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Capítulo 3

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Madre mía.

Se pone de pie y avanza hasta mí para estrecharme la mano.

—Jameson Miles.

Es él, el tío con el que hice escala, el que no me pidió el número. Me quedo mirándolo. Se me ha frito el cerebro.

No me lo puedo creer. ¿Él es el jefazo?

—Emily, háblale de ti al señor Miles —me insta Lindsey.

—Ah —musito, distraída, y le estrecho la mano—. Me llamo Emily Foster.

Su mano es fuerte y cálida, y al instante recuerdo cómo me tocó. Aparto la mía como si me hubiera dado un calambre.

Me mira a los ojos con picardía, pero su rostro no trasluce emoción alguna.

—Bienvenida a Miles Media —dice con calma.

—Gracias —murmuro con voz ronca.

Miro a Lindsey. Madre mía, ¿sabrá que soy una guarra con la boca sucia que se tiró al jefe del jefe de nuestro jefe?

—Me encargo yo a partir de aquí. Emily saldrá en un momento —anuncia el señor Miles.

Lindsey frunce el ceño y me mira.

—Pero…

—Espera fuera —ordena.

Mierda.

—Sí, señor. —Se va zumbando hacia la puerta.

Nada más cerrarla, vuelvo mi atención a él.

Es alto, moreno y no existe una persona a quien le siente mejor un traje que a él. Sus ojos azules no abandonan los míos.

—Hola, Emily.

Nerviosa, retuerzo los dedos delante de mí.

—Hola.

«No te pidió el número. Mándalo a la mierda».

Alzo el mentón en actitud desafiante. Tampoco quería que me llamase.

Le brillan los ojos. Se sienta en el escritorio y cruza los pies. Le miro los zapatos. Recuerdo esos zapatos ostentosos y caros.

—¿Le has hecho un chupetón a algún pobre incauto que has conocido en un avión últimamente? —pregunta.

¡La madre que lo trajo! Se acuerda. Noto que me estoy poniendo roja. No puedo creer que hiciera eso. Mierda, mierda, mierda.

—Sí, anoche, precisamente. —Hago una pausa dramática—. En el vuelo a Nueva York.

Aprieta la mandíbula y enarca una ceja. No parece impresionado.

—Entonces, ¿no eres Jim? —pregunto.

—Para algunas personas soy Jim.

—Para tus rollos de una noche, querrás decir.

Se cruza de brazos como si estuviera molesto.

—¿A qué viene eso?

—¿A qué viene qué? —replico.

Vuelve a arquear la ceja. Me dan ganas de zarandearlo. Echo un vistazo a su lujoso y sofisticado despacho. Es excesivo. Desde aquí se ve toda Nueva York. En la sala de estar hay una barra llena hasta los topes, taburetes de cuero alineados delante y una mesa para reuniones. Un pasillo conduce a un baño privado y, más al fondo, se adivinan otras salas.

Se toquetea el labio inferior mientras me evalúa, y es como si me tocase de arriba abajo. Madre mía, qué guapo es. Durante este último año he pensado en él a menudo.

—¿Qué haces en Nueva York? —pregunta.

—Trabajar para Miles Media.

Se me pasa una idea por la cabeza y frunzo el ceño al recordar algo que me dijo entonces.

«Bienvenida al Miles High Club…».

Dios, y yo pensando que se refería al club de los que han practicado sexo en un avión… y resulta que se refería a las mujeres que se habían acostado con él.

Miles… Él es Miles… ¿Y hay un club?

Joder. El mejor polvo de mi vida fue solo un rito de iniciación para ingresar en un club de lo más sórdido.

Durante los últimos doce meses, el recuerdo de la noche que pasamos juntos ha sido algo especial que he atesorado con cariño. Este hombre despertó algo en mí que ni yo misma sabía que existía, y ahora me entero de que soy una de tantas. Qué decepción. Se me parte el alma. Tenso la mandíbula para no cantarle las cuarenta y hacerle el mismo daño que él me ha hecho a mí.

Cabrón.

