Читать книгу Huésped del aire - Theodoro Elssaca - Страница 15

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La pandemia azota mi existencia, cierro las ventanas y aseguro los postigos, mientras los murciélagos de Wuhan golpean los cristales.

Caravana de amigos muertos me visita y ocupan la casa. Cada uno tiene tantas cosas por contar que no me dejan dormir, me acerco a ellos y es como asomarse a otros mundos.

Sus presencias inquietantes me hacen pasar del miedo a la paranoia. A ratos creo estar loco y me digo: ¡Es bueno estar loco porque eso abre opciones insospechadas! Pienso en la Ínsula Barataria, de Cervantes. Un poeta muerto declama y desde su boca salen palabras tiznadas que permanecen flotando en la atmósfera enrarecida de mi estudio, palabras vivientes que parecieran tener alas: el murciélago es un arma

sin alma.

Amanece y la ciudad está desierta bajo los oscuros nimbos invernales, a lo lejos se escuchan incesantes las sirenas de ambulancias, parecieran gritar la desgracia y el colapso. Compulsivamente he tocado mi frente y recuerdo la fiebre que mató a Sor Juana Inés de la Cruz, en su confinamiento conventual. Resisto aquí, en el silencio interior, frugalidad de quien escribe alejado como los antiguos anacoretas, sabiendo que Lombardía se encuentra en cualquier lugar y en todas partes.

Percibo que abren fosas, ya no es tiempo de funerales ni ritos. Cavan sepulcros con palas y uñas por doquier, como si toda la tierra fuera un solo cementerio y nosotros sus enlutados huéspedes.

Tal vez estamos atrapados en una pesadilla de Poe, aunque sus cuervos son menos aterradores que estos fatídicos murciélagos.

Tal vez sea Dante, el florentino, descendiendo al averno junto al buen Virgilio, quienes nos arrastran al precipicio, premunidos de un tizón para espantar a los demonios en los círculos del infierno. Las regiones eternas, donde deambula su amada Beatrice Portinari, la joven de ojos zafiros. La vita nuova saliendo del limbo, hacia donde se dirigen las almas que no se salvan ni condenan.

Antes que los nautas europeos descubrieran América y esta región se llamara Chile, Dante situaba al purgatorio en las antípodas, en la esperanza purificativa custodiada por Catón. El Hamistagan del zoroastrismo, el libro de Enoc, intermedio del barzaj, sueño entre el día de la muerte y el de Yawm al-Qiyama. Según dice en los Stromata, nadie se salvará sin antes ser purgado por el fuego que destruye los materiales inservibles y los deja en cenizas.

Seremos disputados por Las Parcas que nos acechan mientras afilan sus gastadas tijeras.

Atrapados en su conjuro mientras avanza el frío, desde los árboles se desprenden las hojas muertas, como si fuesen las vidas de los amigos que se van. Hojas muertas que inundan las calles y a ratos son barridas por el viento invernal. Acuciado por estas imágenes despierto sin saber la hora y enciendo mi lámpara. Esa caja de resonancias sobre la que escribo me lleva a pensar en la caverna de Platón.

Desnudos, sin más herramientas que las propias manos y algún pedernal para la cacería. Humanidad perdida en la niebla de las edades, desde las razas prediluvianas, sin pretender más que la pura subsistencia.

Las tribus primigenias, los rudimentos de la agricultura, la bella alfarería policroma, la primera palabra de barro, la pintura corporal, los ritos, la música y la danza, que hace miles de años emprendieron nuestros ancestros.

Tal vez deba viajar a la península del Peloponeso, rescatar a Plotino y acompañarlo a Siracusa, a fin de fundar el sueño de Platón, con los filósofos reyes.

Mañana subiré al ático a desempolvar mi máquina del tiempo. O tal vez la deba acrisolar para ver el aura de las personas y sanar sus tristezas.

Huésped del aire

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