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Prólogo


Nos internamos en la indagación profunda de este libro, ecléctico, desafiante; nutrido por ensayos, poesía e imágenes. Desde el paratexto, su título y dibujo, imbuidos de alta significación alegórica, nos invitan a captar la interpretación cultural del símbolo, su propia intelección; sugieren y son clave de unidad de todos los textos.

En la portada, diseñada por Henry Chicago, aparece la imagen del médico veneciano llevando un murciélago en el extremo de su vara, animal con carácter ambiguo que tiene significaciones contradictorias. En este caso pensamos en un mamífero cuya honra ha quedado manchada por su vinculación con la pandemia que nos azota. Todo en el grabado nos lleva a sentir una suerte de amenaza; las manos del médico veneciano con dedos ajenos a la forma humana, el pico íbico del animal que nos remonta a las aves sagradas del antiguo imperio egipcio; pico de extraordinario poder carroñero. La imagen está sobre un fondo rojo-vino; sabemos que hay una simbología cromática que es de las más universalmente conocidas y conscientemente utilizadas, en liturgia, alquimia, arte y literatura en este caso. La relación de un color y el símbolo al que representa es capaz de sugestionar el pensamiento humano; de tal manera, que ese rojo nos lleva a pensar en la sangre palpitante y el fuego. Es el color de los sentidos vivos, ardientes, pero también nos lleva a pensar en el contexto del corpus de este libro: en la herida, la agonía, la sublimación.

Y es entonces que aparece el fantasma del miedo omnipresente y la necesidad de deconstruirlo, entender sus particularidades, pero también el sustrato común. Debemos encararlo como humanidad y como sociedad, es decir, hacerlo reflexivo, hoy más que nunca, tarea que tiene hondas implicancias sociales, sanitarias y políticas. Esto nos lleva a estar capacitados para analizarlo, entenderlo y mediante la cavilación, eliminarlo.

Nos parece relevante mencionar que, en el capítulo Rastros y rostros de las pandemias, no solo tenemos la imagen del antiguo médico, sino que parece estar interactuando con un médico del hoy, debidamente protegido según protocolos, quien sostiene un globo terráqueo. Sin duda, en clara alusión al alcance de la pandemia.

En el capítulo Los círculos del infierno, episodio Del miedo a la paranoia, el autor nos acerca con erudición en el lenguaje que refleja un notable background literario y cultural, a reconocidos pintores, filósofos, escritores, músicos, conceptos mitológicos, religiosos, el arte rupestre que surge entre otras menciones, en su referencia a la protección del Indalo, dios del arcoíris que se tallaba en los hogares como amparo contra los maleficios.

Theodoro Elssaca, también sufre desde la pluma, su dolor diferente y único lo expresa con multiplicidad de ejemplos que dan cuenta de la profundidad de sus estudios, del bagaje riquísimo que ha obtenido a través de sus muchos viajes y sus experiencias de la época europea, o habitando por años lugares recónditos, plenos de historia de la humanidad.

En su indagación, reivindica el valor de la vejez; a modo de ejemplo nos remitiremos al comentario que le fuera dedicado por el antipoeta Nicanor Parra en el año 2002 y que dice así: “Theodoro: Gracias por acordarse de los viejos”; su firma y, debajo, tres llamativas cruces que, según palabras de nuestro autor, hacen referencia a Las Cruces, lugar costero donde vivió el brillante intelectual chileno en sus años postreros. En efecto, esa franja etaria tantas veces menospreciada, o sometida a malos tratos por parte de la sociedad actual, es redimida por Elssaca quien se refiere a ella con una frase de indiscutible realismo: La dignidad erudita del viejo está encarnada en los grandes autores que nos precedieron [...]; y nos habla de esos dos grandes opuestos complementarios que son la vida y la muerte, lo efímero y cíclico de nuestro paso por este mundo, el renacimiento según antiguas religiones filosóficas, puesto en palabras mediante la mención de la rueda del Samsära.

En Nuestro viaje al fin de la noche, hay expresiones que nos muestran la denuncia que se asoma clara en la pregunta: ¿Hay alguien a cargo de todo esto?, junto con una evidente demonización. Usa la personificación para referirse al virus, nos hace cómplices involucrándonos en un plural inclusivo [...] esto es una guerra biológica[...] y somos víctimas de traición.