Como no me vaya pronto, me van a acabar echando, y eso que solo es mi primer día.

—Me alegro de volver a verte —digo.

Finjo una sonrisa y, con el corazón a mil, me giro, abandono su despacho y cierro la puerta al salir.

—¿Ya estás? —pregunta Lindsey, y sonríe.

—Sí —contesto al tiempo que asiento con la cabeza.

Pasamos por recepción hasta llegar al ascensor y regresamos a mi planta.

—No te sulfures —me consuela Lindsey con ternura.

La miro con gesto inquisitivo.

—Es borde y desabrido, pero su mente no tiene parangón.

Igual que su miembro viril.

—Ah, vale —murmuro mirando el suelo—. Está bien saberlo.

—¿Te ha dicho algo?

—No —miento—. Ha sido muy educado.

Lindsey sonríe.

—Deberías sentirte una privilegiada. Jameson Miles no es educado con nadie.

—Vaya —digo frunciendo el ceño. Se abre la puerta y salgo corriendo para eludir la conversación—. Muchas gracias por enseñarme las instalaciones.

—De nada, y si tienes algún problema relacionado con recursos humanos, llámame de inmediato.

—Lo haré. —Le estrecho la mano. ¿Formar parte del club de tías a las que se ha cepillado Miles se considera un problema relacionado con recursos humanos?—. Muchas gracias.

Voy a mi mesa y, sin que me vean, abro el cajón y cojo el móvil.

—Ahora vuelvo.

Me encierro en el baño, me aseguro de estar a solas y busco «Jameson Miles» en Google.

Cierro los ojos mientras espero a que se cargue la información. El corazón me retumba. «Que no esté casado, por favor, que no esté casado…».

Esa duda lleva atormentándome todo este tiempo; esa y por qué ni siquiera fingió que quería mi número. Sentí que habíamos conectado, pero se calló algo. Y no sé por qué, luego intuí que estaba casado… o que tenía novia.

Lo que me convierte en una guarra. Nunca he estado con un tío que tuviese pareja, y las mujeres que lo hacen de forma consciente me dan asco.

De haber sabido que no podría sacármelo de la cabeza, no me habría acercado a él aquella noche.

«Jameson Grant Miles es un empresario e inversor estadounidense. A sus treinta y siete años, Miles es el hijo mayor del magnate de la comunicación George Miles hijo y el nieto de George Miles. En 2012 se hizo con el control del imperio familiar, Miles Media Holdings Ltd., y heredó las inversiones en televisión, cine y varias empresas más. Es el expresidente ejecutivo de Publishing and Consolidated Media Holdings, que posee intereses en una amplia gama de plataformas, y el expresidente ejecutivo de Netflix.

En mayo de 2018, se estimó que el patrimonio neto de Miles ascendía a los cinco mil millones y medio de dólares, lo que lo situaba entre los cien estadounidenses más ricos del mundo junto con sus tres hermanos».

Arrea. Sigo.

«Vida personal. Celoso de su intimidad, siente predilección por las mujeres hermosas. Entre 2011 y 2015, salió con Claudia Mason. Se desconoce si ha tenido pareja desde entonces».

Me pongo la mano en el pecho y suspiro de alivio. Menos mal. Hago clic en el enlace de Claudia Mason. ¿Quién es? Me salen un montón de imágenes y siento que la seguridad en mí misma se va por el desagüe.

«Claudia Mason (treinta y cuatro años) es una empresaria inglesa y un icono de la moda.

Mason es una periodista británica. Es la jefa de redacción de la edición británica de la revista Vogue, así como la editora más joven de la historia de esta edición. Tomó las riendas de Vogue en 2014. Mason es una de las voces más citadas del país en cuanto a tendencias. Además de trabajar para Vogue, Mason ha escrito artículos para Miles Media y ha publicado diez libros.

Vida personal.

Mason es la mayor de cinco hermanos y es hija del político francés Marcel Angelo.

