiero la verdad.

—Vale. Bueno, en ese caso, me fijé en que tenías las piernas largas y un cuello esbelto. Un hoyuelo en la barbilla. Y que eres la mujer más atractiva que he visto en mucho tiempo, y cuando sonreíste, me puse de pie.

Sonrío con dulzura mientras el aire gira entre nosotros.

—Entonces hablaste… y lo arruinaste todo.

¿Qué?

Me echo a reír.

—¿Cómo que lo arruiné todo? ¿Cómo?

—Eres mandona y tienes un punto sarcástico.

—¿Y qué hay de malo en eso? —tartamudeo, indignada.

—Que yo también soy mandón y sarcástico —dice, y se encoge de hombros.

—¿Y?

—Pues que no quiero salir conmigo mismo. Me gustan las chicas dulces y recatadas, las que hacen lo que yo digo.

—Bah. —Pongo los ojos en blanco—. Las que limpian la casa y tienen sexo los sábados.

—Exacto.

Me río y choco mi copa con la suya.

—No estás mal para ser un viejo aburrido con zapatos raros.

Se ríe.

—Y tú no estás mal para ser una jovencita arrogante y sexy.

—¿Quieres ver Magic Mike XXL conmigo? —pregunto.

—Vale, pero que sepas que yo también fui stripper, así que esto no es nuevo para mí.

—¿En serio? —inquiero, e intento que no se me escape una sonrisa—. ¿Te mueves bien en la barra?

Me mira a los ojos.

—Mi trabajo en el poste es el mejor del país.

Saltan chispas entre nosotros. Tengo que concentrarme para que el alcohol no me haga decir alguna guarrada.

Toca la pantalla, le da a Magic Mike XXL y yo… sonrío de oreja a oreja. Este hombre es imprevisible.

No hay nada como volar en primera.

Seis horas después

—Vale, siguiente pregunta. El sitio más raro en el que lo has hecho —susurra.

Sonrío con suficiencia.

—No puedes preguntarme eso.

—Sí puedo. Lo acabo de hacer.

—Es de mala educación.

—¿Quién lo dice? —Mira a su alrededor—. Solo es una pregunta, y nadie nos oye.

Jim y yo nos hemos pasado el vuelo hablando, susurrando y riendo.

—Mmm —digo como si reflexionara en voz alta—. Esta es complicada.

—¿Por qué?

—Porque estoy pasando por un período de sequía. Ya casi ni recuerdo cómo era.

—¿Cuánto hace? —pregunta con el ceño fruncido.

—Pues… —Miro al techo mientras pienso—. Llevaré sin sexo… año y medio.

Me mira horrorizado.

—¿Cómo?

—Es patético, ¿no? —pregunto, y me estremezco.

—Mucho. Tendrás que esforzarte más. Son estadísticas muy malas.

—Lo sé —repongo, y me entra la risa tonta. Madre mía, qué pedo llevo—. ¿Y yo por qué te cuento esto? Solo eres un tío cualquiera al que he conocido en un avión.

—Que resulta que está muy interesado en el tema.

—¿Y eso por qué?

Se acerca para que no nos oigan las azafatas y me susurra:

—Alguien tan sexy como tú merece que se la follen tres veces al día.

Lo miro de hito en hito mientras me recorre un escalofrío hasta la punta de los pies. Un momento. Este tío es demasiado mayor para mí y no es mi tipo.

Me mira a los labios y el aire se carga de electricidad.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Nueva York? —pregunta.

Saca la lengua y se humedece el labio inferior a cámara lenta. Casi puedo sentirlo entre mis…

—Una tarde. Tengo la entrevista hoy a las seis, y luego tomaré el último vuelo —susurro.

—¿Y no puedes cambiarlo?

¿Por qué?

—No.

Sonríe con suficiencia mientras me mira; está claro que se imagina algo.

—¿Qué? —digo, y sonrío.

—Ojalá estuviésemos en un jet privado.

—¿Y eso por qué?

Vuelve a mirarme los labios.

—Porque acabaría con tu sequía y te iniciaría en el Miles High Club.

Me imagino subiéndome encima de él aquí y ahora.

—Es Mile High Club, no Miles —susurro.

—No, es Miles —me corrige, y sonríe al tiempo que se le ensombrecen los ojos—. Créeme, es Miles.

Algo se desata dentro de mí, y de pronto me apetece decirle algo raro y loco. Me echo hacia delante y le susurro al oído:

—Nunca he follado con un desconocido.

Inhala con fuerza sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Quieres follar con un desconocido? —murmura. Los dos estamos cada vez más calientes.

Lo miro fijamente. Esto no es propio de mí.

Este hombre me hace…

—No seas tímida. Si estuviésemos solos… —susurra, y hace una pausa para escoger sus palabras—. ¿Qué me darías, Emily?

Lo miro a los ojos. Tal vez sea el alcohol o la falta de sexo o saber que no lo volveré a ver en la vida… o que en el fondo me excitan estas cosas.

—A mí —susurro—. Me entregaría a mí misma.

Nos miramos a los ojos y, como si hubiese olvidado dónde estamos, se inclina hacia delante y me envuelve la cara con la mano. Qué ojos más azules. Su roce me excita de arriba abajo.

Deseo a este hombre.

Hasta el último centímetro de él.

—¿Una toalla caliente? —pregunta Jessica.

Nos separamos de un salto, avergonzados. ¿Qué pensarán de nosotros? Seguro que nos han visto coquetear descaradamente durante todo el viaje.

—Gracias —tartamudeo mientras acepto la toalla.

—Una ventisca está azotando Nueva York y vamos a sobrevolar la ciudad hasta que podamos aterrizar —nos informa.

—¿Y si no podemos? —pregunta Jim.

—Haremos escala en Boston y pasaremos la noche allí. Los alojaríamos en un hotel, por supuesto. Lo sabremos en los próximos diez minutos. Los mantendré informados.

—Gracias.

Se va a la otra punta del avión y, cuando ya no puede oírnos, Jim se acerca y me susurra:

—Espero que caiga la del quince.

Noto mariposas en el estómago.

—¿Y eso por qué?

—Tengo planes para nosotros —susurra con aire sombrío.

Lo miro mientras espero a que me vuelva a funcionar el cerebro. Me he puesto en plan calientabraguetas, pero yo en realidad no soy así. Es fácil ser valiente y descocada cuando piensas que no va a pasar nada. Estoy sudando. ¿Y quién me mandaría beber tanto? Mira que hablarle de mi sequía… Esas cosas no se dicen, boba.

—¿Otra copa? —susurra Jim.

—No puedo, tengo una entrevista de trabajo esta tarde.

—No creo.

—No digas eso —tartamudeo—. Quiero el trabajo.

—Buenas tardes, pasajeros, les habla el comandante —se oye por megafonía.

Cierro los ojos. Mierda.

—Con motivo de la ventisca que se ha desatado en Nueva York, pasaremos la noche en Boston. Pondremos rumbo a Nueva York mañana temprano. Disculpen las molestias que esto les pueda causar, pero su seguridad es nuestra prioridad.

Lo miro a los ojos y él me obsequia con una sonrisa lenta y sexy y arquea una ceja.

Ay, madre.

La escala

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