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Prólogo

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CARDENAL STANISLAW DZIWISZ, ARZOBISPO METROPOLITANO DE CRACOVIA

A diferencia de muchos otros libros sobre la Eucaristía, la temática de El misterio de la fe se concentra alrededor de la apertura del hombre a este sacramento, es decir, alrededor de la disposición para recibir las gracias que fluyen de él. La Eucaristía actúa tanto por el poder de Dios mismo (ex opere operato), como también por la cooperación del hombre (ex opere operantis).

La salvación, que ya se consumó en Jesucristo, aún tiene que actualizarse plenamente en cada uno de nosotros. Cristo nuestro Señor se hace verdaderamente presente sobre el altar precisamente para que su obra salvífica se pueda ir realizando en nosotros. El sacramento de la Eucaristía, válido y fructífero, es un acto de Cristo mismo, pero unido al acto del cristiano. Sin la cooperación con la gracia, que conduce al crecimiento de la fe, la santa Comunión no será fructífera.

En los libros que hacen referencia a la Eucaristía, se habla por lo general del acto de Cristo, de la obra que Él mismo realiza por el poder del Espíritu Santo y de las propias palabras pronunciadas por el ministro (ex opere operato). En virtud de estas palabras, Dios vivo se hace presente en el altar. Sin embargo, los frutos de su presencia redentora dependen de la disposición, tanto de aquel que preside, como también de aquel que recibe la Eucaristía (ex opere operantis). Las gracias que fluyen de la presencia real de Cristo no penetran a la fuerza en el interior del hombre. «Estoy a la puerta y llamo», dice Dios (cf Ap 3,20). Él nunca entra sin ser invitado.

Qué hemos de hacer entonces para que el Señor, que viene bajo las formas del pan y del vino, encuentre las puertas abiertas. Qué obstáculos hay que quitar. Precisamente El misterio de la fe, de una manera extraordinariamente profunda y a la vez sencilla, enseña cómo abrirse a la presencia de Dios vivo en el altar y en el sagrario; qué hacer para no oponer resistencia a la gracia.

Hay que estar vacío para ser llenado. Hay que estar hambriento para ser saciado.

El misterio de la fe permite ver si realmente tenemos hambre de Dios, hambre de la Eucaristía. Nos apremia a intentar entablar un contacto más profundo con este sacramento de Fe y Amor. De hecho, este sacramento es siempre Amor de Cristo, que actúa de manera infalible, que desea derramarse sobre el hombre. Pero es tan fácil cerrarse a este Amor. Y, entonces, además de que no recibimos la gracia, puede suceder algo peor, que –como dice san Pablo– al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, comamos y bebamos nuestro propio castigo (cf 1Cor 11, 29).

La lectura de El misterio de la fe abre un espacio más profundo de contacto con Dios vivo. Para descubrir lo extraordinario de este libro, no basta con leerlo, es necesario orar con él. Su riqueza interior asombra. Para el hombre de hoy, extraviado en la temporalidad, este libro puede convertirse en un extraordinario tesoro espiritual. Quizá sea una sacudida para aquellos cuyo contacto con el más santo de los sacramentos tal vez ya desde hace tiempo se ha vuelto algo trivial por la rutina.

«La presencia de Jesús en el sagrario –escribe Juan Pablo II1– ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón». El misterio de la fe ha de ayudar al hombre contemporáneo a relacionarse con el Santísimo Sacramento con fe creciente y, en definitiva, a enamorarse de Dios hasta tal punto que escuche el «latido» del Corazón de Jesús en la Eucaristía.

Deseo de todo corazón a los lectores que este libro –de acuerdo con el deseo del autor– pueda ayudarles a rendir un homenaje más profundo y a amar con mayor profundidad a Aquel que, en su inconcebible amor, viene todos los días al altar y permanece con nosotros en el sagrario.

El misterio de la fe

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