Estuvo prometida con el heredero mediático Jameson Miles, con quien salió de 2011 a 2015, pero, según ella, la relación terminó a causa del trabajo de ambos y de sus compromisos en diferentes partes del mundo. Actualmente, sale con Edward Schneider, un abogado que reside en Londres».

Prometida… ¿Estuvieron prometidos?

Exhalo con pesadez y cierro la búsqueda con cara de asco. Pues claro que salieron juntos.

Me estoy deprimiendo. Por Dios, es la editora de la edición británica de Vogue. No puedo competir con eso. He tardado tres años enteros en conseguir un puesto de poca monta en Miles Media. Me lavo las manos y me atuso el pelo delante del espejo. Tampoco es que importe.

Tengo novio, y Jameson Miles no significa nada para mí. Vuelvo a mi mesa hecha una furia. Noto un fuego en el estómago. Tampoco es que lo vaya a ver en la oficina. Me desplomo en mi asiento.

—¿Qué tal la visita? —pregunta Aaron.

—Bien. —Sonrío mientras abro mi bandeja de entrada.

—¿Has ido hasta arriba?

—Sí.

Echo una ojeada a los tropecientos mil correos que me han llegado en las dos horas que he estado fuera. Madre mía, qué montón de noticias.

—¿Y cómo son los despachos? —inquiere Aaron—. Son otra historia, ¿no? Con su mármol blanco ahí…

Me humedezco los labios en un intento por aparentar normalidad.

—Sí.

—No llegué a ver los despachos de los jefes cuando empecé —dice Molly—. No recibía visitas aquel día.

La miro.

—Yo entré pero no estaba —interviene Aaron.

—¿Quién? ¿Jameson, dices? —pregunto como si la conversación no fuera conmigo.

—Sí. ¿Lo has visto?

—Sí —digo, y abro un correo—. Lo he conocido.

Y me lo he tirado unas cuantas veces.

—¿Ha sido un cerdo asqueroso? —pregunta Molly, frunciendo el ceño—. La gente le tiene un miedo que no veas.

—No, ha sido majo. He estado en su despacho. Parecía majo.

—¿Has estado en su despacho con él? —pregunta Aaron frunciendo el ceño.

—Sí —respondo, y sigo escribiendo.

«Dejad de hablar de él, por favor».

—¿Qué planes tenéis para esta noche? —pregunta Molly—. Los niños se quedan con su padre y yo me voy a poner ciega a pizza y cerveza. A la mierda la dieta y el gimnasio.

—Me apunto —dice Aaron.

—¿En serio? —inquiero con una sonrisa.

No me puedo creer que me propongan salir el primer día.

—Claro, ¿por qué no? ¿Tienes otra cosa que hacer? —pregunta Molly.

—Teniendo en cuenta que sois las únicas personas que conozco en Nueva York, ¿qué otros planes podría tener? —respondo encogiéndome de hombros, feliz de la vida.

—Pues a comer y beber se ha dicho —exclama Molly sin dejar de teclear.

Estoy leyendo los correos pendientes cuando veo que uno es de Jameson Miles.

¿Cómo?

Miro a mi alrededor con sentimiento de culpa y lo abro. Seguramente será el típico mensaje de bienvenida que se le envía a todo el mundo.

Emily:

Preséntate en mi despacho mañana a las ocho en punto para una reunión privada.

Diles a los de seguridad que te he citado yo. Te llevarán a mi planta en un momento.

Jameson Miles

Director ejecutivo de Miles Media

Nueva York

—¿Pero qué es esto? —susurro.

—¿Eh? —pregunta Molly.

—Nada —tartamudeo mientras minimizo la pantalla.

Mierda. ¿Qué pretende? «Hazte la tonta».

Le contesto.

Estimado señor Miles:

¿Le gustaría que fuese con mis compañeros?

Emily

Doy golpecitos a la mesa con el boli y, nerviosa, echo un vistazo a mi alrededor mientras espero a que conteste.

Emily:

No. No quiero ver a tus compañeros ni quiero que le hables a nadie de nuestra reunión.

Esta reunión es privada.