Nos conmueve, nos inquieta, nos lleva a sentir su propia desesperanza y vacilación cuando dice en Manifiesto entre sarcófagos: nos llega como un dardo la noticia que nos deja temblando, y luego la ausencia y su halo silente de misterio. Aparejado al signo pálido de la mortaja. Y me pregunto ¿volverá a despuntar el alba? Tras el dolor, la sentencia efectiva de la muerte, pero no deja las puertas de la esperanza cerradas por completo cuando nos evidencia la posibilidad de otro amanecer. Equipara el agudo sufrimiento con el naufragio, el hundimiento definitivo. Según Nietzsche: Vivir para desaparecer.

En Preguntas al borde abismo, nos sorprenden una serie de preguntas retóricas o erotemas, bellas figuras literarias que reafirman su propio punto de vista, a la vez que nos incentivan a la reconsideración de temas de marcado corte existencial; de ahí que las consideramos figuras de pensamiento. Citamos: [...] ¿Podrá uno salirse del camino? ¿Cambiar el rumbo de la travesía? ¿Morder el borde impreciso de la báscula que pesa las almas? [...].

Las alegorías, esas sentencias por semejanza, surgen también en los grabados y otras imágenes. Se hacen presentes mientras transitamos las páginas del libro, como la de Caronte, el barquero de Hades guiando las almas errantes.

Guardián redentor, plantea una exhortación mediante la frase imperativa, avasallante: ¡Señoras y señores, abran sus paraguas para protegerse [...]! Nos remite a pensar que su mano estaba guiada por un marcado sentimiento de indignación y por la inminente necesidad de hacernos reaccionar ante lo fatídico.

En La memoria de la tierra, se fusionan el ayer y el hoy en el planeta que parece haberse desembarazado de la mano exterminadora del hombre. Nuevamente, en este episodio, surge la pregunta retórica que nos conmina al pensamiento reflexivo: ¿No sería más sensato superar la derrota contaminante? [...].

Hay un recelo que se apodera de los textos y nos exige no mantenernos incólumes ante las crueldades provocadas por este “asesino”, según el decir del escritor. No podemos quedarnos al margen de sus especulaciones, hay un compromiso inherente al corpus íntegro del libro que nos hace tomar partido, recapacitar, comprometernos, ser lectores partícipes, cuando nos interpela de esta forma: Es sospechosa esta cosa infecta. ¿Una guerra programada?

Pictórica olla común nos remite al género epistolar al mencionar las cartas que Theo envía a su hermano Vincent Van Gogh. El autor de este libro, Theo Elssaca, es un amante, conocedor y cultor del arte pictórico y nos conduce a Los comedores de patatas, cuadro de Vincent del que hace una fuerte referencia y que surge desde uno de sus poemas: “El silencio del pan” dedicado a Clotario Blest Riffo. Emerge de él una melodía ceremonial de honor al pan, alimento del cuerpo y el alma, símbolo de perpetuación y fecundidad. Como en un ritual, nos comparte su pan: [...] Te sentarás a mi lado / repartiremos el pan, / en silencio.

Descendí las escaleras es un prisma melancólico por el que deambulan la casona de la infancia, los muertos recordados junto al aroma de los azahares. Con su palabra tan imbuida de poesía, nos dice: Desde esa atalaya vi desfilar a los que fuimos y el poeta se incluye en esa marcha que suena a despedida. Encontramos en este apartado otro poema:

El espejo humeante-Amazonas de notable sig- nificación mística en el que realza la figura del Sol, así escrito con mayúscula, como una forma de exaltación. Se trata de un fragmento de su obra homónima, surgida de la expedición poética al Amazonas, en 1987, que cuenta con un importante prólogo de Gastón Soublette: Esta obra de Elssaca es el gran testimonio de la poesía sobre la milenaria tradición chamánica de América. Según Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de Símbolos: Teogónicamente el sol expresa el momento de máxima actividad heroica en la transmisión y sucesión de poderes [...].

El siguiente capítulo, Cafés y bares literarios, está precedido por la obra del pintor expresionista Solana que retrata “La tertulia de la sagrada cripta”, que Ramón Gómez de la Serna Puig convocaba en el Café de Pombo, en Madrid.

Es un espacio dedicado al ayer, que se nos hace tan lejano hoy ante la soledad impuesta por el “verdugo” que nos atrapa; el virus innombrable.

