Читать книгу El misterio de la fe - Tadeusz Dajczer - Страница 9

La fe que expresa respeto

Оглавление

Cruzo el umbral de la iglesia, y lo hago de manera mecánica, casi a la carrera, igual que cuando ando por la calle o me bajo del coche; de igual forma a como cruzo el umbral de la casa, de la tienda, del lugar de trabajo. Y quizá no se me ocurre pensar que estoy cruzando el umbral del templo de Dios. Cuando cruzo de esta forma el umbral de la iglesia, más bien no estoy pensando que eso ya es el resultado de una secularización más o menos grave, de una laicización que me ha penetrado más o menos. Por eso también mi preparación, esa decidida preparación para el milagro que tendrá lugar sobre el altar, debería comenzar ya cuando estoy cruzando el umbral del templo.

Al inicio de la santa Misa, a veces escapa a mi atención el acto de contrición. Suele suceder que llegue tarde y que no lo valore lo suficiente. Pero, de hecho, en este acto está presente Dios con su gracia, que quiere derramarse a la medida de mi humildad1. Porque la humildad crea el espacio para las gracias eucarísticas. Si llego tarde, ¿acaso no pierdo estos dones inestimables?

Después de los ritos iniciales comienza la liturgia de la palabra, pero ¿acaso ella me concentra? Porque tal vez conozco aquello que escucho, sobre todo los textos del Evangelio, o también puede que me parezcan difíciles los textos del Antiguo Testamento o las Cartas apostólicas; por lo tanto, quizá nuevamente la gracia no llega hasta mí. Porque si he respondido de manera mecánica «Te alabamos, Señor», probablemente no es posible que este sea un acto de fe consciente, de que lo que acabo de escuchar realmente haya llegado a ser para mí palabra de Dios. ¿Acaso esa palabra no fue escrita hace mucho tiempo? No, es una palabra que es sembrada ahora en mi corazón.

Se trata de que tome conciencia de que la celebración eucarística va ascendiendo hacia Dios de manera gradual, va ascendiendo cada vez más hacia lo que ha de suceder sobre el altar. Cuando comienza la liturgia eucarística, tal vez no tomo conciencia de que, junto con el prefacio, me voy acercando hacia ese momento central, cuando Dios en la Eucaristía se hace REALMENTE PRESENTE sobre el altar. Aparece ese momento central cuando el sacerdote se inclina y comienza a pronunciar despacio, con solemnidad, las palabras de la consagración. «Quien participe en la Eucaristía orando con fe tiene que sentirse profundamente conmovido en el instante en el que el Señor desciende y transforma el pan y el vino, de tal manera que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre»2.

¿Acaso me doy cuenta, con una profundidad cada vez mayor, de que por el poder del Espíritu Santo y de las palabras de Cristo se realiza el mayor milagro del mundo? En ese momento me arrodillo y tal vez se escapa a mi atención el hecho de que el gesto mismo de doblar las rodillas es una forma singular de oración de adoración. De hecho, este gesto ha de hacerme físicamente pequeño, para que este signo litúrgico de ponerme de rodillas pueda hablarle a mi conciencia, engendrar un acto de fe cada vez más profundo.

Fátima no es solo una aparición mariana sino también un extraordinario mensaje incluido en las visiones eucarísticas. La gran Hostia desde la cual caen gotas de Sangre al cáliz. El ángel, potente en su poder, profundamente inclinado, todo él, ante la sacratísima Hostia, toca la tierra con la frente en un acto del más profundo respeto. Todo él es adoración. Los niños de Fátima, estremecidos por la fuerza de la presencia Divina –tan intensa, que casi los consume y aniquila por completo–, reciben el sacratísimo Cuerpo de Dios. El poder de la influencia de la majestad de Dios presente en la Eucaristía permanece por largo tiempo, y de una forma tan intensa, ¡que los niños quedan como privados del uso de sus sentidos!3.

Cuando tomo conciencia de todo esto, me faltan palabras para expresar de qué manera tan miserable rindo homenaje de alabanza –si es que rindo alguno– a la majestad de Dios, que desciende sobre el altar. Alguien REALMENTE PRESENTE, que gobierna el destino de este mundo. Alguien que es el Alfa y la Omega de la historia del hombre, que quiere comunicárseme en una medida que jamás podré comprender. Este Dios, adorado por destacamentos de ángeles, viene a mí como Amor, el Redentor, el eucarístico, para darme todo. Para cautivarme con Él de tal manera que ya no quiera, ni siquiera yo, que estoy tan sumergido en este mundo, otra cosa, solo ese Amor eucarístico.

El misterio de la fe

Подняться наверх