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V

Roma, jueves 22 de octubre de 2015, después de comer

Viola Borroni atravesó la puerta de cristal satinado del bufete B.O.P. & Partners en Piazza di Spagna número 2.

El nombre del prestigioso bufete de Derecho Internacional no era otra cosa que el acrónimo de las iniciales de los tres abogados que compartían la sociedad: Borroni, Oleaux, Putignani, además de los susodichos “Partners”, es decir desventurados abogados y abogadas pagados para desarrollar todo tipo de actividades sin horario y sin descanso.

Los sábados y domingos eran días laborables como los otros y sólo en casos excepcionales, Navidades y Año Nuevo, el bufete cerraba.

Esta circunstancia –recordaba Viola– fue uno de los motivos de confrontación con su padre, dado que estaba convencida que también quien trabajaba en una profesión liberal, dado que eran trabajadores, tenían que disfrutar del derecho al descanso y a los días festivos.

Ella había decidido no aceptar aquellas condiciones laborales y se marchó en cuanto ganó las oposiciones a Magistratura20.

“Hola Laura, ¿dónde está él?”

Él era el abogado Lorenzo Putignani, uno de los tres socios. El otro, el padre de Viola, desde hacía tres años en el convento, había abandonado ya la actividad profesional.

Las ganancias derivadas de la actividad del estudio legal, y que habrían sido el estipendio, en forma de cuota fija, de Cosimo Borroni, formalmente todavía socio, fueron transferidas, mediante una acta notarial, a una fundación que tenía como fin el mantenimiento del convento.

El tercer socio, Jean Baptiste Oleaux, residía en París. Sólo una o dos veces al mes, por las causas más importantes, se dejaba ver en el bufete romano, prefiriendo participar en las reuniones con el socio Lorenzo Putignani y los otros abogados que no eran socios, a través de video conferencias Roma-Reims.

De todas formas, de los tres, Oleaux no era en verdad el más preparado profesionalmente pero sí el más dotado naturalmente para las relaciones públicas.

Era el quien se ocupaba de mantener las relaciones con los clientes más importantes y, en lo posible, era quien se ocupaba de encontrar nuevos clientes. Era, por lo tanto, el responsable comercial, por así llamarlo, del bufete B.O.P. & Partners.

Profesionalmente el padre, Cosimo, había sido el abogado más astuto y preparado en Derecho Internacional, y aquel a quien, antes de que todo se arruinase, uno podía recurrir cada vez que se necesitaba un consejo atinado sobre cualquier duda legal.

Ahora que Cosimo había abandonado la profesión, este trabajo se lo habían adjudicado a Lorenzo Putignani, que lo desarrollaba con dificultad.

Laura Lazzaroni se levantó de su puesto y se dirigió hacia la oficina de Putignani seguida por Viola. Llamó a la puerta y quedó aguardando una respuesta que no se hizo esperar.

“Abogado, es la letrada Borroni”.

Putignani se levantó del escritorio, de madera de teca negra y, dando la vuelta, llegó hasta la muchacha.

“Finalmente te veo, querida Viola. ¡Después de seis meses, al fin te veo! Dame un abrazo.”

Ya de vuelta en su puesto, añadió:

“Cuéntame todo, pequeña,. ¿Qué necesitas?”

Viola se sentó enfrente de él y comenzó a explicar:

“En verdad, no sé por dónde empezar. Me ha llamado el prior del convento de Montesanto para decirme que papá está desaparecido desde hace dos días y para saber si sabía algo al respecto”

“¿Dónde piensas que se ha ido?”

“No sé nada, sin embargo he recibido un mensaje donde me decía que había hecho un descubrimiento y que se dejaría ver en cualquier momento”

“Entiendo”

“Eres el único del que papá se fía, y quería saber si te había llamado, si sabes dónde se encuentra en este momento”.

“También he recibido un mensaje de Cosimo que decía más o menos lo mismo, y este hecho me ha alarmado enseguida. Has hecho bien en venir, tan sólo te has anticipado un poco porque pensaba llamarte desde el despacho, no me gustaría que tu padre se hubiese metido en otro lío”.

Los dos se quedaron mirándose en silencio durante algunos segundos, después el hombre continuó:

“Haremos lo siguiente, Viola, pasado mañana es sábado, cojo dos días de asueto y nos marchamos al convento a hablar con el fraile. ¿Qué piensas?”.

“Parece una buena idea”.

“Por desgracia deberás poner una denuncia de desaparición” observó el abogado.

“Desgraciadamente no es posible, porque ahora papá es, a todos los efectos, un ciudadano del Estado del Vaticano, y su desaparición se ha descubierto, por lo que sé, en el convento, que es un territorio sometido a esa jurisdicción”.

“Formalmente, la competencia de la investigación es prerrogativa del Promotor de Justicia del Vaticano21, siempre que el padre Ludovico ponga la denuncia” dijo Putignani.

“Justo. También por esto querría hablar con él. No tengo muchos días disponibles. Tengo que continuar con la investigación de la muerte del hombre en el Policlínico Gemelli. Mañana tengo que estar en la Procura22 para la asignación formal del caso”.

“Me he enterado por los periódicos, un caso muy extraño”.

“Exacto” susurro pensativa.

“El sábado por la mañana, hacia las siete, iré a buscarte a casa con el coche. En tres horas estaremos en Todi, en el convento de Montesanto. Tranquila”

“Estaré preparada, te lo agradezco muchísimo.”

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