Jameson Miles

Director ejecutivo de Miles Media

Nueva York

Abro mucho los ojos. Ay, madre. ¿Cómo que «privada»? ¿Qué rayos significa eso?

Me pellizco el puente de la nariz. A mí también me hacen falta una buena pizza y un trago de cerveza. Ojalá fuesen ya las cinco.

* * *

El bar es un hervidero de actividad y hay mucho ruido, pero a duras penas soy capaz de borrar la sonrisa tonta que se me pone al ver a la gente que acaba de salir del trabajo. Estoy sentada en un banco con Molly y Aaron en un bar deportivo, y me siento superneoyorquina.

Es lunes por la noche, he salido y me parece estar con lo mejor de lo mejor.

—Yo solo digo —masculla Molly mientras mastica su pizza— que si te has pasado todo el fin de semana sin verlo y a él le resulta indiferente, hay un problema.

—A lo mejor estaba liado —se mofa Aaron.

—A lo mejor es idiota —resopla Molly.

Estamos hablando del nuevo novio de Aaron y, no sé por qué, me siento lo bastante cómoda como para levantarle el ánimo contándole mi situación.

—Pues a ver qué os parece esto. —Trago y añado—: A ver quién es más idiota. Estoy saliendo con el tío por el que llevo colada desde que tenía trece años. Una estrella del fútbol que solo se interesó por mí cuando se lesionó. Estuvimos unos cuantos meses muy bien, pero luego le entró una crisis existencial. —Le doy un trago a mi cerveza—. No ve más allá del fútbol. Está en el paro y no tiene un objetivo en la vida. Vive en el garaje de sus padres y se cargó su coche hace poco. —Meneo la cabeza en señal de fastidio y saco el móvil del bolso—. No quiere venir a vivir conmigo porque no le gustan las ciudades bulliciosas. No me ha llamado esta mañana para desearme suerte, y ahora son —Miro el reloj— las diez menos veinte y ni siquiera se ha molestado en llamar para ver qué tal me ha ido el primer día.

Gimen horrorizados.

—¿Qué demonios haces con él? —exclama Aaron con una mueca.

Pongo los ojos en blanco mientras doy un trago a mi cerveza y me encojo de hombros.

—Yo qué sé.

Se ríen entre dientes.

—Yo solo quiero echar un polvo como Dios manda —suspira Molly—. Cada vez que veo a alguien que me llama la atención, estoy con los niños y no puedo lanzarme.

Frunzo el ceño.

—¿No quieres presentarles a ningún hombre?

—¡Quita, quita! Si ya les están haciendo la vida imposible a su padre y a su novia.

Aaron se ríe como si recordara algo.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Molly sonríe con suficiencia.

—Son más malos los dos…

Me da la risa tonta.

—¿Qué edad tienen?

—Mischa tiene trece y Brad, quince —explica Molly—. Y se han propuesto amargarnos la existencia a no ser que volvamos a estar juntos.

—¿Y eso? —inquiero, y me río.

—A Brad lo han expulsado dos veces este curso, y Mischa se me está descarriando también. Hace unos fines de semana, se fueron a dormir con un amigo a casa de su padre mientras él y su novia salían a cenar.

Frunzo el ceño a medida que escucho.

—Se emborracharon con el minibar de su padre y le rajaron las bragas a su novia.

Aaron se echa a reír y yo la miro horrorizada.

—Y… —Hace una pausa y le da un trago a su bebida—. Cuando su padre les preguntó al respecto, dijeron que se le habían podrido las bragas porque su vagina estaba contaminada.

Me parto de risa.

—No te creo.

Ella menea la cabeza con fastidio.

—Ojalá fuese una broma.

Aaron echa la cabeza hacia atrás y se ríe.

—Eso es un clásico. ¡Qué malvados! Me encantan.

—No, es una pesadilla —replica Molly sin emoción en la voz.

—¿Por qué te divorciaste? —pregunto.