Desde su confinamiento, Elssaca nos participa de una cotidianeidad, nos comparte sus remembranzas mientras saborea “café con cardamomo”; los amigos que se han ido, los bares tradicionales, peculiares librerías, la poesía de Nicanor Parra, Carlos Pezoa Véliz, Walt Whitman... y se suceden, en guirnalda mágicamente enlazada, los años universitarios, Ángel e Isabel Parra, Jorge Teillier, el lanzamiento de su segundo libro en 1984, el recuerdo de Cortázar en travesura de niño, leyendo subido a una mesa... visitan las páginas nombres y lugares traídos de un ayer pletórico de amistad y arte, entre ellos el talentoso escritor chileno Manuel Alcides Jofré, otro ausente por voluntad del destino. Al finalizar esa evocación de lugares de la cultura hambrienta de los ochenta en los que coexistían escritores, poesía, plástica, música, dramaturgia, antropología, historias de América y Europa, pinceladas con aires surrealistas, hay una aseveración que nos sacude: Como si la totalidad de ese cosmos lleno de ideales hubiera sido devorada por un fatídico agujero negro.

Estamos ante un hombre verdaderamente rico; en amistades, historias, saberes, travesías y sensaciones; exuberante en vida y cultura, que enaltece su ser de hoy.

Y, como emergiendo de una delicada filigrana, nos entrega otro poema: Apología del papel, en el que la pulcritud de sus versos nos lleva a concluir que el poeta es un auténtico demandante de la tinta que verterá en la hoja, con palabras que denuncian la mentira, se quiebran, lloran catástrofes o amores, encierros y libertades, aun en épocas ingratas en las que el miedo surcaba el entorno, en momentos difíciles por cierto, para quienes se animaban a alzar sus voces transgresoras en un período que podríamos tildar de anacrónico y paradójico, a la manera de un virtuoso racconto cinematográfico.

Como es una persona de reconocida lealtad, deja expresamente manifestada su gratitud ante un texto que le dedicara Enrique Volpe Masotti, bajo el título La voz soterrada de Theodoro Elssaca y nos dice: A la muerte de Volpe el grupo fue perdiendo su ímpetu. En esta misma página encontramos su poema Damero, del que emerge un clima teñido con los pálidos colores de las ausencias: Bajo un sol detenido por siglos / el pianista ciego eleva la música / pulsando con certeza las blancas de marfil / y matemáticas las negras de ébano. En evidente alusión a Beethoven y su Sinfonía Nº. 3, Heroica.

De la misma forma, este libro está pleno de resonancias, alusiones implícitas en doble o triple lectura o explícitas sobre Platón, Dante, Petrarca, Da Vinci, Cervantes, Shakespeare, Boccaccio, Octavio Paz, Saramago y otros conspicuos autores, sin caer nunca en lo empalagoso ni en el culteranismo hermético. Al contrario, este “testimonio compartido”, es una invitación y a la vez provocación de un texto que se abre hasta el salto cuántico, la metafísica y lo cósmico.

El siguiente capítulo lo denomina Por quién doblan las campanas en el que nos brinda un sentido tributo a quienes partieron durante el proceso creativo de esta obra, la pandemia del año 2020. Aquellos autores que pasaron por su vida dejando el imperecedero legado de la amistad, pleno de huellas indelebles para su espíritu sensible.

De cada uno de ellos, plasma la oportuna disquisición y análisis en el que trasciende el reconocimiento. A continuación, otro fragmento de sus poemas que nos estremecen: Travesía del relámpago, título homónimo de su antología (publicada por Vitruvio, Madrid, 2013), obra prologada por el poeta español Ángel Guinda, quien nos dice: Estamos ante una de las voces poéticas vivas hispanoamericanas más densas y relevantes de entresiglos XX-XXI.

Este “rayo que no cesa” de Elssaca, es símbolo de la suprema potencia creadora, emblema de la soberanía, y la luz del relámpago nos remonta al albor y la luminosidad. Esa travesía a la que alude, como todo peregrinaje, involucra o reemplaza el avance por el laberinto hasta descubrir su centro —que es una imagen del centro— no su identidad. Citaremos algunos versos de su poesía: [...] esos huesos quebrados éramos nosotros en otras vidas. / Tal vez somos los mismos en las muertes sucesivas. / Eterno retorno de todas las voces, huellas y manos [...].

En Rastros y rostros de las pandemias, Elssaca nos habla de mis muertos circulares y nos trae el recuerdo de Jorge Luis Borges —a quien conoció en Alemania— así como también se refirió a los laberintos en otros párrafos.

Theodoro personifica al virus, le da identidad, le impone: [...] que dimita el virus farsante y se extinga sin contaminar nuestros cuerpos. Nos dejamos atravesar por las estrofas de Árbol de las palabras. Con imágenes contundentes nos conduce por un recorrido poético polifacético en usos y significaciones.

