Читать книгу Huésped del aire - Theodoro Elssaca - Страница 19

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Breton decía que la muerte es una sociedad secreta. Altamente subversivo, con la clarividencia de un poeta-profeta, toca la interpretación de la vida y la utilización de los instrumentales verdaderos del conocimiento. Aborda la renovación mediante el contacto con rincones prohibidos del inconsciente.

Desde el manifiesto surrealista enarbola su honda preocupación por el destino de la humanidad, y esgrime la libertad de crear y la de amar, contra la cohorte de la sordidez expandida. Padecimiento que hoy nos empoza. La abyección dominante que subyace al esquema ético y moral de un virus satánico, fabricado en laboratorio, programado para destruir a los más viejos o débiles, los inútiles para la sociedad, porque ya lo entregaron todo, o porque no son aptos para ser parte de los desafíos y exigencias del futuro.

Perversidad que se adueña del poder.

¿Qué se cree con su dinastía coronada?

Malaventura caída del trono del vampiro asiático.

Ruina dejando bocas desdentadas en cuerpos que aún palpitan. Enlace y acople con las pinturas negras de Goya.

Organismos que reclaman el abrazo y resisten ser tierra o ceniza. Se apegan a la cama y sábanas. Encarcelados en cuartos reducidos como sepulcros. Moribundos, pero que mantienen recuerdos lacerantes. Fuerte como la muerte, dice un refrán popular. Solo algunos resisten la estocada, ateridos de miedo, igual a clandestinos agonizantes. Los viejos capitulan a la metralla cuando ya nos han entregado todo, exprimidos como cáscara de limón que se desecha.

Sin embargo, no debemos pecar de ignorancia e ingratitud. Desde siempre los viejos de la tribu, los ancianos, son los venerables maestros que concentran el recóndito saber, la mirada aguda, sagaz, penetrante. Diestra en discernir ante las mayores dificultades.

La dignidad erudita del viejo está encarnada en los grandes autores que nos precedieron, Goethe terminó Fausto a los ochenta años. Marguerite Yourcenar fue la primera mujer elegida miembro de la Academia Francesa, a los ochenta y uno. Verdi compuso su Ave María a los ochenta y cinco. Picasso pintó e hizo grabados con más de noventa años. Paul Casals creó el Himno de las Naciones Unidas a los noventa y cinco y dirigió la magna orquesta con las setenta voces que lo interpretó por primera vez.

Óscar Niemeyer, arquitecto de Brasilia y autor de cientos de obras en el mundo, declaró estar en plena actividad creativa y con varios proyectos en ejecución a sus ciento tres años. Celebró ese acontecimiento poniendo letra a una samba.

Soy de los viejos de la tribu que no ceden ante el débil hilo que sostiene nuestras vidas hechas de trapo. No flaqueo ni derrumbo. Ante el cataclismo alzo la espada y la transfiguro en bravura. Hago predicciones como los videntes.

Vida y muerte, cara y cruz de la misma moneda. Desde que arribamos a este mundo, comenzamos un camino que sabemos lleva a la muerte, que está en nuestra carne y sangre, donde millones de células nacen y mueren, día y noche, como la constante respiración. Cada año es un ciclo de cuatro estaciones que cambia el linaje celular, neurogénesis de la glía radial, andamiaje de astrocitos, mutación de piel al estilo de los reptiles abandonando su viejo fuselaje.

Efímero nuestro paso por la rueda del Samsära, ciclo que no cesa.

Desvarío del cadáver exquisito de Breton con Max Ernst y Dalí, incisivos de ritmo agitado y cambiante. Sintaxis estirada hasta el extremo límite de la estructura del idioma de los sarcófagos, cuando los cementerios han colapsado y los sepultureros caen exhaustos ante las cruces, urnas y catafalcos.

Ciudades desiertas, vacías, como en un cuadro de Giorgio de Chirico.

Se anuncia que hemos perdido la Batalla de Santiago, y varias otras batallas al norte y sur, porque esto es una guerra biológica sin mucha lógica y somos víctimas de traición.

En París, Hong Kong, Barcelona o Nueva York de manera frenética abren y cierran los cafés, cines y restaurantes, tratando de recuperar los meses perdidos. Pero la cosa mortífera no se ha ido, se oculta y engaña incluso al sistema inmunológico, no tan lógico. Se introduce por los orificios bajando por el ducto traqueal, invade, inflama y perfora de inmediato los pulmones. Los destruye rápido para seguir con los colindantes riñones y corazón. Órganos maltratados, carcomidos, en descomposición. Se dice como si no fuera nada, el dolor, pero cuando ya se nos han muerto tantos seres cercanos, ese dolor es naufragio.

Retornará la paz, pero sin ellos. Quedarán solo sus nombres en el rugido del mar y algún peregrino recuerdo mutilado colgando del aire, tan frágil como un segundo. La verdadera globalización ha sido instaurada por este patógeno, que hizo del mundo un solo pueblo sitiado por las cenizas. Espectros que se alzan igual a estatuas de sal. Suplicio que en vano pareciera buscar el amparo, en lóbregos días como cadáveres que van remendando las horas del miedo.

Ya no estarán aquellas personas con las que se ha compartido parte del lacónico trayecto. Sin adiós, nos llega como un dardo la noticia que nos deja temblando, y luego la ausencia y su halo silente de misterio, aparejado al signo pálido de la mortaja.

Me pregunto ¿volverá a despuntar el alba?

Huésped del aire

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