—Pues no lo sé, la verdad. —Se lo piensa un momento—. Se nos apagó la llama. Trabajábamos mucho y acabábamos reventados, así que nunca teníamos ganas de sexo. Y entre los niños, la hipoteca… —Se encoge de hombros—. No salíamos por la noche ni éramos atentos el uno con el otro. No sé el momento exacto en el que acabó todo. Nos distanciamos y punto.

—Qué pena —digo, y suspiro.

—Me contó que había conocido a una chica en el trabajo. No habían pasado a mayores, y me dijo que me lo contaba porque quería luchar por nosotros y volver a lo que teníamos antes.

—¿Y no luchaste? —pregunto.

—No —suspira con tristeza—. Ni yo ni él. Nos fuimos cada uno por su lado. En ese momento fue muy duro. —Reflexiona unos segundos—. Ahora me arrepiento. Es un buen hombre. Y en retrospectiva, creo que muchos de los problemas que teníamos eran culpa de la edad. Mantener encendida la llama era cosa de los dos, pero no nos dimos cuenta hasta que fue demasiado tarde. —Sonríe con dulzura—. Somos muy buenos amigos.

Mmm… Guardamos silencio.

—Menos mal que tienes unos hijos que le rajan las bragas a tus rivales —dice Aaron con una sonrisa.

Nos reímos todos a carcajadas.

—Que tiene la vagina contaminada. ¿De dónde habrán sacado eso?

* * *

Me pruebo el vestido negro por encima y me miro en el espejo. Mmm… Lo dejo con la percha sobre la cama. Me pruebo la falda y la chaqueta grises.

¿El negro?

Mierda. ¿Qué narices te pones cuando quieres estar sexy sin que parezca que quieres ir sexy? Son las once y aquí estoy, decidiendo cómo iré a la reunión de mañana con el señor Miles. ¿Para qué querrá verme?

Creo que iré con el vestido negro. Lo pongo en la silla. Cojo los zapatos de charol y los coloco debajo del vestido. ¿Qué pendientes? Mmm… Aprieto los labios mientras me lo pienso. Perlas. Sí, al contrario que los dorados, las perlas no gritan «fóllame». Las perlas son pendientes apropiados para ir a trabajar.

Bien.

Me lavaré el pelo y me lo rizaré por la mañana. Me miro en el espejo y me hago una coleta alta. Sí, una coleta alta. Le gustan las coletas altas. «Para».

Me siento en el borde de la cama y echo un vistazo a mi pisito. Solo tiene un dormitorio y está en la planta treinta. Es pequeño y pintoresco, pero a la vez es moderno y el edificio es bonito. No es a lo que estoy acostumbrada; esto de vivir sola y salir a tomar algo un lunes por la noche me resulta muy ajeno. Cojo el móvil y leo los mensajes. Mis tres mejores amigas me han escrito esta noche para ver qué tal me había ido el día. Mi madre también. En cambio, Robbie no.

Me invade una oleada de tristeza. ¿Qué nos pasa? A lo mejor debería llamarlo. Al fin y al cabo, la que se ha ido soy yo. Marco su número. Da señal. Al cabo de un rato, lo coge.

—Eh.

—Hola —digo con una sonrisa—. ¿Qué tal?

—Aquí, durmiendo —masculla—. ¿Qué hora es?

Me cambia la cara mientras miro la hora.

—Perdona.

—No pasa nada. Mañana te llamo.

Se me cae el alma a los pies.

—Vale. —Hago una pausa—. Perdón por despertarte.

—Adiós.

Y cuelga.

Exhalo con pesadez.

—El primer día muy bien, gracias por preguntar —mascullo.

Con el corazón dolorido y el estómago revuelto, me meto en la cama y sonrío en la oscuridad al recordar mi noche con Jim.

He pensado en él muchas veces cuando estoy sola por la noche. Sin ninguna duda, el mejor polvo de toda mi vida. Pero tampoco hace falta que se entere nadie; con saberlo yo me basta y me sobra. Y mañana lo voy a ver. Noto retortijones en el estómago. A ver qué me dice.

La escala

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