El poeta lucha por vencer la gravedad interior y exterior, por liberarse de lo sórdido; la elevación del espíritu y el cuerpo las simboliza en el acto de volar y nos invita a hacerlo: [...] Digo Egipto, Mesopotamia o Persia, y son palabras / cargadas de magia y de historia, de tapices voladores [...].

Dueño de un vasto respaldo conceptual y bibliográfico, nos asombra con su potencia estilística y creativa. En su poema Fulgor de relojes, recurre a la metáfora como gran sugerente, es decir, logra un haz de significados. La sensación de belleza nos llega, aunque no se ajuste a lo racional. Citamos: [...] He buscado por todas partes las horas, / algo está pasando que se me escurren / igual a salvajes peces asustados [...]. No ignora que, por su contenido estético-emotivo, la metáfora es un arma de feroz argumentación y polémica, y no simple adorno del texto. Las metáforas audaces como las que emplea Elssaca, tienen un real sentido literario, también las múltiples imágenes sensoriales cuyo sentido es comunicarnos la impresión de las cosas en el modo en que las percibimos. Como apoyatura, citamos del mismo poema: [...] Los relojes reblandecidos de Dalí, / son su intento de retroceder las manijas, / antes que desaparezca la memoria [...].

Cabe recordar que Elssaca tuvo un fugaz encuentro y diálogo con Dalí, cuando el genio de Figueras inauguraba la exposición más vista de la historia del Pompidou, en el París de 1979. La expectación internacional por esta retrospectiva fue tal, durante meses, que los últimos días la muestra debió permanecer abierta las veinticuatro horas. Theodoro regresó en varias ocasiones a contemplar esas obras, para estudiar el simbolismo (como lo hiciera también durante años con Turner, Cezánne, Matisse, Kandinsky, Edvard Munch, Matta y artistas anteriores como Goya, Rembrandt y otros). Este suceso quedó registrado en su ensayo “Peregrinación a la fuente”, escrito a mediados de los ochenta y publicado en 2005.

En el corpus de un libro con esta temática medular, era infaltable la alusión a La peste, de Albert Camus, obra en la que, si bien representa a los ciudadanos argelinos de Orán, nos lleva a viajar hacia nuestra interioridad y eso ocurre en el presente libro: nos representa a todos. Esa es la nobleza de las grandes obras, más aún las que están narradas impecablemente y en las que coexisten los miedos, las dudas, la lucha infructuosa, el sacrificio del deber, la bondad, la temeridad, la importancia de la amistad.

Elssaca escribe: Busco “le mot juste”, como decía Flaubert, la palabra exacta. Esa búsqueda hace que el arte en su escritura rescate el caos para volverlo orden y es, en parte así, y en parte lo contrario; pero es el orden formal preciso, el que producirá la estética, conformará la oposición de un orden férreo de estructura y una sugerencia de caos, de absurdo, de sinsentido, de grieta oculta.

Hoy llevo a mis muertos sepultados entre las costillas y los omóplatos, huesera de cráneos vacilantes [...]; quien escribe sufre, se conduele, se siente herido: Hablo desde las astillas del madero, ataque yugular del anticristo. Con fascinante prosa poética, laboriosa, por cierto, sostiene una emoción que la justifica y que, finalmente, no solo embellecerá la escritura, sino que marcará el sendero para precisar algunos puntos de vista.

Esa minuciosidad despierta una sensación corporal inmediata: Ante ustedes me saco el sombrero y hago una reverencia, para despedir a los muertos de todas las pandemias. En esta frase, casi fotográfica, acude al lector la imagen del respeto por quienes fueron arrebatados de este mundo; es a través del encuadre que manifiesta lo implícito. James Joyce nos habla de una máquina de epifanías, a partir de la experiencia de un esteta. Cuando estas manifestaciones —epifanías— alcanzan un cierto grado de intensidad, estamos ante el momento epifánico y son muchos y diversos los que atraviesan el corpus de Huésped del aire, en el que la literatura está sólidamente amalgamada con sus dos condiciones esenciales: la ética y la estética.

Finalmente, sentimos la necesidad de expresar agradecimiento por esta lectura placentera, embria- gadora, conducente al ejercicio del pensamiento des- de nuestra propia interioridad; es el logro de un trabajo admirable, con recursos aplicados con verdadero oficio, con destreza, ajenos a la vana afectación.

Graciela Bucci

Buenos Aires

Es ensayista, narradora y poeta argentina.

Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en narrativa y poesía.

Miembro de Número de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil. Disertante y poeta invitada en congresos de Miami y Texas (EUA) Premio “Rubén Vela” a la trayectoria poética del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California (Westminster)

En preparación su libro de ensayos literarios

Huésped del aire

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