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Agradecimientos

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Cualquier instancia de agradecimiento conlleva un alivio inmediato, al forzar la detención de aquella cascada de resignificaciones propia del término de una experiencia. Al menos así es como lo pienso hoy, así que no me demoro más tiempo.

En primer lugar, deseo agradecerle a mi buen amigo Alejandro Vainer. Por recibirme generosamente semana tras semana en su consultorio para conversar, reírnos e intercambiar lecturas, donde me hice de un nuevo campo de problemas, de libros y de músicos de jazz. Algunas semanas después de que un colega nos presentara en unas jornadas desdeñables en el tétrico hotel Bauen, tuve la dicha de conocer personalmente a Alejandra Barcala, quien con su entusiasmo irrefrenable me convenció de que tenía algo valioso para decir. Un mes más tarde Luciano Lutereau me dijo lo que necesitaba escuchar en el momento menos pensado. Sin ellos no habría libro.

A Alicia Stolkiner, quien aceptó prologar el libro por el texto en sí mismo, sin conocernos personalmente. Eso dice mucho sobre su honestidad intelectual.

Sin Arturo Ramilo Alvarez no habría habido historia, ni caso, ni aventura. El libro es tan suyo como mío.

Le agradezco enormemente a Sabrina Morelli, quien corrigió el escrito y me señaló problemas esenciales e ignorados, mejorándolo en gran medida. Bruno Bonoris, Federico Fresneda, Manuel Rodríguez Zubieta, Axel Bonilla y Diego Buzzi fueron indispensables durante la hechura del texto. Les agradezco sus sugerencias y sus comentarios críticos, sin los cuales el texto carecería de rigor y de matices.

Alfredo Eidelsztein es quien me enseñó un psicoanálisis vivo, fuertemente terapéutico, claro y distinto. Todavía lo hace. Trabajar a su lado es un privilegio único, el que le agradezco honrado.

Leonardo Verna fue un referente soñado durante los años en el hospital. A Andrés Rousseaux le debo una visita inolvidable al manicomio y el haberme empapado de alegría con sus anécdotas solemnes. Pablo Caravotta me transmitió una psiquiatría coherente, humana y mesurada. Silvina Dulitzky tuvo la decencia de decirme que la primera versión del texto, una mucho más abreviada, le resultaba aburrida. Su sinceridad contribuyó a que el caso deviniera en un ensayo.

Resulta imprescindible reconocer a todas las personas que hicieron del hospital un lugar más o menos habitable. Pacientes, médicxs, psicólogxs, kiosquerxs, cocinerxs, guardixs, administrativxs, secretarixs. Pero sobre todo, le agradezco a lxs enfermerxs.

A quienes con pasión y entusiasmo me recomendaron autores, libros y artículos, sumamente valiosos para la elaboración del texto. A Joaquín Franke, por mantenerme alejado del cinismo y ayudarme a soportar el mundo a través del humor. A Agustín y Alejandro Porto, por orientarme.

A mi viejo Daniel, por el apoyo constante y la paciencia extrema.

Más allá de los altercados, disidencias y conflictos que vive cualquier grupo en situaciones de alta intensidad, le agradezco a todos aquellos compañeros con los que tuve la oportunidad de trabajar durante esos cuatro años. No fue nada sencillo. Sin embargo, creo haber podido capitalizar una diferencia valiosa, incluso aún en la enemistad más franca.

Por último, mi más profundo agradecimiento para Víctor y su madre, quienes me hicieron partícipe de sus vidas y permitieron que este libro exista. Llevo sus nombres en mi corazón.

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