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Tu participación es un camino
ОглавлениеMi participación en la Eucaristía es un camino, es un proceso. Es el camino de irse abriendo a Dios, porque en la Eucaristía Dios desea comunicarme sus gracias redentoras. Este es un camino particular, porque está condicionado por mi estado psicológico, por el estado de mi alma, por mi disposición para recibir la gracia. Este camino mío está entrelazado por el camino de Dios que desciende sobre mí, no solo durante la celebración litúrgica, sino también en toda mi vida.
Hay que pasar por el camino de la conversión interior para que cambie mi visión del mundo; para que al mirar la misma imagen, la mire de manera diferente.
Parece como si este camino de fe estuviera marcado por una extraña paradoja –cuanto más necesito de esta fe, tanto menos la veo en mí; cuanto más estoy convencido de que es imprescindible para mí, tanto menos sé dónde buscarla–. Y, a decir verdad, es difícil asombrarse por ello ya que la fe es una dimensión nueva de la vida. Y es algo muy difícil porque, de hecho, no pertenece al orden de la naturaleza, es una dimensión divina en mí.
La realidad visible se me impone con una fuerza tal, como si quisiera doblegarme para que me olvide de la realidad invisible. Toda la temporalidad crea unas condiciones tales, que con dificultad se me ocurre pensar en la existencia de un mundo diferente.
Observo el mundo que tú creas incesantemente y, al mismo tiempo te escondes de una manera tan perfecta. Tu poder creador, que me parece que desde el punto de vista humano, las cosas creadas surgieron por sí mismas. Así sucedió con el pueblo elegido, al que condujiste por el desierto; lo rodeaste con el constante milagro del maná que caía para preservar del hambre a aquellos a quienes amas. Diste de beber a este pueblo con agua de una piedra, derribaste los muros de Jericó. Fuiste tú quien conquistaste para él la tierra prometida. Pero precisamente en el contexto de estos milagros que el pueblo elegido fue convenciéndose de que no te necesitaba, de que había realizado todo con su propia ingeniosidad y fuerza. A la primera ocasión te abandonó para servir a un ídolo que se encontró.
¿No ocurre de igual manera conmigo? Tú siempre actúas, pero escondiéndote de una manera tan perfecta, que a mí me parece que esa gracia no existe. Amas tanto mi libertad, es tanto lo que no soportas que se le presione, que nadie sabe esconderse mejor que tú. Con cuánta frecuencia me apropio de tu gracia, porque esta actúa de una forma tan perfecta, se esconde tan perfectamente, que no la percibo. Solo a la luz de la fe puedo ver que tú siempre actuaste y actúas.
Tú quieres –cuando los sentidos y la razón nada me dicen– que pida, incluso que suplique la gracia de la fe creciente. Quieres que gracias a esa luz, intente ver –como en Fátima– al ángel que es todo adoración ante aquello que tiene lugar en el misterio eucarístico. Algo de esa adoración suya debería llegar hasta mí, impregnarme porque, de hecho, tú, Señor, eres digno de esa gloria infinita, tú que eres la infinitud.
Si con la fe no veo a Dios sobre el altar, no puedo aceptar esa situación. Tengo que clamar: «¡Señor, que vea!». Entonces está bien. Como aquel ciego de Jericó, no puedo permanecer indiferente ante el misterio que adora con tanto respeto el ángel, como si quisiera decirme por medio de esa aparición: Intenta hacer lo mismo. Por lo menos inténtalo. De hecho nunca serás un ángel y no serás capaz de adorar así a Dios en la Eucaristía. Pero por lo menos inténtalo.
Creer es muy difícil, pero es gracias a la fe que puedo descubrir a este Dios maravilloso que se revela y al mismo tiempo se esconde de manera tan perfecta. Ama, pero yo no veo su amor. Estoy desesperanzado, pero sin fe yo sé que, no obstante, Él está a mi lado tan cerca para salvarme y que no necesito tener miedo de nada. Este camino por el que voy hacia ti es admirable. Porque tú me precedes y haces que yo siga tus huellas que, al caminar, dejaste precisamente para mí.